jueves, 29 de abril de 2010

Cine – Woman on fire looks for water – BAFICI

Una buena del BAFICI. Atraído por el título (Mujer en llamas busca agua) y la curiosidad por el cine malayo me topé con una bella muestra de cine a cargo del director Woo Ming Jin.
En una aldea de pescadores, un joven está a punto de repetir la historia del padre. La película aborda ese punto de encrucijada, de confluencia de tiempos.
El joven duda entre su novia y la hija del dueño de una empresa. El padre, en las cercanías de la muerte, intenta redimir una mala elección del pasado y sale en busca de aquella mujer a la que renunció. No queda claro si el hijo conoce la historia de su padre. La obra diluye el dato porque no importa. Hay saberes que transportamos bajo el más puro desconocimiento. Saberes no sabidos. Mandatos. Saberes que insisten en abrirse paso. Saberes que desembocan en compulsión. Woo Ming Jin le otorga a la película un ritmo pausado, necesario como para que devenga la reflexión.
Repetir la historia del otro o encontrar el propio camino. Decisión difícil, sin mapa. Lo que conflictúa a un joven malayo pesa sobre los adolescentes del mundo. Abuelo abogado, padre abogado, hijo abogado. Elecciones sospechadas de falta de individualidad. También tenemos los casos en que el hijo toma caminos opuestos. Padre militar, hijo roquero. Hijo que expone todo lo que el padre reprime, suele decirse. “No querer ser como los padres” no deja de ser una elección en función de ellos. Ser lo opuesto a. Otra vez, la individualidad bajo sospecha.
Woo Ming Jin compone cada plano. Genera belleza lejos del lugar común. Un plano detalle de los cabellos, la mirada de un ojo envuelto en luz. Pinta el río con las aguas sucias, arrastrando la contaminación de generaciones. Los diálogos suenan naturales y no tienen desperdicio. Los personajes -me lo hicieron notar- no se tocan en toda la película. Ignoro si se trata de una costumbre malaya o si es expresamente un acierto de la marcación de actores que apoya esa noción de distancia entre los seres que resuena a lo largo de la obra. Seres que desean encontrarse.
Mujeres en llamas en busca de agua. Hombres en el agua buscando fuego. Una brecha. Una película.

lunes, 19 de abril de 2010

BAFICI - Oxhide 2 – Una tortura china

Cuando escribí sobre el BAFICI contemplé la posibilidad de “comernos” algún bodrio, entre tanta película desconocida. Bueno, lo que podía pasar, sucedió.
Fuimos a ver Oxhide II, una película china que venía precedida de buenas críticas. La obra en cuestión dura más de dos horas y consta de nueve planos fijos con variaciones de 45 grados alrededor de una mesa en la que una familia prepara y luego comerá unos raviolitos que se llaman dumplings.
Vemos las manos amasando, cortando verduritas, preparando el relleno, las manos maduras enseñando la técnica a las inexpertas en el armado de setenta y tres raviolitos (no hay elipsis, vemos todo en tiempo real). En definitiva, la directora dejó la cámara prendida en la cocina de su casa. Una verdadera tortura china.
Aquí no hay trama, no hay acción, tampoco poesía, ni actuaciones, ni emoción. Por más esmero que le ponga no logro comprender los elogios de la crítica (“una profunda investigación sobre el tiempo fílmico”, “una meditación sobre las transformaciones socioeconómicas de la china contemporánea”). Algunos críticos elogian su minimalismo, otros la califican de comedia cuando el chiste más esmerado de la película sucede cuando el hijo trae una regla para medir los cuatro milímetros para cortar las cebollitas.
El momento más cercano a la comedia, para mi gusto, se produjo cuando se colgó el programa de subtitulado. En la pantalla quedó congelada una frase mientras los protagonistas continuaban hablando en chino. En verdad no era muy grave, ya que los dichos se podían deducir: ahuecá la mano así, apretá los bordes para que el raviol no se rompa, etc. De todos modos, el público comenzó a reclamar: subtítulos, por favor, algún silbido. Como la que manejaba el software estaba “apolillada” ante semejante bodrio, hubo que gritar, silbar y aplaudir masivamente para despertarla. Cuando esto ocurrió, las frases subtituladas comenzaron a pasar a gran velocidad intentando alcanzar las voces de los personajes.

Algunos integrantes del público procuraron animar un poco la velada emitiendo en voz alta comentarios de todo tipo: ¡me perdí Chacarita – Atlético de Tucumán para ver esto!
Algunos comenzaron a dejar la sala a los diez minutos. En su momento lo juzgué prematuro, pero más tarde, luego de soportar la sensación de haber malgastado más de dos hora de mi vida, me pareció una decisión inteligente. La debacle continuó en forma gradual. Cada tanto uno se levantaba. Cuando se suponía cercano el final (los protagonistas ya estaban comiendo los ravioles), a un espectador que decidió retirarse en ese momento, se le gritó: “Flaco, te vas a perder la parte en que lavan los platos”.
En otros tiempos, para filmar una película independiente tenías que, por lo menos, hipotecar tu casa. Entonces, toda película que llegaba a plasmarse como tal, tenía mucho esfuerzo, mucha energía, mucho compromiso detrás. Nadie pone en juego todo lo que tiene sin un compromiso creativo y espiritual muy fuerte. Se filmaba solo cuando se tenía algo que decir. Por ende, las obras resultantes solían valer la pena. Hoy en día, por suerte (y por desgracia para los espectadores), la tecnología, al alcance de la mano, permite que cualquiera con una camarita y una computadora haga cine independiente.
Entonces, no es del todo extraño toparse con una película como esta. Que se trate de una secuela de otro pastiche similar resulta un poco más llamativo (¡la “obra” se llama Ohxide 2, existe la uno!). Ahora bien, que una cosa así forme parte de una grilla de un festival y que, encima, figure entre las películas más recomendadas por los críticos, directamente no entra en mi cabeza. Traté de buscarle la vuelta para verla con mejores ojos pero no pude lograrlo.
Se dijo, por ejemplo, que es una obra que promueve la meditación. Si quiero meditar puedo hacerlo en mi casa. Otro crítico escribió que se trataba de una profunda reflexión sobre el aburrimiento. Para aburrirme no es necesario pagar una entrada, puedo hacerlo de forma más económica. Y si quiero aprender a hacer ravioles, puedo sintonizar Utilísima o canal Gourmet.
Comparto la frase de otra víctima que estaba a mi lado: “si a esto le llegan a dar algún premio, no vengo más al BAFICI”. Aunque pensándolo mejor, podría filmar a mi abuela tejiendo una bufanda o a mi perra durmiendo la siesta y presentarme al festival del año próximo.
Pd: la película amerita que viole la regla número uno de los comentaristas de cine. Les voy a contar el final: los protagonistas terminan de comer, se levantan de la mesa y escuchamos que se van a dar un paseo. El último plano muestra la mesa con los platos sucios. Los platos tuvimos que lavarlos los espectadores.

jueves, 15 de abril de 2010

Cine en TV -Sonata Tokio

Hace un par de años, en un festival de cine, tuve ocasión de ver una hermosa película, de esas que quedan resonando, que no se olvidan, que se hacen un lugarcito y se quedan a formar parte de lo que somos.
Me refiero a “Sonata Tokio” de Kiyoshi Kurosawa, ganador del premio a mejor director en el Festival de Mar del Plata 2008. Luego de verla, revisé durante meses la programación de los cines, ansioso por recomendarla, pero la película no desembarcó nunca en la cartelera argentina.
Hete aquí que, casi de casualidad, me la encuentro ahora en la programación de la televisión por cable, para los meses de abril y mayo. La pasará Cinemax en los siguientes horarios:

Viernes 23 de abril, 14:25 hs.
Lunes 26 de abril, 23:35 hs.
Sábado 01 de mayo, 20:00 hs.
Sábado 08 de mayo, 20:00 hs.
Domingo 09 de mayo, 22:00 hs.
Jueves 27 de mayo, 17:35 hs.
Lunes 31 de mayo, 18:05 hs.

Decir que la película cuenta la historia de una familia en el Japón actual es decir poco y nada. Rebuscando, encontré las anotaciones que hice, a poco de salir del cine aquella vez. Me permito compartirlas.


Nos metemos en el cine. El cine se mete dentro de mí. La película me mira. Entra por mis sentidos. Recorre mis venas. Resuena.
Yo podría ser ese hombre desechado, esa autoridad extraviada. O ese niño que rescata un piano roto de la calle; que roba para pagarse las lecciones. Que roba, para no robarse.
Todos podríamos ser esa mujer que extiende las manos y pide a la nada que alguien la levante. Sonata Tokio. Sonata Buenos Aires. Sonata Mar del Plata. La misma gente, los mismos temas.
Una película es como una persona: tiene alma o no la tiene. Ésta la tiene.
Cuando el niño le saca al piano las primeras notas del claro de luna de Debussy, el alma que hasta el momento se intuía, se deja ver enterita. Sale de la pantalla y deambula por la sala. Ante esto, no se sale ileso. El alma aparece y deambula por mis rincones. Algo se derrama. Algo se lava.

Una japonesa en las orillas del pacífico. Nosotros en el Atlántico. Vertiendo agua en el mar.
Empezar de nuevo. Cuándo, cómo. Empezar de nuevo. Un mameluco naranja de tela y rojo de sangre, en el piso, con las hojas pegoteadas del otoño. Parece el fin. Pero de su fin resurge. Resigna el dinero y gana otra chance.
Ahora el sol es una luz que sacude nuestros ojos. La película planta una palabra nueva en mi cabeza: almanece.
El sol. Padre de todo. Otro día. Empezar de nuevo.
Solo él puede ser él. Solo ella puede ser ella. Solo yo puedo ser yo. Tenemos algo para hacer.
El mar no nos lleva hoy. Nos deja en la playa. Un día distinto, sin viento arremolinado, sin furia. Solo una gran esfera celeste que nos envuelve.

Almanece. Si no hago lo mío, nadie lo hará.

miércoles, 7 de abril de 2010

Literatura - Más liviano que el aire

Si se nos presenta una anciana asaltada por un pibe chorro que logra introducirse en la casa con ella, los papeles de víctima y victimario se distribuyen casi automáticamente. Ahora bien, cuando la prosa de Federico Jenmaire continúa su despliegue, esos roles se van desdibujando en forma progresiva al punto de lograr que nos preguntemos quién es la víctima si es que no lo son ambos.

La anciana, con la excusa de que allí tenía escondido el dinero, logra encerrar al joven asaltante en el baño de servicio.

La voz del pibe chorro no se escucha nunca. Deducimos lo que dice a través de la palabra de la anciana, la única que tiene voz en esta historia.


La anciana, pertenece a la clase, digamos cultural más que social, que tiene la palabra y se horroriza ante la presencia de estos morochitos vistos casi como bestias a las que hay que domesticar. Bestias salvajes que no tienen voz, excluidas del campo de la palabra, interpretadas, mediatizadas por un otro que cree que sabe, lo cual suele ser muy peligroso.


La anciana está sola y quiere hablar, quiere contar la historia de su madre, una mujer que ansió volar y termina estrellada a poco de levantar vuelo, casi una metáfora de lo que podría sucedernos como nación (ya que estamos en el bicentenario) si no logramos superar esa división entre explotadores y excluidos o civilizados y bárbaros según desde donde se lo mire.


La obra tiene capas, perfectamente ensambladas, con soltura y coherencia. Funciona como historia personal y cómo metáfora social. Palpamos la alarmante soledad de esa anciana y a la vez podemos razonar que nada genera más violencia que la exclusión, por lo que esa inseguridad que horroriza a los sectores más pudientes (sí esos que repiten con liviandad la multilla “es un horror”) no es más que una consecuencia de la que son causa.


Jeanmaire, como si esto fuera poco, regula, además, el suspenso. Nos lleva a imaginar que pasará cuándo la anciana le abra la puerta, pensamos si el pibe la atacará, si podrán hablarse a la cara, cada lector habrá imaginado sus alternativas. El autor estira los tiempos, milanesa por debajo de la puerta mediante, para luego arremeter con un final tremendo, que puede resultar inesperado pero, si lo pensamos luego, comprendemos que es el final que la historia pedía.


El libro se lee de un tirón, liviano como el aire, pero cuando lo terminamos nos queda retumbando el peso de la experiencia que acabamos de vivir.

sábado, 3 de abril de 2010

TV - Lecciones en la Oscuridad, belleza en el desastre

Puede verse por cable, por el canal Infinito, la película “Lecciones en la oscuridad” del director alemán Werner Herzog, de quién hemos venido hablando últimamente en este espacio.
Finalizando la guerra del Golfo, Herzog conversó con un corresponsal de la BBC quién le comentó que las imágenes que se transmitían no llegaban a dar cuenta de lo que realmente estaba sucediendo, tanto en el plano humano como en el ecológico. Entonces Herzog tomó su cámara y viajó hacia Kuwait.
Frente a un documental sobre una guerra, esperamos que se nos relate el motivo del conflicto, se mencionen las naciones involucradas, se citen las fechas y nombres de batallas, las negociaciones políticas; pero este es un documental de Herzog, director que puede gustar más o menos, pero del que nadie puede negar su originalidad. Aquí no encontraremos nada de eso, no se nos dirá cómo fueron los hechos, no habrá cronología, ni entrevistas a generales, políticos o historiadores.
Nuestros ojos serán llevados a recorrer en cámara lenta, muchas veces desde un helicóptero, los paisajes devastados, el petróleo ardiendo, burbujeando, los edificios destruidos como papeles abollados, mientras por nuestros oídos penetra la fuerza de la música de Wagner, de Mahler, de Grieg. El efecto es casi hipnótico, siendo probable que sintamos el impulso de escapar, cambiando de canal. Cada tanto habrá alguna entrevista a gente del pueblo en las que se sugerirán los efectos de atrocidades cometidas por los soldados iraquíes. En las entrevistas, Herzog muestra lo que generalmente se corta: los silencios, los tiempos muertos de la entrevista, una mirada, pequeñas muecas.
Hace poco (comentado en este mismo blog) Herzog definió su última película de ficción,“Maldito Policía”, como una comedia oscura. A este documental podríamos definirlo, entonces, como un poema oscuro. Es notable cómo Herzog encuentra o crea imágenes bellas en medio del desastre; quizás por ello resulte una belleza que no alegra el espíritu, sino que lo perturba.