lunes, 26 de julio de 2010

Festival Madrid Cine – Celda 211

Hasta el 28 de julio se estará desarrollando el Festival MadridCine, el cual ofrece un panorama del “nuevo” cine de la comunidad de Madrid. La cita es en el Espacio INCAA Km 0 (Cine Gaumont), Av. Rivadavia 1635.
En el marco de dicho festival se proyectó, por primera vez en Buenos Aires, Celda 211, película dirigida por Daniel Monzón, precedida por elogiosos comentarios y por haberse llevado, este año 2010, ocho premios Goya, incluyendo el de mejor película y mejor director.
La película tiene algunos méritos: logra captar la atención del espectador a los pocos minutos y la sostiene hasta el final. Parte de una idea atractiva (está basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul): un joven se presenta a su primer día de trabajo en una cárcel y queda del lado de los presos en medio de un motín. Ante los riesgos de la situación se hará pasar por un preso ante los amotinados.
Pero la Celda 211 tiene, a mi juicio, un par de problemas importantes, que los jurados del Goya parecieran haber ignorado.
Tanto la situación inicial, la que hace avanzar la historia, como la que genera el desenlace, no son verosímiles. Que el funcionario, joven y sin experiencia, se haga pasar por preso, se acepta; pero que logre la confianza del líder del motín desde el primer encuentro y pase a formar parte del triunvirato de cabecillas, es inadmisible.
Juan, el novato funcionario de prisiones, miente: dice que ha asesinado a alguien. Malamadre, líder del motín, le dice que no tiene cara de haber matado ni a una mosca. Juan le dice apenas unas palabras y lo convence. ¡Al líder y a la inmensa mayoría de los presos!
En el motín, que dura dos o tres días, Juan y Malamadre terminarán como amigos de toda la vida.
Por otra parte, Juan se irá transformando hasta terminar degollando al jefe de los guardiacárceles. Este punto, esencial para desencadenar el final de la historia, también está “traído de los pelos”. Resulta que se arma un tumulto de familiares de presos en las inmediaciones del presidio, al que acude la mujer de Juan, con una panza de seis meses. Con lo cuidadosas que son las embarazadas, la tipa se mete en el tumulto que parece el campo de un recital de heavy metal. Los del servicio penitenciario desatan una represión en la que matan a una mujer que, justo entre miles de personas, resulta ser la esposa de Juan. Pero la cuestión no acaba aquí. Alguien filmó con el celular el momento en que le pegan y la filmación le llega a los presos. Cuando se la muestran a Juan, se ve exactamente el momento en que golpean a su esposa y, por si esto fuera poco, el policía se levanta el casco, como para que todos le vean el rostro; claro, si no la película no podría avanzar hasta donde pretende. Para colmo, el policía es el jefe. El tipo está toda la película dando órdenes y de pronto aparece reprimiendo como un policía más.
Todo esto deja a la vista el andamiaje artificial que hace andar la película, mediante la cual se quiere mostrar que no hay mucha diferencia entre los presos y los representantes de la ley, idea a la que adhiero pero hubiera preferido que la expusieran de un modo más creíble.
Como comentario al margen, en la película los presos españoles, asesinos y todo, parecen ser todos hombres de palabra, mientras que, son los presos colombianos, los traicioneros y bárbaros, que desatan la masacre final. Hay un tufillo racista en todo esto que contribuye a que la película me guste menos todavía.

domingo, 25 de julio de 2010

Cine - Las Hierbas Salvajes

Alain Resnais filmó su primer cortometraje a los catorce años. Ta vez como corolario de una extensa carrera en la que ha dejado películas como “Hiroshima mon amour”, “Hace un año en Marienbad” y “Providence” entre otras, a los ochenta y siete años nos regala “Las Hierbas Salvajes”, una película tan desfachatada que, un desprevenido podría suponer dirigida por un cineasta joven.
Buñuel decía que iba al cine a sorprenderse, a ver algo que nunca hubiera visto. Los tiempos, y el público de cine, han cambiado. Hoy, la gente pareciera ir al cine a ver una y otra vez lo que ya ha visto, como si se tratase de un ritual de reafirmación.
Podríamos exagerar un poco y decir que solamente hay cuatro películas (todas se pueden ver con el mismo pochoclo):
1. Comedias románticas en las que él y ella se conocen, se enamoran y deben superar más o menos las mismas peripecias para terminar en el beso que precede los títulos finales.

2. Películas de terror en las que un grupo de adolescentes se mete donde no debe y son exterminados uno por uno por un psicópata o algún monstruo asesino hasta llegar al combate final en el que se salvan tanto el muchachito o la muchachita como el monstruo asesino, cosa de poder continuar la zaga en caso de conveniencia económica.

3. Dramas lacrimógenos en los que nunca falta un perro o un niño.

4. Películas de acción (pueden transcurrir en el pasado, en el presente o en el futuro) en las que los buenos muy buenos luchan contra los malos muy malos, a los que derrotarán en el combate final luego de muchas persecuciones (que pueden ser a caballo, en auto o en naves espaciales según la época en que transcurra la película).

“Las hierbas salvajes” no encaja en nada de esto. Si al comienzo de la obra podría parecernos que lo que se viene es una historia más de matrimonio aburrido en la que uno de los cónyuges conoce a una persona más joven que le despierta la pasión dormida, Resnais se encarga de subvertir esta impresión. Aquí, tenemos a George Palet, hombre canoso, retirado, padre de familia, que conocerá a Marguerite Muir, una mujer más grande y, supuestamente, menos atractiva que su joven esposa.
La película será en todo momento impredecible. Resnais escapa a toda convención narrativa y construye el recorrido de sus personajes con total libertad. Hasta el propio narrador en off que, duda, vacila y se contradice, se evade de lo convencional.

La película comenzará con los pies sobre la tierra (la cámara siguiendo los pies de la protagonista yendo a comprarse unos zapatos) y terminará en el aire. El trayecto, enmarcado en el contrapunto entre las hierbas salvajes que se empecinan en crecer en cualquier parte y los pastos cortados al ras y los árboles podados como cuadrados bien típicos de los jardines franceses, tendrá sus idas y venidas nunca previsibles, nunca aburridas, para lo cual colaboran los personajes secundarios como el policía o la amiga odontóloga.
A quien esté demasiado apegado a los esquemas narrativos, la película lo descolocará, al escaparse siempre de lo esperable. Los personajes no están encorsetados, ignoramos lo que piensan y lo que harán. Según declaraciones del propio Resnais: “Nada debería llevar a Georges Palet y Marguerite Muir a querer encontrarse, a mantener una relación amorosa. Y sin embargo lo hacen. No responden a la lógica, a un ‘deber ser’. Son como hierbas salvajes.”
La película es como la invitación a un juego, que tiene mucho que ver con la redención del cine como arte, un juego imprevisible como el deseo humano, al cual la película pareciera homenajear.