Hasta el 28 de julio se estará desarrollando el Festival MadridCine, el cual ofrece un panorama del “nuevo” cine de la comunidad de Madrid. La cita es en el Espacio INCAA Km 0 (Cine Gaumont), Av. Rivadavia 1635.
En el marco de dicho festival se proyectó, por primera vez en Buenos Aires, Celda 211, película dirigida por Daniel Monzón, precedida por elogiosos comentarios y por haberse llevado, este año 2010, ocho premios Goya, incluyendo el de mejor película y mejor director.
La película tiene algunos méritos: logra captar la atención del espectador a los pocos minutos y la sostiene hasta el final. Parte de una idea atractiva (está basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul): un joven se presenta a su primer día de trabajo en una cárcel y queda del lado de los presos en medio de un motín. Ante los riesgos de la situación se hará pasar por un preso ante los amotinados.
Pero la Celda 211 tiene, a mi juicio, un par de problemas importantes, que los jurados del Goya parecieran haber ignorado.
Tanto la situación inicial, la que hace avanzar la historia, como la que genera el desenlace, no son verosímiles. Que el funcionario, joven y sin experiencia, se haga pasar por preso, se acepta; pero que logre la confianza del líder del motín desde el primer encuentro y pase a formar parte del triunvirato de cabecillas, es inadmisible.
Juan, el novato funcionario de prisiones, miente: dice que ha asesinado a alguien. Malamadre, líder del motín, le dice que no tiene cara de haber matado ni a una mosca. Juan le dice apenas unas palabras y lo convence. ¡Al líder y a la inmensa mayoría de los presos!
En el motín, que dura dos o tres días, Juan y Malamadre terminarán como amigos de toda la vida.
Por otra parte, Juan se irá transformando hasta terminar degollando al jefe de los guardiacárceles. Este punto, esencial para desencadenar el final de la historia, también está “traído de los pelos”. Resulta que se arma un tumulto de familiares de presos en las inmediaciones del presidio, al que acude la mujer de Juan, con una panza de seis meses. Con lo cuidadosas que son las embarazadas, la tipa se mete en el tumulto que parece el campo de un recital de heavy metal. Los del servicio penitenciario desatan una represión en la que matan a una mujer que, justo entre miles de personas, resulta ser la esposa de Juan. Pero la cuestión no acaba aquí. Alguien filmó con el celular el momento en que le pegan y la filmación le llega a los presos. Cuando se la muestran a Juan, se ve exactamente el momento en que golpean a su esposa y, por si esto fuera poco, el policía se levanta el casco, como para que todos le vean el rostro; claro, si no la película no podría avanzar hasta donde pretende. Para colmo, el policía es el jefe. El tipo está toda la película dando órdenes y de pronto aparece reprimiendo como un policía más.
Todo esto deja a la vista el andamiaje artificial que hace andar la película, mediante la cual se quiere mostrar que no hay mucha diferencia entre los presos y los representantes de la ley, idea a la que adhiero pero hubiera preferido que la expusieran de un modo más creíble.
Como comentario al margen, en la película los presos españoles, asesinos y todo, parecen ser todos hombres de palabra, mientras que, son los presos colombianos, los traicioneros y bárbaros, que desatan la masacre final. Hay un tufillo racista en todo esto que contribuye a que la película me guste menos todavía.
lunes, 26 de julio de 2010
Festival Madrid Cine – Celda 211
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