domingo, 3 de abril de 2011

Música - Carmen Baliero

Dentro del mundo del arte, podríamos distinguir entre las obras lindas y las inquietantes. Lo lindo es aquello que complace los sentidos de la mayoría de la gente: un paisaje, un arco iris, flores, pajaritos, esos cuadros que decoran las paredes de las casas y las pantallas de las computadoras o esas melodías que gustan a todos. Sin embargo, el arte no se reduce a lo bonito. Solo desde la ingenuidad podemos emparentar el arte con lo lindo. Existe también el arte que inquieta, el que produce un impacto, el que incomoda y desestructura quizás porque roce nuestras sombras, aquello de nosotros mismos que preferimos desconocer. Basta pensar en “El grito” de Edvard Munich, en Brueghel, en Picasso, en los primeros acordes de la quinta sinfonía de Beethoven. Los ejemplos sobran en la historia del arte y podemos aportar uno casero y muy reciente, ocurrido en Buenos Aires en el marco del Festival “Músicas del Sur”.



El folleto la presentaba como compositora de música popular y experimental. La cercanía de dos sustantivos en apariencia opuestos despertó nuestra curiosidad. De acuerdo a lo que vimos y escuchamos podemos contar que Carmen Baliero toma retazos de algún ritmo popular, por ejemplo el bolero y con eso arma otra cosa, como si se ocupara de romper las canciones despojándolas de sus arreglos tradicionales para extraer del bolero su esencia problemática o trágica. Esto permite entender que haya comenzado su recital sentándose al piano, sin mirar ni saludar al público, cantando: “Te mataría sin sufrir y sin testigos si no supiera que es un acto irrevocable”.


Admiradora de Violeta Parra, Baliero se propuso musicalizar las “centésimas del alma”, un conjunto de décimas (en poesía, una décima es una estrofa constituida por diez versos octosílabos) escalando los números nada menos que del uno al trescientos.



Transcribo aquí el comienzo como para que se hagan una idea:




"Una vez que me asediaste



Dos juramentos me hiciste



Tres lagrimones vertiste



Cuatro gemidos sacaste



Cinco minutos dudaste



Seis más porque no te vi



Siete pedazos de mí



Ocho razones me aquejan



Nueve mentiras me alejan



Diez que en tu boca sentí…” ( y sigue la progresión hasta las tres centenas)




La cuestión es que Carmen Baliero, explicó algo de esto mucho después de haber embestido al público con trescientos versos en veinte minutos. Lo hizo agradeciendo la paciencia y el aplauso de los que… habíamos quedado. No hubo, queda dicho, advertencia previa de su parte; directamente comenzó a encadenar los versos que se fueron envolviendo uno sobre otro como en una bola de nieve, bajo el ritmo del piano que cambiaba los acentos en forma permanente. El efecto fue devastador.

A mi lado tenía un matrimonio de unos sesenta años que se habían mostrado muy “correctos” durante la fila, el ingreso y la primera parte del show, pero cuando Baliero transitaba por el número sesenta, más o menos, sustituyeron el pasmo inicial por unas risotadas incontenibles y nerviosas que hicieron eco en varias filas de la platea. Algunos resistieron hasta la primera centena y luego, al ver que la cosa seguía, comenzaron a saltar como resortes de las butacas para emprender una fuga masiva. Esa era la sensación: la gente huía como quien escapa de un terremoto. Alrededor del verso doscientos cuarenta surgieron unos extraños aplausos que lejos estaban de constituir un premio a la obra sino, más bien, una especie de pedido de clemencia. Baliero no hizo nada por suavizar el impacto, de modo que su performance en el Teatro 25 de mayo no fue nada linda; lo suyo estuvo del lado de lo inquietante. Entiéndase esto como un elogio.




El sitio web de esta artista logra reflejar con fidelidad su estética por lo que recomiendo visitarlo; total, pueden cerrar la ventana con un simple clic ante los primeros signos de incomodidad. http://www.carmenbaliero.com.ar/


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