miércoles, 12 de febrero de 2014

Literatura - Julio Cortázar


Se cumplen treinta años de la muerte del gran Julio Cortázar; de su muerte física y en circunstancias evitables, ya que según parece revelarse ahora, ese virus extraño que tuvo desorientados a los médicos que lo atendieron habría sido el del SIDA, contraído en una transfusión tras operarse una úlcera, en una época en que el SIDA no se conocía y los controles en los bancos de sangre no existían. Una pena que no siguiera escribiendo unos años más aunque uno lo dice de quejoso nomás porque Julio ha dejado una obra que se mantiene viva, con mucho todavía por leer, por releer, por disfrutar.
Cortázar sospechaba que el ser humano y la vida eran otra cosa, que había algo más que el diario de la mañana, la oficina, los impuestos y los ñoquis del domingo. Y lo buscó todo el tiempo, en cada cuento en cada texto, en Rayuela y logró implicarnos a sus lectores, hacernos vislumbrar eso que quizás, en algunos textos, coincida tanto con lo que Lacan llamó “lo Real”.
Que mejor forma de recordarlo que aventurarse en sus páginas, leerlo, citarlo, difundir su obra como quien recomienda una medicina.
 
“Imagino al hombre como una ameba que tira seudópodos para alcanzar y envolver su alimento. Hay seudópodos largos y cortos, movimientos, rodeos. Un día esos se fija (lo que llama la madurez, el hombre hecho y derecho). Por un lado alcanza lejos, por otro no ve una lámpara a dos pasos. Y ya no hay nada que hacer, como dicen los reos, uno es favorito de esto o de aquello. En esa forma el tipo va viviendo bastante convencido de que no se le escapa nada interesante, hasta que un instantáneo corrimiento a un costado le muestra por un segundo, sin por desgracia darle tiempo a saber qué,
le muestra su parcelado ser, sus seudópodos irregulares,
la sospecha de que más allá, donde ahora ve el aire limpio,
o en esta indecisión, en la encrucijada de la opción,
yo mismo, en el resto de la realidad que ignoro
me estoy esperando inútilmente.”
 
Rayuela, cap. 84

sábado, 30 de noviembre de 2013

Teatro - Role Playing, la obra.


En el Teatro La Plaza, los sábados hasta el 21 de diciembre, alrededor de las 19hs, puede verse una obra independiente, llanada Role Playing, escrita por Sebastián Aguado e interpretada con eficacia por el propio autor junto a, por orden de aparición, Sol Quiroga, Agustina Doria, Agustina Gonzalo, Alexis García Sánchez  y Paula Stephanus bajo la dirección de Flavia Carlucci.

Los temas que se ponen en escena son varios: el mundo de la selección de personal, la indefensión de los jóvenes que procuran ingresar al mundo laboral, las humillaciones que deben enfrentar en los procesos de selección, la individualidad reducida a un papel con unos pocos datos parciales, como esos papeles a los que se pone énfasis al comienzo mismo de la acción.

La obra ofrece una puesta sobria y una combinación interesante de humor y reflexión. Es de esas obras a las que uno agradece que te llevado a la risa y a la vez te hayan dejado pensando. Recuerda un poco a “Toc, Toc” (incluido un cambio de rol sorpresivo) y a “El Método Gröholm” por la temática, aunque Role Playing se distingue por su carácter espontáneo y lúdico.

La obra se permite, además, un humor autoreferencial cuando el personaje de Martín cuestiona esa tendencia marquetinera a usar nombres en inglés, en lo que puede verse como un guiño hacia el propio nombre de la obra, y también un viraje dramático muy bien logrado.

Una obra sobre jóvenes que procuran su lugar en el mundo busca también su sitio en la frondosa cartelera porteña. Vale la pena acompañar el esfuerzo.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Cine - Blue Jazmine


La última creación de Woody Allen presenta una paradoja: si bien es protagonizada por mujeres y la narración se centra en ellas, se trata de mujeres que dependen de los hombres; de uno que las ame o haga semblante de hacerlo, para lo cual debe cumplir con ciertos requisitos. A Jazmine, interpretada por una Cate Blanchet que brinda una clase magistral de actuación, se le ha desvanecido el mundo que había tejido alrededor de su marido, un especulador empresario, tramposo tanto en los negocios como en el matrimonio.

Jazmine no tiene vida propia (hasta reemplaza su nombre por uno que suene mejor), carece de intereses y proyectos que la entusiasmen. Su vida de compras por las tiendas lujosas de la ciudad ha quedado atrás; sola y sin un dólar, acude a vivir por un tiempo a lo de su hermana “pobre”, quien la recibe con buena voluntad pese a los desplantes que ha recibido de ella en el pasado. Allí, chocará con el novio de la hermana, un hombre ordinario según ella, en una trama con resabios a “Un tranvía llamado deseo”. Mediante una serie de idas y venidas en el tiempo, Allen nos va revelando la historia de ambas hermanas de adopción.

Lejos de un replanteo serio de vida, Jazmine buscará por todos los medios otro hombre que le devuelva ese mundo perdido, un reemplazo del anterior, un hombre que haga las veces de prótesis, que la vuelva a situar en ese mundo de apariencias.

No hay príncipe azul ni cuento de hadas en Blue Jazmine. La protagonista comienza y termina la obra hablando sola, aislada en un sentido del que no puede escapar.

La película puede ser vista como un caso clínico pero ofrece varias lecturas, dado que la crisis en los negocios del marido empresario remite a la crisis financiera que sacudió a los Estados Unidos y, en mayor o menor medida, al resto dl mundo. Allen no se priva de subrayar la banalidad, la pobreza de espíritu de la clase corporativa que causó la crisis, cuyas consecuencias afectan las vidas de los personajes. El montaje paralelo que alterna los tiempo de bonanza y ocaso de Jazmine, permite confrontar las figuras envueltas en el ocio aristocrático con la gente común, laburante; y si algo parecido a la felicidad se vislumbra en la historia, se parece más a una pizza compartida entre amigos que a todo lo que puede comprarse en Park Avenue.

viernes, 26 de octubre de 2012

Cine - El estudiante

En tiempos en que los jóvenes parecen estar volviendo a la política tras una generación desencantada al respecto, el film “El estudiante” de Santiago Mitre resulta de visión muy recomendable. Para los jóvenes en particular porque permite una serie de reflexiones sobre las formas de encarar la militancia política, rescatando y poniendo en primer plano el dilema ético tan bastardeado desde hace tiempo. Asimismo, la recomendación es extensiva a todo tipo de público porque “El estudiante” es una gran película, de lo mejor que le he visto producir al cine argentino, lo cual no es poco decir, dada la calidad de obras que se están estrenando. La obra relata la historia de un joven que viene del interior a estudiar en la Universidad de Buenos Aires. Roque (Esteban Lamothe) recorre la ciudad y los claustros como un forastero que llega a un lugar desconocido. En un principio parece interesarse solo en las mujeres que va conociendo, una compañera primero (Valeria Correa) y una profesora (Romina Paula) después, aunque la relación con ellas lo va haciendo ingresar a un mundo en el que poco a poco aprende a manejarse hasta descubrirse poseedor de cierta habilidad para los menesteres de la política.
La puesta en escena y la dirección de actores logra que los espectadores ingresemos a esas aulas como el propio personaje, como observadores extrañados primero hasta ir compenetrándonos de a poco y por completo. Tal es la sensación de realismo que logra Mitre (la naturalidad de los diálogos es notable) que durante la proyección olvidé que estaba en el cine y viví la historia como si estuviera dentro de las aulas, caminando por esos pasillos e interviniendo en los debates. La cuestión ética entonces por un lado y el realismo de la puesta en escena por otro, conforman una combinación poco frecuente y muy lograda. La escena final en la que Roque debe responderle a Acevedo si acepta su propuesta se prestaba a un final abierto, sin embargo el director toma partido y en lugar de fundir a negro con el rostro de Roque a punto de emitir la respuesta, nos regala unos segundos más en los que Roque lanza su palabra, con la misma convicción con la que Mitre ha lanzado esta película al mundo.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Música - Jon Anderson

En pos de resumir el concierto que Jon Anderson dio en Buenos Aires podría empezar por el final: el show había terminado con el público ovacionando de pie, habían tenido lugar los bises, las luces del teatro ya estaban encendidas por completo y algún que otro técnico se aprestaba sobre el escenario al desarme de los equipos mientras unos pocos espectadores se retiraban. Sin embargo, el noventa por ciento del público permanecía en sus lugares, batiendo palmas y canturreando el infaltable Oooh OOO Oooh de los recitales de rock. Pasaban los minutos y la aclamación no aflojaba. Cuando un amigo me dijo: “resignáte, no va a volver, ya debe estar cambiado y yéndose al hotel, aceptá la realidad”, le contesté que a la realidad había que transformarla y continué con el canto y las palmas. Hilda Lizarasu, una de los personajes conocidos en el público, parecía comentar el concierto con el encargado del sonido y tampoco se decidía a salir. Se escuchó un murmullo cuando otro técnico volvió al escenario y, en lugar de desarmar, aparentó estar conectando cosas y enseguida, la gran ovación, la realidad transformada, Jon Anderson de nuevo sobre el escenario, con los rulos revueltos y una remerita que asemejaba casi un pijama. Una canción más, fuera de programa, de entrecasa, dar y recibir, ida y vuelta, transformando la realidad entre todos. Los de atrás avanzamos por los pasillos para estar allí, más cerca de esa figura legendaria de la música que es un hombre de carne y hueso, que da y recibe amor, despeinado, casi en pijama. Anderson comienza a entonar “Starship Trooper” y de pronto se percata que ya la había tocado, lo dice con naturalidad, entre risas, y arremete con “Show me”. Entonces se oye la exclamación de los que reconocen la melodía y luego a escuchar esa última canción, ese plus, ese regalo que él nos concede a nosotros y nosotros a él.
Anderson es de esas personas de las que en el barrio se dice que tienen “buena vibra”, cuando se lo nombra se lo designa como “la voz de YES” aunque no puede obviarse que ha sido también el compositor principal del grupo. Su concierto acústico revela las canciones tal como nacieron, tal como él las llevó al grupo, entonándolas con esa voz privilegiada y acompañado apenas por una guitarra. Canciones simples y hermosas que en la banda ganarían en complejidad y potencia. Los pasajes más bellos, más finos de la música de YES fueron compuestos por Anderson y constituyeron el meollo del concierto que dio en el Teatro Ateneo, desprovistos de todo el entramado sinfónico lucen tal como imaginamos él las propuso en la banda, en alguna sala de ensayo, en alguna reunión. ¡Qué más agregar! Por ejemplo que Anderson enriqueció el show con una buena cuota de humor y anécdotas. Impagable el relato de cómo conoció a Vangelis y las vicisitudes que lo hicieron durar apenas cinco días en la banda cuando Jon lo propuso como reemplazo de Wakeman, o el momento en que, al sentarse al piano, confesó que solo sabe tocar las teclas blancas.



jueves, 27 de septiembre de 2012

TV y Literatura - Escenas de la Novela Argentina

Entre tanto bodrio no deja de resultar gratificante encontrar en televisión un programa como "Escenas de la Novela Argentina". Coproducido por la Biblioteca Nacional y la Televisión Pública, el mismo consta de cuatro clases a cargo del escritor Ricardo Piglia e invitados. Por medio de un logrado equilibrio entre claridad y precisión, Piglia evita cualquier tipo de solemnidad  y se hace entender aún para quien no tenga demasiadas nociones previas y logra despertar en el espectador las ganas de lanzarse a leer las obras mencionadas.  El programa brinda la posibilidad de hacer como si uno estuviera tomando una clase en la Facultad de Filosofía y Letras y en lo personal, da gusto asistir a una clase preparada con esmero en la que, por ejemplo, para pensar las relaciones entre literatura y periodismo se propone un diálogo entre "Los siete locos" de Roberto Arlt (obra que desde la literatura aborda el periodismo) y "Operación Masacre" de Rodolfo Walsh (quién desde el periodismo desembarca en la literatura). Para los que se lo perdieron, en YouTube pueden encontrarse las emisiones.

viernes, 24 de agosto de 2012

Cine - Woody Allen - A Roma con amor

Parece haberse convertido en un clisé decir, ante el estreno de cada uno de sus nuevos films, que no estamos ante la mejor película de Woody Allen. Este lugar común, repetido hasta el abuso en las reseñas más el afán despectivo que encierra, resulta sospechoso cuando menos de pereza de parte del crítico, amén de cuestiones casi inadmisibles como que le asignen “dos estrellas” de puntuación cuando no se privan de ponerle cuatro a cualquier “tanque” de Hollywood.
Roma es un film absolutamente disfrutable, con momentos disparatados y unas cuantas ocurrencias dignas de aplauso (no es una apreciación meramente personal; en el cine las risas eran generalizadas). Es una película coral sí, pero que no cae en el lugar común de este tipo de obra. Aquí las historias no se cruzan o, en todo caso, se cruzan con la ciudad de Roma pero nunca entre sí. De los muchos personajes, algunos están más logrados que otros pero los menos acabados resultan como mínimo interesantes o simpáticos y los demás deparan momentos inolvidables. El humor de Woody Allen además de ocurrente, promueve la reflexión, es un humor ácido, que deja al desnudo infinidades de actitudes humanas. Roberto Benigni siempre me ha resultado un plato de difícil digestión pero acá está genial, es el actor justo para el rol y no es el único acierto de Allen en ese sentido. El personaje que se vuelve famoso de la noche a la mañana sin haber hecho nada que lo amerite y que, al poco tiempo y con la misma ligereza, vuelve a ser un don nadie, asoma como una tomada de pelo a esta cultura de realities y de cinco minutos de fama tan en boga en los últimos tiempos, donde las personas son utilizadas y descartadas por los medios. Woody Allen lleva la situación al absurdo de millares de personas interesadas en saber si el personaje de Benigni duerme boca arriba o boca abajo o si prefiere sleeps o boxers, pero basta encender la televisión y hacer una recorrida para encontrar por doquier reportajes por el estilo.

Otra historia muy lograda es la de la provinciana (Alexandra Mastronardi) que idealiza a los artistas. En otra genialidad, Allen nos presenta a un galán de cine, gordo, pelado (Antonio Albanese) y de modales toscos que las mujeres ven como si fuese una deidad.

Se mofa de la hipocresía de las clases altas, con la prostituta (Penélope Cruz) que todos miran con desdén en público y visitan en privado; y también del arte como ritual solemne e impostado, con el tipo que solo puede cantar bien en la ducha. No falta tampoco, uno de sus temas más transitados: la fragilidad de las relaciones de pareja., la seducción, la infidelidad.
En definitiva, Allen nos hace reír mostrando cosas que son “para llorar” y, por momentos, nos hace llorar de la risa.
Roma, además y como si esto fuera poco, ofrece el plus de volver a tener a Woody en la pantalla y, en cada función, la carcajada brota ante el primer bocado que mete.

No me interesa ubicar a “Roma” en un imaginario ranking entre los films del propio Woody Allen, me contento apenas con recomendar una de las mejores películas que pueden verse en nuestra cartelera.