domingo, 13 de diciembre de 2009

Cine - El Corredor Nocturno


El corredor nocturno. Dirigida por Gerardo Herrero y basada en la novela homónima del escritor uruguayo Hugo Burel.

La historia no es nueva. Eduardo (interpretado por Leonardo Sbaraglia) es abordado en un aeropuerto (paradigma del lugar de tránsito) por un personaje (Conti, Miguel Angel Solá) que luego de presentarse en forma amigable va, poco a poco, inmiscuyéndose en su vida para finalizar con un acoso insoportable.
El corredor nocturno del título es Eduardo, un ejecutivo avasallado por las presiones del trabajo que sale a correr por las noches, quizás como descarga. Eduardo corre, pero no es el trote sano, recomendable para mantener el cuerpo saludable, no, el tipo corre desesperado, a los santos piques. La película salpica, con reiterados planos de Sbaraglia corriendo a toda máquina, la historia del ascenso de Eduardo como ejecutivo de una multinacional. Asciende en la empresa y desciende en relación a lo humano.
Otra acepción de la palabra corredor es también pasillo, pasadizo, en este caso hacia lo oscuro. La película es lúgubre, la iluminación está trabajada de ese modo, el gris es la gama predominante.

Conti podría ser el enviado de los nuevos dueños de la compañía o podría ser, apenas, una voz introyectada en la psiquis de Eduardo (Sbaraglia). Conti sería algo así como una falsa voz de la conciencia, en este caso, la voz del sistema, que lo urge a desprenderse de sentimientos de culpa y planteamientos éticos como así también de sus emociones, elementos contraproducentes para la función que el sistema requiere.
Muchos años después de popularizada la frase “el enano fascista”, Conti vendría a representar algo así como “el yo capitalista” que no se si todos llevamos adentro pero que, de algún modo, la cultura en que vivimos parece promover.
Un capitalismo que pregona, la prisa. Correr, correr, correr. Todo debe hacerse rápido, si te duele algo te tomás una pastillita y seguís a delante, producir, ascender, consumir, siempre más.
Eduardo es un tipo común (por algo le han puesto un nombre común: Eduardo López), presionado por el trabajo, desatiende su familia y guarda no poca basura bajo la alfombra. Se muestra humano, sufre todas sus contradicciones, las padece, intenta descargarse en esas corridas desenfrenadas o limpiarse en esa ducha que toma cada tanto.
Conti (excelente interpretación de Miguel Angel Solá), se muestra frío, imperturbable, nada parece alterarlo, es una máquina que se dirige a un objetivo.

La elección de la profesión de la esposa de Sbaraglia (psicóloga) parece más bien un guiño que afirma la existencia de Conti como una especie de instancia psíquica. No parece tener esto otra justificación, ya que por lo que muestra la película, la esposa podría haber sido ama de casa, arquitecta o decoradora sin que nada cambiase en la estructura narrativa. Este personaje es uno de los puntos flojos de la obra: se menciona que es psicóloga pero no se la muestra en su trabajo ni tampoco parece participar del ambiente intelectual característico de la profesión, se la ve, en cambio, como una mujer común, superficial, no muy sagaz, que se termina acomodando a lo que venga con tal de mantener la ilusión familiar.
La inquietud que se logra al comienzo, con las paulatinas intromisiones del personaje de Conti en la vida de ejecutivo, se va perdiendo en la medida en que la película se va explicando a si misma, revelándose de a poco como una fábula moral. De tanto aplastar cabezas, el protagonista termina aplastando su propia humanidad. Y algunos símbolos que asoman en la obra como la serpiente, símbolo bíblico de la corrupción, parecen un poco forzados.
¿El corredor persigue el éxito o el éxito lo persigue a él? Porque el éxito, entendido aquí como el cargo más alto implica un grado altísimo de deshumanización.
Al finalizar la película, parece aclararse que Conti es Eduardo, es un otro que lo habita, se ha hecho carne en él. La película equipara el éxito con la enajenación. Puede que al espectador no le resulte tan claro si Eduardo se convierte en un tipo exitoso, en un tipo enfermo o en ambas cosas. Que lo exitoso sea enfermizo no habla muy bien que digamos de nuestra cultura.

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