domingo, 8 de agosto de 2010

Música - Peter Gabriel - Scratch my back

Desde marzo se consigue en las disquerías de Buenos Aires, el último CD de Peter Gabriel, Scratch my back.


Si algo ha caracterizado a la obra de Gabriel es el riesgo. Cuando a fines de los sesenta, todos se dedicaban a hacer canciones de tres minutos intentando meterse en la estela exitosa de los Beatles, Peter Gabriel, formaba Genesis, grupo que exploró la integración del rock con la música clásica, algo que nunca se había intentado hasta el momento, y que luego profundizarían bandas notables como Yes o Pink Floyd. Piezas largas que emulan la estructura de una sinfonía, ejecutadas con la fuerza de los instrumentos rockeros. Obras conceptuales, en las que las distintas canciones revolotean alrededor de un mismo tema. En el caso de Genesis, a esto se le agregaron interpretaciones histriónicas que incluían disfraces alusivos a la historia que se estaba cantando.


Probablemente, en cierto momento, Gabriel haya sentido que había descubierto una fórmula, la había llevado hasta sus límites y ya no quería repetirse. La noticia sorprendió en las primeras planas de todas las publicaciones rockeras: Peter Gabriel abandonaba Genesis.


Y el hombre se dedicó a explorar otro tipo de sonido, más íntimo, menos pretencioso. Probablemente no tuviera muy claro lo que hacía y se haya dejado guiar por su intuición artística.


Incorporó entonces a su música, ritmos africanos, instrumentos provenientes de otras músicas, investigó con computadoras y dedicó mucho energía a ensamblar la música con lo visual (por si hiciese falta, recordamos aquí que los videoclips de Gabriel están dentro de los más creativos de la historia de la música moderna). Tuvo allí, otro momento de éxito masivo con hits como Sledgehammer, D’ont give up o Steam.


Cuando la fórmula estuvo aceitada, quizás haya captado que la cosa había dejado nuevamente de ser arte para semejarse más a una artesanía, a un producto que puede fabricarse siguiendo determinadas pautas. Entonces, Gabriel cambió de nuevo.


Hoy sorprende con un proyecto muy particular: ha decidido reinterpretar canciones de otros, en el marco de un intercambio. El proyecto consta entonces de dos etapas. En “Scratch my Back” Gabriel interpreta canciones de artistas, de diferentes generaciones como Lou Reed, los Talking Heads, Paul Simon o Regina Spektor, Bon Iver y Radiohead. Más adelante, en un segundo disco (I’ll Scratch yours” todavía sin aparición en el mercado) los mencionados músicos interpretarán canciones de Gabriel, generando una especie de diálogo artístico.


Yo interpretó una canción tuya y vos una mía. Vos me rascás la espalda y yo la tuya. Todo un juego sobre los distintos puntos de vista en la creación artística.


En “Scratch my back”, alejándose de su anterior etapa rítmica, Gabriel no utiliza batería ni instrumentos de rock. Solamente una orquesta de música clásica, con lo cual se propone privilegiar los textos y la melodía. En algunos casos, la canción original queda prácticamente irreconocible, en otras aparece reinventada, en muchos casos hace emerger de la obra algo que en el original estaba apenas latente.

Hace poco, en un reportaje, le escuché decir a Gabriel que le había llevado toda su estadía en Genesis y más cinco discos solistas, encontrar su propia voz. De ser así, tuvo que arriesgarse a romper con muchos lugares conseguidos hasta arribar a esa sensación de autenticidad. Ahora, desde ese lugar, con Scratch my back, intenta el diálogo con otros artistas, con otras voces.


Particularmente, y aquí viene la vinculación con lo terapéutico, me gusta pensar mi labor de psicoanalista, como la de un partero de subjetividades, alguien que acompaña el proceso mediante el cual una persona empieza a escuchar su propia voz. Alcanzar esta voz personal conlleva, muchas veces, rupturas arriesgadas, cambios que encontrarán resistencias de todo tipo, internas y desde el entorno. Entre todas las voces contradictorias que nos dicen: andá para acá, andá para allá, te conviene esto o lo otro, no es sencillo encontrarse. Y es interesante pensar que, muchas veces, desde esa confusión armamos nuestros vínculos, nuestras redes sociales.


Lindo ejemplo, nos aporta entonces Peter Gabriel, sobre las relaciones con el otro; las cuales pueden acometerse desde mandatos, identificaciones e impulsos destructivos o desde la voz espontánea de quien intenta asumir su propio deseo.





Incluimos aquí el tema "The power of the heart" en la interpretación de Gabriel primero, y más abajo, la versión original de Lou Reed.
(si no se ven los videos, tienes que actualizar la versión del Flash Player de tu navegador)





lunes, 26 de julio de 2010

Festival Madrid Cine – Celda 211

Hasta el 28 de julio se estará desarrollando el Festival MadridCine, el cual ofrece un panorama del “nuevo” cine de la comunidad de Madrid. La cita es en el Espacio INCAA Km 0 (Cine Gaumont), Av. Rivadavia 1635.
En el marco de dicho festival se proyectó, por primera vez en Buenos Aires, Celda 211, película dirigida por Daniel Monzón, precedida por elogiosos comentarios y por haberse llevado, este año 2010, ocho premios Goya, incluyendo el de mejor película y mejor director.
La película tiene algunos méritos: logra captar la atención del espectador a los pocos minutos y la sostiene hasta el final. Parte de una idea atractiva (está basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul): un joven se presenta a su primer día de trabajo en una cárcel y queda del lado de los presos en medio de un motín. Ante los riesgos de la situación se hará pasar por un preso ante los amotinados.
Pero la Celda 211 tiene, a mi juicio, un par de problemas importantes, que los jurados del Goya parecieran haber ignorado.
Tanto la situación inicial, la que hace avanzar la historia, como la que genera el desenlace, no son verosímiles. Que el funcionario, joven y sin experiencia, se haga pasar por preso, se acepta; pero que logre la confianza del líder del motín desde el primer encuentro y pase a formar parte del triunvirato de cabecillas, es inadmisible.
Juan, el novato funcionario de prisiones, miente: dice que ha asesinado a alguien. Malamadre, líder del motín, le dice que no tiene cara de haber matado ni a una mosca. Juan le dice apenas unas palabras y lo convence. ¡Al líder y a la inmensa mayoría de los presos!
En el motín, que dura dos o tres días, Juan y Malamadre terminarán como amigos de toda la vida.
Por otra parte, Juan se irá transformando hasta terminar degollando al jefe de los guardiacárceles. Este punto, esencial para desencadenar el final de la historia, también está “traído de los pelos”. Resulta que se arma un tumulto de familiares de presos en las inmediaciones del presidio, al que acude la mujer de Juan, con una panza de seis meses. Con lo cuidadosas que son las embarazadas, la tipa se mete en el tumulto que parece el campo de un recital de heavy metal. Los del servicio penitenciario desatan una represión en la que matan a una mujer que, justo entre miles de personas, resulta ser la esposa de Juan. Pero la cuestión no acaba aquí. Alguien filmó con el celular el momento en que le pegan y la filmación le llega a los presos. Cuando se la muestran a Juan, se ve exactamente el momento en que golpean a su esposa y, por si esto fuera poco, el policía se levanta el casco, como para que todos le vean el rostro; claro, si no la película no podría avanzar hasta donde pretende. Para colmo, el policía es el jefe. El tipo está toda la película dando órdenes y de pronto aparece reprimiendo como un policía más.
Todo esto deja a la vista el andamiaje artificial que hace andar la película, mediante la cual se quiere mostrar que no hay mucha diferencia entre los presos y los representantes de la ley, idea a la que adhiero pero hubiera preferido que la expusieran de un modo más creíble.
Como comentario al margen, en la película los presos españoles, asesinos y todo, parecen ser todos hombres de palabra, mientras que, son los presos colombianos, los traicioneros y bárbaros, que desatan la masacre final. Hay un tufillo racista en todo esto que contribuye a que la película me guste menos todavía.

domingo, 25 de julio de 2010

Cine - Las Hierbas Salvajes

Alain Resnais filmó su primer cortometraje a los catorce años. Ta vez como corolario de una extensa carrera en la que ha dejado películas como “Hiroshima mon amour”, “Hace un año en Marienbad” y “Providence” entre otras, a los ochenta y siete años nos regala “Las Hierbas Salvajes”, una película tan desfachatada que, un desprevenido podría suponer dirigida por un cineasta joven.
Buñuel decía que iba al cine a sorprenderse, a ver algo que nunca hubiera visto. Los tiempos, y el público de cine, han cambiado. Hoy, la gente pareciera ir al cine a ver una y otra vez lo que ya ha visto, como si se tratase de un ritual de reafirmación.
Podríamos exagerar un poco y decir que solamente hay cuatro películas (todas se pueden ver con el mismo pochoclo):
1. Comedias románticas en las que él y ella se conocen, se enamoran y deben superar más o menos las mismas peripecias para terminar en el beso que precede los títulos finales.

2. Películas de terror en las que un grupo de adolescentes se mete donde no debe y son exterminados uno por uno por un psicópata o algún monstruo asesino hasta llegar al combate final en el que se salvan tanto el muchachito o la muchachita como el monstruo asesino, cosa de poder continuar la zaga en caso de conveniencia económica.

3. Dramas lacrimógenos en los que nunca falta un perro o un niño.

4. Películas de acción (pueden transcurrir en el pasado, en el presente o en el futuro) en las que los buenos muy buenos luchan contra los malos muy malos, a los que derrotarán en el combate final luego de muchas persecuciones (que pueden ser a caballo, en auto o en naves espaciales según la época en que transcurra la película).

“Las hierbas salvajes” no encaja en nada de esto. Si al comienzo de la obra podría parecernos que lo que se viene es una historia más de matrimonio aburrido en la que uno de los cónyuges conoce a una persona más joven que le despierta la pasión dormida, Resnais se encarga de subvertir esta impresión. Aquí, tenemos a George Palet, hombre canoso, retirado, padre de familia, que conocerá a Marguerite Muir, una mujer más grande y, supuestamente, menos atractiva que su joven esposa.
La película será en todo momento impredecible. Resnais escapa a toda convención narrativa y construye el recorrido de sus personajes con total libertad. Hasta el propio narrador en off que, duda, vacila y se contradice, se evade de lo convencional.

La película comenzará con los pies sobre la tierra (la cámara siguiendo los pies de la protagonista yendo a comprarse unos zapatos) y terminará en el aire. El trayecto, enmarcado en el contrapunto entre las hierbas salvajes que se empecinan en crecer en cualquier parte y los pastos cortados al ras y los árboles podados como cuadrados bien típicos de los jardines franceses, tendrá sus idas y venidas nunca previsibles, nunca aburridas, para lo cual colaboran los personajes secundarios como el policía o la amiga odontóloga.
A quien esté demasiado apegado a los esquemas narrativos, la película lo descolocará, al escaparse siempre de lo esperable. Los personajes no están encorsetados, ignoramos lo que piensan y lo que harán. Según declaraciones del propio Resnais: “Nada debería llevar a Georges Palet y Marguerite Muir a querer encontrarse, a mantener una relación amorosa. Y sin embargo lo hacen. No responden a la lógica, a un ‘deber ser’. Son como hierbas salvajes.”
La película es como la invitación a un juego, que tiene mucho que ver con la redención del cine como arte, un juego imprevisible como el deseo humano, al cual la película pareciera homenajear.

miércoles, 30 de junio de 2010

Literatura - José Saramago

El 18 de junio falleció José Saramago, premio Nobel de Literatura (1998). Nacido en Azinhaga, un pequeño pueblo portugués de campo; su amor por la narración se lo debe a un analfabeto, al abuelo, contador de historias que se le grabaron a fuego.
Su estilo tan particular, en el que casi no usa puntos y muchos menos los característicos guiones que delimitan los diálogos, nació del intento por dar forma literaria a la cadencia de la oralidad de su abuelo. Saramago escribe –dejemos el verbo en presente un tiempo más- como hablan los campesinos; quizás por eso, pese a estar en la elite literaria, es muy leído y entendido por su pueblo.

Saramago fue un hombre comprometido y, para algunos, molesto. Si tenía qué decir lo que pensaba, lo hacía con calma pero sin miramientos. Lejos de conformarse con la comodidad del reconocimiento, escribió –lamento tener que ir haciéndome la idea de un pasado- para cambiar el mundo. “Ensayo sobre la ceguera”, novela que relata una especie de epidemia que va dejando ciega a la gente, es su enérgico aviso sobre el estado de nuestra civilización. En “El hombre duplicado” vaticina la pérdida de la individualidad que podemos rastrear hoy, en una sociedad en la que todos consumimos más o menos lo mismo.

Saramago captaba ideas poderosas y de ellas nacieron relatos como "Historia del cerco de Lisboa" en la que un corrector decide agregar un “no” al libro que revisa y, en ese acto de rebeldía, cambia toda la historia, la de Lisboa y la suya propia; o “Intermitencias de la muerte”, novela en la que plantea lo que sucedería si un día la gente dejara de morirse.


Los tiempos de cierre de los diarios, más el despiste de algún editor, crearon la paradoja de que en la hoja siguiente a la que anunciaba su muerte apareciera la promoción del Premio Clarín de Novela, con un jurado presidido por -sí, adivinaron- el mismísimo Saramago fallecido en la página anterior. La cuestión es que Saramago no leerá nuestras novelas (si algun día terminamos de escribirlas) y, lo que debería ser más importante, tampoco las escribirá.

Como Raimundo Silva, el corrector de “Historia del cerco de Lisboa”, me veo tentado a anteponer un “no” allí donde dice “Murió Saramago”, para luego dedicarme a continuar descubriendo su obra y agradecer, por ejemplo, cosas como estas:



“Cuando sólo una visión mil veces más aguda que la naturaleza puede dar sería capaz de distinguir por el oriente del cielo la diferencia inicial que separa la noche de la madrugada, despertó el almuédano. Despertaba siempre a esta hora, según el sol, y le daba igual que fuese verano como invierno, y no precisaba de ningún artefacto de medir el tiempo, sólo de una infinitesimal mudanza en la oscuridad del cuarto, el presentimiento de la luz sólo adivinaba en la piel de la frente, como un tenue soplo que pasara sobre las cejas…”

De “Historia del cerco de Lisboa”


“Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, una falla en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos la bocina. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir la puerta, Estoy ciego.”

De “Ensayo sobre la ceguera”



“Perdida cualquier esperanza, rendidos los médicos ante la implacable evidencia, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con resignación el último suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras, una última sentencia edificante para la formación moral de los amados príncipes sus nietos, tal vez una bella y redonda frase dirigida a la siempre ingrata retentiva de los súbditos futuros. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos al día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar este relato, nadie iba a morir.”

De “Las intermitencias de la muerte”



El alfarero paró la furgoneta, bajó los cristales de un lado y de otro, y esperó que alguien viniese a robarle. No es raro que ciertas desesperaciones de espíritu, ciertos golpes de la vida empujen a la víctima a decisiones tan dramáticas como ésta, cuando no peores. Llega un momento en que la persona trastornada o injuriada oye una voz gritándole dentro de su cabeza, perdido por diez, perdido por cien, y entonces es según las particularidades de la situación en que se encuentre y el lugar donde ella lo encuentra, o gasta el último dinero que le quedaba en un billete de lotería, o pone sobre la mesa de juego el reloj heredado del padre y la pitillera de plata que le regaló la madre, o apuesta todo al rojo a pesar de haber visto salir ese color cinco veces seguidas, o salta solo de una trinchera y corre con la bayoneta calada contra la ametralladora del enemigo, o para esta furgoneta, baja los cristales, abre después las puertas, y se queda a la espera de que, con las porras de costumbre, las navajas de siempre y las necesidades de la ocasión, lo venga a saquear la gente de las chabolas.

De “La Caverna”



lunes, 31 de mayo de 2010

Cine - Seraphine

La película aborda la vida de la pintora naif Seraphine Louis, conocida también como Seraphine de Senlis, por el pueblo donde vivió. La obra nos presenta a una mujer de condición humilde que limpia casas, platos y ropa por unas pocas monedas. Más tarde, la veremos recolectar barro, cera de las velas de una iglesia y sangre de un animal muerto, todos elementos naturales con los que fabricará la pintura que utilizará por las noches para pintar en un estado de trance. Sirvienta de día, pintora de noche.
En el año 1912 Wilhem Uhde, un reconocido crítico de arte parisino, se traslada a Senlis para escribir un trabajo sobre la obra de Picasso. Seraphine es enviada a limpiarle la casa cada tanto. Uhde terminará encontrando en una visita de compromiso a la casa de una de las patronas de Seraphine un cuadro que le llama la atención. Preguntará por el autor de dicha pintura y se sorprenderá cuando le informan que se trata de la sirvienta. Se interesará por su obra y acabará por convertirse en su mecenas. Aquí, en lo que podría interpretarse como un final feliz, comienza en verdad el meollo de esta historia.
Seraphine deja de fabricar sus propias pinturas para encargarlas en el negocio del pueblo. Gradualmente va perdiendo contacto el con la naturaleza. Pasa de las moneditas a los billetes. Empieza a tener dinero de más y no sabe qué hacer con eso. Queda expuesta a las leyes del mercado, a la ansiedad por ser aprobada, al desasosiego que le produce los obstáculos que encuentra para poder exponer, en una sociedad que todavía no tiene lugar para la mujer artista. Pierde el equilibrio que había construido y enloquece. Intenta reponer la armonía perdida creando un delirio. Es internada en un hospicio y olvidada al punto de que, posiblemente debido a la ocupación alemana de Francia, no hay registros fidedignos sobre el año de su muerte. La película, casi por pudor, apenas muestra esos últimos años, en los albores de un mundo que se obstinará en encerrar a los locos sensibles y otorgar poder a los peligrosos.


La película fue dirigida por Martin Provost y protagonizada por Yolande Moreau. Ambos relataron una anécdota que me pareció muy interesante mencionar. No habiendo retratos ni fotografías de la verdadera Seraphine, Provost eligió a Moreau exclusivamente por sus cualidades actorales. Durante la filmación alguien les acerca una copia del, hasta hoy, único retrato encontrado de la pintora. Cuando Provost lo vio, se asombró por el parecido que tenía con Moreau. La semejanza es tal que el retrato, aportado por un coleccionista, parece sacado de la propia película. “Soy yo” dijo Yolande Moreau. Seraphine pintaba con sangre y Yolande puso la suya para recrear un personaje difícil de olvidar.





Retrato de Seraphine Louis

Obra de Seraphine Louis

miércoles, 26 de mayo de 2010

Artes combinadas - Mapas para perderse

Hace unas semanas, tuve la suerte de toparme con la muestra “Mapas para perderse” de Horacio Sanchez Fantino y Reynaldo Sietecase. Si tuviera que sintetizar, diría que se trata de una colección de mapas poéticos que se enhebran para contar una historia. Una ciudad llena de gente. Un hombre perdido. Un hombre que busca lo perdido. Mapas que se hacen rompecabezas.
Frente a las obras, vino a mi memoria la frase “El mapa no es el territorio”, atribuida a Alfred Korzybski (lingüista de origen polaco), y usada por él como metáfora para explicar que el lenguaje constituye un mapa empleado por las personas para representar la realidad que percibimos.
Korzybski hablaba cinco idiomas y ello, sin duda, lo ayudó a advertir que los idiomas son mapas que no debemos confundir con el territorio; al cual podríamos llamar lo real, tanto en sentido corriente como, tomando ciertos riesgos, en sentido lacaniano.

Nuestra percepción del mundo está condicionada por la biología (hay frecuencias sonoras que nuestro oído no puede captar, por ejemplo) y también por la cultura, cuya expresión más tangible es el lenguaje. Los esquimales tienen setenta palabras distintas para referirse a distintos tipos de nieve, nosotros solamente una. En definitiva, no conocemos la realidad, vivimos entre impresiones y significantes que intentan representarla. Conocemos representaciones. Vivimos entre mapas.
En el ámbito de la subjetividad, cada persona tiene su propio mapa, su propia manera de representar el mundo. Cuando el mapa de una persona difiere demasiado del de los demás, se lo puede tomar por loco o, con suerte, por genio o visionario. Los consejos que recibimos de nuestros padres, amigos, maestros y los mensajes que recibimos de los medios son eso: mapas. Mapas que le han servido a otros y que tal vez puedan orientarnos. O tal vez no. Si entre billones de personas no hay dos huellas digitales iguales ¿por qué habríamos de vestirnos igual, escuchar la misma música, consumir los mismos productos, usar los mismos mapas?

Horacio Sanchez Fantino es pintor. Reynaldo Sietecase es periodista y escritor. Fantino pinta los mapas, Sietecase escribe los textos que los acompañan. Unos y otros, mapas y textos, muestran un poco y sugieren el resto. Sus talentos confluyen en una obra muy particular. Una obra que desata la reflexión sobre los mapas que podemos usar para orientarnos o para perdernos.

Para más información sobre esta muestra que también se ha editado como libro, pueden visitar su sitio web.

lunes, 3 de mayo de 2010

Bienal Borges-Kafka

Por estos días culminó la segunda Bienal Borges-Kafka. La misma tuvo como sedes el Centro Cultural Recoleta, La Biblioteca Nacional, el Centro Cultural Borges, el MALBA y la Feria del Libro. Hubieron seminarios, conferencias, exhibiciones y cine, entre otras actividades.

En el patio del Centro Cultural Recoleta se montó un laberinto hecho de gigantografías diseñadas por el artista plástico Rogelio Polesello. Más allá de la sobreutilización de algunos lugares comunes como las cucarachas para Kafka y los laberintos y tigres para Borges, el efecto resultaba llamativo al punto de que los visitantes no dejaban de fotografiarse junto a las obras.
También en el Recoleta se destacó la instalación “Libros de arena” de Mariano Sardón. La misma contaba con dos peceras llenas de arena con un proyector y unos espejos arriba, de modo que al poner las manos entre el proyector y la arena, sobre esta última aparecían textos de Borges que se borraban al poco de retirar las manos. Los textos eran extraídos de Internet y cambiaban en forma constante, de modo que si volviamos a poner las manos, nos aparecía otro texto diferentey no el anterior. Recordemos que “Libro de arena” es un cuento de Borges en el que el personaje compra un libro que no tiene principio ni fin, con la particularidad extra de que una vez que se pasa una página es imposible volver a encontrarla.
Mariano Sardón estudió física y también arte, y combinando ambos saberes ha logrado una destacada evocación de la obra de Borges.

Amén de la obviedad de su profesión de escritores, pueden hallarse otros puntos en común entre Borges y Kafka. La literatura de ambos ha dejado marca en la lengua con el uso de dos adjetivos: “kafkiano” y “borgeano”.
Kafkiano para aludir a situaciones en las que un personaje se encuentra ante un contexto complejo, cuyas reglas desconoce y no logra comprender.
El mundo, de algún modo, es kafkiano. Nacemos y nos topamos con eso, con un mundo cuyas reglas nunca llegamos a descifrar del todo. Siempre queda un resto inaprensible, lo cual suele producir angustia.
Si lo en lo kafkiano prima lo oscuro, en lo borgeano el mundo aparece como laberíntico, como un juego de espejos y paradojas.
Borges y Kafka sintieron esa angustia, y en vez de intentar taparla, la enfrentaron, la vivieron, la sublimaron.
El término sublimación pertenece a la química y refiere al paso de la materia sólida al estado gaseoso. Como ejemplo típico podríamos citar el hielo seco. Freud utilizó el término para referirse al cambio de meta de las pulsiones sexuales hacia otros fines socialmente aceptables, logrando de este modo evitar la represión. Supera las pretensiones de este espacio profundizar en cuestiones biográficas aunque se suele mencionar que Borges sufrió bastante con las mujeres y puede que la sexualidad le haya resultado, como el mundo para Kafka, algo que con lo que no supo lidiar. En todo caso, la energía que no pudo desplegar en el campo erótico la transformó en creación artística.
Kafka tuvo una infancia complicada. La mirada severa del padre lo hacía sentir como un bicho; y toda esta cuestión pudo tramitarla en su escritura.
Borges y Kafka, a través del arte, lograron canalizar parte de esa angustia. Se elevaron como el hielo seco al sublimarse. Cambiaron de estado. De su angustia terrestre hicieron arte sublime.