martes, 24 de marzo de 2009

Peter Gabriel en concierto


Escribo con las melodías todavía en mi cabeza.
De a poquito, la cancha de Velez se va colmando. Quedan algunos huecos en las plateas Sur. El campo está lleno, la popular también. En la platea norte hay gente hasta en los pasillos. Gente de todas las edades. Tipos de cincuenta, cuarenta, hasta pibes que no llegan a los veinte.
A The swan black effect, la banda telonera se la trata con respeto e impaciencia. El escenario parece pequeño en semejante marco. La escenografía está muy cuidada.
A las 22:10, con Charly García en las primeras filas, se apagan las luces y empieza a sonar, con el escenario vacío, "Zaar", un tema de “Passion”, la música que Gabriel compuso para la película “La última tentación de Cristo”, de Scorsese. La música nos transporta a otro tiempo, a otra parte.
Al terminar aparece Peter y empieza a cantar “The rythim of the heat”, un tema que hace mucho no tocaba en vivo. Los músicos se van acoplando y el tema termina con Ged Lynch dándole duro a la percusión.
Luego, desempolva “On the Air” e “Intruder”, temas de sus primeros años como solista, ahora presentados con nuevos arreglos. Tres pantallas muestran detalles del concierto y en el escenario, sobre unos paneles colgados en diferentes puntos se proyectan imágenes y texturas relativas al tema que está sonando.
Al finalizar esta primera ráfaga, Gabriel saca una hoja, pide disculpas por destruir nuestro idioma y empieza a leer en español. Agradece nuestra presencia, recuerda su anterior visita y presenta el siguiente tema. Dice: “los cuerpos de los amantes cuando se acercan generan calor suficiente como para hervir agua. Eso es vapor”. Eso es “Steam”.
La banda suena a pleno con una energía que levanta a todo el estadio. Todos se mueven y cantan.
Más tarde, una sorpresa, su hija Melanie, canta “Mother of violence”, otro tema antiguo interpretado con una sutileza que aplaudimos.
La cantidad de ideas y asuntos que se abordan conjugando música y efectos visuales me asombra. La relación hombre-mujer en “Blood of Eden”, la mentalidad belicista que comienza en los patios de las escuelas (“Games without frontiers”), el ser humano y sus miedos (“Darkness”), las compulsiones (“No self control”), el misticismo (“San Jacinto”),
la vida moderna: "Cuánto más protegidos, más atrapados estamos"(“Tower that ate people”).
Miro las tribunas y me complace que haya tanta gente apreciando esto.
También con machete, Peter presenta su banda, dice algo de cada uno. Ged Lynch en batería, Melanie Gabriel en voz, Angie Pollack en teclados, Richard Evans y David Rhodes en guitarras y, lo deja para el final, Tony Levin “el emperador del bajo”. ¡Qué ovación te llevaste Tony!
Mientras los va presentando la firma de cada uno de ellos aparece en los paneles. La banda es compacta, no hay solos ni lucimientos desmedidos. Todos le ponen la firma al asunto. Tocan para la música. ¡Y cómo suena!
Secret World” es una de las canciones que más me gusta. Gabriel está un poco más gordo según me acota mi hija, pero su voz está intacta. David Rhodes y Tony Levin son tan buenos que pueden tocar girando. Y giran con Gabriel sobre el escenario y nadie se queda sentado.
Solsbury hill” y “Sledgehammer” juntas, una a continuación de la otra, hacen que nadie se quede quieto. El estadio se mueve, la gente en el campo salta y Peter, David y Tony recorren el escenario en un trote festivo y acometen los tradicionales pasos de baile de Sledgehammer.
“En un mundo en que tenemos acceso a todo, cómo distinguir lo importante de lo insignificante” pregunta Gabriel al presentar "Signal to Noise", una reflexión sobre las señales y los ruidos. Gabriel canta su última estrofa y abandona el escenario; la banda se hace cargo del climax instrumental de la canción y luego el show termina. Pero sabemos que no.
Al rato vuelven. Ged Lynch hace sonar unos instrumentos de percusión africanos y festejamos el comienzo de “In your eyes”, para mi gusto, una de las canciones más lindas que ha dado la música contemporánea.
El público se levanta otra vez de sus asientos y corea la canción. La canción habla, entre otras cosas, de abandonar las máscaras y el orgullo y encontrarnos a través de la mirada. Me alegra que tanta gente la conozca. Angie Pollack se luce en los teclados. Luego, “Red Rain”, otro clásico del disco “So” que termina con una lluvia roja de luces sobre Peter. Y fin.
Y todos coreamos el típico “Oooooooooo” hasta que Gabriel vuelve y toca al piano, apenas acompañado por Levin en el bajo, la canción que le dedicó a su padre. Se genera un clima íntimo, de absoluto silencio. Treinta y cinco mil personas escuchando el homenaje en silencio.
Y la última. Sabemos que es la última. Cuando la dedica a “todos los hombres que arriesgan su vida por los demás, en especial para…” sabemos que se trata de Stephen Biko y la ovación acompaña sus palabras. Todos de pie, coreamos “Biko” y acompañamos con los brazos extendidos. También sabemos que Gabriel se va a ir y nos dejará terminar la canción junto a la explosiva percusión de Lynch.
Antes de abandonar el escenario, Peter nos dice: “Lo que suceda ahora depende de ustedes”.
Eso es lo que le pido a un artista, que me perturbe, que me sacuda, que me ayude a cuestionarme y a cuestionar el mundo, que movilice mi energía, que deje preguntas retumbando en la cabeza.
Lo que hagamos después con eso, dependerá de nosotros.

1 comentario:

Quique Quagliano dijo...

Hola, Alejandro, te devuelvo la visita.

Gracias por tu crónica minuciosa, que no por eso pierde emotividad. Quienes estuvimos allí tenemos cada detalle de tu relato todavía a flor de piel.

Creo que será muy difícil de olvidar esta noche, porque me parece que Peter Gabriel tocó alguna cuerda que andabamos necesitando que fuera pulsada para que recordemos que somos mucho más que aquello que nos atrapa... En fin, que la torre, cualquiera sea, no nos coma...

Me encantó tu blog, y espero que sea el inicio de un contacto fluido.

Un fuerte abrazo,

Quique