jueves, 9 de julio de 2009

Una semana solos

Celina Murga es una cineasta argentina que, avalada por el padrinazgo de Martin Scorsese presenta su segundo largometraje. La película recorre una semana en la vida de unos chicos de entre 7 y 14 años que, ante un viaje de sus padres, son dejados al cuidado de la empleada doméstica y la seguridad del country en el que viven.
Por momentos, la obra parece más un estudio científico (sociológico) que una obra de arte; de hecho, la directora se basó en el libro “Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados” de la socióloga argentina Maristella Svampa.
Pero la puesta en escena se nota, por ejemplo, en las imágenes saturadas de los espacios verdes del country, las cuáles contribuyen a la sensación de artificio que tiene la vida dentro de los muros.
La película, a través de los chicos, refiere al mundo adulto, a los padres ausentes, los muros y el encierro en un universo de una comodidad enfermiza en la que ni siquiera pueden servirse por sí mismos un vaso de gaseosa.
El miedo a lo diferente y a lo desconocido es puesto en escena con la visita del hermano menor de la sirvienta que es visto como un bicho raro al que no saben cómo tratar.
El problema de “Una semana solos” es que la vida cotidiana de los chicos es aburridísima y la película, por momentos puede resultar exasperante, al mostrar el monótono deambular de los chicos entre la playstation, la tele y los celulares.


Estos chicos que nunca salen de los límites del barrio privado son la verdadera gente del interior. El “otro” está afuera, ya que entre los de adentro se observa una tendencia a la homogeneidad que requiere que Murga trabaje en el nivel de los detalles y las sutilezas para dibujar algo parecido a la individualidad de los personajes.
La cámara los sigue y, de vez en cuando, en pequeños gestos o actos parece asomarse algo acerca de la verdad de los personajes y su relación con el mundo en que transcurren sus días.
Así se recorta el personaje de Sofi (recordemos que Sofía en griego significa sabiduría) una nena que podrá tener unos diez años y es por lejos la más sensata y la que trasluce la vitalidad que los niños sanos tienen y en la mayoría de estos chicos brilla por su ausencia. Sofía es la única que, a través del canto, tiene algún contacto con el arte y la sensibilidad que el mismo supone.
En el epílogo, se nos muestra algo parecido a una transformación en la hermana mayor, quien luego de no mover un dedo para esos menesteres en toda la película, se ofrece a servir la bebida a los demás.
Otro mérito de la película es el jugueteo con el final moralista en el que toda la culpa del último desmán en una casa vecina, terminará cayendo sobre el hermano de la empleada doméstica. La historia parece dirigirse derechito hacia allí pero termina eludiendo ese final demasiado previsible.

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