Una larga Introducción
No es intención de este texto abocarnos a una explicación técnica sobre la fisiología de la risa. Simplemente recordaremos aquí que los movimientos musculares producidos por la risa, generan una serie de impulsos eléctricos que recorren los nervios hacia el sistema límbico, donde se libera una gran cantidad de hormonas, siendo la más conocida, la endorfina. Las endorfinas crean una sensación de bienestar general al suscitar un efecto analgésico en órganos, músculos y articulaciones. Por eso la risa termina, porque los músculos acaban relajándose. No se puede reír para siempre; pero después de reírnos un rato nos sentimos bien.
La risa es una terapia natural, y todo lo que la produzca suele ser bienvenido. En un viaje en micro, durante las últimas vacaciones, tuve ocasión de ver “La propuesta”, comedia con Sandra Bullock, cuyo director no creo merezca la pena mencionar. Como toda comedia, apunta a generar risa. La trama suele ser lo de menos, es un pretexto para la risa. Entonces ponen a una anciana, jefa de una familia poderosa de Alaska, a hacer toda una serie de monerías que intentan ser una ceremonia indígena ancestral, monadas que el personaje de Sandra Bullock, una acartonada ejecutiva neoyorquina, repite con mucho esfuerzo. Al advertir las risas de algunos pasajeros (una película es un viaje, pero aquí me refiero a los del micro) fui presa de un par de sentimientos contradictorios. Por un lado, cierto menosprecio ante esa gente capaz de reírse de algo que a mis ojos resultaba una gansada, y al mismo tiempo, un poco de envidia. Ellos estaban liberando endorfinas y yo no podía. No lograba dejar de ver la película como una afrenta a mi inteligencia. No me hacía gracia. Cero endorfinas.
Vamos al grano
Volví a Buenos Aires con la inquietud de hallar una obra que me provocara una buena risa y me recomendaron, como quien prescribe una medicina, ver a Los Macocos, una “banda teatral” que ya tiene una importante trayectoria en el teatro y el humor.
La obra, en cartel hasta fines de marzo, se llama “Pequeño Papá Ilustrado”. En ella, Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf interpretan, en forma disparatada, reconocibles situaciones entre padres e hijos.
Comienzan como supuestos expertos disertando sobre cómo ser un perfecto papá y nos van introduciendo en una serie de episodios en los que la identificación es muy fácil para todos, ya que el que no es padre es hijo y puede reconocerse en el padre que atraviesa las dificultades propias de procurar hacer dormir al hijo o en el adolescente que tiene que escuchar la perorata del padre sobre el estudio y las responsabilidades.
El gag menos logrado te saca una sonrisa y los mejores desatan carcajadas de esas en las que no queda un músculo quieto.
Daniel Casablanca tiene una gracia natural, física; con un gesto desata la risa que, en mí, no pueden lograr ni veinte comedias norteamericanas juntas. A Salazar y a Wolff no les cuesta mucho más; mantienen en alto las risas de la platea combinando histrionismo con un guión muy logrado, basado tanto en la intersección de experiencias personales con una observación casi sociológica.
La idea de emparentar la situación del padre que tiene que preparar al chico para ir al colegio con la de unos marineros que deben pilotear un barco en plena tormenta está muy lograda.
Tenemos una repasada sobre las amenazas paternas imposibles de cumplir. “Si no apagás el televisor lo voy a tirar por la ventana, si siguen haciendo lío, se bajan y continúan hasta Mar del Plata caminando…”; también al padre que quiere leer el diario en la playa y los niños que se lo impiden.
Aquí, la risa funciona como espejo, las carcajadas se liberan en el marco de un proceso reflexivo sobre cómo somos como hijos, cómo somos como padres…
Los niños aportan a nuestra vida muchas posibilidades de reír. Si el padre postergara su intención de leer el diario tranquilo, cosa que, lejos de esa pretendida sensación de relajación suele cargarnos con una buena dosis de mal humor, y en lugar de ello, se volcara a jugar con su hijo, la pasaría mucho mejor.
Más allá de una presentación quizás un poco larga o cierto exceso en el uso de los pedos (si cuando el padre le implora al hijo adolescente que le dé al menos una señal, el chiste funcionaría mejor si no hubieran habido varios pedos antes), disfruté mucho la obra y no fui el único, ya que las carcajadas eran generales.
No es intención de este texto abocarnos a una explicación técnica sobre la fisiología de la risa. Simplemente recordaremos aquí que los movimientos musculares producidos por la risa, generan una serie de impulsos eléctricos que recorren los nervios hacia el sistema límbico, donde se libera una gran cantidad de hormonas, siendo la más conocida, la endorfina. Las endorfinas crean una sensación de bienestar general al suscitar un efecto analgésico en órganos, músculos y articulaciones. Por eso la risa termina, porque los músculos acaban relajándose. No se puede reír para siempre; pero después de reírnos un rato nos sentimos bien.
La risa es una terapia natural, y todo lo que la produzca suele ser bienvenido. En un viaje en micro, durante las últimas vacaciones, tuve ocasión de ver “La propuesta”, comedia con Sandra Bullock, cuyo director no creo merezca la pena mencionar. Como toda comedia, apunta a generar risa. La trama suele ser lo de menos, es un pretexto para la risa. Entonces ponen a una anciana, jefa de una familia poderosa de Alaska, a hacer toda una serie de monerías que intentan ser una ceremonia indígena ancestral, monadas que el personaje de Sandra Bullock, una acartonada ejecutiva neoyorquina, repite con mucho esfuerzo. Al advertir las risas de algunos pasajeros (una película es un viaje, pero aquí me refiero a los del micro) fui presa de un par de sentimientos contradictorios. Por un lado, cierto menosprecio ante esa gente capaz de reírse de algo que a mis ojos resultaba una gansada, y al mismo tiempo, un poco de envidia. Ellos estaban liberando endorfinas y yo no podía. No lograba dejar de ver la película como una afrenta a mi inteligencia. No me hacía gracia. Cero endorfinas.
Vamos al grano
Volví a Buenos Aires con la inquietud de hallar una obra que me provocara una buena risa y me recomendaron, como quien prescribe una medicina, ver a Los Macocos, una “banda teatral” que ya tiene una importante trayectoria en el teatro y el humor.
La obra, en cartel hasta fines de marzo, se llama “Pequeño Papá Ilustrado”. En ella, Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf interpretan, en forma disparatada, reconocibles situaciones entre padres e hijos.
Comienzan como supuestos expertos disertando sobre cómo ser un perfecto papá y nos van introduciendo en una serie de episodios en los que la identificación es muy fácil para todos, ya que el que no es padre es hijo y puede reconocerse en el padre que atraviesa las dificultades propias de procurar hacer dormir al hijo o en el adolescente que tiene que escuchar la perorata del padre sobre el estudio y las responsabilidades.
El gag menos logrado te saca una sonrisa y los mejores desatan carcajadas de esas en las que no queda un músculo quieto.
Daniel Casablanca tiene una gracia natural, física; con un gesto desata la risa que, en mí, no pueden lograr ni veinte comedias norteamericanas juntas. A Salazar y a Wolff no les cuesta mucho más; mantienen en alto las risas de la platea combinando histrionismo con un guión muy logrado, basado tanto en la intersección de experiencias personales con una observación casi sociológica.
La idea de emparentar la situación del padre que tiene que preparar al chico para ir al colegio con la de unos marineros que deben pilotear un barco en plena tormenta está muy lograda.
Tenemos una repasada sobre las amenazas paternas imposibles de cumplir. “Si no apagás el televisor lo voy a tirar por la ventana, si siguen haciendo lío, se bajan y continúan hasta Mar del Plata caminando…”; también al padre que quiere leer el diario en la playa y los niños que se lo impiden.
Aquí, la risa funciona como espejo, las carcajadas se liberan en el marco de un proceso reflexivo sobre cómo somos como hijos, cómo somos como padres…
Los niños aportan a nuestra vida muchas posibilidades de reír. Si el padre postergara su intención de leer el diario tranquilo, cosa que, lejos de esa pretendida sensación de relajación suele cargarnos con una buena dosis de mal humor, y en lugar de ello, se volcara a jugar con su hijo, la pasaría mucho mejor.
Más allá de una presentación quizás un poco larga o cierto exceso en el uso de los pedos (si cuando el padre le implora al hijo adolescente que le dé al menos una señal, el chiste funcionaría mejor si no hubieran habido varios pedos antes), disfruté mucho la obra y no fui el único, ya que las carcajadas eran generales.
Reír. Reírnos de nosotros mismos. Reconocernos. Reflexionar en medio de un agradable torrente de endorfinas. No es poco el mérito de “Pequeño Papá Ilustrado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario