martes, 30 de noviembre de 2010

YES en Argentina - El cambio perpetuo

YES
El concierto generaba expectativas de todo tipo, un poco por la ansiedad de ver en nuestro país a una legendaria banda, pionera del rock progresivo; como también por las dudas sobre cómo funcionarían los reemplazos, sobre todo el de Jon Anderson.
Algunos argumentaban que sin Anderson ni Wakeman padre, ya no sería YES; otros hablaban de “medio YES” y se miraba con desconfianza al nuevo cantante. Si esto sucedía entre los supuestos admiradores del grupo; ni que hablar de los demás, aquellos acostumbrados a tildarlos de dinosaurios o pretenciosos.

Acusar a un músico de dinosaurio es un disparate que no tiene sostén; dado que se lo está acusando de portación de años, como si la música fuera posible hasta un determinado momento de la vida. Si Beethoven hubiera abandonado la música a cierta edad, hoy no tendríamos la novena sinfonía.

Lo de pretenciosos es un mote que intenta ser descalificador cuando, si lo tomamos desde cierto punto de vista, podría ser visto, en verdad, como un elogio. Estos tipos no se conformaron con repetir las fórmulas musicales establecidas; fueron más allá, investigaron, exploraron, se formaron. Todos los integrantes de YES son músicos virtuosos, tienen formación de conservatorio, no están limitados a tocar lo que les sale, pueden tocar lo que quieran y han pretendido ir más allá del hit pegadizo de tres minutos, generando una carrera que, si bien tuvo su apogeo en la década del setenta, se ha extendido por más de cuarenta años. Después ya la cosa pasa a ser cuestión de gusto, de sensibilidad, de apreciación personal. Hay gente a la que le gusta y gente a la que no.


La cuestión es que estos “dinosaurios pretenciosos” dieron una lección de música en su paso por la Argentina, donde tocaron en Rosario, Córdoba y Mendoza, además de los dos conciertos en Buenos Aires, superando con creces las expectativas.


No hubo escenografía diseñada por Roger Dean ni la suite Pájaro de Fuego de Stravinsky para recibirlos. Los músicos entraron caminando, como panchos por su casa, se acomodaron y ni bien comenzaron con Siberian Kathru, supimos que YES estaba allí. Hubo algún desajuste de sonido que quizás no haya sido percibido por la audiencia, pero Howe se encargó de resolverlo con los técnicos sin dejar una sola nota por tocar. La atención del público estaba puesta en el cantante Benoit David, recibido con cautelosos aplausos primero y ovacionado al promediar el show luego de “romperla” en Heart of the Sunrise, donde llegó a todos los agudos que el tema requiere con una potencia que dejó conformes a todos.


Es cierto que YES ha tenido una voz emblemática en Jon Anderson, apenas ausente en uno de los veintisiete discos editados por la banda; y también que, en los años de madurez había logrado en escena una presencia casi sacerdotal. Puede que haya extrañado, entonces, verlo a Benoit moviendo las manos al compás de la música, vestido con un chalequito o enfundado, al final, en la camiseta argentina. Personalmente me resultó muy acertada la gestualidad con que acompañó el final de And you and I, levantando los brazos al tiempo que la música se elevaba hacia la estratosfera.

And you and I es una hermosa canción de amor; a mi criterio, una de las pocas que existen, ya que las que acostumbramos llamar así, no son canciones de amor sino de enamoramiento, en todo caso, la primera etapa de lo que podría llegar a ser el amor. Aquí, otra vez, han ido más lejos que el resto, apuntando a la unión espiritual posible entre dos seres, muy posterior a la etapa del enamoramiento, los celos y el “no puedo vivir sin vos” con que nos edulcoran la mayoría de las canciones. Este tema es sublime y así lo interpretaron.



Para esa altura ya habían tocado I’ve seen all good people, casi un himno, compartido esta vez por varias generaciones ya que, además de padres que llevaron a sus hijos se vieron muchos jóvenes que asistieron por su cuenta, rompiendo el estereotipo de publico cuarentón o cincuentón con el que la prensa suele describir a la buena gente que sigue al grupo. También Tempos Fugit, canción presentada por Squire, quien se tomó el trabajo de anunciar que tocarían dos canciones de Drama (el único disco en el que no había participado Anderson), obra que no solían interpretar en vivo. Volvieron a sorprender luego con Astral Traveller, tema de Time and a Word, segundo disco de la banda, editado en 1970. Pese a ser un tema de los inicios del grupo, donde apenas se insinuaba lo que lograrían más adelante, la canción sonó renovada y muy integrada al resto del repertorio, solo de Alan White incluido. Una gran interpretación y otra prueba más de que la música de YES viene superando con holgura el paso de los años. Machine Messiah, el segundo tema de Drama que ejecutaron, fue otro de los platos fuertes de la noche, en particular por ser una canción que no tocaban desde hacía años.

Luego llegaría el turno de Perpetual Change, tema de The YES Album, de 1971, cuya poesía vino a remarcar el mensaje del grupo en estos años.


And one peculiar point I see,
As one of many ones of me.
As truth is gathered, I rearrange,
Inside out, outside in, inside out, outside in,
Perpetual change.


Ante la ausencia de Anderson, Squire y Howe se repartieron el protagonismo al momento de comunicarse con el público. Ya cuando el notable guitarrista, gritó “alright” al término de Siberian Kathru, alguien del público supo despertar sonrisas al exclamar: “¡Epa! Steve Howe habla!”. El propio Howe se encargaría de presentar “una canción de los ochenta”, antes de arremeter con Owner of a lonely heart, el gran hit del grupo, tema que suelen menospreciar los fanáticos por ser el registro más pop de la banda. Convengamos que cuando se propusieron hacer un tema pegadizo, para recuperar algo de popularidad en una década poco propicia para los temas largos, pudieron hacerlo sin banalizarse. Owner… compitiendo en la categoría “canciones con estribillo” les gana a todos los especialistas en el asunto. La letra, además, no es para despreciar. Con aire chamánico, incita, nada menos, que a salirse de la masa y hacerse cargo del libre albedrío.

Por supuesto, hubo tiempo para deleitarse con un set acústico de Howe y para saltar y cantar en Roundabout, con Benoit ya en plena comunicación con el público.

Starship Trooper es un tema ideal para terminar un recital, aquí con la banda sonando a pleno, Howe cambiando de guitarras como en casi todo el concierto y Squire dándole al bajo de tal forma que te hacía vibrar el pecho.

Párrafo aparte para Oliver Wakeman. Tocó las partes de su padre con precisión y agregó algunos toques de buen gusto, aunque su bajo perfil lo haga pasar un poco desapercibido.

Luego de esta gira, anunciaron que dedicarán el 2011 al lanzamiento de un nuevo disco, con la misma formación que vino al país en el marco de “In the present tour”.


YES estuvo en la Argentina. YES en el presente. Se renueva el grupo y el público. El tiempo pasa y la música permanece. YES y el cambio perpetuo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Música - Carl Palmer Band

Confieso que cuando me enteré de su visita surgieron algunos prejuicios. ¿La música de Emerson Lake and Palmer solo con Palmer? Pensé (esto no es pensar, es una idea prejuiciosa que se dispara en la cabeza) que el hombre vendría a ganarse unos mangos a Sudamérica, aprovechando los resabios de una fama un tanto perdida en el tiempo.
La desconfianza se fue apaciguando al encontrar en YouTube algunos videos de la Carl Palmer Band que mostraban fragmentos de show más que interesantes; y terminó de desvanecerse por completo apenas comenzado el espectáculo.

Palmer puso sobre el escenario todo lo que tiene. Y tiene mucho. Energía, furia, música, virtuosismo, humor, simpatía y hasta el esfuerzo de hablar casi siempre en español. No tenía un papel en el piso como McCartney. ¿Dónde aprendió este “muchacho”? En la presentación de Trilogy, se permitió bromear sobre la tapa del disco: “El de la derecha, soy yo, el más guapo” y en español calificó a “Love Beachcomo un “disco muy malo, culpa mía también”. “¿Quieren más? Yo también” declaró promediando la noche.

Era Carl Palmer, el mejor baterista de rock del mundo, uno iba preparado para un solo de batería, pero el que hizo en “Fanfarrea para el hombre común” fue lo mejor que he visto en mi vida. Todos los sonidos que se le pueden sacar una batería, uno detrás del otro en perfecta armonía. Tremendo. Me llamó la atención la actitud de este músico brillante. No se le vio una postura circense del tipo “miren todo lo que puedo hacer”. No, lo hizo con una disposición más bien lúdica. Palmer jugaba con el instrumento, se divertía él y se compenetraba de modo tal que la música parecía llevarlo a otro estado como si hubiera entrado en trance.

Pero Palmer no vino solo. El nombre “Carl Palmer Band” estuvo lejos de ser un eufemismo. Son una banda en serio. Simon Fitzpatrick lució muy seguro en el bajo y hasta le dio un descanso a Palmer haciendo “Rapsodia Bohemia” de Queen, toda completita, con los coros incluidos, todo con el bajo. ¡Notable!

Ni hablar de Paul Bielatowicz. Apenas apareció por el escenario, flaquito, bajito, parecía un nene. Ni bien empezó a tocar ¡qué nene! Hizo suya la guitarra, se paseó por todos los registros, tocó limpio sobre el silencio, jugó con las posibilidades de los pedales, un pichón de Steve Howe, un nerd de la guitarra. Nunca un acorde de fogón, no, los dedos recorriendo las cuerdas a toda velocidad encontrando siempre su camino. Todo lo que Emerson tocaba en los teclados lo hizo Paul en su guitarra, nota por nota. ¡Un hallazgo!

La ejecución de “Cuadros para una exposición”, basada en la obra de Mussorgsky, con imágenes del Acorazado de Potemkim por detrás, fue quizás el pico más alto de un show sin fisuras, en el que también se destacaron "Hoedown", “Tarkus”, una versión rockera de “Carmina Burana” y la más conocida del “Cascanueces” de Tchaikovski. “Cuadros”, en particular, es una de las piezas más sublimes que ha dado el rock sinfónico y la ejecución de la Carl Palmer Band no hizo más que resaltarla.

En el teatro hubo mucho fervor del público, y admiración también ante lo que llegaba desde el escenario, pero no estaba lleno del todo. Quedaron varias butacas vacías que supimos aprovechar los que estábamos atrás para acercarnos al escenario, butacas que que podrían haber ocupado otros que también habrán dudado de la jerarquía de lo que se ofrecía y, esta vez, se dejaron ganar por los prejuicios.


Los prejuicios parten de la ignorancia y se disuelven abriéndose a la cosa en sí. Ojalá vuelva a repetirse un show así en Buenos Aires… y ese día, a llenar el teatro.

Paul MCCartney - Cosecharás lo que has sembrado

Antes incluso de llegar al país, ya tenía todas las entradas vendidas y al público comprado. A un hombre de semejante trayectoria en el campo de la música popular se le hubiera perdonado todo. Podría haber salido a escena solo con una guitarra, sin banda, sin luces, haber tocado una hora y se hubiera retirado con más dinero y quizás los mismos aplausos; pero no lo hizo.
Paul McCartney montó una obra de ingeniería en el escenario, con una iluminación pocas veces vista, unas pantallas y un sonido que permitieron disfrutar del show al que estaba allá lejos en la popular con la misma intensidad que el que estaba en la fila uno. Y tocó tres horas sin parar. ¿Alguien lo vio tomar un vaso de agua? Se esmeró en hablar en español, leyendo unos papeles en el piso; y hasta dirigió el coro del público en “Hey Jude”: “Ahora solamente los hombres, ahora las mujeres, ahora todos juntos”.
Trajo una banda de eficientes músicos, con el virtuosismo justo como para que el foco no se fuera nunca de lo más importante: las canciones. Músicos que tocaron y se divirtieron, haciendo también reír al público, como el enorme batero bailando durante “Dance Tonigth”.
Los Beatles son los padres del rock. Abrieron caminos que muchos todavía intentan copiar y algunos han sabido recorrer y profundizar. Como se dice hoy en día, McCartney es un “grosso” y dio en la cancha de River un verdadero “concerto grosso”. Se llevó del público todo el afecto imaginable por supuesto, pero el hombre no vino solo a cosechar. Paul McCartney a los sesenta y ocho años sigue sembrando.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Música – Vuelve YES a la Argentina!!!

El 19 de noviembre en el Luna Park de Buenos Aires, el 21 en Rosario y el 23 en el Orfeo de la ciudad de Córdoba, vuelve a tocar YES en la Argentina luego de su concierto del 2003 también en el Luna.

Para los despistados, aclaro que YES es una banda única, aunque su estilo suele catalogarse como rock sinfónico y emparentarse con Pink Floyd, Genesis, Emerson Lake & Palmer y King Crimson. Sus integrantes son músicos con formación de conservatorio que decidieron, allá por los años setenta, explorar las posibilidades del rock. Estos tipos no se quedaron en las fómulas ya establecidas; fueron más allá. Como resultado encontramos piezas largas, de estructura sinfónica, combinadas con la potencia rockera. Otra de las particularidades de YES es la espiritualidad que han logrado transmitir en su música y en la poesía de las letras.



A otro tipo de desprevenidos les cuento que no viene Jon Anderson; lo cual no es un detalle menor tratándose de la voz y, para muchos, el alma del grupo. Debido a unos problemas de salud, le han encontrado, desde el 2008, un reemplazo sobre el que estarán puestas las miradas de los seguidores argentinos de la banda. Anderson se recuperó pero el reemplazo quedó. Se trata de Benoit David a quien Chris Squire encontró en un video de You Tube. David cantaba en una banda canadiense que hacía tributo a la música de YES y parece que tiene un registro vocal muy parecido al de Jon Anderson. Será cuestión de comprobarlo en el Luna, aunque agrego al final un video como para ir teniendo una idea.


Tampoco viene Rick Wakeman, pero en este caso la ausencia duele un poco menos porque lo reemplaza su hijo Oliver, quien tiene una más que interesante carrera solista.

Por supuesto estarán los históricos Alan White, Chris Squire y … Steve Howe, el guitarrista más virtuoso que he visto y oído en mi vida, el cual solito ya vale el precio de cualquier entrada.


La formación que tocará en nuestro país, mezcla de históricos y sangre joven, será entonces la siguiente:


Benoit David (voz)

Oliver Wakeman (teclados)

Alan White (batería)

Chris Squire (bajo)

Steve Howe (guitarra)






Se agregaron nuevas fechas, el 3/12 en el Gran Rex y el 4/12 en Mendoza.

sábado, 30 de octubre de 2010

Cine - El hombre de al lado

Mariano Cohn y Gastón Duprat me habían sorprendido el año pasado con “El artista”, película que he comentado en este mismo blog. Entonces, la avidez por descubrir autores, en un cine cada vez más despersonalizado, me llevó al estreno de “El hombre de al lado”.
La anécdota de la película podría resumirse de la siguiente forma: un diseñador exitoso que vive con su mujer e hija en la única casa que Le Corbusier construyó en América latina ve perturbada su existencia el día que un vecino (Victor, interpretado por Daniel Aráoz) decide abrir una ventana en la medianera que comparten.
Lo que empieza como un conflicto vecinal va derivando, a partir de la mirada corrosiva de los directores, hacia otros territorios mucho más interesantes.
La puesta en escena del film nos deja siempre del lado de la familia “bien”. Nos despertamos junto con Leonardo (Rafael Spregelburd) debido a los ruidos del vecino que está en infracción buscando un rayito de sol; mientras la legitimidad parece estar del lado de la familia que prefiere mantener su intimidad en la oscuridad. A Victor lo vamos viendo de a retazos, desde sus irrupciones, todas muy graciosas a partir de una actuación sin fisuras de Aráoz. También lo espiamos, detrás de Leonardo (quién temía ser espiado es quién lo hace), vemos resquicios, sombras, fragmentos de algo que se supone. Este no ver permite desatar los prejuicios que si la película muestra con algún estereotipo es porque los prejuicios son así.

Donde sí nos metemos de lleno es en la vida de esa familia que, vista de afuera y a la ligera, podría parecer feliz o exitosa, pero al abrirsenos la ventana que nos permite adentrarnos en su día a día, lo que vemos es incomunicación, impostura, hipocresía, egoísmo y un vacío existencial que no se asume.
La película trabaja cada detalle, nada es aleatorio; desde la primera imagen hasta la última, desde una inscripción en la remera de la sirvienta hasta las únicas palabras que pronuncia la hija adolescente, todo se rige por una puesta coherente con lo que se quiere mostrar.
Hay en la irrupción de Victor una amenaza, el temor a algo siniestro. A medida que lo vamos conociendo, los espectadores vemos que no tiene maldad y que, en verdad, lo siniestro yace de este lado de la ventana.
Ese otro que vive detrás de la pared es un mersa, un tipo inferior que no puede tomarse en serio. El desdén surge de la impostura de una clase cuya ética no tolera la mirada que llega desde la ventana. Ventana que es preciso cerrar para poder continuar el simulacro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Fotografía - Brassai

Brassai, es el pseudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984), artista húngaro. Estudió pintura y escultura en la Academia de Bellas Artes de Budapest. A los veinticinco años se trasladó a París, donde se interesará por las posibilidades expresivas de la fotografía y se abocará a ella hasta el fin de su vida.

En Francia se vinculará con artistas como Jacques Prevert y Henry Miller y deambularán por la noche parisina observando las cosas desde una mirada muy particular. Su serie de fotografías “París de Noche” lo convertirá en una celebridad y lo acercará a Bretón y Dalí, quienes lo invitan a colaborar en la revista Minotauro. Más tarde entablará amistad con Picasso, quién le encargará fotografiar su obra escultórica.


Estos trabajos pudieron apreciarse hasta fines de septiembre en el Museo Nacional de Bellas Artes. La cantidad de fotografías y la riqueza visual de cada una hacía imposible recorrer la muestra en un solo día.


Como ejemplo, presentamos una fotografía, de la serie “París de noche” que transmite, con un poder de composición envidiable, toda una serie de cuestiones que tienen que ver con el enamoramiento, la fascinación especular por la imagen del objeto de amor, la visión fragmentada que tenemos del otro en quien proyectamos aspectos del propio ideal a la vez que rehusamos ver su lado oscuro. La seducción como un juego de espejos captada por Brassai en “El beso” (30,5 x 23,5 cm.).




Quien haya acuñado la frase “una imagen vale más que mil palabras” probablemente haya visto alguna foto de Brassai.

lunes, 11 de octubre de 2010

Cine - Yuki y Nina

La dualidad ya viene incluida en el título al igual que la unión, el nexo, el puente. Yuki y Nina, oriente y occidente, hemisferios derecho e izquierdo, lo rural y lo urbano, la niñez y el mundo adulto. Dualidad y unión que viene también desde la dirección, ya que esta película tiene dos directores: Nobuhiro Suwa, director japonés con varios films en su haber e Hippolyte Girardot, actor francés que hace aquí su debut en la dirección.

La primera parte es una película francesa de las buenas. Yuki es una niña que podría tener unos nueve años, hija de un francés y una japonesa que se están por separar. La madre se la llevará a Japón, lo cual le deparará un cambio de vida con la implicancia de tener que separarse de Nina, su íntima amiga y compañera de colegio.


Para ambas, la separación significa el derrumbe de la amistad, y para Yuki, el de su familia y toda su vida parisina. Entre ambas apelarán primero a la imaginación para persuadir a los padres de desistir de la separación. Una fuga hacia un bosque trasladará la película no solo a otro ámbito (la naturaleza) sino a otro registro. La película se transformará en una película japonesa: menos palabras, más imagen y misterio. Pasaremos al hemisferio derecho, otro espacio, otra temporalidad.


El pasaje de un registro al otro se produce en el bosque y es de una sutileza que da ganas de aplaudir, ya que lo fantástico, irrumpe con una naturalidad tal que el espectador tarde un rato en darse cuenta.

La película vale ser vista aún sabiendo el final, ya que no procura escondernos un secreto sino mostrarnos la vida. Por lo tanto, me permito contar que el último tramo de la obra nos mostrará a unaYuki contenta, con una nueva amiga japonesa contactándose vía Internet con su padre y con Nina, con un amiguito nuevo también ella . En definitiva, la separación fue dolorosa pero no resultó ser el fin del mundo.

Cada tanto se presentan situaciones que nos aterran al presagiar la ruptura de lo vivido hasta el momento. Se trata de circunstancias que suelen paralizar a algunos y llevar a la tragedia a otros; pero también se pueden atravesar como un mar turbulento que nos terminará arrojando sobre nuevas tierras. La película muestra que de los cambios dolorosos pueden surgir nuevas formas de felicidad; como la que produce ver una obra como “Yuki y Nina”, entreverada en la cartelera porteña.


La película abre con una breve escena en un parque de París, en el cual Yuki escucha una historia sobre un lobo y un ruiseñor, de boca de un pintor ambulante; y cierra con una canción japonesa durante los títulos. Ambos elementos, a modo de prólogo y epílogo, no hacen más que redondear la riqueza de esta historia.


El lobo pudo comerse al ruiseñor pero prefirió escucharlo cantar.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Pintura - Berni - Narrativas Argentinas

Uno de los eventos más significativos del año ha sido la muestra “Narrativas argentinas”, una retrospectiva de la obra de Antonio Berni que puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes hasta el 3 de octubre.

Antonio Berni nació en 1905 en Rosario, cuna de gran cantidad de artistas argentinos, y falleció en Buenos Aires, donde suelen terminar muchos artistas rosarinos, en 1981.

Berni desarrolló su vocación desde niño y a los 14 años realizó su primera exposición. A los 18 expuso en Buenos Aires. A los 20 ganó una beca para completar sus estudios en Europa. Viajó por Italia estudiando a los maestros del Renacimiento del siglo XV y se instaló en París. Allí tomó contacto con los movimientos de vanguardia que se alejaban de la pintura tradicional que se contentaba con reflejar la realidad, tarea que pasaría, durante un tiempo al menos, a manos de la fotografía. Se vinculó entonces con los surrealistas, quienes, alentados por el “descubrimiento” freudiano se propusieron colocar al inconciente en el primer plano del arte. Tendrá Berni, entonces, su período surrealista.


Más tarde, bajo la influencia de una época de convulsiones sociales, producto de la primer guerra mundial y la revolución rusa, Berni se interesará por el rol social del artista indagando las relaciones entre arte y política.


Volverá a Rosario en 1930, momento del golpe militar a Irigoyen, de persecuciones políticas, de la creación de la central obrera y unos años más tarde, de migraciones internas. Berni abandonará las obras surrealistas y se dedicará a producir cuadros de grandes dimensiones mayormente poblados por obreros y campesinos. Berni definirá la pintura de esa época como “Nuevo realismo”, pintura que buscará reinterpretar la realidad social y política del país. Berni se emparentará en el compromiso del artista con su época, con otros artistas latinoamericanos, en especial con los muralistas mexicanos.

En las siguientes décadas recorrerá la Argentina, retratando los cosecheros golondrina, los obrajes, la peonada, las barriadas populares.


En los sesenta construirá dos personajes: Juanito Laguna y Ramona Montiel, ambos habitantes de las villas miseria, nuevo fenómeno surgido en los alrededores de las grandes ciudades de América latina. Con el primero, retratará la niñez en la marginalidad; mientras que Ramona Montiel será una chica de la villa que se convertirá en prostituta para sobrevivir. En estas series, Berni agregará a sus cuadros latas, maderas, bolsas de arpillera, plásticos, hierros, todos elementos que encontrará en el mismo ambiente que se propone retratar.


En la muestra del Museo Nacional de Bellas Artes impresionan estos collages que no pueden apreciarse en las fotos que aquí se incluyen.


Párrafo aparte merece el último cuadro de la muestra, obra sin título, hallada en su taller poco después de su fallecimiento, en 1981, obra que muestra un cadáver de mujer en la playa y un avión en el cielo. El cuadro parece aludir a los vuelos de la muerte, práctica de exterminio de personas llevada a cabo por la última dictadura militar; asunto que saldría a la luz varios años después de pintado el cuadro. Esto ha generado algunas discusiones en relación a si Berni habría tenido acceso al menos a rumores sobre lo sucedido o si habría captado algo desde su sensibilidad de artista.

Más allá de esto, queda claro, luego de recorrer la muestra, que Berni no se dedicaba simplemente a copiar la realidad social que observaba, sino que la recreaba, la reinterpretaba a través de un acto creativo basado en una mirada penetrante, y cuando escribo esto, lo hago con la imagen de uno de los cuadros, cuyo nombre no recuerdo, que muestra una cena de un hombre y una mujer pudientes. La pareja está en color, el mozo en blanco y negro. Los colores en las pieles están saturados al punto de generar la sensación del exceso. Al pie del cuadro, en la calle, también en blanco y negro yace un linyera que redondea el contraste.


La Argentina, narrada por un artista, transmite mucho más que varios libros de historia juntos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Escultura - Enio Iommi

Si en este blog venimos revoloteando alrededor del posible valor terapéutico del arte, no estaría mal detenernos un poco a pensar sobre qué es el arte en sí. Está claro que sería complicado y hasta arrogante intentar una definición plena del concepto. Parece más útil atenernos a destacar algunas visiones respecto del tema.



En este caso, empezaremos con Enio Iommi, uno de los escultores argentinos más renombrados. De hecho, el arte abstracto en la Argentina nace alrededor de 1945, con sus esculturas.La escultura dejará, en ese momento, de copiar personas u objetos y se alejará de la representación, dedicándose a la creación de formas sin otra significación que la visible.


Su producción, por ejemplo, durante los años de la dictadura, es muy interesante. Dejo que el propio autor la comente:

“Lo que hemos vivido en nuestro país me llevó a sentir de otra manera al arte. Si he utilizado adoquines y alambres fue para expresar la falta de libertad, la falta de sensibilidad del país en aquel momento. Lo expresé por medio del material porque no soy un escultor figurativo. Toda la sensación de barbarie la desarrollé con el material”.

Reproduzco a continuación fragmentos de entrevistas realizadas Iommi, en los que se explaya sobre su concepción del arte:

“Todo lo que sea manual o técnico entorpece la expresión de las ideas. Eso hay que dejárselo a los ingenieros; el artista está para poner el alma a las cosas. Con esta exposición me interesa rescatar la escala humana que se ha perdido, pero que se conserva en una ciudad como Venecia. El arte sirve para razonar sobre lo que uno está viviendo, Henry Ford jodió a la humanidad con su producción de automóviles en serie; hoy estamos rodeados de todo tipo de máquinas y yo me pregunto, ¿para qué?".



“Si no hay ironía el arte es aburrido. Por ejemplo, en Europa cuando ves un mural, la parte pasiva es Dios y la parte activa es la del diablo. Te vas a quedar con la parte del diablo, porque ahí hay de todo, y por el contrario, en la parte de Dios, bueno…, la pureza, los angelitos, todo perfecto. ¡Mentira! porque el mundo no es perfecto. En el arte yo tengo que mostrar lo que es el diablo, el diablo que te va a molestar, que te va a poner en otra situación, en otra forma de ver el mundo, de intentar mejorarlo. Pero, jamás será mejorado, siempre aparecerán Bush(es). Sí, el arte para mí es una cosa irónica. Alguien tiene que molestar; si el arte no molesta, es pasivo. Nuestra cultura se basó en la mentira y nos estamos dando cuenta y nos sentimos fastidiados.”



“Para mí el concepto de ‘arte contemporáneo’ está banalizado. Hacen esfuerzos inútiles. Los jóvenes no ‘hablan’ más, pintan para hacer plata. A mí no me interesa lo que venden, me interesa lo que hacen. Hasta que no se transforme toda la cultura artística no aparecerá nada, vamos a seguir como estamos, haciendo cosas lindas, simpáticas, para vender y adornarles la casa a estos señores. Pero una idea de vanguardia no decora, transforma la mente, incluso la del coleccionista. Si no trasmitís algo, ¡hacéte decorador que vas a ganar plata!


Y ahora ¿qué es un artista? ¿Un empresario? El artista no debe ser un empresario; un artista es un idealista. Pero hoy todo es arte contemporáneo, hoy muchos creen que hay que adornar las casas, los pequeños departamentos, poner algo arriba de la chimenea… ¡hay que adornar!"



"Mi ambición sería que hagan galerías de investigación, es decir, que den oportunidad al artista de investigar, no de vender, no de servir, no de ser simpático, no de triunfar, sino de transmitir sus ambiciones artísticas y que el público vaya, converse, que haya polémica. Del mismo modo, los museos no deben ser depósito de arte.



Actualmente, Buenos Aires está totalmente aburrido. ¡Lo que fue el ambiente artístico de Buenos Aires cuando estaba Di Tella! En aquella Florida había al menos diez, quince galerías, y los artistas éramos pesados, ¡pesados de pensamiento!


Hoy no hay discusiones de artistas. El tema es ver si mandan a remate o no, si estamos cotizados o no… ¡terrible!”

“A mi el mercado, que sirve para decorar las casas de los pequeño burgueses, no me interesa. A mi lo que me interesa es el taller. El artista, fatalmente, algún día se muere. Si va a dejar algo, es culturalmente, no comercialmente. Mi placer- que no me lo permite mi familia-, sería quemar toda mi obra. Mi última obra, una gran llamarada.”


Enio Iommi falleció este año. Parte de lo que no pudo quemar puede visitarse en la Sala Cronopios del centro Cultural Recoleta, en el marco de una retrospectiva de su obra, que abarca muchos años y varias temáticas.



Las entrevistas completas pueden verse en los siguientes links:


http://www.untref.edu.ar/documentos/iommi%20entrevista.pdf


http://soloentrevistas.blogspot.com/2007/03/enio-iommi.html

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cine - Una de Fellini por día

Hoy la mayoría del público que va al cine no sabe siquiera el nombre del director de la película que va a ver, lo cual no me parece demasiado reprochable, ya que la generalidad de los directores son, a lo sumo, buenos profesionales que hacen correctamente lo que las productoras les encargan.
El cine de autor apenas si persiste en cierta medida en oriente, con Kim Ki Duk y Wong Kar Wai como principales referentes. El cine de autor tuvo su época de esplendor con directores como Fellini, Bergman, Tarkovski, Hitchkock, por mencionar algunos. Uno sacaba una entrada para ver una película de tal director. Una de Fellini por ejemplo.



Federico Fellini fue un artista, que eligió el cine como forma de expresión. Su vinculación con la película no era la de un ejecutante, un burócrata que ejecuta un mandado, un profesional competente. No, Fellini funcionaba `más como una antena. El hombre captaba cosas y las traducía en celuloide. En el documental “Soy un gran mentiroso” podemos oírlo definir su trabajo de la siguiente manera:


“A veces, si se me da por ver alguna de mis películas, muy a menudo me surge, espontánea, una pregunta: ¿quién ha hecho esto? En el momento en que me convierto en cineasta, soy un poseído. Un oscuro habitante de mí, que no conozco, toma las riendas y dirige en mi lugar. Y yo me pongo a su disposición: mi voz, mi sentido artesanal, mi tentativa de seducción, o de plagio o de autoridad. Pero es otro, en realidad. Otro con quien convivo pero que no conozco de una manera directa, sólo de oído”.


Pero claro que, mucho mejor que escuchar hablar a un artista es apreciar su obra.


Desde el viernes 10 de septiembre, gracias a la Cinemateca Argentina, el Instituto Italiano de Cultura y el Complejo Teatral de Buenos Aires, podemos darnos el gusto de ver la obra completa de Federico Fellini.


La retrospectiva se llama “Tutto Fellini” y tendrá lugar en la Sala Lugones del Teatro General San Martín, una película por día, desde “Luces de Varieté” (1950) hasta “La voz de la luna” (1990).


La programación completa puede consultarse en http://www.teatrosanmartin.com.ar/cine/tutto0.html


domingo, 22 de agosto de 2010

Música - Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra

Crónica breve de cómo una música compuesta en 1808 hizo callar a un vendedor de garrapiñada en el 2010.


La West-Eastern Divan Orchestra es un proyecto ideado por Daniel Barenboim y el filósofo palestino Edward Said. La Orquesta del Diván de Oriente y Occidente está integrada por músicos israelíes, palestinos y árabes, en una propuesta que combina el desarrollo musical con la integración y conocimiento mutuo de dos culturas tradicionalmente rivales.


En el marco de una gira mundial por la paz, se presentaban al aire libre en el centro de la ciudad de Buenos Aires, ocasión que justificó reacomodar compromisos para darnos una vuelta aunque llegáramos tarde.


Cruzamos la última calle habilitada al tránsito con la función ya comenzada. Los automovilistas bocinaban y se increpaban, indiferentes al evento que tenía lugar a pocos metros. Las notas provenientes del todavía lejano escenario parecían entablar con los ruidos de la calle un combate de resultado incierto. Mientras nos acercábamos me preguntaba si valdría la pena un concierto en esas condiciones.


Nos fuimos abriendo camino entre la muchedumbre en busca de contacto visual, pero por sobre todo, auditivo, con el escenario. Entre el gentío, un perro ladraba. Un niño insistía a sus padres que no aguantaba más las ganas de hacer pis. A una señora se le ocurrió hacer un llamado de celular y le contaba a alguien que estaba en un concierto en el obelisco. Un vendedor, vestido con una remera de Callejeros se abría paso al grito de “a la garra, a la garra”. El tipo iba y venía, ajeno a las mínimas convenciones de un concierto de música clásica. Ante el primer reproche, contestó con un “la concha de tu madre, estoy laburando” que por poco no termina en un altercado.


Minutos más tarde, me sorprendió verlo aparecer otra vez, levemente transformado: ya no gritaba. Repetía la palabra completa, garrapiñada, garrapiñada, unos cuantos decibéles más abajo que en el grito original, como si se cuidara de no despertar a un bebé dormido.


Al rato, las cuatro notas iniciales del allegro con brio de la quinta de Beethoven, generaron una exclamación general. Luego de la obertura Leonore III de la ópera Fidelio, el ta-ta-ta-taa generó miradas cómplices entre tanta gente extraña: al fin una que sabemos todos.


Las variaciones dobles del andante con moto (segundo movimiento de la quinta sinfonía) lograron algo más: el garrapiñero se calló. Lo tenía justo a mi lado cuando detuvo en seco su oferta, abrió la boca y volteó la cabeza hacia el escenario. El hombre se puso a escuchar. Ante esa deliciosa melodía que desplegaban las violas y los cellos, también se callaron los perros, los celulares, los bocinazos y el niño que, de pronto, ya no tenía más urgencias urinarias.

Una obra compuesta hace más de doscientos años multiplicó sus efectos en cuarenta mil personas, que aplaudieron, vendedor de garrapiñadas incluido, en la 9 de Julio a Daniel Barenboim y su West-Eastern Divan Orchestra.


Desde hace mucho se viene diciendo que la música aplaca a las bestias. Digamos que la exposición a cierta música sublime puede contribuir a humanizar nuestra parte primitiva. De ahí a que Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra logren la paz mundial hay demasiado trecho; pero la transformación que la quinta de Beethoven produjo en mi amigo garripeñero impide descartar, al menos, una mínima esperanza.

domingo, 15 de agosto de 2010

Cine - Partir - Una mujer que se sale del marco

Partir podría haber sido una película más sobre adulterio, pero tiene algunas cosas que la hacen diferente. Ya desde la primer escena (la película comienza casi por el final) se plantea la dimensión trágica. En este sentido, más allá de alguna trampita, la directora Catherine Corsini tiene la honestidad de avisar desde el vamos que no habrá final feliz.

La historia nos presenta a Suzanne (Kristin Scott Thomas) en un punto de inflexión: luego de haberse dedicado a su marido y sus hijos se propone retomar su profesión de kinesióloga. Su marido (Yvan Attal ) le construye un consultorio dentro de la casa y le refriega la plata que ha tenido que invertir en ello.


En el transcurso de la obra, Suzanne se enamora de un albañil español (Sergi Lopez). En una de las primeras escenas entre ambos, Suzanne, embobada por el obrero, olvidará poner el freno de mano del auto al estacionar en una pendiente. Más adelante, abandonará los frenos en sí misma, ante ese impulso que terminará por desbordarla.


La película transcurre en los bordes, la historia, no por nada, transcurre cerca de la frontera de Francia con España. La edad de los personajes, que transitan la crisis de los cuarenta, también es limítrofe.


Uno de los conceptos que le debemos a Freud es el de pulsión, precisamente un concepto fronterizo entre lo biológico y lo cultural. No es posible la sociedad sin la sofocación de las pulsiones. La cultura busca domeñar la pulsión pero nunca lo logra del todo. Siempre queda un resto. Por lo general se mezclan y conviven en nuestro interior Eros y Thanatos, los impulsos de vida que tienen que ver con lo sexual en su sentido más amplio y la pulsión de muerte cuyos subrogados principales son la agresividad y el odio. Todo eso mezclado y refrenado por la cultura convive en nosotros. Cada tanto, algún límite se rompe y se produce la desmezcla pulsional, en la que la pulsión de muerte puede aparecer pura. Basta leer los diarios para recabar muestras de este tipo de acontecimientos. Algo de esto también podemos ver en “Partir”, en la mirada gélida de Kristin Scott Thomas, que, pura pulsión, lleva a su personaje más allá de los límites.


Hay una escena, breve pero impactante, en la que los protagonistas tienen sexo en el medio de un pastizal. La cámara deja fuera todo vestigio de cultura: parecen Adan y Eva en el paraíso. Claro que el paraíso será efímero y las sirenas de la policía invadirán el espacio auditivo.


La película puede llegar a incomodar a aquellos espectadores proclives al juicio moral como también a aquellos acostumbrados a identificarse con el bando “de los buenos”. Al principio es factible identificarse con la mujer que pareciera decidirse a lanzarse a la vida, después de haber estado muchos años casada con un hombre que la menosprecia e inmersa en una cotidianeidad chata. Sin embargo, esta simpatía comienza a deshacerse a medida que asistimos a las decisiones que el Suzanne va tomando.


Partir es una película francesa hecha por mujeres. Francia es justamente uno de los países más asociables con “la cultura”. La ya mencionada directora Catherine Corsini, la productora Fabienne Vonier y la directora de fotografía Agnès Godard son las mujeres que se atreven a poner el dedo en la llaga de la cultura.

domingo, 8 de agosto de 2010

Música - Peter Gabriel - Scratch my back

Desde marzo se consigue en las disquerías de Buenos Aires, el último CD de Peter Gabriel, Scratch my back.


Si algo ha caracterizado a la obra de Gabriel es el riesgo. Cuando a fines de los sesenta, todos se dedicaban a hacer canciones de tres minutos intentando meterse en la estela exitosa de los Beatles, Peter Gabriel, formaba Genesis, grupo que exploró la integración del rock con la música clásica, algo que nunca se había intentado hasta el momento, y que luego profundizarían bandas notables como Yes o Pink Floyd. Piezas largas que emulan la estructura de una sinfonía, ejecutadas con la fuerza de los instrumentos rockeros. Obras conceptuales, en las que las distintas canciones revolotean alrededor de un mismo tema. En el caso de Genesis, a esto se le agregaron interpretaciones histriónicas que incluían disfraces alusivos a la historia que se estaba cantando.


Probablemente, en cierto momento, Gabriel haya sentido que había descubierto una fórmula, la había llevado hasta sus límites y ya no quería repetirse. La noticia sorprendió en las primeras planas de todas las publicaciones rockeras: Peter Gabriel abandonaba Genesis.


Y el hombre se dedicó a explorar otro tipo de sonido, más íntimo, menos pretencioso. Probablemente no tuviera muy claro lo que hacía y se haya dejado guiar por su intuición artística.


Incorporó entonces a su música, ritmos africanos, instrumentos provenientes de otras músicas, investigó con computadoras y dedicó mucho energía a ensamblar la música con lo visual (por si hiciese falta, recordamos aquí que los videoclips de Gabriel están dentro de los más creativos de la historia de la música moderna). Tuvo allí, otro momento de éxito masivo con hits como Sledgehammer, D’ont give up o Steam.


Cuando la fórmula estuvo aceitada, quizás haya captado que la cosa había dejado nuevamente de ser arte para semejarse más a una artesanía, a un producto que puede fabricarse siguiendo determinadas pautas. Entonces, Gabriel cambió de nuevo.


Hoy sorprende con un proyecto muy particular: ha decidido reinterpretar canciones de otros, en el marco de un intercambio. El proyecto consta entonces de dos etapas. En “Scratch my Back” Gabriel interpreta canciones de artistas, de diferentes generaciones como Lou Reed, los Talking Heads, Paul Simon o Regina Spektor, Bon Iver y Radiohead. Más adelante, en un segundo disco (I’ll Scratch yours” todavía sin aparición en el mercado) los mencionados músicos interpretarán canciones de Gabriel, generando una especie de diálogo artístico.


Yo interpretó una canción tuya y vos una mía. Vos me rascás la espalda y yo la tuya. Todo un juego sobre los distintos puntos de vista en la creación artística.


En “Scratch my back”, alejándose de su anterior etapa rítmica, Gabriel no utiliza batería ni instrumentos de rock. Solamente una orquesta de música clásica, con lo cual se propone privilegiar los textos y la melodía. En algunos casos, la canción original queda prácticamente irreconocible, en otras aparece reinventada, en muchos casos hace emerger de la obra algo que en el original estaba apenas latente.

Hace poco, en un reportaje, le escuché decir a Gabriel que le había llevado toda su estadía en Genesis y más cinco discos solistas, encontrar su propia voz. De ser así, tuvo que arriesgarse a romper con muchos lugares conseguidos hasta arribar a esa sensación de autenticidad. Ahora, desde ese lugar, con Scratch my back, intenta el diálogo con otros artistas, con otras voces.


Particularmente, y aquí viene la vinculación con lo terapéutico, me gusta pensar mi labor de psicoanalista, como la de un partero de subjetividades, alguien que acompaña el proceso mediante el cual una persona empieza a escuchar su propia voz. Alcanzar esta voz personal conlleva, muchas veces, rupturas arriesgadas, cambios que encontrarán resistencias de todo tipo, internas y desde el entorno. Entre todas las voces contradictorias que nos dicen: andá para acá, andá para allá, te conviene esto o lo otro, no es sencillo encontrarse. Y es interesante pensar que, muchas veces, desde esa confusión armamos nuestros vínculos, nuestras redes sociales.


Lindo ejemplo, nos aporta entonces Peter Gabriel, sobre las relaciones con el otro; las cuales pueden acometerse desde mandatos, identificaciones e impulsos destructivos o desde la voz espontánea de quien intenta asumir su propio deseo.





Incluimos aquí el tema "The power of the heart" en la interpretación de Gabriel primero, y más abajo, la versión original de Lou Reed.
(si no se ven los videos, tienes que actualizar la versión del Flash Player de tu navegador)





lunes, 26 de julio de 2010

Festival Madrid Cine – Celda 211

Hasta el 28 de julio se estará desarrollando el Festival MadridCine, el cual ofrece un panorama del “nuevo” cine de la comunidad de Madrid. La cita es en el Espacio INCAA Km 0 (Cine Gaumont), Av. Rivadavia 1635.
En el marco de dicho festival se proyectó, por primera vez en Buenos Aires, Celda 211, película dirigida por Daniel Monzón, precedida por elogiosos comentarios y por haberse llevado, este año 2010, ocho premios Goya, incluyendo el de mejor película y mejor director.
La película tiene algunos méritos: logra captar la atención del espectador a los pocos minutos y la sostiene hasta el final. Parte de una idea atractiva (está basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul): un joven se presenta a su primer día de trabajo en una cárcel y queda del lado de los presos en medio de un motín. Ante los riesgos de la situación se hará pasar por un preso ante los amotinados.
Pero la Celda 211 tiene, a mi juicio, un par de problemas importantes, que los jurados del Goya parecieran haber ignorado.
Tanto la situación inicial, la que hace avanzar la historia, como la que genera el desenlace, no son verosímiles. Que el funcionario, joven y sin experiencia, se haga pasar por preso, se acepta; pero que logre la confianza del líder del motín desde el primer encuentro y pase a formar parte del triunvirato de cabecillas, es inadmisible.
Juan, el novato funcionario de prisiones, miente: dice que ha asesinado a alguien. Malamadre, líder del motín, le dice que no tiene cara de haber matado ni a una mosca. Juan le dice apenas unas palabras y lo convence. ¡Al líder y a la inmensa mayoría de los presos!
En el motín, que dura dos o tres días, Juan y Malamadre terminarán como amigos de toda la vida.
Por otra parte, Juan se irá transformando hasta terminar degollando al jefe de los guardiacárceles. Este punto, esencial para desencadenar el final de la historia, también está “traído de los pelos”. Resulta que se arma un tumulto de familiares de presos en las inmediaciones del presidio, al que acude la mujer de Juan, con una panza de seis meses. Con lo cuidadosas que son las embarazadas, la tipa se mete en el tumulto que parece el campo de un recital de heavy metal. Los del servicio penitenciario desatan una represión en la que matan a una mujer que, justo entre miles de personas, resulta ser la esposa de Juan. Pero la cuestión no acaba aquí. Alguien filmó con el celular el momento en que le pegan y la filmación le llega a los presos. Cuando se la muestran a Juan, se ve exactamente el momento en que golpean a su esposa y, por si esto fuera poco, el policía se levanta el casco, como para que todos le vean el rostro; claro, si no la película no podría avanzar hasta donde pretende. Para colmo, el policía es el jefe. El tipo está toda la película dando órdenes y de pronto aparece reprimiendo como un policía más.
Todo esto deja a la vista el andamiaje artificial que hace andar la película, mediante la cual se quiere mostrar que no hay mucha diferencia entre los presos y los representantes de la ley, idea a la que adhiero pero hubiera preferido que la expusieran de un modo más creíble.
Como comentario al margen, en la película los presos españoles, asesinos y todo, parecen ser todos hombres de palabra, mientras que, son los presos colombianos, los traicioneros y bárbaros, que desatan la masacre final. Hay un tufillo racista en todo esto que contribuye a que la película me guste menos todavía.

domingo, 25 de julio de 2010

Cine - Las Hierbas Salvajes

Alain Resnais filmó su primer cortometraje a los catorce años. Ta vez como corolario de una extensa carrera en la que ha dejado películas como “Hiroshima mon amour”, “Hace un año en Marienbad” y “Providence” entre otras, a los ochenta y siete años nos regala “Las Hierbas Salvajes”, una película tan desfachatada que, un desprevenido podría suponer dirigida por un cineasta joven.
Buñuel decía que iba al cine a sorprenderse, a ver algo que nunca hubiera visto. Los tiempos, y el público de cine, han cambiado. Hoy, la gente pareciera ir al cine a ver una y otra vez lo que ya ha visto, como si se tratase de un ritual de reafirmación.
Podríamos exagerar un poco y decir que solamente hay cuatro películas (todas se pueden ver con el mismo pochoclo):
1. Comedias románticas en las que él y ella se conocen, se enamoran y deben superar más o menos las mismas peripecias para terminar en el beso que precede los títulos finales.

2. Películas de terror en las que un grupo de adolescentes se mete donde no debe y son exterminados uno por uno por un psicópata o algún monstruo asesino hasta llegar al combate final en el que se salvan tanto el muchachito o la muchachita como el monstruo asesino, cosa de poder continuar la zaga en caso de conveniencia económica.

3. Dramas lacrimógenos en los que nunca falta un perro o un niño.

4. Películas de acción (pueden transcurrir en el pasado, en el presente o en el futuro) en las que los buenos muy buenos luchan contra los malos muy malos, a los que derrotarán en el combate final luego de muchas persecuciones (que pueden ser a caballo, en auto o en naves espaciales según la época en que transcurra la película).

“Las hierbas salvajes” no encaja en nada de esto. Si al comienzo de la obra podría parecernos que lo que se viene es una historia más de matrimonio aburrido en la que uno de los cónyuges conoce a una persona más joven que le despierta la pasión dormida, Resnais se encarga de subvertir esta impresión. Aquí, tenemos a George Palet, hombre canoso, retirado, padre de familia, que conocerá a Marguerite Muir, una mujer más grande y, supuestamente, menos atractiva que su joven esposa.
La película será en todo momento impredecible. Resnais escapa a toda convención narrativa y construye el recorrido de sus personajes con total libertad. Hasta el propio narrador en off que, duda, vacila y se contradice, se evade de lo convencional.

La película comenzará con los pies sobre la tierra (la cámara siguiendo los pies de la protagonista yendo a comprarse unos zapatos) y terminará en el aire. El trayecto, enmarcado en el contrapunto entre las hierbas salvajes que se empecinan en crecer en cualquier parte y los pastos cortados al ras y los árboles podados como cuadrados bien típicos de los jardines franceses, tendrá sus idas y venidas nunca previsibles, nunca aburridas, para lo cual colaboran los personajes secundarios como el policía o la amiga odontóloga.
A quien esté demasiado apegado a los esquemas narrativos, la película lo descolocará, al escaparse siempre de lo esperable. Los personajes no están encorsetados, ignoramos lo que piensan y lo que harán. Según declaraciones del propio Resnais: “Nada debería llevar a Georges Palet y Marguerite Muir a querer encontrarse, a mantener una relación amorosa. Y sin embargo lo hacen. No responden a la lógica, a un ‘deber ser’. Son como hierbas salvajes.”
La película es como la invitación a un juego, que tiene mucho que ver con la redención del cine como arte, un juego imprevisible como el deseo humano, al cual la película pareciera homenajear.

miércoles, 30 de junio de 2010

Literatura - José Saramago

El 18 de junio falleció José Saramago, premio Nobel de Literatura (1998). Nacido en Azinhaga, un pequeño pueblo portugués de campo; su amor por la narración se lo debe a un analfabeto, al abuelo, contador de historias que se le grabaron a fuego.
Su estilo tan particular, en el que casi no usa puntos y muchos menos los característicos guiones que delimitan los diálogos, nació del intento por dar forma literaria a la cadencia de la oralidad de su abuelo. Saramago escribe –dejemos el verbo en presente un tiempo más- como hablan los campesinos; quizás por eso, pese a estar en la elite literaria, es muy leído y entendido por su pueblo.

Saramago fue un hombre comprometido y, para algunos, molesto. Si tenía qué decir lo que pensaba, lo hacía con calma pero sin miramientos. Lejos de conformarse con la comodidad del reconocimiento, escribió –lamento tener que ir haciéndome la idea de un pasado- para cambiar el mundo. “Ensayo sobre la ceguera”, novela que relata una especie de epidemia que va dejando ciega a la gente, es su enérgico aviso sobre el estado de nuestra civilización. En “El hombre duplicado” vaticina la pérdida de la individualidad que podemos rastrear hoy, en una sociedad en la que todos consumimos más o menos lo mismo.

Saramago captaba ideas poderosas y de ellas nacieron relatos como "Historia del cerco de Lisboa" en la que un corrector decide agregar un “no” al libro que revisa y, en ese acto de rebeldía, cambia toda la historia, la de Lisboa y la suya propia; o “Intermitencias de la muerte”, novela en la que plantea lo que sucedería si un día la gente dejara de morirse.


Los tiempos de cierre de los diarios, más el despiste de algún editor, crearon la paradoja de que en la hoja siguiente a la que anunciaba su muerte apareciera la promoción del Premio Clarín de Novela, con un jurado presidido por -sí, adivinaron- el mismísimo Saramago fallecido en la página anterior. La cuestión es que Saramago no leerá nuestras novelas (si algun día terminamos de escribirlas) y, lo que debería ser más importante, tampoco las escribirá.

Como Raimundo Silva, el corrector de “Historia del cerco de Lisboa”, me veo tentado a anteponer un “no” allí donde dice “Murió Saramago”, para luego dedicarme a continuar descubriendo su obra y agradecer, por ejemplo, cosas como estas:



“Cuando sólo una visión mil veces más aguda que la naturaleza puede dar sería capaz de distinguir por el oriente del cielo la diferencia inicial que separa la noche de la madrugada, despertó el almuédano. Despertaba siempre a esta hora, según el sol, y le daba igual que fuese verano como invierno, y no precisaba de ningún artefacto de medir el tiempo, sólo de una infinitesimal mudanza en la oscuridad del cuarto, el presentimiento de la luz sólo adivinaba en la piel de la frente, como un tenue soplo que pasara sobre las cejas…”

De “Historia del cerco de Lisboa”


“Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, una falla en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos la bocina. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir la puerta, Estoy ciego.”

De “Ensayo sobre la ceguera”



“Perdida cualquier esperanza, rendidos los médicos ante la implacable evidencia, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con resignación el último suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras, una última sentencia edificante para la formación moral de los amados príncipes sus nietos, tal vez una bella y redonda frase dirigida a la siempre ingrata retentiva de los súbditos futuros. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos al día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar este relato, nadie iba a morir.”

De “Las intermitencias de la muerte”



El alfarero paró la furgoneta, bajó los cristales de un lado y de otro, y esperó que alguien viniese a robarle. No es raro que ciertas desesperaciones de espíritu, ciertos golpes de la vida empujen a la víctima a decisiones tan dramáticas como ésta, cuando no peores. Llega un momento en que la persona trastornada o injuriada oye una voz gritándole dentro de su cabeza, perdido por diez, perdido por cien, y entonces es según las particularidades de la situación en que se encuentre y el lugar donde ella lo encuentra, o gasta el último dinero que le quedaba en un billete de lotería, o pone sobre la mesa de juego el reloj heredado del padre y la pitillera de plata que le regaló la madre, o apuesta todo al rojo a pesar de haber visto salir ese color cinco veces seguidas, o salta solo de una trinchera y corre con la bayoneta calada contra la ametralladora del enemigo, o para esta furgoneta, baja los cristales, abre después las puertas, y se queda a la espera de que, con las porras de costumbre, las navajas de siempre y las necesidades de la ocasión, lo venga a saquear la gente de las chabolas.

De “La Caverna”



lunes, 31 de mayo de 2010

Cine - Seraphine

La película aborda la vida de la pintora naif Seraphine Louis, conocida también como Seraphine de Senlis, por el pueblo donde vivió. La obra nos presenta a una mujer de condición humilde que limpia casas, platos y ropa por unas pocas monedas. Más tarde, la veremos recolectar barro, cera de las velas de una iglesia y sangre de un animal muerto, todos elementos naturales con los que fabricará la pintura que utilizará por las noches para pintar en un estado de trance. Sirvienta de día, pintora de noche.
En el año 1912 Wilhem Uhde, un reconocido crítico de arte parisino, se traslada a Senlis para escribir un trabajo sobre la obra de Picasso. Seraphine es enviada a limpiarle la casa cada tanto. Uhde terminará encontrando en una visita de compromiso a la casa de una de las patronas de Seraphine un cuadro que le llama la atención. Preguntará por el autor de dicha pintura y se sorprenderá cuando le informan que se trata de la sirvienta. Se interesará por su obra y acabará por convertirse en su mecenas. Aquí, en lo que podría interpretarse como un final feliz, comienza en verdad el meollo de esta historia.
Seraphine deja de fabricar sus propias pinturas para encargarlas en el negocio del pueblo. Gradualmente va perdiendo contacto el con la naturaleza. Pasa de las moneditas a los billetes. Empieza a tener dinero de más y no sabe qué hacer con eso. Queda expuesta a las leyes del mercado, a la ansiedad por ser aprobada, al desasosiego que le produce los obstáculos que encuentra para poder exponer, en una sociedad que todavía no tiene lugar para la mujer artista. Pierde el equilibrio que había construido y enloquece. Intenta reponer la armonía perdida creando un delirio. Es internada en un hospicio y olvidada al punto de que, posiblemente debido a la ocupación alemana de Francia, no hay registros fidedignos sobre el año de su muerte. La película, casi por pudor, apenas muestra esos últimos años, en los albores de un mundo que se obstinará en encerrar a los locos sensibles y otorgar poder a los peligrosos.


La película fue dirigida por Martin Provost y protagonizada por Yolande Moreau. Ambos relataron una anécdota que me pareció muy interesante mencionar. No habiendo retratos ni fotografías de la verdadera Seraphine, Provost eligió a Moreau exclusivamente por sus cualidades actorales. Durante la filmación alguien les acerca una copia del, hasta hoy, único retrato encontrado de la pintora. Cuando Provost lo vio, se asombró por el parecido que tenía con Moreau. La semejanza es tal que el retrato, aportado por un coleccionista, parece sacado de la propia película. “Soy yo” dijo Yolande Moreau. Seraphine pintaba con sangre y Yolande puso la suya para recrear un personaje difícil de olvidar.





Retrato de Seraphine Louis

Obra de Seraphine Louis