miércoles, 31 de marzo de 2010

Se viene el BAFICI

En los próximos días se inicia el BAFICI, tradicional festival de cine independiente de Buenos Aires. Este año se proyectarán centenares de películas, algunas de directores conocidos, muchas de directores por descubrir. Imposible abarcar tanto, por lo que, habrá que leer las críticas, estar atentos a los comentarios o confiar en la intuición, a riesgo de tragarnos algún bodrio. A mí me gusta el clima que se vive, el público suele ser estar más atento a mirar la película que a comer pochoclo.
A continuación les dejo el vínculo al sitio oficial del festival.
http://www.bafici.gov.ar/home10/web/es/index.html

domingo, 28 de marzo de 2010

Cine - Un Maldito Policía

Tengo entendido que el policial negro surge en la década del veinte en los Estados Unidos como contraposición al policial inglés. En el primero, según Gustavo Di Pace, un crimen altera el orden y un policía intachable y muy inteligente logra, aplicando el razonamiento y casi nunca la violencia, descubrir al asesino y restaurar el orden. Las historias de Sherlock Holmes serían el ejemplo paradigmático.
En el policial negro, el crimen deja de ser un hecho aislado, una mancha en un orden inmaculado. El crimen pasa a ser un crimen de contexto. Los asesinatos están motivados por un contexto en el que la corrupción empieza a dejarse ver y el dinero suele ser la motivación preponderante. La obra de Raymond Chandler podría tomarse como paradigma de este vuelco.
Si Werner Herzog no fuese tan “lobo estepario” podríamos pensar que su película “Un maldito Policía” abre, aunque lo haga en terreno cinematográfico, una nueva etapa en relación al género policial. La corrupción ya no solo se deja ver, sino que ha impregnado la sociedad entera. La corrupción es el orden y las diferencias entre policías y delincuentes se han borrado totalmente. No hay un orden que el buen policía pueda restaurar. No hay buen policía. Hay un crimen, pero su resolución no importa tanto ni cambiará nada. Lo esencial es mostrar el estado de una sociedad.
El policía que se nos muestra está enfermo, sufre dolores crónicos en la espalda, es un adicto a la droga y al juego y a todo lo que supuestamente debería combatir. No se distingue de los malos. Por la película circula una muestra de personajes en estado de descomposición. Hay por allí, algunos que intentan salirse (el padre, la novia) mientras la mayoría apenas lucha por acomodarse mejor en el fango.

El estado mental del policía que interpreta Nicholas Cage invade toda la película. La película se vuelve delirante logrando una connivencia entre lo que se cuenta y cómo se lo cuenta.
Mientras asciende en el escalafón policial desciende como ser humano. ¡Qué mal está nuestra cultura! Y no nos damos cuenta o no nos importa. Sobre esto pareciera Herzog querer llamarnos la atención, y entonces mete iguanas, cocodrilos, el alma de un cadáver bailando alocada y una escena final impactante, un anti-final hollywood, de modo tal que le resulte imposible al espectador tomarse la película como un policial más.

La historia transcurre en la Nueva Orleans post Katrina y empieza en una cárcel inundada, supuestamente desalojada, en la que un preso olvidado pide auxilio mientras su celda se llena de agua. Aquí aparece el protagonista que duda en salvarlo por temor a mancharse un calzoncillo de 50 dólares. Herzog evita todos los clichés relacionados con Nueva Orleans: no hay jazz, ni vudú, ni ritos funerarios.
El huracán no limpió la corrupción sino que la dejó mucho más expuesta, tal como hace Herzog en esta película original, inclasificable, una “comedia oscura” según palabras del propio director.
Si de a ratos nos parece estar viendo un típico policial negro somos sorprendidos por alguna irrupción extraña que produce una risa inquieta, nerviosa. Reímos mientras nos tapan las pantanosas aguas del Mississipi.
Si jugáramos a hacer un símil entre la evolución de las historias policiales y el concepto de salud, podríamos mencionar un primer período en el que la enfermedad mental era vista como una mancha en la pulcra normalidad social, y el enfermo, un desviado al que hay reinsertar en el orden social (policial inglés). En tiempos más recientes, la cultura empieza a ser vista como contexto provocador de enfermedad mental. La normalidad empieza a ser cuestionada y despegada del concepto de salud. Ser una persona normal, adaptada al medio, ya no garantiza ser una persona sana (policial negro). Cómo pensar entonces la salud en una sociedad en la que los más enfermos parecieran ser los que mandan; en la que el deseado ascenso social pareciera implicar un abandono del sí mismo, un olvido de la integridad del ser humano. Una cultura que encierra a sus locos menos peligrosos (basta visitar el Borda para darse cuenta) y pone en los lugares de decisión a los más nocivos.
Sobre esto pareciera estar reflexionando Herzog en una obra en la que lo policial funciona como excusa.

domingo, 14 de marzo de 2010

Teatro - Los Macocos - Pequeño Papá Ilustrado



Una larga Introducción
No es intención de este texto abocarnos a una explicación técnica sobre la fisiología de la risa. Simplemente recordaremos aquí que los movimientos musculares producidos por la risa, generan una serie de impulsos eléctricos que recorren los nervios hacia el sistema límbico, donde se libera una gran cantidad de hormonas, siendo la más conocida, la endorfina. Las endorfinas crean una sensación de bienestar general al suscitar un efecto analgésico en órganos, músculos y articulaciones. Por eso la risa termina, porque los músculos acaban relajándose. No se puede reír para siempre; pero después de reírnos un rato nos sentimos bien.
La risa es una terapia natural, y todo lo que la produzca suele ser bienvenido. En un viaje en micro, durante las últimas vacaciones, tuve ocasión de ver “La propuesta”, comedia con Sandra Bullock, cuyo director no creo merezca la pena mencionar. Como toda comedia, apunta a generar risa. La trama suele ser lo de menos, es un pretexto para la risa. Entonces ponen a una anciana, jefa de una familia poderosa de Alaska, a hacer toda una serie de monerías que intentan ser una ceremonia indígena ancestral, monadas que el personaje de Sandra Bullock, una acartonada ejecutiva neoyorquina, repite con mucho esfuerzo. Al advertir las risas de algunos pasajeros (una película es un viaje, pero aquí me refiero a los del micro) fui presa de un par de sentimientos contradictorios. Por un lado, cierto menosprecio ante esa gente capaz de reírse de algo que a mis ojos resultaba una gansada, y al mismo tiempo, un poco de envidia. Ellos estaban liberando endorfinas y yo no podía. No lograba dejar de ver la película como una afrenta a mi inteligencia. No me hacía gracia. Cero endorfinas.

Vamos al grano
Volví a Buenos Aires con la inquietud de hallar una obra que me provocara una buena risa y me recomendaron, como quien prescribe una medicina, ver a Los Macocos, una “banda teatral” que ya tiene una importante trayectoria en el teatro y el humor.
La obra, en cartel hasta fines de marzo, se llama “Pequeño Papá Ilustrado”. En ella, Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf interpretan, en forma disparatada, reconocibles situaciones entre padres e hijos.
Comienzan como supuestos expertos disertando sobre cómo ser un perfecto papá y nos van introduciendo en una serie de episodios en los que la identificación es muy fácil para todos, ya que el que no es padre es hijo y puede reconocerse en el padre que atraviesa las dificultades propias de procurar hacer dormir al hijo o en el adolescente que tiene que escuchar la perorata del padre sobre el estudio y las responsabilidades.
El gag menos logrado te saca una sonrisa y los mejores desatan carcajadas de esas en las que no queda un músculo quieto.
Daniel Casablanca tiene una gracia natural, física; con un gesto desata la risa que, en mí, no pueden lograr ni veinte comedias norteamericanas juntas. A Salazar y a Wolff no les cuesta mucho más; mantienen en alto las risas de la platea combinando histrionismo con un guión muy logrado, basado tanto en la intersección de experiencias personales con una observación casi sociológica.
La idea de emparentar la situación del padre que tiene que preparar al chico para ir al colegio con la de unos marineros que deben pilotear un barco en plena tormenta está muy lograda.
Tenemos una repasada sobre las amenazas paternas imposibles de cumplir. “Si no apagás el televisor lo voy a tirar por la ventana, si siguen haciendo lío, se bajan y continúan hasta Mar del Plata caminando…”; también al padre que quiere leer el diario en la playa y los niños que se lo impiden.
Aquí, la risa funciona como espejo, las carcajadas se liberan en el marco de un proceso reflexivo sobre cómo somos como hijos, cómo somos como padres…
Los niños aportan a nuestra vida muchas posibilidades de reír. Si el padre postergara su intención de leer el diario tranquilo, cosa que, lejos de esa pretendida sensación de relajación suele cargarnos con una buena dosis de mal humor, y en lugar de ello, se volcara a jugar con su hijo, la pasaría mucho mejor.
Más allá de una presentación quizás un poco larga o cierto exceso en el uso de los pedos (si cuando el padre le implora al hijo adolescente que le dé al menos una señal, el chiste funcionaría mejor si no hubieran habido varios pedos antes), disfruté mucho la obra y no fui el único, ya que las carcajadas eran generales.
Reír. Reírnos de nosotros mismos. Reconocernos. Reflexionar en medio de un agradable torrente de endorfinas. No es poco el mérito de “Pequeño Papá Ilustrado”.

domingo, 28 de febrero de 2010

Literatura - Cortázar - La vuelta al día en ochenta mundos

No tengo nada contra la literatura de entretenimiento, de hecho me parece mejor leer eso que nada; pero toparme con Cortázar después de leer “Los hombres que no amaban a las mujeres” (ver post anterior) realmente me produjo un shock. El libro de Stieg Larsson, como buen best-seller es pura acción, hay de todo: asesinatos, violaciones, venganzas, persecuciones, decenas de personajes, todo hilado en forma vertiginosa como para mantener atrapado al lector.
El contraste al leer los dos pequeños grandes tomos de “La vuelta al día en ochenta mundos” (1967) es tremendo. Ya las primeras páginas desnudan la falta de belleza del anterior. Si el de Larsson atrapa, el de Cortázar libera. Cortázar escribe aquí lo que quiere, la libertad con la que aborda el libro se transmite al lector. No tenemos un hilo narrativo. Salta de una cosa a la otra y lo hace con naturalidad mediante una prosa que genera belleza en cada página. Nos cuenta de su gato con nombre de filósofo, reflexiona sobre la poesía, argumenta con gracia que uno de los grandes problemas argentinos es el encabezamiento de las cartas, intercala fotos, dibujos, mandalas. Hace un libro collage, flujo de talento. Relata un concierto de Louis Armstrong y nos transporta hasta allí.
“Lo primero que se ve de él es su gran pañuelo blanco, un pañuelo que flota en el aire y detrás un chorro de oro también flotando en el aire y es la trompeta de Louis… y nosotros en las plateas nos agarramos todo lo que tenemos agarrable, y además lo de los vecinos, con lo cual la sala parece una vasta sociedad de pulpos enloquecidos y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de su trompeta, con su pañuelo flotando en una continua despedida de algo que no se sabe lo que es…”
Consagra treinta y ocho páginas a desplegar su simpatía por Lezama Lima y su novela “Paradiso”, dedica un poema a Jack el destripador, nos aclara la etimología de la palabra “piantado” y de pronto arremete con “la teoría del agujero pegajoso”, algo que puede parecer una broma o un relato zen.
“Se llama por ejemplo Ramón, y lleva el nombre pegado lo mismo que todo lo demás, lo que la gente ve de él y lo que él mismo ve de él. Pocos saben que en realidad es un agujero pegajoso.”
Cortázar se atreve al agujero, lo explora. Escribe desde un intersticio. Si las palabras normalmente tapan huecos, él invierte la cosa, tal como invierte el título del libro de Verne, otro aventurero al que rinde homenaje.
“Detesto al lector que ha pagado por su libro, al espectador que ha comprado su butaca, y que a partir de allí aprovecha el blando almohadón del goce hedónico o la admiración por el genio. ¿Qué le importaba a Van Gogh tu admiración? Lo que él quería era tu complicidad, que trataras de mirar como él estaba mirando con los ojos desollados…”
Escribir y respirar son la misma cosa. Cortázar transmite su vitalidad, la plasma en sus párrafos. Libera el humor, lo saca de su jaulita y lo deja circular por donde normalmente no se lo encuentra, alejándose de la seriedad, “esa señora demasiado escuchada”. Despierta complicidad. Se disfruta. Se agradece. Y se recomienda.

jueves, 21 de enero de 2010

Imperdible - Ciclo de documentales de Herzog

Werner Herzog es un director de cine muy particular por la forma de involucrarse en sus películas. Fitzcarraldo, por ejemplo, uno de sus filmes más conocidos, es la historia de un delirante, interpretado por Klaus Kinski, que quiere construir un teatro en el Amazonas e inaugurarlo nada más ni nada menos que con el gran Caruso. En la película, el protagonista hace trasladar un barco por sobre una montaña para pasarlo de un río a otro, con tal de llevar los materiales para la construcción del teatro. Para que la película tuviese el realismo necesario, Herzog hizo, durante la filmación, cruzar, a fuerza de hombre, el barco a través de la montaña.
Él mismo declara: “En Fitzcarraldo podría haber hecho como en los filmes de Hollywood: mentir y ahorrarme, mediante maquetas y un decorado, los horrores del rodaje en plena selva y el enfrentarme con los problemas reales de semejante empeño. Pero creo que si los espectadores se sienten impresionados por el transporte del barco montaña arriba es porque saben que se trata de algo real y no truqueado. Quiero que los espectadores recobren la confianza en lo que ven sus ojos”.

En sus películas, los actores atraviesan las mismas peripecias por las que sus personajes deben transitar en el film. El propio Herzog lo hace. Durante la filmación de “Rescate al amanecer”, sobre el único soldado americano que pudo escapar de las prisiones del Vietcong, el protagonista (interpretado por Christian Bale), debía comerse unos gusanos. Herzog no quería trucar la escena, quería que el actor realmente los comiera. Ante el titubeo de Bale, Herzog tomó el mismo un par de gusanos y se los comió frente a todo el equipo, para finalmente mirar al actor y decirle: "Esto es lo que tienes que hacer”.
Además de sus conocidas obras de ficción como la citada Fitzcarraldo, Aguirre la ira de Dios, El enigma de Kaspar Hauser y Nosferatu; Herzog ha filmado una gran cantidad de documentales. Así como dota a sus obras de ficción de un gran realismo, ficcionaliza los documentales. “En lugar de la verdad 'verdadera' coloco siempre otra, tan verdadera como ella, pero 'distinta', intensificada, potenciada”.
Camino al rodaje de “Aguirre, la ira de Dios”, Herzog perdió un vuelo que terminaría estrellándose en la selva del Perú. Muchos años después, Herzog encontró a la única pasajera sobreviviente de la tragedia aérea y con ella filmó su documental “Alas de esperanza”. Un documental en el que dos sobrevivientes reviven y “transforman” la situación.
Balada del pequeño soldado”, otro de los documentales programados nos introduce en la vida de los niños soldados en Nicaragua. En la película los silbidos de las balas que pasan cerca de los chicos y de la cámara, repercuten en las conciencias de los adultos.
Quizás el documental suyo más afamado sea “Mi enemigo preferido” en el que refleja su relación con Klaus Kinski, actor elegido para sus principales películas, pese a que el tipo tenía un carácter tremendo y le hacía los rodajes imposibles.
Para Herzog, cada filmación es una aventura. Este cineasta alemán aleja el acto de filmar de la categoría de trabajo y lo transforma en una instancia épica. Eso se nota después en las películas, las cuáles transmiten una fuerza vital que constituye una marca de su autor.
Herzog lleva al ser humano al extremo, busca los límites, filma en el amazonas, en el ártico, en la estepa siberiana. Es capaz de caminar sobre hielo y fuego con tal de lograr la toma que quiere, precisamente así “Caminar sobre hielo y fuego” se denomina el ciclo de 24 documentales de Werner Herzog que se presentan en la Sala Lugones del Teatro San Martín desde el viernes 22 de enero hasta el jueves 4 de febrero. Una cita imperdible para quienes estén en Buenos Aires en ese lapso.

miércoles, 20 de enero de 2010

Los escritores que entretienen a los lectores

La denominada trilogía Millenium, llamada así por ser una saga de ficción que gira alrededor de una revista donde un grupo de periodistas investigan delitos y matufias económicas, ha constituido un éxito de ventas, un poco por méritos propios y bastante a partir de la campaña de marketing que aprovechó la paradójica muerte de su autor, Stieg Larsson, acaecida el mismo día en que entregó a la editorial el último tomo, sin siquiera haber visto publicados los dos primeros.

Los hombres que no amaban a las mujeres – Tomo 1

La prosa es tan sencilla que recién en la página 226 encontré una palabra que me resultó desconocida, situación que, por cierto, no se repitió a lo largo de la obra. El libro, me hizo recordar por momentos a los programas de televisión actuales, debido a la gran cantidad de publicidades encubiertas y no tanto. Para muestra, en la página 254 se describe una computadora Mac con todos los detalles como si se tratase del prospecto de un centro de ventas y se la elogia como si fuese una maravilla.
Pese a tratarse de un libro grueso no pude encontrar una sola frase subrayable por su belleza o pericia literaria. Sí encontré, en cambio, algunas cursilerías de esas que hacen ruido como cuando en las últimas páginas se dice que “el amor es cuando se te sale el corazón”.
Lo interesante es que Larsson parece ser conciente de estas cuestiones y en un momento se anima a parodiarse a sí mismo. En la historia, el personaje de Mikael Blomkvist, periodista como Larsson, termina escribiendo un libro del que se dice, en la página 651, que “ su contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo -no había tenido tiempo de cuidar el estilo-, pero Mikael había disfrutado de lo lindo…”.

La mujer que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina – Tomo 2

Sin llegar a ser gran cosa, el segundo libro de la serie está un poco mejor escrito, como si Larsson hubiese aprendido algo del proceso de escritura del anterior. Indudablemente, una manera de aprender a escribir es escribiendo, y Larsson lo hizo. Por lo pronto, la primera palabra que tuve que buscar en el diccionario (rododendros) apareció en la página 16. Claro que el uso de palabras poco comunes no incide en lo artístico que pueda tener un texto; es un dato nomás.
Por otra parte, Larsson intenta sumar metáforas a partir de las matemáticas, al estilo de “La soledad de los números primos”, donde la cosa parece mejor lograda.
Los intentos están, pero la escritura no logra levantar vuelo. En la página 99, por ejemplo, encontramos lo siguiente:
“Se levantó, puso la cafetera, se arropó con una manta, agarró un cigarrillo y se sentó en el vano de una ventana. Le fascinaron las luces. En la oscuridad, reflexionó sobre su vida.” Y ahí termina el párrafo, saltamos completamente a otra cosa y no sabemos absolutamente nada sobre el carácter de sus reflexiones, que tienen el mismo peso que el prender la cafetera o encender el cigarrillo.
Los méritos de la obra creo que hay que buscarlos en los personajes: Mikael Blomkvist y Lizbeth Salander. Él, un periodista cincuentón, divorciado, decidido a investigar y denunciar hechos de corrupción, y ella, un joven esquelética, insociable, llena de piercings y tatuajes, dando un aspecto que nadie atribuiría a una de las mejores hackers del planeta. Los personajes funcionan, sobre todo y en ambos libros, cuando se juntan, ya que sus vidas transcurren en paralelo hasta promediar el desarrollo. Ambos se complementan y resisten frente a una cultura que deja mucho que desear.

El comentario del tercer volumen de la saga (“La reina en el palacio de las corrientes de aire”) se los debo. Fueron demasiadas páginas de entretenimiento vertiginoso. Necesito ahora, otro tipo de literatura, una en la que las reflexiones no transcurran con la misma levedad con que se enciende un cigarrillo.

martes, 12 de enero de 2010

Cine - Criatura de la Noche

La película abre con una bella imagen de la nieve cayendo en la noche y la historia seguirá la cadencia de esa nieve durante todo su desarrollo. Una película de vampiros, una obra poética. Una de vampiros que sufren, vampiros con sentimientos y las uñas sucias. Una película que tiene un par de personajes inolvidables y algunas escenas de antología, como la de la piscina, por ejemplo.
Tenemos a Oskar, un niño tímido, vapuleado por una banda de “compañeros” de colegio, lo que los norteamericanos llaman “Bullying”. Oskar toma un cuchillo de la cocina y sale a la noche. Fantasea una venganza frente a un árbol. A sus espaldas lo observa Eli, una extraña niña, nueva en el vecindario.
Una noche Eli se aparece en la ventana de Oskar y le pide que la deje entrar; ese sería el título original del filme “Dejáme entrar” y el de la novela de John Lindqvist en que se basa. Eli va a entrar en la vida de Oskar. Un poco de calor bajo la nieve. Eli va a terminar haciendo lo que Oskar no se anima.
Al comienzo de la película, el otro es alguien a quien se teme, alguien a quien se explota, alguien a quien se le chupa la sangre. Eli le pide a Oskar que trate de sentir lo que ella siente. Lo que no comparten con nadie (está muy bien trabajada la ceguera de los padres de Oskar frente al sufrimiento del chico) lo vuelcan en ese campo de intimidad que empieza a gestarse entre ellos.
La obra nos va llevando a considerar al otro como un espejo, ese en el que los vampiros no se reflejan, quizás porque no tienen más existencia que la de ser parte de nosotros mismos.
“Criaturas de la noche” del director sueco Tomas Alfredson no forma parte de ninguna saga de moda, no es un producto para adolescentes, no, esto es cine, una muy buena película para quien guste verla.