viernes, 28 de octubre de 2011

Danza - Cine - Pina

Pina Bausch fue una bailarina y coreógrafa alemana, gran figura de la danza contemporánea fallecida en forma abrupta en el año 2009.
Win Wenders, el reconocido cineasta del mismo origen, famoso por sus películas “París-Texas” y “Las alas del deseo” entre otras, quedó tan impactado al asistir a una representación de Bausch, que empezó a seguirla de cerca hasta volverse amigos.En el marco de esta relación surgió la idea de hacer una película en conjunto, sobre el trabajo de la coreógrafa. El fallecimiento sorpresivo de Pina decidió a Win Wenders a mutar la idea original y transformar la película en una especie de homenaje.


Cuando dos talentos se juntan puede surgir algo especial; y eso es lo que sucede en Pina.


Pese a reducirse a una secuencia de piezas de baile, es tal la expresividad de las coreografías y tan precisa siempre la ubicación de la cámara, que la obra produce momentos dramáticos, momentos de risa y momentos de reflexión como si se tratase de una obra narrativa tradicional.


Wim Wenders aprovecha la tecnología 3D para trasladar al espectador por el espacio del escenario, logrando que esta nueva tecnología, hasta el momento bastante poco usufructuada, se ponga al servicio del hecho artístico.



“Pina” no solo ofrece información sobre vida y obra de Pina Bausch (se representan fragmentos de sus obras ‘Café Müller’, ‘La consagración de la primavera’, ‘Vollmond’ y ‘Kontakthof’) sino que constituye una obra pionera en el uso de las posibilidades expresivas del 3D.

Los bailarines, sus bailarines, no la rememoran con discursos sino bailando; no le dedican las consabidas palabras de enaltecimiento post-morten, le tributan una improvisación, una danza. Algo que salta a luz en la obra es el estilo personal de los bailarines, cada cual le pone a la danza su propia impronta. No bailan todos igual. Pina, como maestra, en lugar de enseñar un "pasito" para que todos lo repitan, procuraba extraer de cada bailarín el movimiento propio, distintivo de cada cual, aquello que dormía en su interior. En este punto, su tarea revela puntos de contacto con el del buen psicoanalista, partero de subjetividades, quien escuchando promueve que cada cual encuentre su propia voz.


Casi no hay parlamentos durante la película, quizás por eso ganan en contundencia las palabras de Pina que Wenders elige para terminar el film: “Bailemos, bailemos, de lo contrario estamos perdidos”. Lo que de seguro no habría que perderse es el lujo de ver esta película.

lunes, 10 de octubre de 2011

Cine - El Árbol de la Vida

En el afiche de promoción puede leerse, firmado por un crítico: “la mejor película que vi en mi vida”; grandilocuencia que, como veremos, guarda cierta relación con la obra de Terrence Malick.
Los primeros minutos de “El árbol de La vida” (Palma de Oro en Cannes) hacen honor a las expectativas generadas, con imágenes que se deslizan como retazos de la infancia, en comunión con la música y algunos pasajes de voz en off. Esos primeros minutos me hicieron evocar el film “El espejo” del gran Andrei Tarkovski.

Pero si bien la película se inicia en un tono alto, luego no puede sostenerlo. Por momentos Malick parece regodearse mostrando lo bien qué filma, lo artista que es y, para mi gusto se empantana en los barros de la pedantería. La película alterna la narración de la vida de una familia norteamericana en la década del cincuenta, con el seguimiento, muchos años después, de uno de los hijos ya devenido cincuentón, interpretado por un Sean Pean que deambula entre rascacielos y paisajes desérticos con una gestualidad que lo revela atormentado. Los saltos temporales no terminan ahí ya que, de pronto, nos vemos llevados a presenciar algo así como el origen de la vida en el planeta; lo que, por momentos, nos brinda la sensación de estar asistiendo a un documental de la National Geographic y, en otros, a una presentación hecha en PowerPoint, de esas que circulan por Internet llenando las pantallas de paisajes lindos y frases que pregonan disfrutar de la vida.


Lejos queda entonces “El árbol de la vida” de ser la mejor película que haya visto. No llega siquiera a aproximarse al estatuto que guardan para mí las obras de Tarkovski, Bergman, Fellini o Kurosawa. Me animo a decir que tampoco es la mejor película del propio Malick (“La delgada línea roja” le gana en poesía, intensidad y coherencia). El film tiene su punto fuerte cuando se detiene en el devenir de esa familia llevada a enfrentar un hecho trágico e inexplicable, sobre todo cuando los hechos son mostrados a través de los ojos de uno de los niños. “El árbol de la vida” ostenta hermosos pasajes y podría haber sido una gran película, si Mallick no se hubiese perdido, luego, por las ramas de la grandilocuencia.