lunes, 25 de mayo de 2009

Luis Tomasello


En la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta se exhibe, hasta el 31 de mayo, una muestra antológica del artista plástico argentino Luis Tomasello.
Lo primero que me viene a la mente al recorrer la exposición es que Tomasello tiene un estilo: las obras se parecen, tienen algo en común, una marca de autor.
Vemos un conjunto de obras en las que una serie de formas repetitivas se ubican de modo tal de producir, en el ojo del espectador, una sensación de movimiento. Esta sensación, que es casi como una vibración, es sutil, y sucede que hay espectadores que la ven enseguida y otros que regresan a sus casas sin haber percibido movimiento alguno.

Interesante. La obra se completa en el espectador; de algún modo, la obra la hace también el que la mira. Toda una reflexión sobre el concepto de obra de arte podría extraerse de esto. El cuadro no es solo el cuadro, el artista no es solo el artista, el arte muestra una continuidad, una unión artista-obra- espectador.
Otra cuestión llamativa es que para que la vibración ocular se produzca son esenciales los espacios entre las formas, es decir, los espacios vacíos. Hay una integración entre figura y fondo de modo tal que no hay obra sin una cosa o la otra.
Un último asunto me atrajo de la muestra. En la entrada hay un par de cuadros que no guardan relación con los demás. Son paisajes, muy bien pintados sí, pero paisajes reconocibles. El folleto aclara que se trata de sus primeras obras. Es decir, el estilo Tomasello es el resultado de un proceso. Comenzó haciendo paisajes como tantos y en algún momento fue encontrando su individualidad como artista.
Pienso que con el público de arte sucede lo mismo. El espectador, al igual que el artista, transita el camino de la imitación a la individualidad. Recuerdo con claridad que en mi adolescencia, iba al cine a ver las mismas películas que veían todos. Un día, por recomendación de mi profesora de literatura del colegio fui a ver “El séptimo sello” de Bergman. Después de ver esa película me dije: “Epa! Esto es lo que a mi me gusta!” y desde entonces he ido construyendo mi individualidad como espectador. Comprendo que no todos aprecien lo mismo que yo, es parte de la singularidad de cada cual. De todas formas, los invito a ver la muestra.

lunes, 18 de mayo de 2009

Tokio Blues

Permitanme comentar un libro que, desde hace varios meses, anda circulando por las librerías de Buenos Aires. Me refiero a "Tokio Blues - Norwegian Wood" de Haruki Murakami.
Comienzo citando una descripción que figura en la obra:

"La luz clara que entraba por la ventana de encima del fregadero ribeteaba vagamente su silueta."

Murakami parece intentar arrojar luz sobre la vida moderna, sobre la vida de los jóvenes de hoy; y lo que ribetea vagamente es la falta de sentido. Lo hace de refilón, quizás la única forma de abordar ciertas verdades. El libro revolotea alrededor de la muerte.

En 1930 Freud publicó su ensayo "El malestar en la cultura". Freud fue un gran escritor pero no escribía novelas. Tokio Blues es una novela sobre el malestar en la cultura.

"Todos somos un poco raros. Todos tenemos algo que no encaja."

La novela nos permite recorrer la ciudad de Tokio y sus cercanías, a través de varios personajes que transitan la lucha entre la pulsión de vida y la de muerte. El recorrido se realiza con sutileza.

En la visita a un enfermo agoizante, el protagonista se pone a comer un pepino que termina compartiendo con el enfermo.

"El curioso crujido que se escucha al mascar un pepino." Es el crujido de la muerte.

Hay una cadena de suicidios y también personajes que deciden vivir. La distancia entre ambos grupos es mínima. Las similitudes y diferencias entre ambos se van virtiendo con naturalidad y en cuentagotas.

"Mi hermana llevaba una blusa blanca... Sí, una blusa sencilla, como la que llevo puesta ahora..., llevaba una falda gris, y las puntas de los pies apuntaban hacia abajo, igual que que en ballet te pones de puntillas. Entre las puntas de los dedos de los pies y el suelo había un espacio de unos veinte centímetros."

Es una novela que tiene una interesantísima construcción de personajes. Mientras estás leyendo el libro, podés verlos por la calle, rodeándote, cerca tuyo. Cualquiera de los que ves por ahí, deambulando por la ciudad, puede ser Watanabe, Naoko, Reiko, Nagasawa, Tropa-de-asalto, Kisuki, Hatsumi o Midori; incluso uno mismo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Feria del Libro


Después de horas caminando y esquivando gente entre los stands en busca de un poco de arte en formato libro, lo primero que uno saca en claro es que duelen las piernas.
Es grande la feria; grande y laberíntica. Me alegra que vaya tanta gente, que la gente lea, aunque los libros más leídos sean de una calidad cuando menos cuestionable. Hoy por hoy que alguien lea ya me parece bastante. ¿Estaré muy conformista?
La sonrisa se me borra cuando en la Editorial Kier me topo con un libro cuyo título anuncia prácticamente el fin del mundo para el 2012. Lo hojeo un poco y leo que el polo norte va a pasar al polo sur y viceversa lo que acarreará terremotos y desastres de todo tipo. Al lado, otro libro (de otro autor) anuncia lo mismo.
¡2012, falta nada! Miro a mi alrededor y la gente no parece preocuparse. Hasta el propio vendedor sonríe como si nada. Cuando en otro stand, encuentro un tercer libro sobre el mismo tema, me inquieto un poco.
Parto entonces en busca de alguna lectura espiritual. El Baghavaad Gita es un libro pequeño, lo tengo en casa. Por eso, me extraña verlo en un tamaño enciclopédico. Un librazo gordo. ¿Qué pasó? ¿Es el Baghavaad Gita actualizado? ¿En la India hay tanta inflación? Me acerco y leo que es una edición comentada. Pienso en comprarlo pero es tan largo que no voy a terminar de leerlo antes del 2012.
Por allí hay una cola toda de mujeres. Está firmando libros Florencia Bonelli. Nunca leí nada de ella por lo que no puedo emitir comentario. Unos stands más allá, otra cola, también toda de mujeres. Está firmando Ari Paluch. Tampoco leí su libro, me bastó escucharlo por radio. A Paluch se lo ve contento, parece ignorar lo del 2012.
Los libros de autoayuda florecen por doquier. Me pregunto si se llamarán de “autoayuda” porque al único que ayudan es a su autor. Luego de “Gente Tóxica”, ahora tenemos “Emociones Tóxicas” y luego vendrán probablemente: “Pensamientos Tóxicos”, “Padres Tóxicos”, “Madres Tóxicas”, “Relaciones Tóxicas”, “Creencias Tóxicas”, “Situaciones Tóxicas” y “Escritores Tóxicos”.
Otra titulación fácil se da en el ámbito de la sociología de la mano de Baumann. Empezó con “Modernidad líquida” y ya tenemos “Vida líquida”, Amor líquido”, “Tiempos líquidos” y “Miedo líquido”.
Por eso, valoro los títulos un poco más originales del tipo: “Cómo evitar casarse con un boludo” (aunque no me crean, el libro existe, lo pueden hojear en la feria); “Curación del aura a través de plumas poderosas”; “Mira A Tu Suegro Y Entérate Como Será Tu Marido: Guía Para La Enamorada Imprudente”, “E-mails desde el cielo” (en un stand de una congregación religiosa). ¡Ah! Hay un libro de Mauro Entrialgo titulado “Cómo convertirse en un hijo de puta” pero, lamentablemente, está agotado.
En una de las salas está Junot Diaz, dominicano emigrado a los Estados Unidos, autor de “La maravillosa vida breve de Oscar Wao”, que le valió recientemente el premio Pulitzer; y el stand de los países nórdicos está repleto de los policiales de Hennig Mankell, otro de los extranjeros visitantes de la feria.
Mezclado con todo eso, casi desapercibidos pasan Flaubert, Dostoievsky, Hesse, Thomas Mann, Borges, Pizarnik, Murakami, Saramago, y otros más por descubrir.

lunes, 4 de mayo de 2009

Seda

Y hablando de seda…

Seda, del italiano Alessandro Baricco, es una novela corta (creo que le va mejor que “cuento largo”), de pocas palabras, pero en la que cada una de ellas parece ocupar un lugar preciso. Como ejemplo, me limito a citar que, al precisar la época en que transcurre el relato, se menciona que por aquel tiempo Flaubert estaba escribiendo “Salammbo”. La mención no es gratuita sino que funciona casi como una pista. En “Salammbo”, se cuenta la historia de un amor imposible entre una sacerdotisa de Cartago y un mercenario que ataca la ciudad. Aquí, tenemos un mercenario francés que viaja a Japón, lugar hasta aquel entonces cerrado a los extranjeros, para conseguir gusanos de seda, ya que una peste afecta a los gusanos europeos.

“Lo hacían desde hacía más de mil años, según ritos y secretos que habían alcanzado una mística exactitud. Lo que Balbadiou pensaba es que no se trataba de una leyenda, sino de la pura y simple verdad. Una vez había tenido entre sus dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener la nada entre los dedos.”

El libro se lee rápido, la prosa tiene la liviandad de la seda y quizás, su consistencia.
La seda es un producto natural que el hombre ha intentado, inútilmente, producir a través de métodos artificiales e industriales. Ninguno de los intentos de producir seda artificial ha logrado la resistencia, elasticidad, finura y conservación del calor. El hombre no puede igualar al gusano.


La obra está escrita en espiral, Hervé Joncour, su protagonista, viaja repetidas veces, pasando por los mismos lugares, pero acercándose cada vez más hacia un centro que no develaremos aquí.
Creo que la obra merodea la nada, el vacío, eso que siempre falta, eso que nunca se alcanza. Ese vacío constitutivo del ser humano que nos mantiene en acción. Si nada nos faltara, nada haríamos.