miércoles, 7 de abril de 2010

Literatura - Más liviano que el aire

Si se nos presenta una anciana asaltada por un pibe chorro que logra introducirse en la casa con ella, los papeles de víctima y victimario se distribuyen casi automáticamente. Ahora bien, cuando la prosa de Federico Jenmaire continúa su despliegue, esos roles se van desdibujando en forma progresiva al punto de lograr que nos preguntemos quién es la víctima si es que no lo son ambos.

La anciana, con la excusa de que allí tenía escondido el dinero, logra encerrar al joven asaltante en el baño de servicio.

La voz del pibe chorro no se escucha nunca. Deducimos lo que dice a través de la palabra de la anciana, la única que tiene voz en esta historia.


La anciana, pertenece a la clase, digamos cultural más que social, que tiene la palabra y se horroriza ante la presencia de estos morochitos vistos casi como bestias a las que hay que domesticar. Bestias salvajes que no tienen voz, excluidas del campo de la palabra, interpretadas, mediatizadas por un otro que cree que sabe, lo cual suele ser muy peligroso.


La anciana está sola y quiere hablar, quiere contar la historia de su madre, una mujer que ansió volar y termina estrellada a poco de levantar vuelo, casi una metáfora de lo que podría sucedernos como nación (ya que estamos en el bicentenario) si no logramos superar esa división entre explotadores y excluidos o civilizados y bárbaros según desde donde se lo mire.


La obra tiene capas, perfectamente ensambladas, con soltura y coherencia. Funciona como historia personal y cómo metáfora social. Palpamos la alarmante soledad de esa anciana y a la vez podemos razonar que nada genera más violencia que la exclusión, por lo que esa inseguridad que horroriza a los sectores más pudientes (sí esos que repiten con liviandad la multilla “es un horror”) no es más que una consecuencia de la que son causa.


Jeanmaire, como si esto fuera poco, regula, además, el suspenso. Nos lleva a imaginar que pasará cuándo la anciana le abra la puerta, pensamos si el pibe la atacará, si podrán hablarse a la cara, cada lector habrá imaginado sus alternativas. El autor estira los tiempos, milanesa por debajo de la puerta mediante, para luego arremeter con un final tremendo, que puede resultar inesperado pero, si lo pensamos luego, comprendemos que es el final que la historia pedía.


El libro se lee de un tirón, liviano como el aire, pero cuando lo terminamos nos queda retumbando el peso de la experiencia que acabamos de vivir.

1 comentario:

Elena dijo...

Hola:
No conocía ni al autor ni a su obra. Con el comentario que realizas, me parece muy interesante y me entran ganas de leerla si es que se encuentra en España.
Saludos