jueves, 21 de abril de 2011

Cine - Caterpillar

Una de las películas interesantes que nos ha permitido ver el BAFICI 2011 es “Caterpillar” (Oruga en inglés) del veterano director japonés Koji Wakamatsu. La película es del año pasado y resulta de por sí llamativo que este director decidiera realizar, justo en este tiempo, una película cuyo argumento gira en torno al holocausto nuclear que derivó en la derrota japonesa allá por la segunda guerra mundial. A veces los artistas captan cosas, por algo son artistas y, según desde dónde se los mire, pueden resultar oportunos… o inoportunos. Caterpillar cae en un momento en que el tema nuclear vuelve a azotar al Japón, como un mal que insiste, como una reincidencia. A este tipo de fenómeno, en la antigua Grecia lo llamaban destino, en Oriente karma. El psicoanálisis habla de compulsión a la repetición; concepto que desarrolló Freud a partir de la observación de sujetos a los que se les repiten en forma sistemática el mismo tipo de situaciones, como ser, por citar solo un ejemplo, alguien que establece siempre relaciones de pareja en las que termina en un lugar de desprecio. Estas situaciones suelen ser percibidas como si un poder demoníaco se ensañara con uno (“qué he hecho yo para merecer esto”, “no puedo tener tanta mala suerte”). El psicoanálisis procura, ante casos como este, que el paciente comience a preguntarse qué parte toma él en estas repeticiones.



El Japón moderno es uno de los países más depredadores del medio ambiente; andan por ahí cazando todas las ballenas que encuentran (y al escasear estas han comenzado con los delfines), generan una enorme cantidad de desechos tecnológicos, históricamente han invadido cuánto pueblo han podido (Caterpillar muestra algo de esto en relación a la invasión de China y la consiguiente violación de sus mujeres) por lo que no parece sensato postularlos como víctimas inocentes cuando los desastres los golpean.


No se trata tampoco de cargar las tintas sobre Japón porque cada pueblo tiene lo suyo. La concientización de responsabilidades tiene que venir de adentro, y eso es lo que hace Wakamatsu con su película.


Construir centrales atómicas en una zona sísmica no permite alegar, con los hechos consumados, mala suerte. Armar semejante arsenal sobre una falla geológica habla de una falla humana, pero no se trata aquí del error de un sujeto sino de todo un pueblo, error que termina engendrando otro desastre nuclear.


Caterpillar remarca esta repetición, al insistir con las imágenes del emperador, las medallas, los cantos y los rituales de guerra, e intercalando imágenes documentales de la guerra.



La historia nos muestra a un hombre que vuelve del combate, con todos los honores, todas las medallas y ninguna de sus extremidades. Sin brazos, sin piernas, sordo, sin poder hablar y con media cara quemada, la nación le devuelve a su esposa un deshecho, un resto, lo quedó de un hombre, una oruga que se arrastra sobre el cuerpo de su mujer o sobre los jardines descuidados por la guerra; gracias por los servicios prestados.



Hanna Arendt, en su obra “La condición humana” postula que la misma transita el entramado de las esferas de lo público, lo privado y lo íntimo. Wakamatsu aborda los tres registros en su película, hecho que contribuye a que tenga una textura tan rica.



Por un lado tenemos lo público, lo que puede ver y oír todo el mundo, lo que es de público conocimiento. Ante la vida pública, todo es reverencia hacia el héroe y su esposa, que cumple con su rol de mujer ejemplar al cuidar de su marido mutilado. Claro que la película también muestra lo que sucede puertas adentro y nos permite observar como lo privado va despegándose de lo público. La esposa accede resignada a tener sexo cada vez que él quiere, le da la comida de su plato una vez que él ya devoró el suyo, le limpia el culo desviando la mirada hacia las medallas clavadas en la pared; lo hace una y otra vez (acá tenemos otra vez la repetición) hasta que un día explota y revienta sobre el rostro de su marido esos huevos frescos que la comunidad había ofrendado al héroe, en una de las escenas más fuertes del film. Revienta los huevos y revienta ella cuando por única vez es ella la que pide amor y él se lo niega. Entonces golpea a ese hombre que durante años le había pegado a ella y ahora solo puede defenderse con escupitajos y venas hinchadas.



Shinobu Terashima, actriz japonesa que interpreta a la esposa, no por nada se ha llevado el premio a la mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín. En sus gestos y miradas consigue develar algo de su intimidad, la rabia y la culpa se alternan en sus expresiones y estallan como dilema en sus ojos. De la intimidad del soldado nos enteramos a través de algunos flashbacks en los que vemos los crímenes que cometió en la guerra, los cuáles dejan en ridículo a todos los honores públicos.




La película transcurre en una aldea, pequeño muestrario de la cohesionada sociedad nipona, donde todos parecen marchar en un mismo sentido y el único que desentona el loco. En la historia aparece cada tanto, a un costado, en otro ritmo, con otra vestimenta. El loco es el que está al margen de la psicosis colectiva, es el que, en el epílogo, ríe anunciando el fin de la guerra. A veces los locos están más cuerdos que el resto y eso incomoda, como incomodan a veces los artistas.



Wakamatsu, el director de Caterpillar, tiene una historia particular. Perteneció a la yakusa, la mafia japonesa. Fue un criminal y estuvo varios años presos hasta que decidió dar un vuelco a su vida y dedicarse al arte. Desde allí, con obras como esta, interroga las responsabilidades de su pueblo y los gobernantes en las desgracias que se ciernen sobre el Japón. Quien no puede reflexionar y responsabilizarse de su pasado lo termina repitiendo.



Es factible que para las autoridades japonesas, aunque haya abandonado el crimen, Wakamatsu siga siendo un indeseable.




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