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sábado, 4 de febrero de 2012

Literatura - La hora de la estrella

Corregidor editó recientemente en Argentina, para su colección “Vereda Brasil”, la obra póstuma de Clarice Lispector, “La hora de la estrella”, escrita en 1977, apenas unos meses antes de morir.


La hora de la estrella no es otra cosa que la hora de la muerte. “En la hora de la muerte las personas se vuelven brillantes estrellas de cine, es el instante de gloria de cada uno y es como cuando en el canto coral se oyen agudos sibilantes”. Cuando la sensibilidad de un artista se topa con la cercanía de su propia muerte, siempre que la misma le otorgue tiempo suficiente, estamos ante la posibilidad de una obra maestra; pienso, por ejemplo, en “El sacrificio” del genial cineasta Andrei Tarkovski o en “Los conjurados” de Borges.




La historia es narrada por un escritor (varón) quien anuncia la creación de un personaje: “… en una calle de Rio de Janeiro, atrapé al vuelo el sentimiento de perdición en el rostro de una muchacha nordestina”. Macabea, el personaje en cuestión es una chica del interior (del Nordeste de Brasil) que se traslada, como tantos otros, a una gran ciudad. “Me limito a contar las pobres aventuras de una chica en una ciudad toda hecha contra ella”.




El escritor amaga en forma constante con iniciar la narración aunque la dilata hablando de sí mismo (“Discúlpenme, pero voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido…”), con lo que, en definitiva, tenemos algo así como dos personajes: un narrador-personaje y la joven Macabea.




Mientras nos cautiva con sus reflexiones, el escritor va espolvoreando datos de la protagonista y cuando parece, promediando el libro, que la narración no va a empezar nunca, de pronto nos encontramos metidos en la historia. Con una joven anodina, cuya vida es casi nada, como el café frío, Lispector construye un relato fascinante donde lo social y lo existencial se contrapesan, y la nada se transforma en vacío esencial.




Los hechos son sonoros pero entre los hechos hay un susurro. Es el susurro lo que me impresiona”. Lispector es conciente de las limitaciones del lenguaje, sabe que hay cosas indecibles (lo que Lacan designó como “lo real”, aquello que queda por fuera del registro simbólico) y alrededor de ese vacío hilvana sus palabras. Tenemos entonces una historia hecha de susurros, susurros en torno a lo real.




Clarice Lispector, como su escritor-personaje, se resiste a ser apenas una válvula de escape “de la vida aniquiladora de la burguesía de clase media” para sacar chispas con su prosa poética y sacudirnos ante lo real de la muerte.




Las cosas son siempre vísperas del morir, perdónenme por recordarles, porque en cuanto a mí, no me perdono la clarividencia”. Perdón eterno para esta escritora que, si bien a lo largo de toda su carrera fue difícil de clasificar, alcanza con su prosa en "La hora de la estrella" un grado de desnudez que hiere, con la libertad propia de una artista que sabe que está por morir y suelta, como en un último suspiro, toda su poesía.


lunes, 3 de mayo de 2010

Bienal Borges-Kafka

Por estos días culminó la segunda Bienal Borges-Kafka. La misma tuvo como sedes el Centro Cultural Recoleta, La Biblioteca Nacional, el Centro Cultural Borges, el MALBA y la Feria del Libro. Hubieron seminarios, conferencias, exhibiciones y cine, entre otras actividades.

En el patio del Centro Cultural Recoleta se montó un laberinto hecho de gigantografías diseñadas por el artista plástico Rogelio Polesello. Más allá de la sobreutilización de algunos lugares comunes como las cucarachas para Kafka y los laberintos y tigres para Borges, el efecto resultaba llamativo al punto de que los visitantes no dejaban de fotografiarse junto a las obras.
También en el Recoleta se destacó la instalación “Libros de arena” de Mariano Sardón. La misma contaba con dos peceras llenas de arena con un proyector y unos espejos arriba, de modo que al poner las manos entre el proyector y la arena, sobre esta última aparecían textos de Borges que se borraban al poco de retirar las manos. Los textos eran extraídos de Internet y cambiaban en forma constante, de modo que si volviamos a poner las manos, nos aparecía otro texto diferentey no el anterior. Recordemos que “Libro de arena” es un cuento de Borges en el que el personaje compra un libro que no tiene principio ni fin, con la particularidad extra de que una vez que se pasa una página es imposible volver a encontrarla.
Mariano Sardón estudió física y también arte, y combinando ambos saberes ha logrado una destacada evocación de la obra de Borges.

Amén de la obviedad de su profesión de escritores, pueden hallarse otros puntos en común entre Borges y Kafka. La literatura de ambos ha dejado marca en la lengua con el uso de dos adjetivos: “kafkiano” y “borgeano”.
Kafkiano para aludir a situaciones en las que un personaje se encuentra ante un contexto complejo, cuyas reglas desconoce y no logra comprender.
El mundo, de algún modo, es kafkiano. Nacemos y nos topamos con eso, con un mundo cuyas reglas nunca llegamos a descifrar del todo. Siempre queda un resto inaprensible, lo cual suele producir angustia.
Si lo en lo kafkiano prima lo oscuro, en lo borgeano el mundo aparece como laberíntico, como un juego de espejos y paradojas.
Borges y Kafka sintieron esa angustia, y en vez de intentar taparla, la enfrentaron, la vivieron, la sublimaron.
El término sublimación pertenece a la química y refiere al paso de la materia sólida al estado gaseoso. Como ejemplo típico podríamos citar el hielo seco. Freud utilizó el término para referirse al cambio de meta de las pulsiones sexuales hacia otros fines socialmente aceptables, logrando de este modo evitar la represión. Supera las pretensiones de este espacio profundizar en cuestiones biográficas aunque se suele mencionar que Borges sufrió bastante con las mujeres y puede que la sexualidad le haya resultado, como el mundo para Kafka, algo que con lo que no supo lidiar. En todo caso, la energía que no pudo desplegar en el campo erótico la transformó en creación artística.
Kafka tuvo una infancia complicada. La mirada severa del padre lo hacía sentir como un bicho; y toda esta cuestión pudo tramitarla en su escritura.
Borges y Kafka, a través del arte, lograron canalizar parte de esa angustia. Se elevaron como el hielo seco al sublimarse. Cambiaron de estado. De su angustia terrestre hicieron arte sublime.