Mauricio Dayub construye con destreza un personaje con síndrome de Touré que destila tics e insultos al por mayor totalmente fuera de su control conciente. María Florentino interpreta a una señora que no puede dejar de verificar una y otra vez cada cosa que hace: si tiene las llaves en la cartera, si ha cerrado la llave del gas, todo esto enmarcado, mezclando dos síntomas en uno, en una obsesión por no apartarse de los preceptos de la iglesia. Tenemos también un joven que no puede pisar rayas (Diego Gentile) y una adolescente que repetí dos veces cada cosa que dice. Aquí, Melina Petriella logra dotar de eficacia a un personaje que a priori parecía de relleno. No podía faltar, por supuesto, la mujer obsesionada por la limpieza, los microbios y los contagios (Gimena Riestra), y dejamos para el final la mención del taxista obsesionado con los números, interpretado por Daniel Casablanca. Este último merece un párrafo aparte. Casablanca, integrante fundador del grupo de teatro Los Macocos, es un antidepresivo natural. Un solo gesto de su parte basta para que comencemos a sonreír, y dos o tres intervenciones seguidas para desatar las carcajadas.
Precisamente en las actuaciones se sostiene la obra, cuyo texto promete más de lo que da, ya que no hay un abordaje riguroso de las patologías presentadas, nunca se apunta a la historicidad de cada caso ni se ofrecen siquiera atisbos que permitan comprender cómo se fueron construyendo tales subjetividades. Por otra parte, los personajes son presentados como fenómenos extraños y enfermizos (freaks), muy diferentes de las personas normales que supuestamente integran la audiencia; cuando en verdad, el denominador común entre ellos es que algo en su interior está fuera de control. Denominador común también con cualquiera de los espectadores, ya que, quien se analice un poco con sinceridad se percatará de lo mucho que se mueve en nosotros por fuera de nuestra voluntad. El que tenga todo bajo control que arroje la primera piedra sobre esos seres sufrientes que Baffie caricaturiza como personajes de feria.
La obra muestra, además, cierto infantilismo en su resolución, reproduciendo el desenlace modelo de una obra para niños: el chico se queda con la chica y al final se enuncia una especie de moraleja como para garantizar una enseñanza. Por otra parte, existen algunas fallas notorias en la construcción de
Este es un blog que se plantea establecer relaciones entre el arte y la salud. Lo más artístico que tiene Toc-Toc son las actuaciones, todas muy buenas, algunas soberbias; y lo más terapéutico que podemos encontrar, en una obra que va del estereotipo a la parodia, son las risas que logra del espectador. Creo que la idea daba para más, aunque reírse durante cien minutos sin parar no es algo para despreciar.
1 comentario:
Gracias por su buen comentario.
En el consultorio es adonde debe darse un abordaje riguroso de una patología, no en una simple comedia.
Si se hiciera eso y encima se incluyeran las historias de cada paciente con sus subjetividades, la obra duraría no cien minutos sino cien días.
Como bien dice la enfermera antes de que los pacientes se despidan "con el adelanto es suficiente". Quizá el doctor sea un billonario que inventó esa clase de terapia para buscar un premio, o simplemente para divertirse. El autor no se preocupa por ese detalle y el público no obsesionado en cada detalle, tampoco.
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