domingo, 22 de agosto de 2010

Música - Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra

Crónica breve de cómo una música compuesta en 1808 hizo callar a un vendedor de garrapiñada en el 2010.


La West-Eastern Divan Orchestra es un proyecto ideado por Daniel Barenboim y el filósofo palestino Edward Said. La Orquesta del Diván de Oriente y Occidente está integrada por músicos israelíes, palestinos y árabes, en una propuesta que combina el desarrollo musical con la integración y conocimiento mutuo de dos culturas tradicionalmente rivales.


En el marco de una gira mundial por la paz, se presentaban al aire libre en el centro de la ciudad de Buenos Aires, ocasión que justificó reacomodar compromisos para darnos una vuelta aunque llegáramos tarde.


Cruzamos la última calle habilitada al tránsito con la función ya comenzada. Los automovilistas bocinaban y se increpaban, indiferentes al evento que tenía lugar a pocos metros. Las notas provenientes del todavía lejano escenario parecían entablar con los ruidos de la calle un combate de resultado incierto. Mientras nos acercábamos me preguntaba si valdría la pena un concierto en esas condiciones.


Nos fuimos abriendo camino entre la muchedumbre en busca de contacto visual, pero por sobre todo, auditivo, con el escenario. Entre el gentío, un perro ladraba. Un niño insistía a sus padres que no aguantaba más las ganas de hacer pis. A una señora se le ocurrió hacer un llamado de celular y le contaba a alguien que estaba en un concierto en el obelisco. Un vendedor, vestido con una remera de Callejeros se abría paso al grito de “a la garra, a la garra”. El tipo iba y venía, ajeno a las mínimas convenciones de un concierto de música clásica. Ante el primer reproche, contestó con un “la concha de tu madre, estoy laburando” que por poco no termina en un altercado.


Minutos más tarde, me sorprendió verlo aparecer otra vez, levemente transformado: ya no gritaba. Repetía la palabra completa, garrapiñada, garrapiñada, unos cuantos decibéles más abajo que en el grito original, como si se cuidara de no despertar a un bebé dormido.


Al rato, las cuatro notas iniciales del allegro con brio de la quinta de Beethoven, generaron una exclamación general. Luego de la obertura Leonore III de la ópera Fidelio, el ta-ta-ta-taa generó miradas cómplices entre tanta gente extraña: al fin una que sabemos todos.


Las variaciones dobles del andante con moto (segundo movimiento de la quinta sinfonía) lograron algo más: el garrapiñero se calló. Lo tenía justo a mi lado cuando detuvo en seco su oferta, abrió la boca y volteó la cabeza hacia el escenario. El hombre se puso a escuchar. Ante esa deliciosa melodía que desplegaban las violas y los cellos, también se callaron los perros, los celulares, los bocinazos y el niño que, de pronto, ya no tenía más urgencias urinarias.

Una obra compuesta hace más de doscientos años multiplicó sus efectos en cuarenta mil personas, que aplaudieron, vendedor de garrapiñadas incluido, en la 9 de Julio a Daniel Barenboim y su West-Eastern Divan Orchestra.


Desde hace mucho se viene diciendo que la música aplaca a las bestias. Digamos que la exposición a cierta música sublime puede contribuir a humanizar nuestra parte primitiva. De ahí a que Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra logren la paz mundial hay demasiado trecho; pero la transformación que la quinta de Beethoven produjo en mi amigo garripeñero impide descartar, al menos, una mínima esperanza.

domingo, 15 de agosto de 2010

Cine - Partir - Una mujer que se sale del marco

Partir podría haber sido una película más sobre adulterio, pero tiene algunas cosas que la hacen diferente. Ya desde la primer escena (la película comienza casi por el final) se plantea la dimensión trágica. En este sentido, más allá de alguna trampita, la directora Catherine Corsini tiene la honestidad de avisar desde el vamos que no habrá final feliz.

La historia nos presenta a Suzanne (Kristin Scott Thomas) en un punto de inflexión: luego de haberse dedicado a su marido y sus hijos se propone retomar su profesión de kinesióloga. Su marido (Yvan Attal ) le construye un consultorio dentro de la casa y le refriega la plata que ha tenido que invertir en ello.


En el transcurso de la obra, Suzanne se enamora de un albañil español (Sergi Lopez). En una de las primeras escenas entre ambos, Suzanne, embobada por el obrero, olvidará poner el freno de mano del auto al estacionar en una pendiente. Más adelante, abandonará los frenos en sí misma, ante ese impulso que terminará por desbordarla.


La película transcurre en los bordes, la historia, no por nada, transcurre cerca de la frontera de Francia con España. La edad de los personajes, que transitan la crisis de los cuarenta, también es limítrofe.


Uno de los conceptos que le debemos a Freud es el de pulsión, precisamente un concepto fronterizo entre lo biológico y lo cultural. No es posible la sociedad sin la sofocación de las pulsiones. La cultura busca domeñar la pulsión pero nunca lo logra del todo. Siempre queda un resto. Por lo general se mezclan y conviven en nuestro interior Eros y Thanatos, los impulsos de vida que tienen que ver con lo sexual en su sentido más amplio y la pulsión de muerte cuyos subrogados principales son la agresividad y el odio. Todo eso mezclado y refrenado por la cultura convive en nosotros. Cada tanto, algún límite se rompe y se produce la desmezcla pulsional, en la que la pulsión de muerte puede aparecer pura. Basta leer los diarios para recabar muestras de este tipo de acontecimientos. Algo de esto también podemos ver en “Partir”, en la mirada gélida de Kristin Scott Thomas, que, pura pulsión, lleva a su personaje más allá de los límites.


Hay una escena, breve pero impactante, en la que los protagonistas tienen sexo en el medio de un pastizal. La cámara deja fuera todo vestigio de cultura: parecen Adan y Eva en el paraíso. Claro que el paraíso será efímero y las sirenas de la policía invadirán el espacio auditivo.


La película puede llegar a incomodar a aquellos espectadores proclives al juicio moral como también a aquellos acostumbrados a identificarse con el bando “de los buenos”. Al principio es factible identificarse con la mujer que pareciera decidirse a lanzarse a la vida, después de haber estado muchos años casada con un hombre que la menosprecia e inmersa en una cotidianeidad chata. Sin embargo, esta simpatía comienza a deshacerse a medida que asistimos a las decisiones que el Suzanne va tomando.


Partir es una película francesa hecha por mujeres. Francia es justamente uno de los países más asociables con “la cultura”. La ya mencionada directora Catherine Corsini, la productora Fabienne Vonier y la directora de fotografía Agnès Godard son las mujeres que se atreven a poner el dedo en la llaga de la cultura.

domingo, 8 de agosto de 2010

Música - Peter Gabriel - Scratch my back

Desde marzo se consigue en las disquerías de Buenos Aires, el último CD de Peter Gabriel, Scratch my back.


Si algo ha caracterizado a la obra de Gabriel es el riesgo. Cuando a fines de los sesenta, todos se dedicaban a hacer canciones de tres minutos intentando meterse en la estela exitosa de los Beatles, Peter Gabriel, formaba Genesis, grupo que exploró la integración del rock con la música clásica, algo que nunca se había intentado hasta el momento, y que luego profundizarían bandas notables como Yes o Pink Floyd. Piezas largas que emulan la estructura de una sinfonía, ejecutadas con la fuerza de los instrumentos rockeros. Obras conceptuales, en las que las distintas canciones revolotean alrededor de un mismo tema. En el caso de Genesis, a esto se le agregaron interpretaciones histriónicas que incluían disfraces alusivos a la historia que se estaba cantando.


Probablemente, en cierto momento, Gabriel haya sentido que había descubierto una fórmula, la había llevado hasta sus límites y ya no quería repetirse. La noticia sorprendió en las primeras planas de todas las publicaciones rockeras: Peter Gabriel abandonaba Genesis.


Y el hombre se dedicó a explorar otro tipo de sonido, más íntimo, menos pretencioso. Probablemente no tuviera muy claro lo que hacía y se haya dejado guiar por su intuición artística.


Incorporó entonces a su música, ritmos africanos, instrumentos provenientes de otras músicas, investigó con computadoras y dedicó mucho energía a ensamblar la música con lo visual (por si hiciese falta, recordamos aquí que los videoclips de Gabriel están dentro de los más creativos de la historia de la música moderna). Tuvo allí, otro momento de éxito masivo con hits como Sledgehammer, D’ont give up o Steam.


Cuando la fórmula estuvo aceitada, quizás haya captado que la cosa había dejado nuevamente de ser arte para semejarse más a una artesanía, a un producto que puede fabricarse siguiendo determinadas pautas. Entonces, Gabriel cambió de nuevo.


Hoy sorprende con un proyecto muy particular: ha decidido reinterpretar canciones de otros, en el marco de un intercambio. El proyecto consta entonces de dos etapas. En “Scratch my Back” Gabriel interpreta canciones de artistas, de diferentes generaciones como Lou Reed, los Talking Heads, Paul Simon o Regina Spektor, Bon Iver y Radiohead. Más adelante, en un segundo disco (I’ll Scratch yours” todavía sin aparición en el mercado) los mencionados músicos interpretarán canciones de Gabriel, generando una especie de diálogo artístico.


Yo interpretó una canción tuya y vos una mía. Vos me rascás la espalda y yo la tuya. Todo un juego sobre los distintos puntos de vista en la creación artística.


En “Scratch my back”, alejándose de su anterior etapa rítmica, Gabriel no utiliza batería ni instrumentos de rock. Solamente una orquesta de música clásica, con lo cual se propone privilegiar los textos y la melodía. En algunos casos, la canción original queda prácticamente irreconocible, en otras aparece reinventada, en muchos casos hace emerger de la obra algo que en el original estaba apenas latente.

Hace poco, en un reportaje, le escuché decir a Gabriel que le había llevado toda su estadía en Genesis y más cinco discos solistas, encontrar su propia voz. De ser así, tuvo que arriesgarse a romper con muchos lugares conseguidos hasta arribar a esa sensación de autenticidad. Ahora, desde ese lugar, con Scratch my back, intenta el diálogo con otros artistas, con otras voces.


Particularmente, y aquí viene la vinculación con lo terapéutico, me gusta pensar mi labor de psicoanalista, como la de un partero de subjetividades, alguien que acompaña el proceso mediante el cual una persona empieza a escuchar su propia voz. Alcanzar esta voz personal conlleva, muchas veces, rupturas arriesgadas, cambios que encontrarán resistencias de todo tipo, internas y desde el entorno. Entre todas las voces contradictorias que nos dicen: andá para acá, andá para allá, te conviene esto o lo otro, no es sencillo encontrarse. Y es interesante pensar que, muchas veces, desde esa confusión armamos nuestros vínculos, nuestras redes sociales.


Lindo ejemplo, nos aporta entonces Peter Gabriel, sobre las relaciones con el otro; las cuales pueden acometerse desde mandatos, identificaciones e impulsos destructivos o desde la voz espontánea de quien intenta asumir su propio deseo.





Incluimos aquí el tema "The power of the heart" en la interpretación de Gabriel primero, y más abajo, la versión original de Lou Reed.
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