jueves, 9 de septiembre de 2010

Cine - Una de Fellini por día

Hoy la mayoría del público que va al cine no sabe siquiera el nombre del director de la película que va a ver, lo cual no me parece demasiado reprochable, ya que la generalidad de los directores son, a lo sumo, buenos profesionales que hacen correctamente lo que las productoras les encargan.
El cine de autor apenas si persiste en cierta medida en oriente, con Kim Ki Duk y Wong Kar Wai como principales referentes. El cine de autor tuvo su época de esplendor con directores como Fellini, Bergman, Tarkovski, Hitchkock, por mencionar algunos. Uno sacaba una entrada para ver una película de tal director. Una de Fellini por ejemplo.



Federico Fellini fue un artista, que eligió el cine como forma de expresión. Su vinculación con la película no era la de un ejecutante, un burócrata que ejecuta un mandado, un profesional competente. No, Fellini funcionaba `más como una antena. El hombre captaba cosas y las traducía en celuloide. En el documental “Soy un gran mentiroso” podemos oírlo definir su trabajo de la siguiente manera:


“A veces, si se me da por ver alguna de mis películas, muy a menudo me surge, espontánea, una pregunta: ¿quién ha hecho esto? En el momento en que me convierto en cineasta, soy un poseído. Un oscuro habitante de mí, que no conozco, toma las riendas y dirige en mi lugar. Y yo me pongo a su disposición: mi voz, mi sentido artesanal, mi tentativa de seducción, o de plagio o de autoridad. Pero es otro, en realidad. Otro con quien convivo pero que no conozco de una manera directa, sólo de oído”.


Pero claro que, mucho mejor que escuchar hablar a un artista es apreciar su obra.


Desde el viernes 10 de septiembre, gracias a la Cinemateca Argentina, el Instituto Italiano de Cultura y el Complejo Teatral de Buenos Aires, podemos darnos el gusto de ver la obra completa de Federico Fellini.


La retrospectiva se llama “Tutto Fellini” y tendrá lugar en la Sala Lugones del Teatro General San Martín, una película por día, desde “Luces de Varieté” (1950) hasta “La voz de la luna” (1990).


La programación completa puede consultarse en http://www.teatrosanmartin.com.ar/cine/tutto0.html


domingo, 22 de agosto de 2010

Música - Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra

Crónica breve de cómo una música compuesta en 1808 hizo callar a un vendedor de garrapiñada en el 2010.


La West-Eastern Divan Orchestra es un proyecto ideado por Daniel Barenboim y el filósofo palestino Edward Said. La Orquesta del Diván de Oriente y Occidente está integrada por músicos israelíes, palestinos y árabes, en una propuesta que combina el desarrollo musical con la integración y conocimiento mutuo de dos culturas tradicionalmente rivales.


En el marco de una gira mundial por la paz, se presentaban al aire libre en el centro de la ciudad de Buenos Aires, ocasión que justificó reacomodar compromisos para darnos una vuelta aunque llegáramos tarde.


Cruzamos la última calle habilitada al tránsito con la función ya comenzada. Los automovilistas bocinaban y se increpaban, indiferentes al evento que tenía lugar a pocos metros. Las notas provenientes del todavía lejano escenario parecían entablar con los ruidos de la calle un combate de resultado incierto. Mientras nos acercábamos me preguntaba si valdría la pena un concierto en esas condiciones.


Nos fuimos abriendo camino entre la muchedumbre en busca de contacto visual, pero por sobre todo, auditivo, con el escenario. Entre el gentío, un perro ladraba. Un niño insistía a sus padres que no aguantaba más las ganas de hacer pis. A una señora se le ocurrió hacer un llamado de celular y le contaba a alguien que estaba en un concierto en el obelisco. Un vendedor, vestido con una remera de Callejeros se abría paso al grito de “a la garra, a la garra”. El tipo iba y venía, ajeno a las mínimas convenciones de un concierto de música clásica. Ante el primer reproche, contestó con un “la concha de tu madre, estoy laburando” que por poco no termina en un altercado.


Minutos más tarde, me sorprendió verlo aparecer otra vez, levemente transformado: ya no gritaba. Repetía la palabra completa, garrapiñada, garrapiñada, unos cuantos decibéles más abajo que en el grito original, como si se cuidara de no despertar a un bebé dormido.


Al rato, las cuatro notas iniciales del allegro con brio de la quinta de Beethoven, generaron una exclamación general. Luego de la obertura Leonore III de la ópera Fidelio, el ta-ta-ta-taa generó miradas cómplices entre tanta gente extraña: al fin una que sabemos todos.


Las variaciones dobles del andante con moto (segundo movimiento de la quinta sinfonía) lograron algo más: el garrapiñero se calló. Lo tenía justo a mi lado cuando detuvo en seco su oferta, abrió la boca y volteó la cabeza hacia el escenario. El hombre se puso a escuchar. Ante esa deliciosa melodía que desplegaban las violas y los cellos, también se callaron los perros, los celulares, los bocinazos y el niño que, de pronto, ya no tenía más urgencias urinarias.

Una obra compuesta hace más de doscientos años multiplicó sus efectos en cuarenta mil personas, que aplaudieron, vendedor de garrapiñadas incluido, en la 9 de Julio a Daniel Barenboim y su West-Eastern Divan Orchestra.


Desde hace mucho se viene diciendo que la música aplaca a las bestias. Digamos que la exposición a cierta música sublime puede contribuir a humanizar nuestra parte primitiva. De ahí a que Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra logren la paz mundial hay demasiado trecho; pero la transformación que la quinta de Beethoven produjo en mi amigo garripeñero impide descartar, al menos, una mínima esperanza.

domingo, 15 de agosto de 2010

Cine - Partir - Una mujer que se sale del marco

Partir podría haber sido una película más sobre adulterio, pero tiene algunas cosas que la hacen diferente. Ya desde la primer escena (la película comienza casi por el final) se plantea la dimensión trágica. En este sentido, más allá de alguna trampita, la directora Catherine Corsini tiene la honestidad de avisar desde el vamos que no habrá final feliz.

La historia nos presenta a Suzanne (Kristin Scott Thomas) en un punto de inflexión: luego de haberse dedicado a su marido y sus hijos se propone retomar su profesión de kinesióloga. Su marido (Yvan Attal ) le construye un consultorio dentro de la casa y le refriega la plata que ha tenido que invertir en ello.


En el transcurso de la obra, Suzanne se enamora de un albañil español (Sergi Lopez). En una de las primeras escenas entre ambos, Suzanne, embobada por el obrero, olvidará poner el freno de mano del auto al estacionar en una pendiente. Más adelante, abandonará los frenos en sí misma, ante ese impulso que terminará por desbordarla.


La película transcurre en los bordes, la historia, no por nada, transcurre cerca de la frontera de Francia con España. La edad de los personajes, que transitan la crisis de los cuarenta, también es limítrofe.


Uno de los conceptos que le debemos a Freud es el de pulsión, precisamente un concepto fronterizo entre lo biológico y lo cultural. No es posible la sociedad sin la sofocación de las pulsiones. La cultura busca domeñar la pulsión pero nunca lo logra del todo. Siempre queda un resto. Por lo general se mezclan y conviven en nuestro interior Eros y Thanatos, los impulsos de vida que tienen que ver con lo sexual en su sentido más amplio y la pulsión de muerte cuyos subrogados principales son la agresividad y el odio. Todo eso mezclado y refrenado por la cultura convive en nosotros. Cada tanto, algún límite se rompe y se produce la desmezcla pulsional, en la que la pulsión de muerte puede aparecer pura. Basta leer los diarios para recabar muestras de este tipo de acontecimientos. Algo de esto también podemos ver en “Partir”, en la mirada gélida de Kristin Scott Thomas, que, pura pulsión, lleva a su personaje más allá de los límites.


Hay una escena, breve pero impactante, en la que los protagonistas tienen sexo en el medio de un pastizal. La cámara deja fuera todo vestigio de cultura: parecen Adan y Eva en el paraíso. Claro que el paraíso será efímero y las sirenas de la policía invadirán el espacio auditivo.


La película puede llegar a incomodar a aquellos espectadores proclives al juicio moral como también a aquellos acostumbrados a identificarse con el bando “de los buenos”. Al principio es factible identificarse con la mujer que pareciera decidirse a lanzarse a la vida, después de haber estado muchos años casada con un hombre que la menosprecia e inmersa en una cotidianeidad chata. Sin embargo, esta simpatía comienza a deshacerse a medida que asistimos a las decisiones que el Suzanne va tomando.


Partir es una película francesa hecha por mujeres. Francia es justamente uno de los países más asociables con “la cultura”. La ya mencionada directora Catherine Corsini, la productora Fabienne Vonier y la directora de fotografía Agnès Godard son las mujeres que se atreven a poner el dedo en la llaga de la cultura.

domingo, 8 de agosto de 2010

Música - Peter Gabriel - Scratch my back

Desde marzo se consigue en las disquerías de Buenos Aires, el último CD de Peter Gabriel, Scratch my back.


Si algo ha caracterizado a la obra de Gabriel es el riesgo. Cuando a fines de los sesenta, todos se dedicaban a hacer canciones de tres minutos intentando meterse en la estela exitosa de los Beatles, Peter Gabriel, formaba Genesis, grupo que exploró la integración del rock con la música clásica, algo que nunca se había intentado hasta el momento, y que luego profundizarían bandas notables como Yes o Pink Floyd. Piezas largas que emulan la estructura de una sinfonía, ejecutadas con la fuerza de los instrumentos rockeros. Obras conceptuales, en las que las distintas canciones revolotean alrededor de un mismo tema. En el caso de Genesis, a esto se le agregaron interpretaciones histriónicas que incluían disfraces alusivos a la historia que se estaba cantando.


Probablemente, en cierto momento, Gabriel haya sentido que había descubierto una fórmula, la había llevado hasta sus límites y ya no quería repetirse. La noticia sorprendió en las primeras planas de todas las publicaciones rockeras: Peter Gabriel abandonaba Genesis.


Y el hombre se dedicó a explorar otro tipo de sonido, más íntimo, menos pretencioso. Probablemente no tuviera muy claro lo que hacía y se haya dejado guiar por su intuición artística.


Incorporó entonces a su música, ritmos africanos, instrumentos provenientes de otras músicas, investigó con computadoras y dedicó mucho energía a ensamblar la música con lo visual (por si hiciese falta, recordamos aquí que los videoclips de Gabriel están dentro de los más creativos de la historia de la música moderna). Tuvo allí, otro momento de éxito masivo con hits como Sledgehammer, D’ont give up o Steam.


Cuando la fórmula estuvo aceitada, quizás haya captado que la cosa había dejado nuevamente de ser arte para semejarse más a una artesanía, a un producto que puede fabricarse siguiendo determinadas pautas. Entonces, Gabriel cambió de nuevo.


Hoy sorprende con un proyecto muy particular: ha decidido reinterpretar canciones de otros, en el marco de un intercambio. El proyecto consta entonces de dos etapas. En “Scratch my Back” Gabriel interpreta canciones de artistas, de diferentes generaciones como Lou Reed, los Talking Heads, Paul Simon o Regina Spektor, Bon Iver y Radiohead. Más adelante, en un segundo disco (I’ll Scratch yours” todavía sin aparición en el mercado) los mencionados músicos interpretarán canciones de Gabriel, generando una especie de diálogo artístico.


Yo interpretó una canción tuya y vos una mía. Vos me rascás la espalda y yo la tuya. Todo un juego sobre los distintos puntos de vista en la creación artística.


En “Scratch my back”, alejándose de su anterior etapa rítmica, Gabriel no utiliza batería ni instrumentos de rock. Solamente una orquesta de música clásica, con lo cual se propone privilegiar los textos y la melodía. En algunos casos, la canción original queda prácticamente irreconocible, en otras aparece reinventada, en muchos casos hace emerger de la obra algo que en el original estaba apenas latente.

Hace poco, en un reportaje, le escuché decir a Gabriel que le había llevado toda su estadía en Genesis y más cinco discos solistas, encontrar su propia voz. De ser así, tuvo que arriesgarse a romper con muchos lugares conseguidos hasta arribar a esa sensación de autenticidad. Ahora, desde ese lugar, con Scratch my back, intenta el diálogo con otros artistas, con otras voces.


Particularmente, y aquí viene la vinculación con lo terapéutico, me gusta pensar mi labor de psicoanalista, como la de un partero de subjetividades, alguien que acompaña el proceso mediante el cual una persona empieza a escuchar su propia voz. Alcanzar esta voz personal conlleva, muchas veces, rupturas arriesgadas, cambios que encontrarán resistencias de todo tipo, internas y desde el entorno. Entre todas las voces contradictorias que nos dicen: andá para acá, andá para allá, te conviene esto o lo otro, no es sencillo encontrarse. Y es interesante pensar que, muchas veces, desde esa confusión armamos nuestros vínculos, nuestras redes sociales.


Lindo ejemplo, nos aporta entonces Peter Gabriel, sobre las relaciones con el otro; las cuales pueden acometerse desde mandatos, identificaciones e impulsos destructivos o desde la voz espontánea de quien intenta asumir su propio deseo.





Incluimos aquí el tema "The power of the heart" en la interpretación de Gabriel primero, y más abajo, la versión original de Lou Reed.
(si no se ven los videos, tienes que actualizar la versión del Flash Player de tu navegador)





lunes, 26 de julio de 2010

Festival Madrid Cine – Celda 211

Hasta el 28 de julio se estará desarrollando el Festival MadridCine, el cual ofrece un panorama del “nuevo” cine de la comunidad de Madrid. La cita es en el Espacio INCAA Km 0 (Cine Gaumont), Av. Rivadavia 1635.
En el marco de dicho festival se proyectó, por primera vez en Buenos Aires, Celda 211, película dirigida por Daniel Monzón, precedida por elogiosos comentarios y por haberse llevado, este año 2010, ocho premios Goya, incluyendo el de mejor película y mejor director.
La película tiene algunos méritos: logra captar la atención del espectador a los pocos minutos y la sostiene hasta el final. Parte de una idea atractiva (está basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul): un joven se presenta a su primer día de trabajo en una cárcel y queda del lado de los presos en medio de un motín. Ante los riesgos de la situación se hará pasar por un preso ante los amotinados.
Pero la Celda 211 tiene, a mi juicio, un par de problemas importantes, que los jurados del Goya parecieran haber ignorado.
Tanto la situación inicial, la que hace avanzar la historia, como la que genera el desenlace, no son verosímiles. Que el funcionario, joven y sin experiencia, se haga pasar por preso, se acepta; pero que logre la confianza del líder del motín desde el primer encuentro y pase a formar parte del triunvirato de cabecillas, es inadmisible.
Juan, el novato funcionario de prisiones, miente: dice que ha asesinado a alguien. Malamadre, líder del motín, le dice que no tiene cara de haber matado ni a una mosca. Juan le dice apenas unas palabras y lo convence. ¡Al líder y a la inmensa mayoría de los presos!
En el motín, que dura dos o tres días, Juan y Malamadre terminarán como amigos de toda la vida.
Por otra parte, Juan se irá transformando hasta terminar degollando al jefe de los guardiacárceles. Este punto, esencial para desencadenar el final de la historia, también está “traído de los pelos”. Resulta que se arma un tumulto de familiares de presos en las inmediaciones del presidio, al que acude la mujer de Juan, con una panza de seis meses. Con lo cuidadosas que son las embarazadas, la tipa se mete en el tumulto que parece el campo de un recital de heavy metal. Los del servicio penitenciario desatan una represión en la que matan a una mujer que, justo entre miles de personas, resulta ser la esposa de Juan. Pero la cuestión no acaba aquí. Alguien filmó con el celular el momento en que le pegan y la filmación le llega a los presos. Cuando se la muestran a Juan, se ve exactamente el momento en que golpean a su esposa y, por si esto fuera poco, el policía se levanta el casco, como para que todos le vean el rostro; claro, si no la película no podría avanzar hasta donde pretende. Para colmo, el policía es el jefe. El tipo está toda la película dando órdenes y de pronto aparece reprimiendo como un policía más.
Todo esto deja a la vista el andamiaje artificial que hace andar la película, mediante la cual se quiere mostrar que no hay mucha diferencia entre los presos y los representantes de la ley, idea a la que adhiero pero hubiera preferido que la expusieran de un modo más creíble.
Como comentario al margen, en la película los presos españoles, asesinos y todo, parecen ser todos hombres de palabra, mientras que, son los presos colombianos, los traicioneros y bárbaros, que desatan la masacre final. Hay un tufillo racista en todo esto que contribuye a que la película me guste menos todavía.

domingo, 25 de julio de 2010

Cine - Las Hierbas Salvajes

Alain Resnais filmó su primer cortometraje a los catorce años. Ta vez como corolario de una extensa carrera en la que ha dejado películas como “Hiroshima mon amour”, “Hace un año en Marienbad” y “Providence” entre otras, a los ochenta y siete años nos regala “Las Hierbas Salvajes”, una película tan desfachatada que, un desprevenido podría suponer dirigida por un cineasta joven.
Buñuel decía que iba al cine a sorprenderse, a ver algo que nunca hubiera visto. Los tiempos, y el público de cine, han cambiado. Hoy, la gente pareciera ir al cine a ver una y otra vez lo que ya ha visto, como si se tratase de un ritual de reafirmación.
Podríamos exagerar un poco y decir que solamente hay cuatro películas (todas se pueden ver con el mismo pochoclo):
1. Comedias románticas en las que él y ella se conocen, se enamoran y deben superar más o menos las mismas peripecias para terminar en el beso que precede los títulos finales.

2. Películas de terror en las que un grupo de adolescentes se mete donde no debe y son exterminados uno por uno por un psicópata o algún monstruo asesino hasta llegar al combate final en el que se salvan tanto el muchachito o la muchachita como el monstruo asesino, cosa de poder continuar la zaga en caso de conveniencia económica.

3. Dramas lacrimógenos en los que nunca falta un perro o un niño.

4. Películas de acción (pueden transcurrir en el pasado, en el presente o en el futuro) en las que los buenos muy buenos luchan contra los malos muy malos, a los que derrotarán en el combate final luego de muchas persecuciones (que pueden ser a caballo, en auto o en naves espaciales según la época en que transcurra la película).

“Las hierbas salvajes” no encaja en nada de esto. Si al comienzo de la obra podría parecernos que lo que se viene es una historia más de matrimonio aburrido en la que uno de los cónyuges conoce a una persona más joven que le despierta la pasión dormida, Resnais se encarga de subvertir esta impresión. Aquí, tenemos a George Palet, hombre canoso, retirado, padre de familia, que conocerá a Marguerite Muir, una mujer más grande y, supuestamente, menos atractiva que su joven esposa.
La película será en todo momento impredecible. Resnais escapa a toda convención narrativa y construye el recorrido de sus personajes con total libertad. Hasta el propio narrador en off que, duda, vacila y se contradice, se evade de lo convencional.

La película comenzará con los pies sobre la tierra (la cámara siguiendo los pies de la protagonista yendo a comprarse unos zapatos) y terminará en el aire. El trayecto, enmarcado en el contrapunto entre las hierbas salvajes que se empecinan en crecer en cualquier parte y los pastos cortados al ras y los árboles podados como cuadrados bien típicos de los jardines franceses, tendrá sus idas y venidas nunca previsibles, nunca aburridas, para lo cual colaboran los personajes secundarios como el policía o la amiga odontóloga.
A quien esté demasiado apegado a los esquemas narrativos, la película lo descolocará, al escaparse siempre de lo esperable. Los personajes no están encorsetados, ignoramos lo que piensan y lo que harán. Según declaraciones del propio Resnais: “Nada debería llevar a Georges Palet y Marguerite Muir a querer encontrarse, a mantener una relación amorosa. Y sin embargo lo hacen. No responden a la lógica, a un ‘deber ser’. Son como hierbas salvajes.”
La película es como la invitación a un juego, que tiene mucho que ver con la redención del cine como arte, un juego imprevisible como el deseo humano, al cual la película pareciera homenajear.

miércoles, 30 de junio de 2010

Literatura - José Saramago

El 18 de junio falleció José Saramago, premio Nobel de Literatura (1998). Nacido en Azinhaga, un pequeño pueblo portugués de campo; su amor por la narración se lo debe a un analfabeto, al abuelo, contador de historias que se le grabaron a fuego.
Su estilo tan particular, en el que casi no usa puntos y muchos menos los característicos guiones que delimitan los diálogos, nació del intento por dar forma literaria a la cadencia de la oralidad de su abuelo. Saramago escribe –dejemos el verbo en presente un tiempo más- como hablan los campesinos; quizás por eso, pese a estar en la elite literaria, es muy leído y entendido por su pueblo.

Saramago fue un hombre comprometido y, para algunos, molesto. Si tenía qué decir lo que pensaba, lo hacía con calma pero sin miramientos. Lejos de conformarse con la comodidad del reconocimiento, escribió –lamento tener que ir haciéndome la idea de un pasado- para cambiar el mundo. “Ensayo sobre la ceguera”, novela que relata una especie de epidemia que va dejando ciega a la gente, es su enérgico aviso sobre el estado de nuestra civilización. En “El hombre duplicado” vaticina la pérdida de la individualidad que podemos rastrear hoy, en una sociedad en la que todos consumimos más o menos lo mismo.

Saramago captaba ideas poderosas y de ellas nacieron relatos como "Historia del cerco de Lisboa" en la que un corrector decide agregar un “no” al libro que revisa y, en ese acto de rebeldía, cambia toda la historia, la de Lisboa y la suya propia; o “Intermitencias de la muerte”, novela en la que plantea lo que sucedería si un día la gente dejara de morirse.


Los tiempos de cierre de los diarios, más el despiste de algún editor, crearon la paradoja de que en la hoja siguiente a la que anunciaba su muerte apareciera la promoción del Premio Clarín de Novela, con un jurado presidido por -sí, adivinaron- el mismísimo Saramago fallecido en la página anterior. La cuestión es que Saramago no leerá nuestras novelas (si algun día terminamos de escribirlas) y, lo que debería ser más importante, tampoco las escribirá.

Como Raimundo Silva, el corrector de “Historia del cerco de Lisboa”, me veo tentado a anteponer un “no” allí donde dice “Murió Saramago”, para luego dedicarme a continuar descubriendo su obra y agradecer, por ejemplo, cosas como estas:



“Cuando sólo una visión mil veces más aguda que la naturaleza puede dar sería capaz de distinguir por el oriente del cielo la diferencia inicial que separa la noche de la madrugada, despertó el almuédano. Despertaba siempre a esta hora, según el sol, y le daba igual que fuese verano como invierno, y no precisaba de ningún artefacto de medir el tiempo, sólo de una infinitesimal mudanza en la oscuridad del cuarto, el presentimiento de la luz sólo adivinaba en la piel de la frente, como un tenue soplo que pasara sobre las cejas…”

De “Historia del cerco de Lisboa”


“Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, una falla en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos la bocina. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir la puerta, Estoy ciego.”

De “Ensayo sobre la ceguera”



“Perdida cualquier esperanza, rendidos los médicos ante la implacable evidencia, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con resignación el último suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras, una última sentencia edificante para la formación moral de los amados príncipes sus nietos, tal vez una bella y redonda frase dirigida a la siempre ingrata retentiva de los súbditos futuros. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos al día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar este relato, nadie iba a morir.”

De “Las intermitencias de la muerte”



El alfarero paró la furgoneta, bajó los cristales de un lado y de otro, y esperó que alguien viniese a robarle. No es raro que ciertas desesperaciones de espíritu, ciertos golpes de la vida empujen a la víctima a decisiones tan dramáticas como ésta, cuando no peores. Llega un momento en que la persona trastornada o injuriada oye una voz gritándole dentro de su cabeza, perdido por diez, perdido por cien, y entonces es según las particularidades de la situación en que se encuentre y el lugar donde ella lo encuentra, o gasta el último dinero que le quedaba en un billete de lotería, o pone sobre la mesa de juego el reloj heredado del padre y la pitillera de plata que le regaló la madre, o apuesta todo al rojo a pesar de haber visto salir ese color cinco veces seguidas, o salta solo de una trinchera y corre con la bayoneta calada contra la ametralladora del enemigo, o para esta furgoneta, baja los cristales, abre después las puertas, y se queda a la espera de que, con las porras de costumbre, las navajas de siempre y las necesidades de la ocasión, lo venga a saquear la gente de las chabolas.

De “La Caverna”