
La muestra presenta un recorrido a través de cinco siglos de historia, mediante el cual se intenta mostrar las representaciones artísticas en diferentes épocas de temas como la vida, la muerte, el cuerpo, la mente, el poder, lo cotidiano, el amor y el odio, los ocho tópicos en los que se divide la exposición.
La estructura es más o menos así: cada pared de la muestra presenta un tema, por ejemplo, el poder, y allí conviven obras de diferentes siglos relacionadas con dicho tema, desde un retrato de Velazquez del Papa Inocencio X (si miramos el retrato, de inocente parece tener poco, ¿no?) hasta el Cristo crucificado de León Ferrari, que tanta controversia generó hace unos años.

El contraste entre las obras antiguas y modernas es interesante y vuelve muy recomendable la visita.
Las obras antiguas asombran por su técnica y expresividad, mientras que las modernas se destacan por la osadía de combinar elementos para producir un resultado de alto impacto, ideológico, en algunos casos, y emocional en otros.
Como ejemplo de esto último me gustaría referirme a la obra “El beso” de Jorge Macchi (2001). A la distancia, se ven dos círculos que se tocan en un punto. Confieso que la miré de lejos con ojos socarrones y mi cabeza disparó con apuro calificativos como “chantada”, “boludez”, “¿esto es arte?”. Ahora bien, al acercarme, el ánimo de burla desapareció al comprobar que los círculos están formados por dos crónicas de crímenes pasionales recortadas del diario y el punto en que los dos círculos se tocan es una frase común a ambos relatos. La frase en cuestión es “cuerpos en estado de descomposición”. De lejos, la obra parece un despropósito; de cerca impacta y se comprende de otra forma. Será cuestión de acercarse.
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