jueves, 29 de octubre de 2009

Cine y Literatura - Mentiras Piadosas


Hablando de películas basadas en obras literarias hasta hace poco pudo verse en los cines (y próximamente saldrá en DVD) la película “Mentiras Piadosas” de Diego Sabanés. El largometraje es una versión libre del cuento “La Salud de los Enfermos” de Julio Cortázar, aunque pululan por la película referencias a otros textos del autor.
“La salud de los enfermos” es un cuento notable ya desde su título. He escuchado opiniones referidas a que lo que vale en el arte es la obra en sí mientras que el título que se le pone no tiene gran importancia. El cuento de Cortazar contradice esta idea mostrando cómo un título puede amplificar el sentido de una obra. Con ese título el cuento dice más de lo que lograría transmitir con cualquier otro. Cortazar no puso un título por poner. Desde el título nos interroga, por ejemplo, sobre cuán enfermos están los sanos y cuán sanos los enfermos.
La historia es la de una familia que se organiza para construir y sostener una ficción, con tal de evitarle a la madre la noticia de la muerte de su hijo Alejandro. La mentira se construye y mantiene de tal modo que hasta los propios confabuladores terminan por creerla, al punto que, cuando finalmente muere la madre, dudan sobre cómo darle la noticia a Alejandro. Es un texto redondo, excelente de principio a fin.
Hacer una película de dos horas sobre un texto así es una apuesta riesgosa, máxime si, además, se añaden a la historia elementos de otros cuentos de Cortazar como “Casa Tomada” y “Circe”.
Para mi gusto, la cosa no salió tan mal. Hay un trabajo de adaptación muy cuidado que aporta algunas variantes interesantes respecto del original. En la película Alejandro se llama Pablo y no muere, sino que se va de viaje y no da más noticias. Nunca una carta, nunca un llamado. Sus hermanos y tíos inician entonces un complot para paliar la angustia de la madre (convincente interpretación de Marilú Marini).
En el original de Cortazar lo que se intenta negar es la muerte. En la película, lo que se quiere tapar es la incertidumbre. Mejor una mentira que la incertidumbre.
Si el cuento de Cortazar es excelente, la película, digamos que es buena, bastante buena. El final no llega a ser del todo creíble y no tiene el impacto que sí produce el cuento. El patetismo al que llegan los personajes los acerca un poco a lo caricaturesco. Más allá de algunos detalles, le agradezco a la película el haber disparado las ganas de revisitar a Cortazar como, también, algunas reflexiones.
Los psicoanalistas sabemos, por ejercicio profesional, que el relato con el que se nos presentan los pacientes es una ficción. Ficción que, en cierto momento del análisis, el analizante debe poder cuestionar. Los que hemos transitado ese proceso sabemos que es incómodo.
Eso, precisamente, es lo que, creo, lleva a mucha gente a resistirse a la idea de hacer una terapia. Desenmascarase cuesta. Se esgrimen un montón de justificaciones, pero, en el fondo, es eso: temor al derrumbe de una ficción, temor a la incertidumbre, al vacío.
Por mi parte, pienso que es mejor aceptar nuestras contradicciones que una mentira, por más piadosa que sea.

viernes, 23 de octubre de 2009

Cine - Las viudas de los jueves


Alfred Hitchckok, maestro del suspenso y del cine en general, jamás basó sus películas en libros exitosos. Pensaba que una obra maestra no se podía mejorar; a una obra así había que dejarla como estaba. Hitchcock tomaba historias mal escritas, libros malogrados y de ellos sacaba una gran película.
Lejos estoy de catalogar al libro de Claudia Piñeiro como obra maestra, pero la película ciertamente no lo es. La película, en este caso, me parece inferior al libro. Salvo varias escenas de sexo, no le agrega nada. No aporta nada y le saca bastante.
El libro se puede leer en dos o tres días. Una película, por su parte, dura dos horas. En ese tiempo hay que condensar la trama, resaltar lo esencial, eliminar lo anecdótico, desarrollar los personajes, que aquí son muchos. Marcelo Piñeyro, el director, dijo en un reportaje que lo que le interesó como desafío para filmar el libro fue, precisamente, la cantidad de personajes que debía entrecruzar sin que ninguno predominara sobre otro. Creo que, en parte, lo consiguió. Los personajes se distinguen unos de otros, tienen su individualidad. Las pinceladas son quizás un poco gruesas pero están bien dadas. El problema es que mientras el director se preocupaba por pintar los personajes, lo que se le escapó, fue la trama.
El desenlace, que en el libro suena justificado, en la película parece apurado y gratuito. Nadie se suicida así porque sí, un ratito después de que la idea se le ocurre. Un acto semejante es conclusión de todo un proceso. Ese proceso en la película no está. El Tano propone una especie de suicidio grupal, lo argumenta un poquito (con palabras, no con acciones) y listo, todos a la pileta.
Entonces, lo que en el libro sucede como consecuencia de un desarrollo previo, en el film parece algo traído de los pelos; ni que hablar de la justificación que se le busca al accidente: el equipo de música cerca de la pileta y el viento que lo hace caer. ¿Cuánto viento tiene que soplar para tirar un equipo de audio a una piscina? Un tornado por lo menos. Como plan para engañar a una compañía de seguros suena ridículo; y para convencer al espectador también.
El recurso de empezar por el final, con los cadáveres flotando en la pileta, e ir intercalando los tiempos del relato no logra ser original ni despertar interés. Volviendo al maestro, Hitchcock, en un famoso libro-reportaje que le hizo Truffaut, explicaba que el suspenso se logra dándole al espectador más información que a los personajes. Ejemplo: a nosotros se nos muestra que debajo de la mesa hay una bomba pero el personaje que se sienta a ella no lo sabe.
En “Las Viudas…”, los espectadores sabemos menos que los personajes, los cuales, por su parte, tampoco saben demasiado. Por eso, la película resulta fría. Vemos desde afuera algo en lo que no nos involucramos y que tampoco interesa mucho.
De todos modos, hacer la película de un libro exitoso poco parece tener que ver con el arte. Es puro negocio. Se aprovechan el prestigio y los lectores del libro para obtener una cantidad espectadores de base. A su vez, es de suponer que la película, generará, nuevos lectores para el libro. Un negocio bien pensado. De arte aquí parece no haber nada. Ni arriba ni debajo de la mesa.

martes, 20 de octubre de 2009

Fotografía - Aldo Sessa

En relación al parentesco entre la pintura y la fotografía es interesante saber que Aldo Sessa pintaba desde los diez años, y a los doce participó de su primer concurso de pintura. Cuando llegó, años más tarde, al mundo de la fotografía, ya sabía de luces, de sombras, de volúmenes y de composición.
A diferencia de otros fotógrafos mencionados en este blog como los de la escuela de Frankfurt quienes componen previamente la foto que van a sacar; Sessa es más bien un cazador.
No va a ninguna parte sin su cámara y no crean que la lleva en un bolsito; no, la lleva en la mano, lista. Según él mismo ha contado, mientras camina, al pasar de una zona de luz a otra de sombra por ejemplo, va regulando la exposición de la cámara de modo de tenerla preparada para la gran foto que puede aparecer en cualquier momento.
Sessa es uno de esos artistas que se presentan como mediums; tipos que captan cosas que están ahí pero suelen pasar desapercibidas para los demás.
Su extensa trayectoria se presentó resumida en 150 fotos en el Centro Cultural Recoleta.

lunes, 5 de octubre de 2009

Pintura - Daniela Boo


A veces uno va buscando una cosa y encuentra otra. La multiplicidad de espacios que el Centro Cultural Recoleta ofrece se presta para eso. El hallazgo, en este caso, remite a la vorágine urbana, al permanente ir de aquí para allá, marcha incesante que transita y a la vez se detiene en los cuadros de Daniela Boo.
Es como si pintase fragmentos del movimiento: una puerta de subte por abrirse, un pasajero de colectivo capturado al pasar, el tránsito de unos taxis que reflejan una ciudad que se intuye.
Sería un lugar común hablar de la gris ciudad. Aquí no hay gris. Los colores estallan en los ojos. Habíamos ido a ver otra muestra pero esos colores saturados funcionaron como un llamador.

Desconozco su proceder técnico; si saca una foto y luego la recrea con el pincel o si atrapa los instantes en su memoria para después materializarlos en su taller. La cuestión es que aquí la pintura parece jugar con lo fotográfico. La sensación de captura fotográfica aparece en muchas de sus obras y si no llega al realismo se debe a la saturación del color y los reflejos, que parecen ser una marca de esta artista.
Justamente así, “Marcas” se llama uno de los cuadros (ver aquí abajo). Tiene un aire fotográfico pero, sin embargo, transmite algo relacionado con lo poético que difícilmente se pueda obtener con una cámara.
Un interesante descubrimiento. Agenden a esta artista y salgan por ahí a recorrer algo de arte. A veces uno va buscando una cosa y encuentra otra.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Cine - Las flores del cerezo

Mucha gente va al cine para distraerse. Hay películas que están hechas para eso, para distraernos, para sacarnos un rato de la vida, para olvidarnos de nosotros mismos. Un cine que es acción una tras otra que no le deja resquicios a la angustia, un cine de efectos, generador de adrenalina sin peligro.
Por otra parte, hay personas que van al cine para encontrarse. Hay un cine que es espejo; un cine que cuestiona, que nos impugna. Un cine que es cuña, bello y perturbador a la vez.
Ambos cines pueden estar mejor o peor hechos, pero parten, de movida, de intenciones diferentes. Las flores del cerezo (de la alemana Doris Dorrie) pertenece a este último grupo.

Sakura: flor del cerezo. Es muy delicada y el viento la hace caer enseguida.

Considero que, al menos en el cine, importa mucho menos la historia, que la forma en que la misma nos es contada. La historia aquí es más o menos así. Rudi y Trudi son una pareja mayor que vive en el campo. Un par de doctores le avisan a ella que Rudi tiene los días contados. Ella no imagina una vida sin su pareja, entra en shock y no atina a contárselo a nadie. Lo que hace es promover un viaje a Berlín a visitar a dos hijos y luego a Tokio donde vive el tercero. Allí, con unas pocas viñetas, se pinta con precisión la distancia generacional: padres que no conocen a sus hijos, hijos que no conocen a sus padres. Los padres son una molestia que altera la vacía rutina de los hijos. Las menciones a la falta de tiempo se reiteran. Sorprende un poco que la nieta le haga masajes a Rudi hasta que vemos como, a sus espaldas, la abuela le da unas monedas por los servicios prestados. Como no pueden ocuparse de ellos se le encarga a la novia de la hija que los pasee por la ciudad (la escena en que las chicas se besan frente a los padres está muy bien lograda, con una naturalidad que la aleja de los lugares comunes a que nos acostumbra el cine de Hollywood). Ella logra conocerlos mejor que sus hijos.
Promediando la película tendremos una sorpresa que prefiero no revelar, pensando en quienes vayan a verla.

Hanami: fiesta de la contemplación de las flores en la que los japoneses se vuelcan a los parques a celebrar las flores del cerezo.

Doris Dorrie cuenta todo esto con un puñado de excelentes actores y una cámara digital que nos va mostrando los emblemas (las parejas de aves, la mosca, los pañuelos, el folleto para turistas, las manzanas) con los que carga de significación y poesía el relato.
Con unos pocos planos, Dorrie nos hace sentir la vida en el campo, en Berlín y en Tokio. Allí, además, contrasta el Japón globalizado con los vestigios aún vivos de antiguas tradiciones.
Las flores del cerezo cuya belleza Dorrie nos muestra en detalle, sirven como metáfora de la vida, hermosa y efímera. La flor del cerezo no se marchita, cae del árbol muy pronto, cae en plenitud.
La flor del cerezo era el emblema de los guerreros samurai, quienes tenían como ideal morir en el momento de máximo esplendor, morir dando batalla, en lugar de marchitarse con la vejez. Cada vez que un samurai abandonaba su casa rumbo a la batalla, se sembraba un árbol de cerezo en su honor. Una leyenda sostiene que las flores del cerezo eran blancas en su origen. El color rosado que vemos se debe a la sangre de los samurai.

Butoh: danza japonesa. Meditación activa que refleja la lucha entre el alma inmortal y el cuerpo perecedero.

Doris Dorrie, directora alemana de “¿Soy linda?” y “Sabiduría garantizada” entre otras, destapa el mundo en que vivimos, nos enfrenta con la existencia, con la muerte. Más allá de algún desliz narrativo (la película podría tener un par de escenas menos), su película es muy personal, tiene vida, tiene sangre. Su cine contribuye al rosado de las flores. Cámara que danza, cámara que es espada, cámara molesta, una mosca en la sopa del consumismo global.
Poesía en formato cine, poesía existencial. Recomiendo que se apuren a verla ya que es probable que dure en cartelera lo que las flores del cerezo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Teatro - El último encuentro

Una interesante adaptación de la novela homónima de Sandor Marai se viene presentando desde enero en el Teatro La Comedia, con dirección de Gabriela Izcovich.
La historia es mínima: dos amigos se reencuentran luego de más de cuarenta años de estar distanciados por algo de lo cual nunca habían hablado hasta el encuentro que constituye la obra.
Uno de ellos quiere saber, esperó el momento con paciencia e insiste en desempolvar las viejas cuestiones. El otro (Konrad, una supuesta alusión a Joseph Conrad cuyo tratamiento de ciertos temas Marai ha admirado) escapó, recorrió el mundo y ahora vuelve, no habiendo podido escapar de la culpa. De todos modos resiste, calla, se ampara en el silencio. Es muy interesante la actuación de Fernando Heredia ya que se sostiene casi todo el tiempo en escena casi sin hablar.
Dos amigos, dos hombres que representan lo que podrían ser dos tendencias que confluyen en una misma persona: el que busca la verdad aunque intuya que puede doler y el que prefiere el silencio.
La puja se da en el escenario, dosificada por las apariciones del ama de llaves que interpreta Hilda Bernard.
Conmueve también la sangre que le pone Duilio Marcio a su actuación, puesto que en él recae el ochenta por ciento de los parlamentos. En un post anterior (en relación a “Yo en el futuro") escribí que cuando voy al teatro quiero ver actuar; aquí las actuaciones están, vaya que sí, actuaciones que despiertan admiración durante la obra y ovación cuando termina.
Tenemos también personajes que se enfrentan, que encaran los problemas, luego de haber dejado pasar mucho tiempo, es verdad, ya cuando la muerte los acecha, sí; pero en contraposición a los protagonistas de “La soledad de los números primos” (ver post anterior), mejor tarde que nunca.

jueves, 17 de septiembre de 2009

La soledad de los números primos

La soledad de los números primos es una novela de Paolo Giordano, cuyo título (tal como he comentado en un post anterior) me atrajo tanto como para entusiasmarme con la idea de leerla. El título originalmente puesto por Giordano era “Dentro y fuera del agua”, pero el editor sugirió cambiarlo. ¡Ojo! Existe un libro de Juan Riquelme titulado “La soledad de los decimales”, que echa por la borda cualquier pretensión de originalidad; pero, bueno, cuando me enteré de esto ya tenía el libro en mis manos.

Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Están “ahí” de juntarse pero la unión no se produce nunca, son números primos gemelos, como el 41 y el 43, están cerca pero hay un número que los separa.
La estructura de la novela se nota, quizás, demasiado: un capítulo para Alice, otro para Mattia, una elipsis de tiempo. Un episodio de acercamiento, otro de alejamiento.
Giordano logra que empaticemos con los personajes, pese a las deficiencias de la traducción, la cual logró sacarme de tema en algunas partes recordándome que no estaba leyendo a Giorgano sino al tipo que lo tradujo. No tendría problema en aceptar nevera en lugar de heladera, pero “abrió el frigorífico y sacó una coca cola” ya me pareció demasiado. Será cosa del primer mundo, parece que en cada casa tienen un frigorífico.
De todos modos, por momentos la obra encuentra el tono justo. La escena en la que Alice arroja el tomate relleno al inodoro y este se tapa podría haber sido desopilante, podría haber sido grotesca, sin embargo, el autor logra transmitirnos el conflicto en que el personaje está atrapado transformando la escena en conmovedora.
Es un libro sobre la soledad, sobre el miedo y la imposibilidad de comunicarnos, sobre los efectos de lo traumático.
Las metáforas están subrayadas como así también algunas explicaciones: “...lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida.”
El comienzo es lo mejor. El episodio de Mattia y su hermana en el parque es muy fuerte, marca al lector así como al protagonista.
El tema de la anorexia también está bastante bien llevado.
Los traumas de la infancia marcan una vida. Alice y Mattia no pueden salir.
Las vidas de Mattia y Alice corren paralelas. Ambos padecieron una situación que les resultó traumática y no logran desembarazarse de eso nunca, no pueden largarlo, no pueden decirlo. Eso los emparenta y a la vez los mantiene separados. No se animan a poner su angustia en palabras, no se cuentan lo que los atormenta. No se lo cuentan a nadie, no pueden deslizar el sufrimiento hacia el nivel simbólico, hacia el nivel del lenguaje. No es descabellada la analogía entre la dificultad para disolver el sufrimiento y la imposibilidad de los números primos de dividirse por otro número que no sea el uno y sí mismos. Entonces, el sufrimiento deambula por sus cuerpos compeliéndolos a la repetición. Una y otra vez Mattia se tajea las manos (en la era del consumo, la psicopatología no está ajena a las modas, y el cutting parece estar de moda en estos días) y Alice vomita cada comida sin lograr desembarazarse de aquello que tanto le pesa.
Los dos callan, callan frente a los demás, callan entre sí, no se les ocurre acudir a una terapia. La novela los deja abandonados a la soledad de la repetición. La obra es casi una manual de cómo quedar a merced de lo traumático. Giordano no muestra una salida. “El silencio de los números primos” no le hubiera venido mal tampoco como título.