jueves, 21 de enero de 2010

Imperdible - Ciclo de documentales de Herzog

Werner Herzog es un director de cine muy particular por la forma de involucrarse en sus películas. Fitzcarraldo, por ejemplo, uno de sus filmes más conocidos, es la historia de un delirante, interpretado por Klaus Kinski, que quiere construir un teatro en el Amazonas e inaugurarlo nada más ni nada menos que con el gran Caruso. En la película, el protagonista hace trasladar un barco por sobre una montaña para pasarlo de un río a otro, con tal de llevar los materiales para la construcción del teatro. Para que la película tuviese el realismo necesario, Herzog hizo, durante la filmación, cruzar, a fuerza de hombre, el barco a través de la montaña.
Él mismo declara: “En Fitzcarraldo podría haber hecho como en los filmes de Hollywood: mentir y ahorrarme, mediante maquetas y un decorado, los horrores del rodaje en plena selva y el enfrentarme con los problemas reales de semejante empeño. Pero creo que si los espectadores se sienten impresionados por el transporte del barco montaña arriba es porque saben que se trata de algo real y no truqueado. Quiero que los espectadores recobren la confianza en lo que ven sus ojos”.

En sus películas, los actores atraviesan las mismas peripecias por las que sus personajes deben transitar en el film. El propio Herzog lo hace. Durante la filmación de “Rescate al amanecer”, sobre el único soldado americano que pudo escapar de las prisiones del Vietcong, el protagonista (interpretado por Christian Bale), debía comerse unos gusanos. Herzog no quería trucar la escena, quería que el actor realmente los comiera. Ante el titubeo de Bale, Herzog tomó el mismo un par de gusanos y se los comió frente a todo el equipo, para finalmente mirar al actor y decirle: "Esto es lo que tienes que hacer”.
Además de sus conocidas obras de ficción como la citada Fitzcarraldo, Aguirre la ira de Dios, El enigma de Kaspar Hauser y Nosferatu; Herzog ha filmado una gran cantidad de documentales. Así como dota a sus obras de ficción de un gran realismo, ficcionaliza los documentales. “En lugar de la verdad 'verdadera' coloco siempre otra, tan verdadera como ella, pero 'distinta', intensificada, potenciada”.
Camino al rodaje de “Aguirre, la ira de Dios”, Herzog perdió un vuelo que terminaría estrellándose en la selva del Perú. Muchos años después, Herzog encontró a la única pasajera sobreviviente de la tragedia aérea y con ella filmó su documental “Alas de esperanza”. Un documental en el que dos sobrevivientes reviven y “transforman” la situación.
Balada del pequeño soldado”, otro de los documentales programados nos introduce en la vida de los niños soldados en Nicaragua. En la película los silbidos de las balas que pasan cerca de los chicos y de la cámara, repercuten en las conciencias de los adultos.
Quizás el documental suyo más afamado sea “Mi enemigo preferido” en el que refleja su relación con Klaus Kinski, actor elegido para sus principales películas, pese a que el tipo tenía un carácter tremendo y le hacía los rodajes imposibles.
Para Herzog, cada filmación es una aventura. Este cineasta alemán aleja el acto de filmar de la categoría de trabajo y lo transforma en una instancia épica. Eso se nota después en las películas, las cuáles transmiten una fuerza vital que constituye una marca de su autor.
Herzog lleva al ser humano al extremo, busca los límites, filma en el amazonas, en el ártico, en la estepa siberiana. Es capaz de caminar sobre hielo y fuego con tal de lograr la toma que quiere, precisamente así “Caminar sobre hielo y fuego” se denomina el ciclo de 24 documentales de Werner Herzog que se presentan en la Sala Lugones del Teatro San Martín desde el viernes 22 de enero hasta el jueves 4 de febrero. Una cita imperdible para quienes estén en Buenos Aires en ese lapso.

miércoles, 20 de enero de 2010

Los escritores que entretienen a los lectores

La denominada trilogía Millenium, llamada así por ser una saga de ficción que gira alrededor de una revista donde un grupo de periodistas investigan delitos y matufias económicas, ha constituido un éxito de ventas, un poco por méritos propios y bastante a partir de la campaña de marketing que aprovechó la paradójica muerte de su autor, Stieg Larsson, acaecida el mismo día en que entregó a la editorial el último tomo, sin siquiera haber visto publicados los dos primeros.

Los hombres que no amaban a las mujeres – Tomo 1

La prosa es tan sencilla que recién en la página 226 encontré una palabra que me resultó desconocida, situación que, por cierto, no se repitió a lo largo de la obra. El libro, me hizo recordar por momentos a los programas de televisión actuales, debido a la gran cantidad de publicidades encubiertas y no tanto. Para muestra, en la página 254 se describe una computadora Mac con todos los detalles como si se tratase del prospecto de un centro de ventas y se la elogia como si fuese una maravilla.
Pese a tratarse de un libro grueso no pude encontrar una sola frase subrayable por su belleza o pericia literaria. Sí encontré, en cambio, algunas cursilerías de esas que hacen ruido como cuando en las últimas páginas se dice que “el amor es cuando se te sale el corazón”.
Lo interesante es que Larsson parece ser conciente de estas cuestiones y en un momento se anima a parodiarse a sí mismo. En la historia, el personaje de Mikael Blomkvist, periodista como Larsson, termina escribiendo un libro del que se dice, en la página 651, que “ su contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo -no había tenido tiempo de cuidar el estilo-, pero Mikael había disfrutado de lo lindo…”.

La mujer que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina – Tomo 2

Sin llegar a ser gran cosa, el segundo libro de la serie está un poco mejor escrito, como si Larsson hubiese aprendido algo del proceso de escritura del anterior. Indudablemente, una manera de aprender a escribir es escribiendo, y Larsson lo hizo. Por lo pronto, la primera palabra que tuve que buscar en el diccionario (rododendros) apareció en la página 16. Claro que el uso de palabras poco comunes no incide en lo artístico que pueda tener un texto; es un dato nomás.
Por otra parte, Larsson intenta sumar metáforas a partir de las matemáticas, al estilo de “La soledad de los números primos”, donde la cosa parece mejor lograda.
Los intentos están, pero la escritura no logra levantar vuelo. En la página 99, por ejemplo, encontramos lo siguiente:
“Se levantó, puso la cafetera, se arropó con una manta, agarró un cigarrillo y se sentó en el vano de una ventana. Le fascinaron las luces. En la oscuridad, reflexionó sobre su vida.” Y ahí termina el párrafo, saltamos completamente a otra cosa y no sabemos absolutamente nada sobre el carácter de sus reflexiones, que tienen el mismo peso que el prender la cafetera o encender el cigarrillo.
Los méritos de la obra creo que hay que buscarlos en los personajes: Mikael Blomkvist y Lizbeth Salander. Él, un periodista cincuentón, divorciado, decidido a investigar y denunciar hechos de corrupción, y ella, un joven esquelética, insociable, llena de piercings y tatuajes, dando un aspecto que nadie atribuiría a una de las mejores hackers del planeta. Los personajes funcionan, sobre todo y en ambos libros, cuando se juntan, ya que sus vidas transcurren en paralelo hasta promediar el desarrollo. Ambos se complementan y resisten frente a una cultura que deja mucho que desear.

El comentario del tercer volumen de la saga (“La reina en el palacio de las corrientes de aire”) se los debo. Fueron demasiadas páginas de entretenimiento vertiginoso. Necesito ahora, otro tipo de literatura, una en la que las reflexiones no transcurran con la misma levedad con que se enciende un cigarrillo.

martes, 12 de enero de 2010

Cine - Criatura de la Noche

La película abre con una bella imagen de la nieve cayendo en la noche y la historia seguirá la cadencia de esa nieve durante todo su desarrollo. Una película de vampiros, una obra poética. Una de vampiros que sufren, vampiros con sentimientos y las uñas sucias. Una película que tiene un par de personajes inolvidables y algunas escenas de antología, como la de la piscina, por ejemplo.
Tenemos a Oskar, un niño tímido, vapuleado por una banda de “compañeros” de colegio, lo que los norteamericanos llaman “Bullying”. Oskar toma un cuchillo de la cocina y sale a la noche. Fantasea una venganza frente a un árbol. A sus espaldas lo observa Eli, una extraña niña, nueva en el vecindario.
Una noche Eli se aparece en la ventana de Oskar y le pide que la deje entrar; ese sería el título original del filme “Dejáme entrar” y el de la novela de John Lindqvist en que se basa. Eli va a entrar en la vida de Oskar. Un poco de calor bajo la nieve. Eli va a terminar haciendo lo que Oskar no se anima.
Al comienzo de la película, el otro es alguien a quien se teme, alguien a quien se explota, alguien a quien se le chupa la sangre. Eli le pide a Oskar que trate de sentir lo que ella siente. Lo que no comparten con nadie (está muy bien trabajada la ceguera de los padres de Oskar frente al sufrimiento del chico) lo vuelcan en ese campo de intimidad que empieza a gestarse entre ellos.
La obra nos va llevando a considerar al otro como un espejo, ese en el que los vampiros no se reflejan, quizás porque no tienen más existencia que la de ser parte de nosotros mismos.
“Criaturas de la noche” del director sueco Tomas Alfredson no forma parte de ninguna saga de moda, no es un producto para adolescentes, no, esto es cine, una muy buena película para quien guste verla.