domingo, 25 de julio de 2010

Cine - Las Hierbas Salvajes

Alain Resnais filmó su primer cortometraje a los catorce años. Ta vez como corolario de una extensa carrera en la que ha dejado películas como “Hiroshima mon amour”, “Hace un año en Marienbad” y “Providence” entre otras, a los ochenta y siete años nos regala “Las Hierbas Salvajes”, una película tan desfachatada que, un desprevenido podría suponer dirigida por un cineasta joven.
Buñuel decía que iba al cine a sorprenderse, a ver algo que nunca hubiera visto. Los tiempos, y el público de cine, han cambiado. Hoy, la gente pareciera ir al cine a ver una y otra vez lo que ya ha visto, como si se tratase de un ritual de reafirmación.
Podríamos exagerar un poco y decir que solamente hay cuatro películas (todas se pueden ver con el mismo pochoclo):
1. Comedias románticas en las que él y ella se conocen, se enamoran y deben superar más o menos las mismas peripecias para terminar en el beso que precede los títulos finales.

2. Películas de terror en las que un grupo de adolescentes se mete donde no debe y son exterminados uno por uno por un psicópata o algún monstruo asesino hasta llegar al combate final en el que se salvan tanto el muchachito o la muchachita como el monstruo asesino, cosa de poder continuar la zaga en caso de conveniencia económica.

3. Dramas lacrimógenos en los que nunca falta un perro o un niño.

4. Películas de acción (pueden transcurrir en el pasado, en el presente o en el futuro) en las que los buenos muy buenos luchan contra los malos muy malos, a los que derrotarán en el combate final luego de muchas persecuciones (que pueden ser a caballo, en auto o en naves espaciales según la época en que transcurra la película).

“Las hierbas salvajes” no encaja en nada de esto. Si al comienzo de la obra podría parecernos que lo que se viene es una historia más de matrimonio aburrido en la que uno de los cónyuges conoce a una persona más joven que le despierta la pasión dormida, Resnais se encarga de subvertir esta impresión. Aquí, tenemos a George Palet, hombre canoso, retirado, padre de familia, que conocerá a Marguerite Muir, una mujer más grande y, supuestamente, menos atractiva que su joven esposa.
La película será en todo momento impredecible. Resnais escapa a toda convención narrativa y construye el recorrido de sus personajes con total libertad. Hasta el propio narrador en off que, duda, vacila y se contradice, se evade de lo convencional.

La película comenzará con los pies sobre la tierra (la cámara siguiendo los pies de la protagonista yendo a comprarse unos zapatos) y terminará en el aire. El trayecto, enmarcado en el contrapunto entre las hierbas salvajes que se empecinan en crecer en cualquier parte y los pastos cortados al ras y los árboles podados como cuadrados bien típicos de los jardines franceses, tendrá sus idas y venidas nunca previsibles, nunca aburridas, para lo cual colaboran los personajes secundarios como el policía o la amiga odontóloga.
A quien esté demasiado apegado a los esquemas narrativos, la película lo descolocará, al escaparse siempre de lo esperable. Los personajes no están encorsetados, ignoramos lo que piensan y lo que harán. Según declaraciones del propio Resnais: “Nada debería llevar a Georges Palet y Marguerite Muir a querer encontrarse, a mantener una relación amorosa. Y sin embargo lo hacen. No responden a la lógica, a un ‘deber ser’. Son como hierbas salvajes.”
La película es como la invitación a un juego, que tiene mucho que ver con la redención del cine como arte, un juego imprevisible como el deseo humano, al cual la película pareciera homenajear.

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