miércoles, 30 de diciembre de 2009

Breve - Sobre el arte

En referencia a la cuestión acerca de qué es arte y qué no lo es, un dato curioso: si me preguntan si una publicidad puede ser considerada como obra de arte tiendo a contestar raudamente que no. La publicidad puede ser más o menos ingeniosa pero tiene como finalidad primera lo comercial. En el arte la creatividad es el impulso primero, lo comercial podrá venir (o no) después.
Ahora bien, si me muestran el siguiente cuadro de Fra Galgario y me preguntan si es arte, contesto que sí. En esta reproducción no pueden apreciarse muchos detalles, pero tenerla frente a mí logró impresionarme, sobre todo por la expresión de los ojos de los tres personajes.

Muy bien, la obra en cuestión resultó ser una publicidad de una barbería del siglo XVII.
El arte es difícil de definir, por algo Dino Formaggio dijo que “arte es todo aquello que los hombres llaman arte”.
El cuadro en cuestión forma parte de la muestra “El tiempo del arte” (ya comentada en un anterior post) Fundación PROA - Av. Pedro de Mendoza 1929 - La Boca. Tienen tiempo hasta el 4 de enero.

Recomiendo asistir a las visitas guiadas en las que se aprenden un montón de curiosidades. Por ejemplo, a partir de una de las obras, me enteré que al edificio del Parlamento Alemán le hicieron una cúpula de vidrio para simbolizar la transparencia del poder legislativo. A ver artistas argentinos, algo para nuestro Congreso. ¿Qué podría ser? ¿Un enorme pozo ciego? ¿Un nido de víboras a gran escala? Se aceptan sugerencias.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Música en DVD - Yes Symphonic Live

En estos tiempos de hits de tres minutos y dos acordes, que se imponen más por insistencia del mercado que por propia musicalidad, reconforta encontrar en las góndolas de las disquerías música como la de YES.
Me voy a referir aquí a “YES SYMPHONIC LIVE”, DVD doble que registra un concierto del mítico grupo inglés realizado en Ámsterdam (2001) junto a la European Festival Orchestra, dirigida por Wilheim Keitel.
Yes es un grupo de una extensa trayectoria, iniciada a fines de la década del sesenta, teniendo su esplendor en los setenta, época en que los jóvenes parecían tener los oídos más exigentes.
Los músicos de YES gozaban todos de formación clásica, de conservatorio, pero respiraban el apogeo del rock. Junto a otros grupos como Genesis, Emerson Lake & Palmer y Pink Floyd, fusionaron la energía del rock con la complejidad de la música clásica, dando origen a un movimiento musical denominado “Rock Sinfónico”.
YES, particularmente, se destacó por investigar las posibilidades espirituales de la música, lo cual los llevó a estudiar hinduismo, budismo, retroalimentando en forma notable su bagaje musical.




El concierto en cuestión se inicia con una preciosa versión de “Close to the edge”, esa pieza maravillosa parida en los setenta, de veintitrés minutos de duración que siempre asombra y nunca cansa.
La integración con la orquesta sinfónica está muy trabajada, destacándose los aportes del arpa, los violines y los instrumentos de viento.
La filmación es muy cuidada y se distribuye equitativamente entre todos los músicos incluyendo los de la orquesta.

En el concierto, tocan muchas de sus piezas más largas, como por ejemplo, “The gates of delirium”, otra suite de más de veinte minutos que aborda el tema de la guerra y la paz. Es notable como, en la parte de la guerra, sin perder musicalidad, podemos sentir el clima bélico en todo su caos y, al final de la obra, cuando llega la paz, la música logra pacificarnos y devolvernos a un estado de calma elevada.

Los músicos: Jon Anderson, un timbre de voz único, adecuado para transmitir la espiritualidad de la música. Steve Howe, uno de los mejores guitarristas de la historia del rock (me contengo de decir “el mejor” porque no conozco a todos), dueño de una técnica y velocidad de dedos increíble que le permite tocar siempre lo que quiere y no lo que puede.
Chris Squire, simpático e histriónico, lleva su bajo al límite, no se contenta con hacer una buena base sino que, además, va tramando complejas melodías, paralelas a las de la guitarra y los teclados.
Alan White comanda con energía una batería que jamás descansa en ritmos fáciles.
Rick Wakeman, es la gran estrella ausente de este concierto (se había tomado un par de años para sus proyectos solistas), reemplazado con solvencia por el joven Tom Brislin (teclados).
Los bises son a todo ritmo, con “Owner of a lonely Heart” y “Rondabout”, ya con los músicos de la orquesta bailando en el escenario, en homenaje a esta música grandiosa que todavía sigue sonando, bella y profunda, pese a cierto desconocimiento por parte de las generaciones actuales.
Si los jóvenes de hoy no escuchan una música más elaborada no es porque sean menos despiertos o sensibles al arte; el tema es difícil de analizar y nos llevaría a terreno sociológico, pero pareciera que vivimos en una cultura que promueve la simplificación de las personas. Cada vez empleamos menos cantidad de palabras, por lo que nuestros pensamientos se empobrecen. Nuestros registros emocionales se socavan también: antes las personas parecían registrar un mayor caudal de emociones. Hoy por hoy o estás bien o estás mal, muy poca gente sabe distinguir tristeza de nostalgia, esperanza de alegría, o culpa de enojo.
Con la música sucede algo parecido: cada vez música más simple, menos acordes, menos textura, menos poesía.
Yes Simphonic Live, música para regalar o regalarse en tiempos navideños, tiempos de espiritualidad y resurrección. Yes, un poco de música, poesía y optimismo.



domingo, 13 de diciembre de 2009

Cine - El Corredor Nocturno


El corredor nocturno. Dirigida por Gerardo Herrero y basada en la novela homónima del escritor uruguayo Hugo Burel.

La historia no es nueva. Eduardo (interpretado por Leonardo Sbaraglia) es abordado en un aeropuerto (paradigma del lugar de tránsito) por un personaje (Conti, Miguel Angel Solá) que luego de presentarse en forma amigable va, poco a poco, inmiscuyéndose en su vida para finalizar con un acoso insoportable.
El corredor nocturno del título es Eduardo, un ejecutivo avasallado por las presiones del trabajo que sale a correr por las noches, quizás como descarga. Eduardo corre, pero no es el trote sano, recomendable para mantener el cuerpo saludable, no, el tipo corre desesperado, a los santos piques. La película salpica, con reiterados planos de Sbaraglia corriendo a toda máquina, la historia del ascenso de Eduardo como ejecutivo de una multinacional. Asciende en la empresa y desciende en relación a lo humano.
Otra acepción de la palabra corredor es también pasillo, pasadizo, en este caso hacia lo oscuro. La película es lúgubre, la iluminación está trabajada de ese modo, el gris es la gama predominante.

Conti podría ser el enviado de los nuevos dueños de la compañía o podría ser, apenas, una voz introyectada en la psiquis de Eduardo (Sbaraglia). Conti sería algo así como una falsa voz de la conciencia, en este caso, la voz del sistema, que lo urge a desprenderse de sentimientos de culpa y planteamientos éticos como así también de sus emociones, elementos contraproducentes para la función que el sistema requiere.
Muchos años después de popularizada la frase “el enano fascista”, Conti vendría a representar algo así como “el yo capitalista” que no se si todos llevamos adentro pero que, de algún modo, la cultura en que vivimos parece promover.
Un capitalismo que pregona, la prisa. Correr, correr, correr. Todo debe hacerse rápido, si te duele algo te tomás una pastillita y seguís a delante, producir, ascender, consumir, siempre más.
Eduardo es un tipo común (por algo le han puesto un nombre común: Eduardo López), presionado por el trabajo, desatiende su familia y guarda no poca basura bajo la alfombra. Se muestra humano, sufre todas sus contradicciones, las padece, intenta descargarse en esas corridas desenfrenadas o limpiarse en esa ducha que toma cada tanto.
Conti (excelente interpretación de Miguel Angel Solá), se muestra frío, imperturbable, nada parece alterarlo, es una máquina que se dirige a un objetivo.

La elección de la profesión de la esposa de Sbaraglia (psicóloga) parece más bien un guiño que afirma la existencia de Conti como una especie de instancia psíquica. No parece tener esto otra justificación, ya que por lo que muestra la película, la esposa podría haber sido ama de casa, arquitecta o decoradora sin que nada cambiase en la estructura narrativa. Este personaje es uno de los puntos flojos de la obra: se menciona que es psicóloga pero no se la muestra en su trabajo ni tampoco parece participar del ambiente intelectual característico de la profesión, se la ve, en cambio, como una mujer común, superficial, no muy sagaz, que se termina acomodando a lo que venga con tal de mantener la ilusión familiar.
La inquietud que se logra al comienzo, con las paulatinas intromisiones del personaje de Conti en la vida de ejecutivo, se va perdiendo en la medida en que la película se va explicando a si misma, revelándose de a poco como una fábula moral. De tanto aplastar cabezas, el protagonista termina aplastando su propia humanidad. Y algunos símbolos que asoman en la obra como la serpiente, símbolo bíblico de la corrupción, parecen un poco forzados.
¿El corredor persigue el éxito o el éxito lo persigue a él? Porque el éxito, entendido aquí como el cargo más alto implica un grado altísimo de deshumanización.
Al finalizar la película, parece aclararse que Conti es Eduardo, es un otro que lo habita, se ha hecho carne en él. La película equipara el éxito con la enajenación. Puede que al espectador no le resulte tan claro si Eduardo se convierte en un tipo exitoso, en un tipo enfermo o en ambas cosas. Que lo exitoso sea enfermizo no habla muy bien que digamos de nuestra cultura.