jueves, 30 de junio de 2011

Fotografía - Marc Ferrez

Marc Ferrez (1843-1923) está considerado como uno de los pioneros de la fotografía brasileña. Hijo de un francés emigrado al Brasil, se dedicó a esta actividad incipiente hasta terminar constituyéndose en fotógrafo de la marina imperial.


Estamos hablando de una época en la que la fotografía se consideraba como un medio privilegiado para reproducir la realidad y apenas comenzaban a vislumbrarse sus posibilidades artísticas. En este contexto, Ferrez retrató la vida en el Brasil de aquellos tiempos: el trabajo esclavo, los primeros tiempos de industrialización, la explotación minera, la construcción de caminos y los paisajes de Rio de Janeiro, con sus bahías desiertas y sus bosques vírgenes, que vistos hoy, parecen representar una especie de paraíso perdido.



Todo esto puede verse en el Museo de Arte Hispanoamericano hasta el 21 de agosto en Suipacha 1422, lugar muy apropiado para esta muestra ya que su arquitectura colonial, aún rodeada de rascacielos, facilita sumergirse en un pequeño viaje al pasado.
Hay una fotografía en particular que me ha llamado la atención. Se trata de la inauguración de un túnel en la que podemos ver al Emperador y comitiva sobre la entrada misma del conducto y también a un grupo de gente del pueblo en otro plano. Ignoro si se trató de un efecto voluntario perseguido por Ferrez, pero es notorio que los rostros del Emperador y su entorno de poderosos se encuentran perfectamente delineados, mientras que las caras de la población anónima aparecen en un fuera de foco que imposibilita la distinción individual. Me pregunto si no nos encontramos aquí, ante un momento histórico, en el que la fotografía comienza a perfilarse como obra de arte, abandonando la ingenua pretensión de reproducir una realidad objetiva. Invito a que la vean y juzguen ustedes mismos, de 14 a 19 de martes a viernes y de 11 a 19 sábado y domingo; apenas un peso es el valor de la entrada.


jueves, 23 de junio de 2011

Escultura - Louise Bourgeois

Louis Bourgeois es una de las artistas que mejor puede ejemplificar las posibilidades terapéuticas del arte. Tuvo una relación muy compleja con su padre, de quien son conocidos los desplantes a la madre y la relación amorosa con la niñera. Cuentan que de niña, mientras su padre hablaba, fanfarroneando y haciendo alarde de lo grandioso que era, ella comenzó a modelar en pan la figura del padre y una vez que la tuvo lista se puso a rebanarle partes con el cuchillo. Allí podrían situarse sus inicios en la escultura: el arte como función sublimatoria. Otra persona, ante un contexto similar, podría haberse visto tomada por la ira; Bourgeois logró canalizarla a través del arte.


Su familia trabajaba en la reparación de tapices, que en aquella época se usaban para revestir las paredes de las casas. En contacto con el suelo, los tapices solían gastarse en el borde inferior, por lo que a las figuras, en general, le faltaban los pies. Cierto día se ausentó el dibujante a cargo de dichas reparaciones y la madre de Bourgeois le preguntó a ella, dado que tanto le gustaba dibujar, si no se animaba a reemplazarlo. “Dibujé el primer pie a pedido de mi madre y luego me volví experta en pies. Hasta hoy, dibujo muchísimos pies. (…) Y eso también me enseñó que el arte es interesante y puede ser muy útil. El arte puede reparar”. El arte puede reparar y hacer que una persona se mantenga en pie en vez de sucumbir.



Fundación Proa trajo a Buenos Aires una muestra de las obras de Louise Bourgeois.


En la calle, frente al museo y a metros de Caminito en el barrio de La Boca, nos recibe una gigantesca araña ("Maman"), tejedora como la madre de Louise, de novecientos kilos sostenidos en el aire por ocho diminutas patas. Una vez dentro, encontramos una primera sala en penumbras, con otra araña, grande aunque no tanto como la de la calle, encerrando entre sus patas una jaula en la que vemos restos de tapices, las ventosas de vidrio con las que Bourgeois intentaba aliviar los broncoespasmos de su madre y una serie de restos de la infancia. Araña que protege y a la vez encierra. Ambivalencia que observaremos en muchas de sus obras como “Arco de histeria”, figura humana sin cabeza, enigmática, una prominencia en la zona genital aparenta indicar un hombre y se ofrece como cuestionamiento a esa idea añeja que adjudica la histeria a las mujeres. El psicoanálisis ha demostrado que la histeria es una posición que puede ser tomada por un hombre.

La muestra se llama “El retorno de lo reprimido” y consta de 86 obras que el curador Philip Larratt-Smith designa como “equivalentes plásticos” de los estados psicológicos de la artista.

Comentar todas las obras excede las pretensiones de esta nota pero hay algunas que no pueden quedar sin mención. Una de ellas es “Red Room (Parents)”. Se trata de una instalación que simula una habitación matrimonial que apenas nos es permitido espiar. Podemos asomarnos por una puerta entreabierta y vemos parte de la cama, una almohada con la inscripción “Yo te amo” escrita en francés. Una cadena nos impide el paso y tenemos que inclinarnos para observar. Ayuda a la comprensión de la obra, el saber que su padre había contratado una profesora de inglés para que la instruyera en dicha lengua. Esta institutriz, llamada Sadie, se convirtió en amante de su padre y vivió en la casa de la familia durante muchos años. La mezcla de francés e inglés en las inscripciones de esta instalación viene a dar cuenta de este contexto, en el que una amante del padre es quien le enseña otra lengua distinta a la materna. Podemos rodear la obra y asomarnos por otra rendija donde sucede algo parecido. Unos espejos reflejan parte del interior. La obra reconstruye la mirada de la niña que percibe a pedazos lo que su padre hace con su madre y con su amante, transmitiendo esa sensación de mirada parcial, de cosa velada, de criatura que espía, cuya mirada podríamos adivinar en otra obra: “Rechazo” en la que una cabeza decapitada esculpida en tela lleva la inscripción “Rejected” en su nuca. En una de las puertas entreabiertas de “Red Room (Parents)” se lee: “Fermez la Porte S. V. P.” (Cierre la puerta por favor), donde resulta ambiguo definir si el pedido proviene del padre o de la hija. Ambivalencia que también destaca en el pañuelo bordado con la leyenda “He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte: fue maravilloso.” Bordado que remite a su madre tejedora, a la araña, a los tapices de su infancia, a una escritura que marca identidad y al arte que hizo posible la supervivencia.



Otra de las obras que llaman la atención es “El reto II”, una especie de estantería repleta de piezas de cristal. La obra transmite la sensación de fragilidad; todo aquello puede hacerse trizas en cualquier momento pero, a la vez, existe un orden que lo impide; equilibrio trabajoso, similar al que Louis Bourgeois logró gestionar con su arte, equilibrio que le permitió sostenerse en vida, anudando a lo largo de su obra el nudo fallido del pasado.

sábado, 4 de junio de 2011

Música - ASIA en Buenos Aires

El rock sinfónico es un movimiento musical muy interesante, iniciado en la década del setenta, cuando una serie de músicos con formación de conservatorio decidieron dedicarse al rock and roll. Esto dio lugar a un cóctel de composiciones basadas en formas sinfónicas, obviamente mucho más elaboradas que las canciones pop o rock tradicionales, pero ejecutadas con guitarras eléctricas, sintetizadores y demás instrumentos típicos del rock. De este movimiento formaron y forman parte bandas emblemáticas como Yes, Pink Floyd, King Crimson, Emerson Lake &Palmer, Genesis y otras.
Este tipo de música, caracterizada por temas largos, plagados de cambios de ritmo y momentos instrumentales, puede resultar difícil de asimilar para el oído contemporáneo, acostumbrado a canciones monocordes, con unas pocas estrofas que preparan un estribillo insistente. Para quienes quieran iniciarse en el rock sinfónico, ASIA constituye una excelente puerta de entrada, ya que sus canciones no son tan largas ni sus letras tan misteriosas, suelen tener un estribillo que las emparenta con la música más comercial pero a la vez, cada tema tiene sus cambios de tempo y un entramado instrumental muy refinado que las separa de la música descartable con que el mercado nos bombardea. La música de ASIA no es descartable, no cansa, se puede escuchar mucho tiempo y siempre se descubre algo nuevo. Se trata de una banda formada por músicos virtuosos, casi una especie de seleccionado del rock: Steve Howe, el famoso guitarrista de Yes; Geoff Downes, actual integrante de Yes, en teclados; John Wetton, ex-King Crimson, en voz y bajo y Carl Palmer, baterista de ELP, uno de los mejores del mundo.



El 21 de mayo, en el marco de su gira americana, dieron un inmejorable concierto en el Teatro Colegiales de la ciudad de Buenos Aires, en el que llamó la atención la cantidad de público adolescente mezclado entre el público más adulto que caracteriza los recitales sinfónicos. Hasta el grupo soporte, Hexatónica, del que hablaremos en otro momento, mostró un promedio de edad bastante bajo.

Con sus dos últimos discos, Phoenix (2008) y Omega (2010), Asia acumuló repertorio de sobra como para no necesitar rellenar sus conciertos con “covers” de las bandas por las que pasaron sus integrantes.

En Buenos Aires, abrieron el show con una ejecución impecable de "Time Again" que justificó el entusiasmo del público. A Wetton le cabe la frase que evoca a Gardel, porque no solo no ha perdido potencia en su voz sino que cada día canta mejor, hecho que se notaba en los últimos discos y tuvo su confirmación en vivo, donde no hay posproducción ni retoque que valga.

Carl Palmer, por su parte, dio una clase magistral de batería, no solo por el solo acrobático y juguetón que le valió una ovación a la que respondió con un “caramba, caramba” pronunciado en perfecto español. Más allá de ese momento de lucimiento personal, en estos tiempos en que los bateristas se han vuelto tan monótonos al punto de ser reemplazados por máquinas, lo de Palmer es fantástico: nunca repite el mismo golpe amén de lo estrictamente necesario, ofrece variantes todo el tiempo y mete una fuerza tremenda que hace temblar las paredes. Una vez escuché a Peter Gabriel decir que una banda solo puede llegar a ser tan buena como su baterista. En este caso, Asia no tiene límites.

De Howe ya hemos escrito aquí en otra ocasión; verlo encontrar los caminos a toda velocidad entre las cuerdas es un lujo que ya vale la entrada. Tuvo aquí también su momento en solitario, sentado con la guitarra acústica, como es casi tradición en los recitales de Yes. Downes se mostró simpático, muy ajustado en teclados y en coros, contribuyendo siempre a embellecer las canciones.


Wetton y Downes componen la mayor parte del material de Asia e interpretaron dos canciones entre ambos. La versión de “D’ont cry” superó incluso la del disco y contó con la participación del público que cantó a capella con Wetton.

Pero más allá de las menciones individuales, la banda sonó muy ensamblada, como una verdadera gestalt. En algún momento escuché decir que Asia era una especie de rejunte de grandes individualidades donde el todo no llegaba ser más que la suma de los integrantes. Si esto fue así en algún momento, la cosa ha cambiado. Asia es ahora un grupo, una verdadera banda que compone y ejecuta música de calidad que merece, a mi criterio, un teatro mayor para su próxima venida a la Argentina.