Stieg Larsson era un periodista sueco dedicado a investigar los negocios sucios de la derecha europea y su vinculación con los grupos nazis de su país. Dirigía la revista “Expo”, un proyecto en el que los periodistas trabajaban ad honorem, para poder contar cosas que normalmente no tienen cabida en los medios.
En unas vacaciones, mientras su esposa escribía un libro, Stieg se aburría. Su mujer le dijo: “¿por qué no te ponés a desarrollar esa anécdota del anciano que recibía flores en su cumpleaños?”
Stieg comenzó a escribir y no pudo parar. Ese es el origen de la trilogía Millenium formada por tres libracos enormes titulados “Los hombres que no amaban a las mujeres”, “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”.
Se encerró durante años a escribir, a puro sedentarismo, café, cigarrillos y comida rápida. Por cuestiones comerciales, la editorial quería tener la trilogía terminada antes de publicar el primer libro.
El día en que finalmente entregó el último libro, Larsson regresó a sus oficinas. Como el ascensor estaba descompuesto, subió los ocho pisos por escalera. Al llegar, se desmoronó de un ataque cardíaco. Falleció camino al hospital.
Obviamente, no llegaría a enterarse del éxito que su obra está teniendo, de los quince millones de ejemplares vendidos y de los elogios recibidos, fundamentalmente, por la solidez de los personajes creados.
Un detalle llamativo: en la tercera obra, uno de los personajes muere exactamente como hubo de morir Larsson.
Si estos libros son arte ya es otra cuestión, pero la historia no es menor. Un tipo que dedica su vida a una obra y muere ni bien la termina. Larsson dejó su vida en esos libros. Puso allí su sangre, derramó todo lo que le quedaba. Es probable que eso se note al leerlos.
domingo, 9 de agosto de 2009
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