miércoles, 20 de enero de 2010

Los escritores que entretienen a los lectores

La denominada trilogía Millenium, llamada así por ser una saga de ficción que gira alrededor de una revista donde un grupo de periodistas investigan delitos y matufias económicas, ha constituido un éxito de ventas, un poco por méritos propios y bastante a partir de la campaña de marketing que aprovechó la paradójica muerte de su autor, Stieg Larsson, acaecida el mismo día en que entregó a la editorial el último tomo, sin siquiera haber visto publicados los dos primeros.

Los hombres que no amaban a las mujeres – Tomo 1

La prosa es tan sencilla que recién en la página 226 encontré una palabra que me resultó desconocida, situación que, por cierto, no se repitió a lo largo de la obra. El libro, me hizo recordar por momentos a los programas de televisión actuales, debido a la gran cantidad de publicidades encubiertas y no tanto. Para muestra, en la página 254 se describe una computadora Mac con todos los detalles como si se tratase del prospecto de un centro de ventas y se la elogia como si fuese una maravilla.
Pese a tratarse de un libro grueso no pude encontrar una sola frase subrayable por su belleza o pericia literaria. Sí encontré, en cambio, algunas cursilerías de esas que hacen ruido como cuando en las últimas páginas se dice que “el amor es cuando se te sale el corazón”.
Lo interesante es que Larsson parece ser conciente de estas cuestiones y en un momento se anima a parodiarse a sí mismo. En la historia, el personaje de Mikael Blomkvist, periodista como Larsson, termina escribiendo un libro del que se dice, en la página 651, que “ su contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo -no había tenido tiempo de cuidar el estilo-, pero Mikael había disfrutado de lo lindo…”.

La mujer que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina – Tomo 2

Sin llegar a ser gran cosa, el segundo libro de la serie está un poco mejor escrito, como si Larsson hubiese aprendido algo del proceso de escritura del anterior. Indudablemente, una manera de aprender a escribir es escribiendo, y Larsson lo hizo. Por lo pronto, la primera palabra que tuve que buscar en el diccionario (rododendros) apareció en la página 16. Claro que el uso de palabras poco comunes no incide en lo artístico que pueda tener un texto; es un dato nomás.
Por otra parte, Larsson intenta sumar metáforas a partir de las matemáticas, al estilo de “La soledad de los números primos”, donde la cosa parece mejor lograda.
Los intentos están, pero la escritura no logra levantar vuelo. En la página 99, por ejemplo, encontramos lo siguiente:
“Se levantó, puso la cafetera, se arropó con una manta, agarró un cigarrillo y se sentó en el vano de una ventana. Le fascinaron las luces. En la oscuridad, reflexionó sobre su vida.” Y ahí termina el párrafo, saltamos completamente a otra cosa y no sabemos absolutamente nada sobre el carácter de sus reflexiones, que tienen el mismo peso que el prender la cafetera o encender el cigarrillo.
Los méritos de la obra creo que hay que buscarlos en los personajes: Mikael Blomkvist y Lizbeth Salander. Él, un periodista cincuentón, divorciado, decidido a investigar y denunciar hechos de corrupción, y ella, un joven esquelética, insociable, llena de piercings y tatuajes, dando un aspecto que nadie atribuiría a una de las mejores hackers del planeta. Los personajes funcionan, sobre todo y en ambos libros, cuando se juntan, ya que sus vidas transcurren en paralelo hasta promediar el desarrollo. Ambos se complementan y resisten frente a una cultura que deja mucho que desear.

El comentario del tercer volumen de la saga (“La reina en el palacio de las corrientes de aire”) se los debo. Fueron demasiadas páginas de entretenimiento vertiginoso. Necesito ahora, otro tipo de literatura, una en la que las reflexiones no transcurran con la misma levedad con que se enciende un cigarrillo.

1 comentario:

Silvana Muzzopappa dijo...

Aplaudo de pie por este post.
Estoy absolutamente de acuerdo con lo que escribís. Ciertamente la cantidad de palabras difíciles no es una medida, pero sí lo es la de frases bien logradas o recursos literarios interesantes. Vaya uno a saber cómo será en su idioma original, pero no creo que muy diferente.
Respecto a los personajes, me estoy debiendo un post sobre Lizbeth y toda esa clase de personajes hiper-perfectos-los-mejores-del-mundo, así como también sobre esos argumentos que se basan en el trabajo a destajo y no más vida que trabajar de sol a sol. Es tan repetido ya que me aburre el sólo olerlo.
Por otra parte, también encontré en el primer tomo como un afán por tocar millones de temas en un solo lugar. Justamente con este criterio literario que usó el autor, es lógico que hayan quedado tan descolocados y tan profundamente tratados (como tan certeramente señalaste) como encender la cafetera.
Al segundo tomo no llegué ni creo que llegue. Hay tanta literatura deleitable que, por más atrapante que haya sido el libro, no creo seguir con la historia.

Me extendí por demás, pero se justifica: ¡por fin alguien más que opina así!

Saludos,
Shirubana.