Me refiero a la cueva de Chauvet, bautizada así en homenaje al explorador que la descubrió en 1994, en el sudeste de Francia. Un desprendimiento rocoso hace miles de años selló la entrada de la caverna, hecho que mantuvo a la misma oculta y permitió la perfecta conservación de las pinturas.
Cuando Werner Herzog se enteró del descubrimiento movió cielo y tierra para que lo dejaran filmar. Su perseverancia y fama mundial logró que le permitieran el ingreso por cuatro días, durante unas pocas horas por día y con un equipo reducido a dos personas.


Las imágenes en 3D nos permiten estar ahí, a centímetros de esas pinturas de osos, mamuts, leones y caballos, algunas de las cuales podrían estar expuestas en cualquier museo de arte moderno. Mientras la cámara deambulaba por los recovecos de la cueva tuve el impulso de extender el brazo para tocar unos huesos.
A la película de Herzog la estrenaron la semana de año nuevo, con los cines cerrados el fin de semana y en pocos días será, con seguridad, barrida de las salas por los estrenos de “Las aventuras de Tin Tin”, “Los muppets” y “Misión Imposible” 4 o 5 (vaya a saber por qué número van) con Tom Cruise. Misión casi imposible será entonces ingresar a la cueva de Chauvet, esa especie de cápsula del tiempo en la que los orígenes del arte de la humanidad pueden apreciarse como si todo hubiese ocurrido ayer. Me considero un privilegiado por haber podido entrar.