viernes, 23 de octubre de 2009

Cine - Las viudas de los jueves


Alfred Hitchckok, maestro del suspenso y del cine en general, jamás basó sus películas en libros exitosos. Pensaba que una obra maestra no se podía mejorar; a una obra así había que dejarla como estaba. Hitchcock tomaba historias mal escritas, libros malogrados y de ellos sacaba una gran película.
Lejos estoy de catalogar al libro de Claudia Piñeiro como obra maestra, pero la película ciertamente no lo es. La película, en este caso, me parece inferior al libro. Salvo varias escenas de sexo, no le agrega nada. No aporta nada y le saca bastante.
El libro se puede leer en dos o tres días. Una película, por su parte, dura dos horas. En ese tiempo hay que condensar la trama, resaltar lo esencial, eliminar lo anecdótico, desarrollar los personajes, que aquí son muchos. Marcelo Piñeyro, el director, dijo en un reportaje que lo que le interesó como desafío para filmar el libro fue, precisamente, la cantidad de personajes que debía entrecruzar sin que ninguno predominara sobre otro. Creo que, en parte, lo consiguió. Los personajes se distinguen unos de otros, tienen su individualidad. Las pinceladas son quizás un poco gruesas pero están bien dadas. El problema es que mientras el director se preocupaba por pintar los personajes, lo que se le escapó, fue la trama.
El desenlace, que en el libro suena justificado, en la película parece apurado y gratuito. Nadie se suicida así porque sí, un ratito después de que la idea se le ocurre. Un acto semejante es conclusión de todo un proceso. Ese proceso en la película no está. El Tano propone una especie de suicidio grupal, lo argumenta un poquito (con palabras, no con acciones) y listo, todos a la pileta.
Entonces, lo que en el libro sucede como consecuencia de un desarrollo previo, en el film parece algo traído de los pelos; ni que hablar de la justificación que se le busca al accidente: el equipo de música cerca de la pileta y el viento que lo hace caer. ¿Cuánto viento tiene que soplar para tirar un equipo de audio a una piscina? Un tornado por lo menos. Como plan para engañar a una compañía de seguros suena ridículo; y para convencer al espectador también.
El recurso de empezar por el final, con los cadáveres flotando en la pileta, e ir intercalando los tiempos del relato no logra ser original ni despertar interés. Volviendo al maestro, Hitchcock, en un famoso libro-reportaje que le hizo Truffaut, explicaba que el suspenso se logra dándole al espectador más información que a los personajes. Ejemplo: a nosotros se nos muestra que debajo de la mesa hay una bomba pero el personaje que se sienta a ella no lo sabe.
En “Las Viudas…”, los espectadores sabemos menos que los personajes, los cuales, por su parte, tampoco saben demasiado. Por eso, la película resulta fría. Vemos desde afuera algo en lo que no nos involucramos y que tampoco interesa mucho.
De todos modos, hacer la película de un libro exitoso poco parece tener que ver con el arte. Es puro negocio. Se aprovechan el prestigio y los lectores del libro para obtener una cantidad espectadores de base. A su vez, es de suponer que la película, generará, nuevos lectores para el libro. Un negocio bien pensado. De arte aquí parece no haber nada. Ni arriba ni debajo de la mesa.

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