miércoles, 31 de agosto de 2011

Literatura - Mi Yo Multiplicado - Gustavo Di Pace

Es indudable que lo que se promociona en las góndolas de las librerías no es todo lo que se escribe; ni siquiera todo lo interesante que se escribe. Hay mucha gente talentosa escribiendo textos que no llegan nunca a las góndolas o lo hacen con mucho esfuerzo y jamás en un lugar visible para el lector-comprador. De esa pluralidad de buenos textos por descubrir, extraigo en esta ocasión, el libro de cuentos “Mi yo multiplicado” de Gustavo Di Pace (Buenos Aires, 1969), publicado por Alcion Editora.


Una de las características del mundo actual es la notable expansión de los saberes, con la consiguiente multiplicación de técnicas que estos producen y las góndolas de las librerías dan, también, testimonio de esto. El saber se ha fragmentado. Tenemos saberes parciales que no logran enlazarse, por lo que el individuo de hoy se encuentra bombardeado por saberes fragmentarios. Colette Soler, psicoanalista francesa que condensa lucidez y claridad, sostiene que entre tanta multiplicación y fragmentación de saberes, lo que se ha perdido es lo que en la antigüedad se llamaba “sabiduría”, ese saber sustancial que podríamos vincular al saber vivir.


Vivimos en un mundo donde sobran especialistas, gente que sabe mucho de poco y, en contrapartida, escasean los sabios. Escasean quienes transmitan el arte de vivir y, además, han perdido peso las instituciones, las ideologías y las religiones cuyos preceptos solían servir de referencia y, de algún modo, operar como suplencia de la sabiduría. Por lo tanto, hoy en día, cada individuo se ve obligado a inventar su propia manera de estar en el mundo; es ahí donde Soler sostiene que los síntomas suplen el arte de vivir.
En eso están los personajes de Di Pace, hurgando en medio de este mar de saberes fraccionados, cada uno a su manera, buscando la vida cómo puede, generando cada cuál su síntoma.



Si a nivel social existe ahora algo parecido a una ideología que oriente a los individuos; es el consumismo, eso de comprar, comprar, tener, tener. Pero los seres que pone a caminar Di Pace lo hacen por fuera de ese discurso. Son personajes curiosos, movidos por algún impulso a saber, anegados por un sentido de extrañeza, algo torpes; pero que al menos entienden que la sabiduría no se compra en un shopping. Por cierto, el único personaje que compra algo a lo largo de todos los cuentos, compra una boa.


Tenemos al guionista de “Amenaza en la estación Martinez” que escribe toda su historia en forma de guión; al fotógrafo que retrata, noche tras noche, a sus padres dormidos; el arquitecto que toma el camino del respiradero, la novia que transforma la iglesia en un anfiteatro y su ex-novio que quiere y no quiere transformarse en espectador de una tragedia.



En este mundo impreciso, de saberes fragmentados y carencia de sabiduría, la confusión afecta también a la psicología, dividida en montones de corrientes que utilizan vocabularios y técnicas diferentes. Dicho desconcierto aparece reflejado en el relato “El escultor”, en dónde al protagonista se lo menciona como psicoanalista aunque no actúa como tal y parece accionar más como psicólogo cognitivo conductual[1] , esculpiendo la mente de sus pacientes.



Estos personajes que Di Pace pone bajo su lupa, cuyas profesiones poco parecen aportarles en cuanto a sabiduría, terminan merodeando las cercanías de la muerte. Algunos le escapan, otros van hacia ella y hay quienes la propagan; pero la muerte aquí no aparece banalizada (otra característica de nuestros tiempos) sino como una presencia que turba a los personajes y al lector.



A lo largo de siglos de literatura, todos los temas han sido abordados, por lo que las variantes posibles, devienen del cruce de cada hombre con su circunstancia. Di Pace lo sabe: “Tal vez, historias como esta ya fueron contadas, es más, estoy seguro de ello. Pero creo que en toda vida, en cada versión de los hechos, hay algo único. Intentaré contar esa parte…” Así comienza “Estigma”, uno de los relatos más impactantes, de esos que continúan repiqueteando en el lector mucho después de cerrado el libro.



Mi yo multiplicado, segundo volumen de relatos de Gustavo Di Pace, escrito con solvencia y soltura, presenta un sugestivo muestrario de los efectos del mundo actual en la subjetividad, y también (tal como el título sugiere) del propio mundo interior del escritor. Noventa páginas, siete cuentos, y un escritor a descubrir.








[1] Intentando poner un poco de orden al respecto, podemos diferenciar, grosso modo, dos tendencias fundamentales en la psicología a nivel universitario: la vertiente europea, cuyo mayor exponente es el psicoanálisis de Freud y Lacan, basado en la escucha y el respeto por la subjetividad del analizante; y la vertiente norteamericana, llamada en estos tiempos “cognitiva conductual”, asentada en la dirección. En el primer caso, es el analizante quien tiene el saber, aunque se trate de un “saber no sabido” y el rol del analista consiste en ayudarlo a escucharse. En el segundo caso, es el psicólogo el que sabe lo que “es bueno” para el paciente y lo condiciona en esa dirección. El saber del psicoanalista reside en la escucha. Lacan, parafraseando el misticismo oriental, habla de la tercera oreja, la que escucha lo que normalmente no se oye: los fallidos, las brechas del discurso en las que asoma el deseo del sujeto. En contrapartida, el psicólogo cognitivo conductual sabe dirigir; dirigir al paciente hacia donde el psicólogo considera que debe ir. Esta corriente se condice, en cierta medida, con la acción de “esculpir” la mente de los pacientes, mencionada por DiPace en el relato. En el cuento, el protagonista se revela trastornado y conduce de exprofeso a sus pacientes a la muerte; en el ejercicio profesional cotidiano, los cognitivos “esculpen” de buena fe, aunque lo que terminen “matando” sea la subjetividad de sus pacientes.

domingo, 28 de agosto de 2011

Títeres - El Gran Circo

“El Gran Circo” es una obra creada por Ariel Bufano en 1983 pensada como homenaje a los orígenes del circo criollo., ahora interpretada por el Grupo de Titiriteros del Teatro Gral. San Martín, dirigido por Adelaida Mangani. En plena época del 3D y los efectos digitalizados podría sonar vetusta una obra de títeres como ésta. Sin embargo, el entusiasmo con el que es seguida por chicos y grandes pone este prejuicio en cuestión. En la obra no hay efectos computarizados, apenas un poco de humo, luces, buena música, mucho colorido y una gran variedad de títeres hechos a mano, cada uno con su identidad y perfectamente distinguibles uno del otro.

La idea del títere, un muñeco movido por alguien en las sombras, ha sido usada muchas veces como figura de la manipulación; así es como se ha hecho frecuente hablar de periodistas o políticos como títeres de oscuros poderes escondidos. Quizás el punto más valioso de “El Gran Circo” es que en el espectáculo está todo a la vista. Desde el principio vemos a los titiriteros, observamos como dan vida a los muñecos y los implementos que utilizan. Algunos de los muñecos son de gran tamaño y advertimos que son varios los titiriteros que se coordinan detrás, uno moviendo los pies, otro los brazos, etc.

La obra juega con esto. Al promediar el espectáculo, en el que todo ha sido mostrado, aparecen unas geishas que bailan surgidas desde unas cajas de mediano tamaño. Tenemos el piso, las cajas, las muñecas y espontáneamente surge el desafío de descubrir al titiritero. Miramos hacia arriba en procura de hilos que provengan del techo, buscamos por detrás. La incógnita será al fin develada (no lo haré aquí para no arruinarle la sorpresa a quien no la haya visto aún) y los aplausos coronarán la sutileza. Este juego se repetirá un par de veces con otros muñecos, con idénticos resultados.
En alguna reseña he leído “la magia de los títeres”, pero aquí no hay magia. El mago jamás enseña sus trucos. Nunca los muestra. Vive de prolongar el misterio. “El Gran Circo” muestra todos sus trucos, todo el trabajo es visible, lo cual resulta muy didáctico y provoca la simpatía del público. Vemos cómo los títeres cobran vida, cómo logran su gracia, movimiento y simpatía. Mucho más difícil nos resulta a los seres humanos saber qué es lo que nos mueve.



La cita es en el Teatro Regio (Av. Córdoba 6056), los sábados y domingos a las 16hs. Platea $15, pullman $10.



Los titiriteros son Victoriano Alonso, Valentina Aparicio, Ariadna Bufano, Eleonora Dafcik, Bruno Gianatelli, Julia Ibarra, Celeste López, Mabel Marrone, Lucila Mastrini, Carlos Peláez, Mariano Pichetto, Katty Raggi, Ivo Siffredi, Florencia Svravrychevsky, Cristóbal Varela y Leticia Yebra. La selección musical es de la propia directora Adelaida Mangani, la iluminación de Miguel Morales, sobre diseño de Lito Pastrán, el diseño de títeres, escenografía y vestuario de Maydée Arigós.





lunes, 8 de agosto de 2011

Cine - Medianoche en París - Woody Allen

Hasta hace algunas décadas atrás solía escucharse todavía eso de que los niños venían de París. Para Woody Allen, lo que viene de París es la inspiración, esa que brota de una serie de hermosos planos de la ciudad con la que inicia la obra; esa que busca Gil (Owen Wilson), escritor de guiones de Hollywood que aspira a ser un gran novelista. Y el hechizo, al revés que en la fábula de la cenicienta, comienza a las doce, momento en que, también un carruaje, lo transportará hasta esa París que, según Hemingway, era una fiesta. Y la fiesta la podremos disfrutar los espectadores, cuánto más ilustrados mejor, dado que en este pasaje fantástico que Allen no se preocupará por explicar, Gil interactuará con Scott Fitzgerald y su mujer Zelda, T.S Elliot, Cole Porter, Gertrude Stein, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Man Ray, Luis Buñuel. En un momento, como al pasar, Gil le da a Buñuel la idea para la película “El ángel exterminador”. Le propone un grupo de personas que no pueden salir de un salón y se quedan encerrados allí. Buñuel permanece atónito y pregunta: “¿por qué no salen y se van? No entiendo”. Gil le replica: “Porque no pueden”, ante lo que Buñuel insiste no entender. Según pude averiguar, en su momento, el estreno de “El ángel exterminador” deparó innumerables interpretaciones de los críticos, lo que llevó a Buñuel a agradecer socarronamente a los críticos por explicarle lo que él mismo no entendía de su película. De este tipo de detalles hay varios en el film y se pierden si uno no está al tanto de ciertas cuestiones; pero estas referencias están distribuidos de tal modo que no afectan el nudo de la historia, por lo que la película puede resultar más o menos rica para cada espectador sin que se pierda lo esencial.
Otra de las genialidades de Allen consiste en lograr una película muy original partiendo de una acumulación de clisés. Los padres de la novia, son el estereotipo del repúblicano de California. No los mueve otro interés más allá de los negocios y los bienes materiales. No le ven la gracia a caminar bajo la lluvia y cualquier comentario poético de Gil lo adjudican a un tumor cerebral. Estereotipados aparecen también los personajes históricos, y algunos secundarios como el sabelotodo petulante.



Aquí se conforma otra dualidad: el saber de los libros versus el saber de la experiencia. El profesor pedante comienza a dar cátedra sobre uno de los cuadros de Picasso y Gil, quien en una de sus incursiones al pasado presenció las vicisitudes de la creación del cuadro, lo refuta por primera vez. Allen arma todo un hilado de lugares comunes que producen una textura original, con algunos momentos desopilantes como la resolución del asunto del detective privado que le ponen los padres de su novia a seguirlo en sus incursiones nocturnas.


Desde que ha dejado de actuar, Woody Allen ha utilizado alter egos. Owen Wilson es uno de los más logrados: la letra que Allen le da, la pronuncia con la misma cadencia con que Allen lo hacía en sus tiempos de actor. Esto le termina de otorgarle a la obra la fluidez que el guión requería.


Si en la anterior “Conocerás al hombre de tus sueños” teníamos un conjunto de personajes insatisfechos con sus vidas, aquí los tenemos insatisfechos con su tiempo. Gil añora el París de los años veinte, Adriana (Marion Cotillard) añora la belle epoque, los pintores la belle epoque añoran el renacimiento y la rueda sigue hasta que Gil decide bajarse.



En un acto quizás irreverente, me animo a confesar que le hubiera dado a la película un final distinto. Hubiera terminado con Gil caminando solo bajo la lluvia, pero Allen dispone un final feliz, en una última apelación al clisé, lo cual no deja de tener lógica ni impide redondear una gran película. Al fin de cuentas, si de París venían los niños es porque París es la ciudad del amor, por lo que Gil no podría terminar deambulando solo.


La etimología dicta alguna vinculación entre originalidad y origen. Para ser original, Woody Allen vuelve al origen; al París de dónde venían los niños, al París de dónde proviene la inspiración.