Peter Gabriel apareció en el escenario como un técnico más, caminando en forma natural con unos papeles en la mano, cuando aún las luces del stage no se habían encendido. Saludó al público como ya lo había hecho en Velez dos años atrás, esforzándose por comunicarse en español. Lejos de las postura “histérica” de algunas pseudoestrellas, aludió enseguida al tema de los trenes: “Mi estudio en Inglaterra, está cerca del ferrocarril de Bristol, así que estoy acostumbrado y, de algún modo, esto me hace sentir un poco como en casa”, dicho que despertó risas y aclamaciones del público presente (treinta mil almas según estimaciones de TELAM). A continuación, con la generosidad que lo ha caracterizado siempre para darle lugar a artistas de las nuevas generaciones, presentó a “dos maravillosas cantantes y compositores”, quienes cantarían una canción cada una. Mientras Rosie Doonan y Jesca Hoop lucían sus voces, los trenes comenzaron a hacer de las suyas, coincidiendo uno de ellos con el suave epílogo de una de las canciones.
Gabriel leyó en español que la canción “Wallflower” fue inspirada en la lucha por los derechos humanos en
La tercera pieza del show correspondió a “Aprés moi” de Regina Spektor, tema también incluido en “Scratch my back” donde Gabriel interpreta canciones de los músicos que admira. Aquí,
Luego tendría lugar la logradísima versión de “Intruder”. La canción logró transmitir un clima de inquietud y suspenso, con un arreglo orquestal y una puesta en escena imbuida por resabios a Hitchkock y su compositor Bernard Hermann. “La sensación de aislamiento inspira” cantó Gabriel. A esta altura es evidente que la cuestión de la orquesta no es un mero gesto de grandilocuencia; ya que no se trataba de un mero colchón de violines para las mismas canciones de siempre. Los arreglos de Gabriel y John Metcalfe han transformado las canciones.
En este blog nos inspiran las relaciones entre el arte y el psicoanálisis, y en este sentido traigo a colación una metáfora con la que me gusta distinguir los cambios que uno puede realizar en el marco del trabajo analítico: el cambio no consiste en decorar con alas al gusano, sino en que el gusano se transforme en mariposa. Las canciones que presentó Gabriel en el show lucieron nuevas, temas de años transformados en otra cosa, adquiriendo una nueva vida, una nueva sangre, como mariposas que revolotearon por la noche de Buenos Aires.
Si con Wallflower la entrada ya estaba paga ¿qué decir de San Jacinto? Ya en Velez, en año 2009, Gabriel había presentado una versión que parecía insuperable; sin embargo la versión que interpretó en GEBA llegó aún más lejos. Hubo un momento cómico al comienzo, en el que Gabriel presentó el origen de la esta hermosa canción que homenajea a los pueblos originarios de América. En un momento Gabriel se perdió en la lectura de esa historia en la que un adolescente siux es llevado por el chamán a la cima de una montaña. Rebuscó infructuosamente y luego de sumirse en los papeles por varios segundos, emergió con algo de español por fuera de lo que tenía apuntado, para decir que había perdido “una línea importante, pero recuerden la serpiente”. Luego, otra vez la piel erizada ante esa música que penetró por los poros para transportarnos a otros tiempos. Belleza plena, letra, música, las imágenes en la pantalla. Insuperable… hasta que al maestro se le ocurra engrandecerla aún más.
Una de las particularidades de la gira reside en la composición misma de la orquesta. Por una mezcla de cuestiones económicas y artísticas, la mitad de los músicos son ingleses y la otra mitad se completa con músicos locales. Esto hace que la orquesta suene con diferentes matices en Chile, en Brasil, en Argentina o en México. En Buenos Aires sonó espectacular, pese al espacio abierto, pese a los trenes. Hace tiempo fue acuñado eso de que la música calma a las fieras; en este caso, Peter Gabriel y
Tras un íntimo San Jacinto, la orquesta levantó al público de sus asientos con una excelente versión de “Secret World”. Gabriel se entusiasmó en el baile e hizo un giro de más que le impidió llegar a tiempo al micrófono para cantar una frase, hecho que pasó mayormente inadvertido gracias a las voces de Donan y Hoop que cantaron el verso en cuestión.
Más tarde, Gabriel dedicaría una emotiva versión de “Father and son” a su padre “que va a cumplir cien años en abril”, dijo con llamativa seguridad. Peter suele cantar esta canción al piano, pero esta vez lo hizo de pie, ante un arreglo de cuerdas que le aportó al tema otro matiz sin hacerle perder la intimidad.
“Signal to noise” estremeció de nuevo al público, con una orquestación en perfecta comunión con la puesta en escena, y un Ben Foster más poseído que nunca. Para cuando Gabriel cantó “Wipe out the noise” (eliminar el ruido), el de los trenes ya había desaparecido.
“Downside up” permitió el lucimiento de Jesca Hoop, en una canción que fue cambiando de tono en la medida en que predominaban las cuerdas, los bronces o el fagot al final. Hermosa y breve. En un concierto de tal nivel resulta difícil marcar los puntos altos, dado que cada canción puesta en el escenario era de excelente para arriba. Entonces, me atrevo a decir que un poco más allá del excelente estuvo la versión de “Digging in the dirt”, canción psicoanalítica si las hay (“estoy excavando en la suciedad, quédate conmigo, necesito apoyo, estoy”) que se inició en las pantallas con un metrónomo primero marcando el compás y luego una reproducción de esos juegos electrónicos de la década del setenta en los que uno jugaba una especie de tenis contra la máquina, manejando un ladrillito que le pegaba a una pelota. De ese tipo de juegos recuerdo una situación que de chico llamaba mi atención: había momentos en los dejaba mi ladrillo quieto en cierta posición y se generaba una interacción repetitiva en la que la pelota quedaba rebotando en el ladrillo de la máquina y en el mío durante horas. Bastaba que yo moviera mi ladrillo un milímetro para generar otro ángulo de trayectoria y forzar a la máquina a mover el suyo, con lo cual el juego adquiría vitalidad de nuevo. Las relaciones interpersonales a veces quedan atrapadas en esos patrones de interacción repetitivos y, en vez de protestar por los cambios que el otro no realiza, este juego y la canción de Gabriel nos enseñan que es suficiente un cambio mínimo de nuestra parte para promover una transformación en la relación.
A esta altura, el show ya era una maravilla y todavía faltaban “Mercy Street” dedicada a la poetisa Anne Sexton, con un toque delicioso de flauta traversa; “The rythim of the heat”, inspirada en una experiencia de Carl Jung en Africa, con la orquesta alcanzando otro de los puntos cumbres de la noche que la gente aplaudió de pie; “Red rain” y una lluvia roja de luces sobre el escenario; “Solsbury Hill” con la audiencia coreando la letra y un empalme grandioso con la novena sinfonía de Beethoven.
PG es de esos artistas que quieren cambiar el mundo, pero lo suyo no es mera declamación. No se aísla en una burbuja de rockstar, se compromete y hasta, para algunos, se entromete. Pensemos en su reciente paso por Chile donde se entrevistó con el presidente Piñeira, para reclamarle el esclarecimiento de los crímenes de Pinochet y por el trato a los estudiantes en la actualidad. “El resto depende de ustedes” dirá Gabriel antes de retirarse del escenario y dejar a Ben Foster dirigiendo al público. El ya ha hecho lo suyo, ha cambiado su música, le ha dado nueva vida, sangre nueva. Pero habría más.
La puesta se pobló de colores primarios para “In your eyes”. El público conocía la canción y se prendió en el canto, elevando las manos en el esperado bis.
Por último, Gabriel ríe cuando anuncia la canción con nos mandará de regreso a nuestras casas y la cama. Contra el manual que dice que la última canción tiene que dejar al público “bien arriba”, la orquesta acomete la serena melodía de “The nest that sailed the sky”, con Gabriel tomando el mando del piano para acoplarse a la orquesta en las últimas notas, acompañadas por el ronroneo de un tren que volvió a escucharse luego de más de dos horas de música.
2 comentarios:
Estuve en el show y coincido con vos en que fue una maravilla. Los trenes a veces distrayeron más de la cuenta; otras, quedaron incorporados a la música.
Me entero con tu nota que el público fue de 30 mil personas. Si bien no es poco, me sorprendió que un músico de la talla de Gabriel no alcanzara a llenar un GEBA en una ciudad donde la enésima presentación de the wall lleva vendidos 8 conciertos. O sea, un artista que sigue creando queda muy atrás de un artista que hace 30 años que repite su mismo éxito. Aunque supongo que es mejor poca gente compenetrada con la música que mucha figurando y hablando por celular, como viene pasando últimamente en muchos recitales.
Una anécdota post show: pasa un tipo hablando por celular quejándose de la amargura del público ("nunca vi un público más amargo", se quejaba a los gritos). Con mi amiga nos quedamos pasmadas con la sensación de que ese tipo nunca terminó de entender la onda del espectáculo. ¿Te imaginás saltando y bailando frenéticamente en el Himno a la alegría?
Por último, agradezco las observaciones sobre lo que Gabriel hacía sobre el escenario, porque desde donde estaba apenas lo veía.
Saludos!
Shirubana.
Estuvo genial! De Gabriel tenía los temas más conocidos. Lo que hicieron sonó espectacular. Hasta me dieron ganas de aprender algo sobre música clásica, instrumentos y eso. Muy buena la reseña!
Joaquín
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