La soledad de los números primos es una novela de Paolo Giordano, cuyo título (tal como he comentado en un post anterior) me atrajo tanto como para entusiasmarme con la idea de leerla. El título originalmente puesto por Giordano era “Dentro y fuera del agua”, pero el editor sugirió cambiarlo. ¡Ojo! Existe un libro de Juan Riquelme titulado “La soledad de los decimales”, que echa por la borda cualquier pretensión de originalidad; pero, bueno, cuando me enteré de esto ya tenía el libro en mis manos.
Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Están “ahí” de juntarse pero la unión no se produce nunca, son números primos gemelos, como el 41 y el 43, están cerca pero hay un número que los separa.
La estructura de la novela se nota, quizás, demasiado: un capítulo para Alice, otro para Mattia, una elipsis de tiempo. Un episodio de acercamiento, otro de alejamiento.
Giordano logra que empaticemos con los personajes, pese a las deficiencias de la traducción, la cual logró sacarme de tema en algunas partes recordándome que no estaba leyendo a Giorgano sino al tipo que lo tradujo. No tendría problema en aceptar nevera en lugar de heladera, pero “abrió el frigorífico y sacó una coca cola” ya me pareció demasiado. Será cosa del primer mundo, parece que en cada casa tienen un frigorífico.
De todos modos, por momentos la obra encuentra el tono justo. La escena en la que Alice arroja el tomate relleno al inodoro y este se tapa podría haber sido desopilante, podría haber sido grotesca, sin embargo, el autor logra transmitirnos el conflicto en que el personaje está atrapado transformando la escena en conmovedora.
Es un libro sobre la soledad, sobre el miedo y la imposibilidad de comunicarnos, sobre los efectos de lo traumático.
Las metáforas están subrayadas como así también algunas explicaciones: “...lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida.”
El comienzo es lo mejor. El episodio de Mattia y su hermana en el parque es muy fuerte, marca al lector así como al protagonista.
El tema de la anorexia también está bastante bien llevado.
Los traumas de la infancia marcan una vida. Alice y Mattia no pueden salir.
Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Ambos padecieron una situación que les resultó traumática y no logran desembarazarse de eso nunca, no pueden largarlo, no pueden decirlo. Eso los emparenta y a la vez los mantiene separados. No se animan a poner su angustia en palabras, no se cuentan lo que los atormenta. No se lo cuentan a nadie, no pueden deslizar el sufrimiento hacia el nivel simbólico, hacia el nivel del lenguaje. No es descabellada la analogía entre la dificultad para disolver el sufrimiento y la imposibilidad de los números primos de dividirse por otro número que no sea el uno y sí mismos. Entonces, el sufrimiento deambula por sus cuerpos compeliéndolos a la repetición. Una y otra vez Mattia se tajea las manos (en la era del consumo, la psicopatología no está ajena a las modas, y el cutting parece estar de moda en estos días) y Alice vomita cada comida sin lograr desembarazarse de aquello que tanto le pesa.
Los dos callan, callan frente a los demás, callan entre sí, no se les ocurre acudir a una terapia. La novela los deja abandonados a la soledad de la repetición. La obra es casi una manual de cómo quedar a merced de lo traumático. Giordano no muestra una salida. “El silencio de los números primos” no le hubiera venido mal tampoco como título.
jueves, 17 de septiembre de 2009
La soledad de los números primos
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