
Tenemos a Oskar, un niño tímido, vapuleado por una banda de “compañeros” de colegio, lo que los norteamericanos llaman “Bullying”. Oskar toma un cuchillo de la cocina y sale a la noche. Fantasea una venganza frente a un árbol. A sus espaldas lo observa Eli, una extraña niña, nueva en el vecindario.
Una noche Eli se aparece en la ventana de Oskar y le pide que la deje entrar; ese sería el título original del filme “Dejáme entrar” y el de la novela de John Lindqvist en que se basa. Eli va a entrar en la vida de Oskar. Un poco de calor bajo la nieve. Eli va a terminar haciendo lo que Oskar no se anima.
Al comienzo de la película, el otro es alguien a quien se teme, alguien a quien se explota, alguien a quien se le chupa la sangre. Eli le pide a Oskar que trate de sentir lo que ella siente. Lo que no comparten con nadie (está muy bien trabajada la ceguera de los padres de Oskar frente al sufrimiento del chico) lo vuelcan en ese campo de intimidad que empieza a gestarse entre ellos.
La obra nos va llevando a considerar al otro como un espejo, ese en el que los vampiros no se reflejan, quizás porque no tienen más existencia que la de ser parte de nosotros mismos.
“Criaturas de la noche” del director sueco Tomas Alfredson no forma parte de ninguna saga de moda, no es un producto para adolescentes, no, esto es cine, una muy buena película para quien guste verla.
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