sábado, 30 de octubre de 2010

Cine - El hombre de al lado

Mariano Cohn y Gastón Duprat me habían sorprendido el año pasado con “El artista”, película que he comentado en este mismo blog. Entonces, la avidez por descubrir autores, en un cine cada vez más despersonalizado, me llevó al estreno de “El hombre de al lado”.
La anécdota de la película podría resumirse de la siguiente forma: un diseñador exitoso que vive con su mujer e hija en la única casa que Le Corbusier construyó en América latina ve perturbada su existencia el día que un vecino (Victor, interpretado por Daniel Aráoz) decide abrir una ventana en la medianera que comparten.
Lo que empieza como un conflicto vecinal va derivando, a partir de la mirada corrosiva de los directores, hacia otros territorios mucho más interesantes.
La puesta en escena del film nos deja siempre del lado de la familia “bien”. Nos despertamos junto con Leonardo (Rafael Spregelburd) debido a los ruidos del vecino que está en infracción buscando un rayito de sol; mientras la legitimidad parece estar del lado de la familia que prefiere mantener su intimidad en la oscuridad. A Victor lo vamos viendo de a retazos, desde sus irrupciones, todas muy graciosas a partir de una actuación sin fisuras de Aráoz. También lo espiamos, detrás de Leonardo (quién temía ser espiado es quién lo hace), vemos resquicios, sombras, fragmentos de algo que se supone. Este no ver permite desatar los prejuicios que si la película muestra con algún estereotipo es porque los prejuicios son así.

Donde sí nos metemos de lleno es en la vida de esa familia que, vista de afuera y a la ligera, podría parecer feliz o exitosa, pero al abrirsenos la ventana que nos permite adentrarnos en su día a día, lo que vemos es incomunicación, impostura, hipocresía, egoísmo y un vacío existencial que no se asume.
La película trabaja cada detalle, nada es aleatorio; desde la primera imagen hasta la última, desde una inscripción en la remera de la sirvienta hasta las únicas palabras que pronuncia la hija adolescente, todo se rige por una puesta coherente con lo que se quiere mostrar.
Hay en la irrupción de Victor una amenaza, el temor a algo siniestro. A medida que lo vamos conociendo, los espectadores vemos que no tiene maldad y que, en verdad, lo siniestro yace de este lado de la ventana.
Ese otro que vive detrás de la pared es un mersa, un tipo inferior que no puede tomarse en serio. El desdén surge de la impostura de una clase cuya ética no tolera la mirada que llega desde la ventana. Ventana que es preciso cerrar para poder continuar el simulacro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Fotografía - Brassai

Brassai, es el pseudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984), artista húngaro. Estudió pintura y escultura en la Academia de Bellas Artes de Budapest. A los veinticinco años se trasladó a París, donde se interesará por las posibilidades expresivas de la fotografía y se abocará a ella hasta el fin de su vida.

En Francia se vinculará con artistas como Jacques Prevert y Henry Miller y deambularán por la noche parisina observando las cosas desde una mirada muy particular. Su serie de fotografías “París de Noche” lo convertirá en una celebridad y lo acercará a Bretón y Dalí, quienes lo invitan a colaborar en la revista Minotauro. Más tarde entablará amistad con Picasso, quién le encargará fotografiar su obra escultórica.


Estos trabajos pudieron apreciarse hasta fines de septiembre en el Museo Nacional de Bellas Artes. La cantidad de fotografías y la riqueza visual de cada una hacía imposible recorrer la muestra en un solo día.


Como ejemplo, presentamos una fotografía, de la serie “París de noche” que transmite, con un poder de composición envidiable, toda una serie de cuestiones que tienen que ver con el enamoramiento, la fascinación especular por la imagen del objeto de amor, la visión fragmentada que tenemos del otro en quien proyectamos aspectos del propio ideal a la vez que rehusamos ver su lado oscuro. La seducción como un juego de espejos captada por Brassai en “El beso” (30,5 x 23,5 cm.).




Quien haya acuñado la frase “una imagen vale más que mil palabras” probablemente haya visto alguna foto de Brassai.

lunes, 11 de octubre de 2010

Cine - Yuki y Nina

La dualidad ya viene incluida en el título al igual que la unión, el nexo, el puente. Yuki y Nina, oriente y occidente, hemisferios derecho e izquierdo, lo rural y lo urbano, la niñez y el mundo adulto. Dualidad y unión que viene también desde la dirección, ya que esta película tiene dos directores: Nobuhiro Suwa, director japonés con varios films en su haber e Hippolyte Girardot, actor francés que hace aquí su debut en la dirección.

La primera parte es una película francesa de las buenas. Yuki es una niña que podría tener unos nueve años, hija de un francés y una japonesa que se están por separar. La madre se la llevará a Japón, lo cual le deparará un cambio de vida con la implicancia de tener que separarse de Nina, su íntima amiga y compañera de colegio.


Para ambas, la separación significa el derrumbe de la amistad, y para Yuki, el de su familia y toda su vida parisina. Entre ambas apelarán primero a la imaginación para persuadir a los padres de desistir de la separación. Una fuga hacia un bosque trasladará la película no solo a otro ámbito (la naturaleza) sino a otro registro. La película se transformará en una película japonesa: menos palabras, más imagen y misterio. Pasaremos al hemisferio derecho, otro espacio, otra temporalidad.


El pasaje de un registro al otro se produce en el bosque y es de una sutileza que da ganas de aplaudir, ya que lo fantástico, irrumpe con una naturalidad tal que el espectador tarde un rato en darse cuenta.

La película vale ser vista aún sabiendo el final, ya que no procura escondernos un secreto sino mostrarnos la vida. Por lo tanto, me permito contar que el último tramo de la obra nos mostrará a unaYuki contenta, con una nueva amiga japonesa contactándose vía Internet con su padre y con Nina, con un amiguito nuevo también ella . En definitiva, la separación fue dolorosa pero no resultó ser el fin del mundo.

Cada tanto se presentan situaciones que nos aterran al presagiar la ruptura de lo vivido hasta el momento. Se trata de circunstancias que suelen paralizar a algunos y llevar a la tragedia a otros; pero también se pueden atravesar como un mar turbulento que nos terminará arrojando sobre nuevas tierras. La película muestra que de los cambios dolorosos pueden surgir nuevas formas de felicidad; como la que produce ver una obra como “Yuki y Nina”, entreverada en la cartelera porteña.


La película abre con una breve escena en un parque de París, en el cual Yuki escucha una historia sobre un lobo y un ruiseñor, de boca de un pintor ambulante; y cierra con una canción japonesa durante los títulos. Ambos elementos, a modo de prólogo y epílogo, no hacen más que redondear la riqueza de esta historia.


El lobo pudo comerse al ruiseñor pero prefirió escucharlo cantar.