sábado, 29 de enero de 2011

Festival de Teatro Infantil - Necochea 2011

Todos los veranos en Necochea se celebra el Festival de Teatro Infantil, siendo el de este año el número cincuenta. En el mismo concursan obras de todo el país y constituye un evento interesante para palpar el estado de cosas en lo que a este ámbito se refiere.

De casi todas las obras se puede rescatar siempre algo, aunque más no sea un bichito de luz que rockanrolea con “Humo sobre el agua” de Deep Purple o un gusano que baila breakdance. Los chicos suelen divertirse y, en algunos casos, los grandes también.

En líneas argumentales, no hay demasiadas novedades: reversiones de clásicos como el Mago de Oz por ejemplo y cantidad de historias con moralejas para chicos como la de la hormiguita rebelde que no quiere trabajar y pasa una serie de penurias hasta que comprende que no hay nada mejor que reintegrarse al trabajo del hormiguero. El tema en el que más se insistió en las obras de este año pareció ser el de la mentira, lo cual acarreó algunas contradicciones, como la generada por la funcionaria quien, luego de ponderar el valor del mensaje sobre la importancia de no mentir, utilizó el gastado recurso de decir que no había preparado discurso para luego destaparse con una andanada de citas y datos memorizados.


De todos modos, y por suerte, siempre hay artistas dando vueltas. En esta ocasión quiero destacar a Emiliano Dionisi, director de “Papanatas”, una de las gratas sorpresas del festival. La obra, basada libremente en “El atolondrado o los contratiempos” de Moliere tiene el mérito de desatar la risa tanto de grandes como de chicos, cosa nada sencilla. Dionisi lo logra a través de un fluir interdisciplinario que hilvana buenas actuaciones con recursos circenses y una estética que fusiona el comic con el habla porteña.

El humor nace de la confluencia de Mascarilla, encarnación del “vivo” que apela a todo tipo de manipulaciones para obtener sus objetivos y Leilo, el “papanatas” del título, personaje cándido e inocente, incapaz de sostener tramoya alguna.

Papanatas puede destilar un mensaje pero nunca lo subraya, sino que lo entrega con sutileza, entre risas y piruetas.

jueves, 20 de enero de 2011

Cine - Los Santos Sucios

Luis Ortega es un artista que se nutre de fuentes muy diferentes a las de su padre (Palito Ortega, el de "La felicidad, ja, ja, ja, ja"). Lejos del facilismo de la fórmula probada, es un artista que toma sus riesgos. En este, su tercer largometraje (Caja Negra, 2002; Monobloc, 2006) no parece haber felicidad; muy por el contrario, nos presenta un mundo destruido, en el que unos personajes, bastante destruidos también, aspiran a una salida a través del cruce de un río llamado, no casualmente, río Fijman.

Jacobo Fijman fue un notable poeta argentino, injustamente más conocido por haber terminado internado en el Borda que por la fuerza de su obra. En algún momento se declaró a si mismo un santo, “pero mejor no decirlo porque no lo entenderían. Para los médicos eso es enfermedad. Y ellos no saben lo que es un santo. Solo tratan a los demás como enfermos. Se guían por los síntomas. Y otras obligaciones no tienen. En esta sociedad está prohibido ser santo”.

Los personajes que destila el film, los santos sucios, podrían ser vistos como locos que escapan del mundo, que buscan la salida definitiva en el cruce del río. Ortega elude los géneros de la ciencia ficción o el cine de aventuras y se adentra en un clima que podría aspirar a lo onírico o metafísico.

La película esta construida a partir de las locaciones. Se nota que han recorrido la provincia de Entre Rios, buscando el lugar adecuado para cada escena. La imagen está muy trabajada, cada plano revela un esmero que se nota, pero a la película le falta sustancia como para levantar vuelo. Los personajes son extraños pero no interesan demasiado, por lo que el film termina dependiendo en exceso de la puesta en escena. La imagen final es muy bella aunque toda la parte anterior al cruce del río, que ocupa casi todo el metraje, no logra despertar la emoción estética que transmitía una película como Stalker, del gran Andrei Tarkovski; film que probablemente Ortega haya tomado como referencia. La película no alcanza la espiritualidad de Tarkovski ni la pasión poética de Fijman. Los protagonistas cruzan el río, pero la película se queda a mitad de camino, y desde lejos, los observa desaparecer entre el cielo y el desierto.


De todos modos, y más allá del resultado un tanto artificioso, tenemos aquí cine de autor, de alguien que le apunta al arte, aún cuando, para mi gusto, no le pegue del todo al blanco. Habrá más flechas, seguramente.