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miércoles, 12 de febrero de 2014

Literatura - Julio Cortázar


Se cumplen treinta años de la muerte del gran Julio Cortázar; de su muerte física y en circunstancias evitables, ya que según parece revelarse ahora, ese virus extraño que tuvo desorientados a los médicos que lo atendieron habría sido el del SIDA, contraído en una transfusión tras operarse una úlcera, en una época en que el SIDA no se conocía y los controles en los bancos de sangre no existían. Una pena que no siguiera escribiendo unos años más aunque uno lo dice de quejoso nomás porque Julio ha dejado una obra que se mantiene viva, con mucho todavía por leer, por releer, por disfrutar.
Cortázar sospechaba que el ser humano y la vida eran otra cosa, que había algo más que el diario de la mañana, la oficina, los impuestos y los ñoquis del domingo. Y lo buscó todo el tiempo, en cada cuento en cada texto, en Rayuela y logró implicarnos a sus lectores, hacernos vislumbrar eso que quizás, en algunos textos, coincida tanto con lo que Lacan llamó “lo Real”.
Que mejor forma de recordarlo que aventurarse en sus páginas, leerlo, citarlo, difundir su obra como quien recomienda una medicina.
 
“Imagino al hombre como una ameba que tira seudópodos para alcanzar y envolver su alimento. Hay seudópodos largos y cortos, movimientos, rodeos. Un día esos se fija (lo que llama la madurez, el hombre hecho y derecho). Por un lado alcanza lejos, por otro no ve una lámpara a dos pasos. Y ya no hay nada que hacer, como dicen los reos, uno es favorito de esto o de aquello. En esa forma el tipo va viviendo bastante convencido de que no se le escapa nada interesante, hasta que un instantáneo corrimiento a un costado le muestra por un segundo, sin por desgracia darle tiempo a saber qué,
le muestra su parcelado ser, sus seudópodos irregulares,
la sospecha de que más allá, donde ahora ve el aire limpio,
o en esta indecisión, en la encrucijada de la opción,
yo mismo, en el resto de la realidad que ignoro
me estoy esperando inútilmente.”
 
Rayuela, cap. 84

jueves, 27 de septiembre de 2012

TV y Literatura - Escenas de la Novela Argentina

Entre tanto bodrio no deja de resultar gratificante encontrar en televisión un programa como "Escenas de la Novela Argentina". Coproducido por la Biblioteca Nacional y la Televisión Pública, el mismo consta de cuatro clases a cargo del escritor Ricardo Piglia e invitados. Por medio de un logrado equilibrio entre claridad y precisión, Piglia evita cualquier tipo de solemnidad  y se hace entender aún para quien no tenga demasiadas nociones previas y logra despertar en el espectador las ganas de lanzarse a leer las obras mencionadas.  El programa brinda la posibilidad de hacer como si uno estuviera tomando una clase en la Facultad de Filosofía y Letras y en lo personal, da gusto asistir a una clase preparada con esmero en la que, por ejemplo, para pensar las relaciones entre literatura y periodismo se propone un diálogo entre "Los siete locos" de Roberto Arlt (obra que desde la literatura aborda el periodismo) y "Operación Masacre" de Rodolfo Walsh (quién desde el periodismo desembarca en la literatura). Para los que se lo perdieron, en YouTube pueden encontrarse las emisiones.

martes, 31 de julio de 2012

Literatura - Julio Cortazar

La diferencia entre buena y mala literatura siempre me había parecido una distinción bastante difusa hasta que tuve la experiencia de leer, en paralelo y por esos gratos azares de la vida,  un bestseller de gran éxito en los últimos años por un lado y por el otro, un libro de relatos de Julio Cortázar. El primero narraba con lenguaje corriente una serie de peripecias de algunos personajes que podrían haber obtenido algo más de mi interés de no ser por el contraste irrecusable con la prosa del segundo. Ni bien dejé el best-seller y me puse a leer a Cortázar me dije: ¡Esto es otra cosa!
 
Lejos de la pereza de recurrir a frases hechas, Cortázar desempolva su creatividad gestando un efecto de belleza en cada frase. Donde otro escribiría "la cargoseaban con tanto beso" él pone: "La besaron tanto entre Inés y su madre que le quedó la cara como caminada" (Bestiario). Frases de estas se encuentran en cada página y ninguna es gratuita, ya que todas se convierten en piezas esenciales al servicio de la narración, que muchas veces logra incomodar sin que al lector le duela.
 
Acercarse a la obra de este genial escritor es algo que recomiendo casi como una obligación, por lo que me permito compartir la información sobre un grupo de estudio sobre su obra, coordinado por el escritor Gustavo Di Pace.  Dejo los datos tal cómo me los han enviado:
 
 
El club de la Serpiente


Grupo de estudio de la obra de Julio Cortázar
 
Temario:
 
  • Los primeros y póstumos libros: Divertimento, El examen y Diario de Andrés Fava
  • Llaman al teléfono, profesor Julio
  • Cortázar y Felisberto, dos amigos que nunca se conocieron.
  • Sobre la teoría del túnel, sobre el fantástico desencantado, sobre el Cortázar ensayista
  • La conexión Cortázar- Borges, algo más que la historia del Minotauro contada el mismo año
  • Publicación de Bestiario y partida a Europa
  • Final de juego, una vuelta de tuerca al género fantástico
  • El perseguidor, ni cuento ni novela: short story (y mucho jazz)
  • La novela que empezó con un sueño: Los premios
  • Cronopios, famas, esperanzas… para "ablandar un poco el ladrillo todos los días”
  • Rayuela, un tablero de dirección, o cómo hacer estallar el formato “novela”.
  • Las cartas de Julio Cortázar también son literatura… Alejandrísima lo sabe.
  • Los libros almanaque (y más y más cuentos)
  • El Cortázar revolucionario
  • Llegada al cómic: la imaginación y el afán de experimentar del gran Julio siguen haciendo lo suyo
  • Los autonautas de la cosmopista: una expedición surrealista
  • Salvo el crepúsculo: Sonetos eróticos, prosa poética, canciones hechas papel, juegos literarios y manuscritos
  • Julio siempre Julio
 
Comienzo: 8 de agosto (continúa los días 15, 22 y 29)
 
Horario: 19 a 21 hs
 
Duración: 4 encuentros de 2 horas cada uno.
 
Arancel: 200 pesos
 
Coordina: Gustavo Di Pace
 
Lugar: Sudeste Libros, Av. Corrientes 1773, casi esquina Callao
 
Inscripción: Si querés formar parte de El club de la Serpiente, comunicate al 153 211 2889 o enviá un e-mail a gdipace@gmail.com

sábado, 30 de junio de 2012

Literatura - Concurso de Cuento Raro

La etimología de la palabra raro nos conduce al latín "rarus" que tenía el significado de "escaso o poco frecuente".  Que algo sea raro no implica necesariamente que sea bueno, pero en estos tiempos de "globanalización", donde la mayoría de lo que se publica es tan parecido y tan poco sustancioso, lo raro al menos abre la esperanza de encontrar algo interesante.
Outsider y Eterna Cadencia organizaron un concurso de cuentos raros, cuyos premios se develarán el martes 3 de julio a las 19hs en Honduras 5574 (Palermo). Los mejores cuentos se publicarán a su vez en una Antología del Cuento Raro. La entrada es libre y todos los lectores curiosos quedan invitados.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Literatura - Mi Yo Multiplicado - Gustavo Di Pace

Es indudable que lo que se promociona en las góndolas de las librerías no es todo lo que se escribe; ni siquiera todo lo interesante que se escribe. Hay mucha gente talentosa escribiendo textos que no llegan nunca a las góndolas o lo hacen con mucho esfuerzo y jamás en un lugar visible para el lector-comprador. De esa pluralidad de buenos textos por descubrir, extraigo en esta ocasión, el libro de cuentos “Mi yo multiplicado” de Gustavo Di Pace (Buenos Aires, 1969), publicado por Alcion Editora.


Una de las características del mundo actual es la notable expansión de los saberes, con la consiguiente multiplicación de técnicas que estos producen y las góndolas de las librerías dan, también, testimonio de esto. El saber se ha fragmentado. Tenemos saberes parciales que no logran enlazarse, por lo que el individuo de hoy se encuentra bombardeado por saberes fragmentarios. Colette Soler, psicoanalista francesa que condensa lucidez y claridad, sostiene que entre tanta multiplicación y fragmentación de saberes, lo que se ha perdido es lo que en la antigüedad se llamaba “sabiduría”, ese saber sustancial que podríamos vincular al saber vivir.


Vivimos en un mundo donde sobran especialistas, gente que sabe mucho de poco y, en contrapartida, escasean los sabios. Escasean quienes transmitan el arte de vivir y, además, han perdido peso las instituciones, las ideologías y las religiones cuyos preceptos solían servir de referencia y, de algún modo, operar como suplencia de la sabiduría. Por lo tanto, hoy en día, cada individuo se ve obligado a inventar su propia manera de estar en el mundo; es ahí donde Soler sostiene que los síntomas suplen el arte de vivir.
En eso están los personajes de Di Pace, hurgando en medio de este mar de saberes fraccionados, cada uno a su manera, buscando la vida cómo puede, generando cada cuál su síntoma.



Si a nivel social existe ahora algo parecido a una ideología que oriente a los individuos; es el consumismo, eso de comprar, comprar, tener, tener. Pero los seres que pone a caminar Di Pace lo hacen por fuera de ese discurso. Son personajes curiosos, movidos por algún impulso a saber, anegados por un sentido de extrañeza, algo torpes; pero que al menos entienden que la sabiduría no se compra en un shopping. Por cierto, el único personaje que compra algo a lo largo de todos los cuentos, compra una boa.


Tenemos al guionista de “Amenaza en la estación Martinez” que escribe toda su historia en forma de guión; al fotógrafo que retrata, noche tras noche, a sus padres dormidos; el arquitecto que toma el camino del respiradero, la novia que transforma la iglesia en un anfiteatro y su ex-novio que quiere y no quiere transformarse en espectador de una tragedia.



En este mundo impreciso, de saberes fragmentados y carencia de sabiduría, la confusión afecta también a la psicología, dividida en montones de corrientes que utilizan vocabularios y técnicas diferentes. Dicho desconcierto aparece reflejado en el relato “El escultor”, en dónde al protagonista se lo menciona como psicoanalista aunque no actúa como tal y parece accionar más como psicólogo cognitivo conductual[1] , esculpiendo la mente de sus pacientes.



Estos personajes que Di Pace pone bajo su lupa, cuyas profesiones poco parecen aportarles en cuanto a sabiduría, terminan merodeando las cercanías de la muerte. Algunos le escapan, otros van hacia ella y hay quienes la propagan; pero la muerte aquí no aparece banalizada (otra característica de nuestros tiempos) sino como una presencia que turba a los personajes y al lector.



A lo largo de siglos de literatura, todos los temas han sido abordados, por lo que las variantes posibles, devienen del cruce de cada hombre con su circunstancia. Di Pace lo sabe: “Tal vez, historias como esta ya fueron contadas, es más, estoy seguro de ello. Pero creo que en toda vida, en cada versión de los hechos, hay algo único. Intentaré contar esa parte…” Así comienza “Estigma”, uno de los relatos más impactantes, de esos que continúan repiqueteando en el lector mucho después de cerrado el libro.



Mi yo multiplicado, segundo volumen de relatos de Gustavo Di Pace, escrito con solvencia y soltura, presenta un sugestivo muestrario de los efectos del mundo actual en la subjetividad, y también (tal como el título sugiere) del propio mundo interior del escritor. Noventa páginas, siete cuentos, y un escritor a descubrir.








[1] Intentando poner un poco de orden al respecto, podemos diferenciar, grosso modo, dos tendencias fundamentales en la psicología a nivel universitario: la vertiente europea, cuyo mayor exponente es el psicoanálisis de Freud y Lacan, basado en la escucha y el respeto por la subjetividad del analizante; y la vertiente norteamericana, llamada en estos tiempos “cognitiva conductual”, asentada en la dirección. En el primer caso, es el analizante quien tiene el saber, aunque se trate de un “saber no sabido” y el rol del analista consiste en ayudarlo a escucharse. En el segundo caso, es el psicólogo el que sabe lo que “es bueno” para el paciente y lo condiciona en esa dirección. El saber del psicoanalista reside en la escucha. Lacan, parafraseando el misticismo oriental, habla de la tercera oreja, la que escucha lo que normalmente no se oye: los fallidos, las brechas del discurso en las que asoma el deseo del sujeto. En contrapartida, el psicólogo cognitivo conductual sabe dirigir; dirigir al paciente hacia donde el psicólogo considera que debe ir. Esta corriente se condice, en cierta medida, con la acción de “esculpir” la mente de los pacientes, mencionada por DiPace en el relato. En el cuento, el protagonista se revela trastornado y conduce de exprofeso a sus pacientes a la muerte; en el ejercicio profesional cotidiano, los cognitivos “esculpen” de buena fe, aunque lo que terminen “matando” sea la subjetividad de sus pacientes.

miércoles, 27 de julio de 2011

Literatura - Pasado Perfecto

Leonardo Padura es un experimentado escritor cubano, fundamentalmente conocido por la serie de novelas policiales protagonizadas por el detective Mario Conde. La reseña que nos ocupa aquí remite a su novela “Pasado perfecto”, una historia policial que Padura enriquece con una serie de condimentos que le otorgan un sabor particular. Para empezar, Padura sabe escribir. Con pequeñas descripciones logra perfilar la situación vital de los personajes: “Su brazo colgaba a un costado de la cama, como una rama partida.” En paralelo a la investigación de un crimen se despliegan, con el mismo interés, las crisis existenciales de los personajes y, en simultáneo, Padura aprovecha la narración para delinear la realidad social de su país.

El pasado perfecto del título alude al de Rafael Morín Rodríguez, una personalidad intachable del gobierno cubano que desaparece en forma misteriosa. La investigación recae sobre Mario Conde, a quien le empieza a oler mal el no hallar siquiera una voz disonante respecto a la persona de Rafael. Todos lo elogian, todos tienen algo bueno para decir de él, una trayectoria inmaculada, un pasado perfecto, sin una sola mancha. Pasado perfecto es también el tiempo que elige el autor para narrar.


Padura parece saber que no existe hombre intachable, y sospecha que el que en mayor medida pretenda aparentarlo es quien más basura suele esconder bajo la alfombra. Característica del perverso que, cuánto más inteligente, mejor logra armar un semblante público irreprochable tras el cuál esconde sus andanzas. Andanzas pero de otra índole son las de Mario Conde, detective neurótico que a lo largo de la investigación reencontrará a su antiguo objeto de deseo, ahora convertida en la esposa de Rafael Morín. Cuando Tamara entra en escena, Padura cambia el tiempo de la novela, abandona el pretérito perfecto y se pone a narrar en presente, con lo que modifica el tono y logra transmitir la relevancia que Tamara tiene para él. Padura, entonces, alterna los tiempos; toda la investigación es narrada en pasado exceptuando los momentos en que Conde se encuentra con Tamara; allí estamos en presente. El Conde, como le dicen sus compañeros, oscila entre esos dos tiempos que utiliza Padura en la narración, y en ese devenir, reconstruye la historia, la de la investigación, la suya propia y la de su país. Hilando recuerdos, atando cabos, resuelve el enigma y adviene a un presente, tiempo que le ofrenda el desafío de enfrentarse a su deseo.

miércoles, 30 de junio de 2010

Literatura - José Saramago

El 18 de junio falleció José Saramago, premio Nobel de Literatura (1998). Nacido en Azinhaga, un pequeño pueblo portugués de campo; su amor por la narración se lo debe a un analfabeto, al abuelo, contador de historias que se le grabaron a fuego.
Su estilo tan particular, en el que casi no usa puntos y muchos menos los característicos guiones que delimitan los diálogos, nació del intento por dar forma literaria a la cadencia de la oralidad de su abuelo. Saramago escribe –dejemos el verbo en presente un tiempo más- como hablan los campesinos; quizás por eso, pese a estar en la elite literaria, es muy leído y entendido por su pueblo.

Saramago fue un hombre comprometido y, para algunos, molesto. Si tenía qué decir lo que pensaba, lo hacía con calma pero sin miramientos. Lejos de conformarse con la comodidad del reconocimiento, escribió –lamento tener que ir haciéndome la idea de un pasado- para cambiar el mundo. “Ensayo sobre la ceguera”, novela que relata una especie de epidemia que va dejando ciega a la gente, es su enérgico aviso sobre el estado de nuestra civilización. En “El hombre duplicado” vaticina la pérdida de la individualidad que podemos rastrear hoy, en una sociedad en la que todos consumimos más o menos lo mismo.

Saramago captaba ideas poderosas y de ellas nacieron relatos como "Historia del cerco de Lisboa" en la que un corrector decide agregar un “no” al libro que revisa y, en ese acto de rebeldía, cambia toda la historia, la de Lisboa y la suya propia; o “Intermitencias de la muerte”, novela en la que plantea lo que sucedería si un día la gente dejara de morirse.


Los tiempos de cierre de los diarios, más el despiste de algún editor, crearon la paradoja de que en la hoja siguiente a la que anunciaba su muerte apareciera la promoción del Premio Clarín de Novela, con un jurado presidido por -sí, adivinaron- el mismísimo Saramago fallecido en la página anterior. La cuestión es que Saramago no leerá nuestras novelas (si algun día terminamos de escribirlas) y, lo que debería ser más importante, tampoco las escribirá.

Como Raimundo Silva, el corrector de “Historia del cerco de Lisboa”, me veo tentado a anteponer un “no” allí donde dice “Murió Saramago”, para luego dedicarme a continuar descubriendo su obra y agradecer, por ejemplo, cosas como estas:



“Cuando sólo una visión mil veces más aguda que la naturaleza puede dar sería capaz de distinguir por el oriente del cielo la diferencia inicial que separa la noche de la madrugada, despertó el almuédano. Despertaba siempre a esta hora, según el sol, y le daba igual que fuese verano como invierno, y no precisaba de ningún artefacto de medir el tiempo, sólo de una infinitesimal mudanza en la oscuridad del cuarto, el presentimiento de la luz sólo adivinaba en la piel de la frente, como un tenue soplo que pasara sobre las cejas…”

De “Historia del cerco de Lisboa”


“Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, una falla en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos la bocina. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir la puerta, Estoy ciego.”

De “Ensayo sobre la ceguera”



“Perdida cualquier esperanza, rendidos los médicos ante la implacable evidencia, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con resignación el último suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras, una última sentencia edificante para la formación moral de los amados príncipes sus nietos, tal vez una bella y redonda frase dirigida a la siempre ingrata retentiva de los súbditos futuros. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos al día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar este relato, nadie iba a morir.”

De “Las intermitencias de la muerte”



El alfarero paró la furgoneta, bajó los cristales de un lado y de otro, y esperó que alguien viniese a robarle. No es raro que ciertas desesperaciones de espíritu, ciertos golpes de la vida empujen a la víctima a decisiones tan dramáticas como ésta, cuando no peores. Llega un momento en que la persona trastornada o injuriada oye una voz gritándole dentro de su cabeza, perdido por diez, perdido por cien, y entonces es según las particularidades de la situación en que se encuentre y el lugar donde ella lo encuentra, o gasta el último dinero que le quedaba en un billete de lotería, o pone sobre la mesa de juego el reloj heredado del padre y la pitillera de plata que le regaló la madre, o apuesta todo al rojo a pesar de haber visto salir ese color cinco veces seguidas, o salta solo de una trinchera y corre con la bayoneta calada contra la ametralladora del enemigo, o para esta furgoneta, baja los cristales, abre después las puertas, y se queda a la espera de que, con las porras de costumbre, las navajas de siempre y las necesidades de la ocasión, lo venga a saquear la gente de las chabolas.

De “La Caverna”



domingo, 28 de febrero de 2010

Literatura - Cortázar - La vuelta al día en ochenta mundos

No tengo nada contra la literatura de entretenimiento, de hecho me parece mejor leer eso que nada; pero toparme con Cortázar después de leer “Los hombres que no amaban a las mujeres” (ver post anterior) realmente me produjo un shock. El libro de Stieg Larsson, como buen best-seller es pura acción, hay de todo: asesinatos, violaciones, venganzas, persecuciones, decenas de personajes, todo hilado en forma vertiginosa como para mantener atrapado al lector.
El contraste al leer los dos pequeños grandes tomos de “La vuelta al día en ochenta mundos” (1967) es tremendo. Ya las primeras páginas desnudan la falta de belleza del anterior. Si el de Larsson atrapa, el de Cortázar libera. Cortázar escribe aquí lo que quiere, la libertad con la que aborda el libro se transmite al lector. No tenemos un hilo narrativo. Salta de una cosa a la otra y lo hace con naturalidad mediante una prosa que genera belleza en cada página. Nos cuenta de su gato con nombre de filósofo, reflexiona sobre la poesía, argumenta con gracia que uno de los grandes problemas argentinos es el encabezamiento de las cartas, intercala fotos, dibujos, mandalas. Hace un libro collage, flujo de talento. Relata un concierto de Louis Armstrong y nos transporta hasta allí.
“Lo primero que se ve de él es su gran pañuelo blanco, un pañuelo que flota en el aire y detrás un chorro de oro también flotando en el aire y es la trompeta de Louis… y nosotros en las plateas nos agarramos todo lo que tenemos agarrable, y además lo de los vecinos, con lo cual la sala parece una vasta sociedad de pulpos enloquecidos y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de su trompeta, con su pañuelo flotando en una continua despedida de algo que no se sabe lo que es…”
Consagra treinta y ocho páginas a desplegar su simpatía por Lezama Lima y su novela “Paradiso”, dedica un poema a Jack el destripador, nos aclara la etimología de la palabra “piantado” y de pronto arremete con “la teoría del agujero pegajoso”, algo que puede parecer una broma o un relato zen.
“Se llama por ejemplo Ramón, y lleva el nombre pegado lo mismo que todo lo demás, lo que la gente ve de él y lo que él mismo ve de él. Pocos saben que en realidad es un agujero pegajoso.”
Cortázar se atreve al agujero, lo explora. Escribe desde un intersticio. Si las palabras normalmente tapan huecos, él invierte la cosa, tal como invierte el título del libro de Verne, otro aventurero al que rinde homenaje.
“Detesto al lector que ha pagado por su libro, al espectador que ha comprado su butaca, y que a partir de allí aprovecha el blando almohadón del goce hedónico o la admiración por el genio. ¿Qué le importaba a Van Gogh tu admiración? Lo que él quería era tu complicidad, que trataras de mirar como él estaba mirando con los ojos desollados…”
Escribir y respirar son la misma cosa. Cortázar transmite su vitalidad, la plasma en sus párrafos. Libera el humor, lo saca de su jaulita y lo deja circular por donde normalmente no se lo encuentra, alejándose de la seriedad, “esa señora demasiado escuchada”. Despierta complicidad. Se disfruta. Se agradece. Y se recomienda.

jueves, 29 de octubre de 2009

Cine y Literatura - Mentiras Piadosas


Hablando de películas basadas en obras literarias hasta hace poco pudo verse en los cines (y próximamente saldrá en DVD) la película “Mentiras Piadosas” de Diego Sabanés. El largometraje es una versión libre del cuento “La Salud de los Enfermos” de Julio Cortázar, aunque pululan por la película referencias a otros textos del autor.
“La salud de los enfermos” es un cuento notable ya desde su título. He escuchado opiniones referidas a que lo que vale en el arte es la obra en sí mientras que el título que se le pone no tiene gran importancia. El cuento de Cortazar contradice esta idea mostrando cómo un título puede amplificar el sentido de una obra. Con ese título el cuento dice más de lo que lograría transmitir con cualquier otro. Cortazar no puso un título por poner. Desde el título nos interroga, por ejemplo, sobre cuán enfermos están los sanos y cuán sanos los enfermos.
La historia es la de una familia que se organiza para construir y sostener una ficción, con tal de evitarle a la madre la noticia de la muerte de su hijo Alejandro. La mentira se construye y mantiene de tal modo que hasta los propios confabuladores terminan por creerla, al punto que, cuando finalmente muere la madre, dudan sobre cómo darle la noticia a Alejandro. Es un texto redondo, excelente de principio a fin.
Hacer una película de dos horas sobre un texto así es una apuesta riesgosa, máxime si, además, se añaden a la historia elementos de otros cuentos de Cortazar como “Casa Tomada” y “Circe”.
Para mi gusto, la cosa no salió tan mal. Hay un trabajo de adaptación muy cuidado que aporta algunas variantes interesantes respecto del original. En la película Alejandro se llama Pablo y no muere, sino que se va de viaje y no da más noticias. Nunca una carta, nunca un llamado. Sus hermanos y tíos inician entonces un complot para paliar la angustia de la madre (convincente interpretación de Marilú Marini).
En el original de Cortazar lo que se intenta negar es la muerte. En la película, lo que se quiere tapar es la incertidumbre. Mejor una mentira que la incertidumbre.
Si el cuento de Cortazar es excelente, la película, digamos que es buena, bastante buena. El final no llega a ser del todo creíble y no tiene el impacto que sí produce el cuento. El patetismo al que llegan los personajes los acerca un poco a lo caricaturesco. Más allá de algunos detalles, le agradezco a la película el haber disparado las ganas de revisitar a Cortazar como, también, algunas reflexiones.
Los psicoanalistas sabemos, por ejercicio profesional, que el relato con el que se nos presentan los pacientes es una ficción. Ficción que, en cierto momento del análisis, el analizante debe poder cuestionar. Los que hemos transitado ese proceso sabemos que es incómodo.
Eso, precisamente, es lo que, creo, lleva a mucha gente a resistirse a la idea de hacer una terapia. Desenmascarase cuesta. Se esgrimen un montón de justificaciones, pero, en el fondo, es eso: temor al derrumbe de una ficción, temor a la incertidumbre, al vacío.
Por mi parte, pienso que es mejor aceptar nuestras contradicciones que una mentira, por más piadosa que sea.

jueves, 17 de septiembre de 2009

La soledad de los números primos

La soledad de los números primos es una novela de Paolo Giordano, cuyo título (tal como he comentado en un post anterior) me atrajo tanto como para entusiasmarme con la idea de leerla. El título originalmente puesto por Giordano era “Dentro y fuera del agua”, pero el editor sugirió cambiarlo. ¡Ojo! Existe un libro de Juan Riquelme titulado “La soledad de los decimales”, que echa por la borda cualquier pretensión de originalidad; pero, bueno, cuando me enteré de esto ya tenía el libro en mis manos.

Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Están “ahí” de juntarse pero la unión no se produce nunca, son números primos gemelos, como el 41 y el 43, están cerca pero hay un número que los separa.
La estructura de la novela se nota, quizás, demasiado: un capítulo para Alice, otro para Mattia, una elipsis de tiempo. Un episodio de acercamiento, otro de alejamiento.
Giordano logra que empaticemos con los personajes, pese a las deficiencias de la traducción, la cual logró sacarme de tema en algunas partes recordándome que no estaba leyendo a Giorgano sino al tipo que lo tradujo. No tendría problema en aceptar nevera en lugar de heladera, pero “abrió el frigorífico y sacó una coca cola” ya me pareció demasiado. Será cosa del primer mundo, parece que en cada casa tienen un frigorífico.
De todos modos, por momentos la obra encuentra el tono justo. La escena en la que Alice arroja el tomate relleno al inodoro y este se tapa podría haber sido desopilante, podría haber sido grotesca, sin embargo, el autor logra transmitirnos el conflicto en que el personaje está atrapado transformando la escena en conmovedora.
Es un libro sobre la soledad, sobre el miedo y la imposibilidad de comunicarnos, sobre los efectos de lo traumático.
Las metáforas están subrayadas como así también algunas explicaciones: “...lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida.”
El comienzo es lo mejor. El episodio de Mattia y su hermana en el parque es muy fuerte, marca al lector así como al protagonista.
El tema de la anorexia también está bastante bien llevado.
Los traumas de la infancia marcan una vida. Alice y Mattia no pueden salir.
Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Ambos padecieron una situación que les resultó traumática y no logran desembarazarse de eso nunca, no pueden largarlo, no pueden decirlo. Eso los emparenta y a la vez los mantiene separados. No se animan a poner su angustia en palabras, no se cuentan lo que los atormenta. No se lo cuentan a nadie, no pueden deslizar el sufrimiento hacia el nivel simbólico, hacia el nivel del lenguaje. No es descabellada la analogía entre la dificultad para disolver el sufrimiento y la imposibilidad de los números primos de dividirse por otro número que no sea el uno y sí mismos. Entonces, el sufrimiento deambula por sus cuerpos compeliéndolos a la repetición. Una y otra vez Mattia se tajea las manos (en la era del consumo, la psicopatología no está ajena a las modas, y el cutting parece estar de moda en estos días) y Alice vomita cada comida sin lograr desembarazarse de aquello que tanto le pesa.
Los dos callan, callan frente a los demás, callan entre sí, no se les ocurre acudir a una terapia. La novela los deja abandonados a la soledad de la repetición. La obra es casi una manual de cómo quedar a merced de lo traumático. Giordano no muestra una salida. “El silencio de los números primos” no le hubiera venido mal tampoco como título.

domingo, 9 de agosto de 2009

Sobre Stieg Larsson

Stieg Larsson era un periodista sueco dedicado a investigar los negocios sucios de la derecha europea y su vinculación con los grupos nazis de su país. Dirigía la revista “Expo”, un proyecto en el que los periodistas trabajaban ad honorem, para poder contar cosas que normalmente no tienen cabida en los medios.
En unas vacaciones, mientras su esposa escribía un libro, Stieg se aburría. Su mujer le dijo: “¿por qué no te ponés a desarrollar esa anécdota del anciano que recibía flores en su cumpleaños?”
Stieg comenzó a escribir y no pudo parar. Ese es el origen de la trilogía Millenium formada por tres libracos enormes titulados “Los hombres que no amaban a las mujeres”, “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”.
Se encerró durante años a escribir, a puro sedentarismo, café, cigarrillos y comida rápida. Por cuestiones comerciales, la editorial quería tener la trilogía terminada antes de publicar el primer libro.
El día en que finalmente entregó el último libro, Larsson regresó a sus oficinas. Como el ascensor estaba descompuesto, subió los ocho pisos por escalera. Al llegar, se desmoronó de un ataque cardíaco. Falleció camino al hospital.
Obviamente, no llegaría a enterarse del éxito que su obra está teniendo, de los quince millones de ejemplares vendidos y de los elogios recibidos, fundamentalmente, por la solidez de los personajes creados.
Un detalle llamativo: en la tercera obra, uno de los personajes muere exactamente como hubo de morir Larsson.
Si estos libros son arte ya es otra cuestión, pero la historia no es menor. Un tipo que dedica su vida a una obra y muere ni bien la termina. Larsson dejó su vida en esos libros. Puso allí su sangre, derramó todo lo que le quedaba. Es probable que eso se note al leerlos.

lunes, 18 de mayo de 2009

Tokio Blues

Permitanme comentar un libro que, desde hace varios meses, anda circulando por las librerías de Buenos Aires. Me refiero a "Tokio Blues - Norwegian Wood" de Haruki Murakami.
Comienzo citando una descripción que figura en la obra:

"La luz clara que entraba por la ventana de encima del fregadero ribeteaba vagamente su silueta."

Murakami parece intentar arrojar luz sobre la vida moderna, sobre la vida de los jóvenes de hoy; y lo que ribetea vagamente es la falta de sentido. Lo hace de refilón, quizás la única forma de abordar ciertas verdades. El libro revolotea alrededor de la muerte.

En 1930 Freud publicó su ensayo "El malestar en la cultura". Freud fue un gran escritor pero no escribía novelas. Tokio Blues es una novela sobre el malestar en la cultura.

"Todos somos un poco raros. Todos tenemos algo que no encaja."

La novela nos permite recorrer la ciudad de Tokio y sus cercanías, a través de varios personajes que transitan la lucha entre la pulsión de vida y la de muerte. El recorrido se realiza con sutileza.

En la visita a un enfermo agoizante, el protagonista se pone a comer un pepino que termina compartiendo con el enfermo.

"El curioso crujido que se escucha al mascar un pepino." Es el crujido de la muerte.

Hay una cadena de suicidios y también personajes que deciden vivir. La distancia entre ambos grupos es mínima. Las similitudes y diferencias entre ambos se van virtiendo con naturalidad y en cuentagotas.

"Mi hermana llevaba una blusa blanca... Sí, una blusa sencilla, como la que llevo puesta ahora..., llevaba una falda gris, y las puntas de los pies apuntaban hacia abajo, igual que que en ballet te pones de puntillas. Entre las puntas de los dedos de los pies y el suelo había un espacio de unos veinte centímetros."

Es una novela que tiene una interesantísima construcción de personajes. Mientras estás leyendo el libro, podés verlos por la calle, rodeándote, cerca tuyo. Cualquiera de los que ves por ahí, deambulando por la ciudad, puede ser Watanabe, Naoko, Reiko, Nagasawa, Tropa-de-asalto, Kisuki, Hatsumi o Midori; incluso uno mismo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Feria del Libro


Después de horas caminando y esquivando gente entre los stands en busca de un poco de arte en formato libro, lo primero que uno saca en claro es que duelen las piernas.
Es grande la feria; grande y laberíntica. Me alegra que vaya tanta gente, que la gente lea, aunque los libros más leídos sean de una calidad cuando menos cuestionable. Hoy por hoy que alguien lea ya me parece bastante. ¿Estaré muy conformista?
La sonrisa se me borra cuando en la Editorial Kier me topo con un libro cuyo título anuncia prácticamente el fin del mundo para el 2012. Lo hojeo un poco y leo que el polo norte va a pasar al polo sur y viceversa lo que acarreará terremotos y desastres de todo tipo. Al lado, otro libro (de otro autor) anuncia lo mismo.
¡2012, falta nada! Miro a mi alrededor y la gente no parece preocuparse. Hasta el propio vendedor sonríe como si nada. Cuando en otro stand, encuentro un tercer libro sobre el mismo tema, me inquieto un poco.
Parto entonces en busca de alguna lectura espiritual. El Baghavaad Gita es un libro pequeño, lo tengo en casa. Por eso, me extraña verlo en un tamaño enciclopédico. Un librazo gordo. ¿Qué pasó? ¿Es el Baghavaad Gita actualizado? ¿En la India hay tanta inflación? Me acerco y leo que es una edición comentada. Pienso en comprarlo pero es tan largo que no voy a terminar de leerlo antes del 2012.
Por allí hay una cola toda de mujeres. Está firmando libros Florencia Bonelli. Nunca leí nada de ella por lo que no puedo emitir comentario. Unos stands más allá, otra cola, también toda de mujeres. Está firmando Ari Paluch. Tampoco leí su libro, me bastó escucharlo por radio. A Paluch se lo ve contento, parece ignorar lo del 2012.
Los libros de autoayuda florecen por doquier. Me pregunto si se llamarán de “autoayuda” porque al único que ayudan es a su autor. Luego de “Gente Tóxica”, ahora tenemos “Emociones Tóxicas” y luego vendrán probablemente: “Pensamientos Tóxicos”, “Padres Tóxicos”, “Madres Tóxicas”, “Relaciones Tóxicas”, “Creencias Tóxicas”, “Situaciones Tóxicas” y “Escritores Tóxicos”.
Otra titulación fácil se da en el ámbito de la sociología de la mano de Baumann. Empezó con “Modernidad líquida” y ya tenemos “Vida líquida”, Amor líquido”, “Tiempos líquidos” y “Miedo líquido”.
Por eso, valoro los títulos un poco más originales del tipo: “Cómo evitar casarse con un boludo” (aunque no me crean, el libro existe, lo pueden hojear en la feria); “Curación del aura a través de plumas poderosas”; “Mira A Tu Suegro Y Entérate Como Será Tu Marido: Guía Para La Enamorada Imprudente”, “E-mails desde el cielo” (en un stand de una congregación religiosa). ¡Ah! Hay un libro de Mauro Entrialgo titulado “Cómo convertirse en un hijo de puta” pero, lamentablemente, está agotado.
En una de las salas está Junot Diaz, dominicano emigrado a los Estados Unidos, autor de “La maravillosa vida breve de Oscar Wao”, que le valió recientemente el premio Pulitzer; y el stand de los países nórdicos está repleto de los policiales de Hennig Mankell, otro de los extranjeros visitantes de la feria.
Mezclado con todo eso, casi desapercibidos pasan Flaubert, Dostoievsky, Hesse, Thomas Mann, Borges, Pizarnik, Murakami, Saramago, y otros más por descubrir.

lunes, 4 de mayo de 2009

Seda

Y hablando de seda…

Seda, del italiano Alessandro Baricco, es una novela corta (creo que le va mejor que “cuento largo”), de pocas palabras, pero en la que cada una de ellas parece ocupar un lugar preciso. Como ejemplo, me limito a citar que, al precisar la época en que transcurre el relato, se menciona que por aquel tiempo Flaubert estaba escribiendo “Salammbo”. La mención no es gratuita sino que funciona casi como una pista. En “Salammbo”, se cuenta la historia de un amor imposible entre una sacerdotisa de Cartago y un mercenario que ataca la ciudad. Aquí, tenemos un mercenario francés que viaja a Japón, lugar hasta aquel entonces cerrado a los extranjeros, para conseguir gusanos de seda, ya que una peste afecta a los gusanos europeos.

“Lo hacían desde hacía más de mil años, según ritos y secretos que habían alcanzado una mística exactitud. Lo que Balbadiou pensaba es que no se trataba de una leyenda, sino de la pura y simple verdad. Una vez había tenido entre sus dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener la nada entre los dedos.”

El libro se lee rápido, la prosa tiene la liviandad de la seda y quizás, su consistencia.
La seda es un producto natural que el hombre ha intentado, inútilmente, producir a través de métodos artificiales e industriales. Ninguno de los intentos de producir seda artificial ha logrado la resistencia, elasticidad, finura y conservación del calor. El hombre no puede igualar al gusano.


La obra está escrita en espiral, Hervé Joncour, su protagonista, viaja repetidas veces, pasando por los mismos lugares, pero acercándose cada vez más hacia un centro que no develaremos aquí.
Creo que la obra merodea la nada, el vacío, eso que siempre falta, eso que nunca se alcanza. Ese vacío constitutivo del ser humano que nos mantiene en acción. Si nada nos faltara, nada haríamos.