En el afiche de promoción puede leerse, firmado por un crítico: “la mejor película que vi en mi vida”; grandilocuencia que, como veremos, guarda cierta relación con la obra de Terrence Malick.
Los primeros minutos de “El árbol de La vida” (Palma de Oro en Cannes) hacen honor a las expectativas generadas, con imágenes que se deslizan como retazos de la infancia, en comunión con la música y algunos pasajes de voz en off. Esos primeros minutos me hicieron evocar el film “El espejo” del gran Andrei Tarkovski.
Pero si bien la película se inicia en un tono alto, luego no puede sostenerlo. Por momentos Malick parece regodearse mostrando lo bien qué filma, lo artista que es y, para mi gusto se empantana en los barros de
Lejos queda entonces “El árbol de la vida” de ser la mejor película que haya visto. No llega siquiera a aproximarse al estatuto que guardan para mí las obras de Tarkovski, Bergman, Fellini o Kurosawa. Me animo a decir que tampoco es la mejor película del propio Malick (“La delgada línea roja” le gana en poesía, intensidad y coherencia). El film tiene su punto fuerte cuando se detiene en el devenir de esa familia llevada a enfrentar un hecho trágico e inexplicable, sobre todo cuando los hechos son mostrados a través de los ojos de uno de los niños. “El árbol de la vida” ostenta hermosos pasajes y podría haber sido una gran película, si Mallick no se hubiese perdido, luego, por las ramas de la grandilocuencia.
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