miércoles, 11 de enero de 2012

Cine - La cueva de los sueños olvidados

Si te enterases que se ha descubierto una cueva que había permanecido escondida durante treinta y dos mil años, y que en ella se encontraron, por lejos, las pinturas rupestres más antiguas de que se tenga noticia, amén de gran cantidad de restos óseos de mamíferos ya extinguidos, huellas y demás ¿no te interesaría entrar a dar un vistazo?
Me refiero a la cueva de Chauvet, bautizada así en homenaje al explorador que la descubrió en 1994, en el sudeste de Francia. Un desprendimiento rocoso hace miles de años selló la entrada de la caverna, hecho que mantuvo a la misma oculta y permitió la perfecta conservación de las pinturas.
Cuando Werner Herzog se enteró del descubrimiento movió cielo y tierra para que lo dejaran filmar. Su perseverancia y fama mundial logró que le permitieran el ingreso por cuatro días, durante unas pocas horas por día y con un equipo reducido a dos personas.
El resultado es “La cueva de los sueños olvidados”, película que, siendo Herzog su artífice, trasciende el mero documental (que ya de por sí hubiese sido muy interesante) para convertirse en una joyita que rinde justo homenaje a los primeros artistas de la humanidad. En la película dan testimonio, por supuesto, geólogos, paleontógos y arqueólogos (Herzog dirige las entrevistas de modo de obtener siempre un plus de cada uno de ellos), pero además, Herzog aporta su propio espíritu creativo contribuyendo con imágenes de Fred Astaire bailando con su propia sombra (en una posible alusión a la caverna de Platón que nunca se subraya) y unos cocodrilos albinos que hacen las veces de puente entre lo primitivo y la época actual.
Cuando Herzog vio por primera vez la cueva decidió adoptar la tecnología 3D para registrar las obras que decoran los pliegues y protuberancias del lugar.
Las imágenes en 3D nos permiten estar ahí, a centímetros de esas pinturas de osos, mamuts, leones y caballos, algunas de las cuales podrían estar expuestas en cualquier museo de arte moderno. Mientras la cámara deambulaba por los recovecos de la cueva tuve el impulso de extender el brazo para tocar unos huesos.

A la película de Herzog la estrenaron la semana de año nuevo, con los cines cerrados el fin de semana y en pocos días será, con seguridad, barrida de las salas por los estrenos de “Las aventuras de Tin Tin”, “Los muppets” y “Misión Imposible” 4 o 5 (vaya a saber por qué número van) con Tom Cruise. Misión casi imposible será entonces ingresar a la cueva de Chauvet, esa especie de cápsula del tiempo en la que los orígenes del arte de la humanidad pueden apreciarse como si todo hubiese ocurrido ayer. Me considero un privilegiado por haber podido entrar.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Música - Rick Wakeman en el Gran Rex

En varias oportunidades he escuchado mencionar a Rick Wakeman como “el mejor tecladista del mundo”. Aunque algunos artistas lo sean, el arte no es competitivo y carece de mecanismos, como tiene por ejemplo el deporte, para medir los méritos que permitan definir un ordenamiento de mejor a peor. Esto no impide que existan concursos, premios, rankings y afirmaciones tan entusiastas y desatinadas como la que suele circundar a Rick Wakeman. Aunque, por cierto, merecer tal desatino ya habla bien del hombre.



Convengamos que Wakeman es un eximio tecladista, de dilatada carrera tanto en el rock como en la música clásica, conocido en todo el mundo por su trayectoria con el grupo YES como así también por su obra solista que incluye joyas como “Las seis esposas de Enrique octavo”, “Viaje al centro de la Tierra” o “Mitos y leyendas del Rey Arturo”.





Su presencia en el Buenos Aires agotó con rapidez las localidades obligando a agregar una nueva función.




Algo habrá sembrado Wakeman a lo largo de tantos años como para ser recibido con una tremenda ovación antes de tocar siquiera una nota. El propio Wakeman pareció sorprendido por tanto afecto y en varias ocasiones le costó encontrar las palabras para agradecer al público. Lo que nunca le ha costado son las notas, que sus dedos recorren, en ocasiones a velocidad asombrosa, sin errar nunca el destino. Sentado a un piano de cola y acompañado por la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires dirigida por Guy Protherce, Wakeman ejecutó un repertorio basado en “Mitos y leyendas del Rey Arturo” y “Viaje al Centro de la Tierra”. “Catherine Howard” fue la única esposa de Enrique VIII que se dio cita por Buenos Aires; las demás cedieron su espacio a un homenaje a los Beatles (“Help” y “Eleanor Rigby”), “Gone but not forgotten” y “After the Ball” (un tema de “White Rock”).




El entusiasmo de la audiencia continuó luego de dos bises (“Merlín el mago” y “The jig”). Wakeman volvió al escenario una vez más, agradeció y a la vez dijo estar en un problema porque se les había acabado el repertorio ensayado con la orquesta, ante lo cual ofreció repetir un fragmento de “Viaje al centro de la tierra”. La situación derivó en los músicos rebuscando en sus partituras la página correspondiente mientras Wakeman los esperaba tocando el piano. Un momento simpático que un video colocado en YouTube me permite compartir con ustedes.




miércoles, 21 de diciembre de 2011

Peter Gabriel en Buenos Aires - Cobertura de los medios

La cobertura, por parte de la prensa, del show que Peter Gabriel dio en Buenos Aires (ver post inmediato anterior) merece una mención aparte. Todos los diarios hicieron su reseña, coincidiendo en destacar la calidad del show, aunque salpicando las crónicas de errores llamativos para quienes, se supone, deben informar correctamente, máxime, no habiendo intereses políticos en juego.



Diario Popular habló de un “soberbio show” en el que Gabriel tocó con “la Blue Orchestra” en lugar de la New Blood Orchestra (la sangre pasó a ser azul; muchachos ¡era solo cuestión de leer los afiches!) y más entrados en el texto, se menciona el disco “Scratch my bag” (Ráscame la bolsa, creo que sería ¿no?) en vez de “Scratch my back”.



Particular confusión generaron las dos coristas del concierto. La revista Rolling Stone, especializada en música, titula ingeniosamente su nota “Peter Gabriel: concierto para trenes y orquesta” pero comete el grosero error de mencionar la presencia de una cantante que nunca pisó la Argentina. Para Rolling Stone, las coristas fueron Jesca Hoop y ¡Ane Brun!. Ane Brun es una cantante noruega que canta con Gabriel en el disco “New Blood” y también en el concierto que se pasó hace poco en los cines en versión 3D, pero no participó de la gira latinoamericana. Las coristas fueron nombradas por el propio Gabriel varias veces a lo largo del concierto. Bastaba escuchar con un poco de atención.



Si una revista especializada en la materia hizo aparecer por Buenos Aires a una cantante que nunca anduvo por nuestra tierra, qué podemos esperar del cronista de Clarín que también vió a Ane Brun en el escenario o el de Página 12 que, además de la susodicha Brun, agregó también a Sevara Nazarkhan, cantante que ha sabido vocalizar con Gabriel en algunos shows en Europa, pero que a la hora del concierto en GEBA se encontraba a miles de kilómetros de Buenos Aires.



“El diario de la República” menciona la emocionante interpretación de Solbury Hill en la que se incluyeron varios compases de “La Marsellesa”. ¡Nooooooo! Fue la novena sinfonía de Beethoven, no “La Marsellesa”, la parte que cualquier estudiante de primaria puede reconocer como el “Himno a la alegría”. ¡Un poco de cultura general!



Al tema “The Nest that Sailed the Sky” se lo cita como formando parte del álbum “Up” cuando en verdad es de “Ovo”. Errores de este tipo, varios. Y ni que hablar de la cantidad de público asistente que para algún medio fueron dieciocho mil, para otros treinta mil.



Los medios televisivos no se quedaron atrás. TN transmitió en vivo las dos primeras canciones del show. Como Gabriel entonó un par de veces la frase “hold on”, el famoso periodista que anunciaba el show dedujo que así se llamaría la canción por lo que no dudó en bautizar el tema como “Hold on”, con sobreimpreso incluido, cuando la canción se llama “Wallflower”. Al día siguiente, cuando repitieron la noticia corrigieron.



Si la simple cobertura de un concierto acumula tantos desaciertos, no parece descabellado sospechar que tal cantidad de errores inunde todas las demás noticias que, a diario leemos tal vez sin cuestionar cómo nos estamos informando. ¡Ni qué hablar de aquellas noticias que movilizan otro tipo de intereses!





Pueden leerlo por ustedes mismos:





http://diariopopular.com.ar/dp001.php?nId=622118&src=NP





http://www.rollingstone.com.ar/1425200-peter-gabriel-concierto-para-trenes-y-orquesta





http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-23572-2011-11-20.html





http://www.clarin.com/espectaculos/musica/musico-amigo-trenes_0_593940890.html





http://www.eldiariodelarepublica.com/espectaculos/En-version-orquestal-Peter-Gabriel-emociono-a-18-mil-espectadores-en-Buenos-Aires--20111120-0009.html





domingo, 27 de noviembre de 2011

Música (¡y qué música!) – Peter Gabriel & The New Blood Orchestra en Buenos Aires

Al poco de llegar al estadio GEBA, me sorprendió la proximidad de las vías del ferrocarril. El ruido de los trenes, pasando a pocos metros del escenario, me resultaba inadmisible en el contexto de un concierto sinfónico. Se me ocurrió poco probable que a Gabriel le hubieran mencionado ese detalle a la hora de negociar el lugar en el que tocaría; y me pregunté cuál habría sido su reacción al toparse con un estadio pegado a las vías del tren.

Peter Gabriel apareció en el escenario como un técnico más, caminando en forma natural con unos papeles en la mano, cuando aún las luces del stage no se habían encendido. Saludó al público como ya lo había hecho en Velez dos años atrás, esforzándose por comunicarse en español. Lejos de las postura “histérica” de algunas pseudoestrellas, aludió enseguida al tema de los trenes: “Mi estudio en Inglaterra, está cerca del ferrocarril de Bristol, así que estoy acostumbrado y, de algún modo, esto me hace sentir un poco como en casa”, dicho que despertó risas y aclamaciones del público presente (treinta mil almas según estimaciones de TELAM). A continuación, con la generosidad que lo ha caracterizado siempre para darle lugar a artistas de las nuevas generaciones, presentó a “dos maravillosas cantantes y compositores”, quienes cantarían una canción cada una. Mientras Rosie Doonan y Jesca Hoop lucían sus voces, los trenes comenzaron a hacer de las suyas, coincidiendo uno de ellos con el suave epílogo de una de las canciones.






Rosie Doonan y Jesca Hoop serían, luego, las coristas de un show que comenzaría con “Hero”, tema de David Bowie y Brian Eno, versionado por Gabriel en el disco “Scratch my back”, con un increscendo extraordinario tanto de la voz de Gabriel como de la orquesta. La New Blood Orchestra, dirigida por Ben Foster sonó excelsa en la ejecución de los sutiles arreglos, obra de John Metcalfe.


Gabriel leyó en español que la canción “Wallflower” fue inspirada en la lucha por los derechos humanos en la Argentina y lo que sucedió en la ESMA, una canción sobre la tortura, dedicada a los desaparecidos durante la dictadura militar. Gabriel se emocionó y emocionó en una interpretación que erizó la piel. Piano, cuerdas, velas, la voz de Gabriel, las voces femeninas. Treinta mil desaparecidos y treinta mil presentes conmovidos.
La tercera pieza del show correspondió a “Aprés moi” de Regina Spektor, tema también incluido en “Scratch my back” donde Gabriel interpreta canciones de los músicos que admira. Aquí, la New Blood hizo carne la frase “a toda orquesta” en un arranque espectacular. Ese comienzo arrasador, sonó como un torrente de agua que se lleva todo por delante para que luego Gabriel cantase la letra escrita por la joven Regina: “Después de mí, que se las arreglen. Después de mí, llega la inundación”.
Luego tendría lugar la logradísima versión de “Intruder”. La canción logró transmitir un clima de inquietud y suspenso, con un arreglo orquestal y una puesta en escena imbuida por resabios a Hitchkock y su compositor Bernard Hermann. “La sensación de aislamiento inspira” cantó Gabriel. A esta altura es evidente que la cuestión de la orquesta no es un mero gesto de grandilocuencia; ya que no se trataba de un mero colchón de violines para las mismas canciones de siempre. Los arreglos de Gabriel y John Metcalfe han transformado las canciones.
En este blog nos inspiran las relaciones entre el arte y el psicoanálisis, y en este sentido traigo a colación una metáfora con la que me gusta distinguir los cambios que uno puede realizar en el marco del trabajo analítico: el cambio no consiste en decorar con alas al gusano, sino en que el gusano se transforme en mariposa. Las canciones que presentó Gabriel en el show lucieron nuevas, temas de años transformados en otra cosa, adquiriendo una nueva vida, una nueva sangre, como mariposas que revolotearon por la noche de Buenos Aires.



Si con Wallflower la entrada ya estaba paga ¿qué decir de San Jacinto? Ya en Velez, en año 2009, Gabriel había presentado una versión que parecía insuperable; sin embargo la versión que interpretó en GEBA llegó aún más lejos. Hubo un momento cómico al comienzo, en el que Gabriel presentó el origen de la esta hermosa canción que homenajea a los pueblos originarios de América. En un momento Gabriel se perdió en la lectura de esa historia en la que un adolescente siux es llevado por el chamán a la cima de una montaña. Rebuscó infructuosamente y luego de sumirse en los papeles por varios segundos, emergió con algo de español por fuera de lo que tenía apuntado, para decir que había perdido “una línea importante, pero recuerden la serpiente”. Luego, otra vez la piel erizada ante esa música que penetró por los poros para transportarnos a otros tiempos. Belleza plena, letra, música, las imágenes en la pantalla. Insuperable… hasta que al maestro se le ocurra engrandecerla aún más.
Una de las particularidades de la gira reside en la composición misma de la orquesta. Por una mezcla de cuestiones económicas y artísticas, la mitad de los músicos son ingleses y la otra mitad se completa con músicos locales. Esto hace que la orquesta suene con diferentes matices en Chile, en Brasil, en Argentina o en México. En Buenos Aires sonó espectacular, pese al espacio abierto, pese a los trenes. Hace tiempo fue acuñado eso de que la música calma a las fieras; en este caso, Peter Gabriel y la New Blood Orchestra lograron calmar a los trenes. Al comienzo del show no faltó algún maquinista estúpido, haciendo sonar las bocinas a propósito, mucho más de lo necesario. Por alguna coincidencia o proceso misterioso, los maquinistas se fueron sosegando. Uno incluso, aminoró la marcha casi hasta detenerse, ofreciendo a sus pasajeros la breve contemplación de un show de lujo. La compenetración de músicos y audiencia fue tal que los trenes dejaron de molestar.
Tras un íntimo San Jacinto, la orquesta levantó al público de sus asientos con una excelente versión de “Secret World”. Gabriel se entusiasmó en el baile e hizo un giro de más que le impidió llegar a tiempo al micrófono para cantar una frase, hecho que pasó mayormente inadvertido gracias a las voces de Donan y Hoop que cantaron el verso en cuestión.
Más tarde, Gabriel dedicaría una emotiva versión de “Father and son” a su padre “que va a cumplir cien años en abril”, dijo con llamativa seguridad. Peter suele cantar esta canción al piano, pero esta vez lo hizo de pie, ante un arreglo de cuerdas que le aportó al tema otro matiz sin hacerle perder la intimidad.
Signal to noise” estremeció de nuevo al público, con una orquestación en perfecta comunión con la puesta en escena, y un Ben Foster más poseído que nunca. Para cuando Gabriel cantó “Wipe out the noise” (eliminar el ruido), el de los trenes ya había desaparecido.
Downside up” permitió el lucimiento de Jesca Hoop, en una canción que fue cambiando de tono en la medida en que predominaban las cuerdas, los bronces o el fagot al final. Hermosa y breve. En un concierto de tal nivel resulta difícil marcar los puntos altos, dado que cada canción puesta en el escenario era de excelente para arriba. Entonces, me atrevo a decir que un poco más allá del excelente estuvo la versión de “Digging in the dirt”, canción psicoanalítica si las hay (“estoy excavando en la suciedad, quédate conmigo, necesito apoyo, estoy”) que se inició en las pantallas con un metrónomo primero marcando el compás y luego una reproducción de esos juegos electrónicos de la década del setenta en los que uno jugaba una especie de tenis contra la máquina, manejando un ladrillito que le pegaba a una pelota. De ese tipo de juegos recuerdo una situación que de chico llamaba mi atención: había momentos en los dejaba mi ladrillo quieto en cierta posición y se generaba una interacción repetitiva en la que la pelota quedaba rebotando en el ladrillo de la máquina y en el mío durante horas. Bastaba que yo moviera mi ladrillo un milímetro para generar otro ángulo de trayectoria y forzar a la máquina a mover el suyo, con lo cual el juego adquiría vitalidad de nuevo. Las relaciones interpersonales a veces quedan atrapadas en esos patrones de interacción repetitivos y, en vez de protestar por los cambios que el otro no realiza, este juego y la canción de Gabriel nos enseñan que es suficiente un cambio mínimo de nuestra parte para promover una transformación en la relación.
A esta altura, el show ya era una maravilla y todavía faltaban “Mercy Street” dedicada a la poetisa Anne Sexton, con un toque delicioso de flauta traversa; “The rythim of the heat”, inspirada en una experiencia de Carl Jung en Africa, con la orquesta alcanzando otro de los puntos cumbres de la noche que la gente aplaudió de pie; “Red rain” y una lluvia roja de luces sobre el escenario; “Solsbury Hill” con la audiencia coreando la letra y un empalme grandioso con la novena sinfonía de Beethoven.

Biko”, tema con el que Gabriel ayudó a difundir en el mundo, en una época en que las comunicaciones no eran las de ahora, la situación del apartheid en Sudáfrica; fue la canción elegida para el primer final del concierto.
PG es de esos artistas que quieren cambiar el mundo, pero lo suyo no es mera declamación. No se aísla en una burbuja de rockstar, se compromete y hasta, para algunos, se entromete. Pensemos en su reciente paso por Chile donde se entrevistó con el presidente Piñeira, para reclamarle el esclarecimiento de los crímenes de Pinochet y por el trato a los estudiantes en la actualidad. “El resto depende de ustedes” dirá Gabriel antes de retirarse del escenario y dejar a Ben Foster dirigiendo al público. El ya ha hecho lo suyo, ha cambiado su música, le ha dado nueva vida, sangre nueva. Pero habría más.


La puesta se pobló de colores primarios para “In your eyes”. El público conocía la canción y se prendió en el canto, elevando las manos en el esperado bis.

Para el cierre, eligió una canción “que habla de no rendirse”, la célebre “D’ont give up” en un contrapunto vocal con Rosie Donan ejecutado con sentimiento y candidez.


Por último, Gabriel ríe cuando anuncia la canción con nos mandará de regreso a nuestras casas y la cama. Contra el manual que dice que la última canción tiene que dejar al público “bien arriba”, la orquesta acomete la serena melodía de “The nest that sailed the sky”, con Gabriel tomando el mando del piano para acoplarse a la orquesta en las últimas notas, acompañadas por el ronroneo de un tren que volvió a escucharse luego de más de dos horas de música.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Cine - Música - Peter Gabriel 3D

Peter Gabriel no se cansa. En los setenta, aclamado como líder del mítico grupo Génesis, sintió el deseo de tomar otros rumbos musicales e inició su carrera solista. A esta altura podría vivir de tremendos hits como “Sledgehammer”, “D’ont give up” o “Steam”; sin embargo, vuelve a arriesgar, a explorar nuevas sendas. En esta ocasión, cambia los instrumentos tradicionales del rock por una orquestra de disposición clásica aunque con una dirección moderna a cargo de Ben Foster.




En estos días, hemos podido ver en algunas salas 3D de nuestro país, la película “Peter Gabriel & the New Blood Orchestra 3D”, filmación en HD y 3D de un concierto realizado en marzo de este año en el Teatro Hammersmith Apolo de Londres.


En primera instancia, un concierto de rock sin guitarras ni baterías (“no drums, no guitars” puede leerse en el afiche original) generaba ciertas dudas; pero las mismas se disiparon a los pocos segundos de comenzada la proyección.


Ya desde la innovadora versión de “Intruder” percibimos que no se trata de la pomposa inclusión de una orquesta sino de nuevos arreglos, según palabras del propio Gabriel “las viejas canciones tratadas con una nueva paleta”. Como un intento de legitimar la “calidad” de su música, muchas bandas de rock han incluido orquestas sinfónicas en sus conciertos, pero en la mayoría de los casos, la orquesta ha sonado desdibujada, acompañando de fondo la melodía principal, casi como un relleno. Esto no sucede aquí. Gabriel, trabajó en conjunto con John Metcalfe en los arreglos para la orquesta, logrando que la misma se apropiara de las canciones. Los arreglos son de una sutileza que conmueve. Canciones como “Digging in the dirt”, “San Jacinto” adquieren una vitalidad nueva; y en ese contexto, la voz de Gabriel alcanza su mayor expresividad.

La película no tiene desperdicio, la cámara se pasea entre los instrumentos y la calidad del sonido es tal que podemos escuchar cada instrumento, desde el timbal hasta el triangulo. Es de esas obras que uno no quiere que terminen.


La neurología ha enseñado que la inteligencia reside en las conexiones neuronales y el psicoanálisis, a su vez, que el establecimiento de lazos es inherente a la salud mental.


Peter Gabriel hace lazos. Con otros tiempos, con otros lugares, con otros artistas, con otras generaciones. Enlaza el rock con la música clásica, integra ritmos de diferentes lugares del mundo, promueve intercambio con otros músicos, incluso con los de las nuevas generaciones (en el film interpreta una estupenda versión del tema “Aprés moi” de Regina Spektor), y produce un espectáculo de altísimo que nivel, que el viernes 18 de noviembre podremos ver en vivo, en Buenos Aires.

viernes, 28 de octubre de 2011

Danza - Cine - Pina

Pina Bausch fue una bailarina y coreógrafa alemana, gran figura de la danza contemporánea fallecida en forma abrupta en el año 2009.
Win Wenders, el reconocido cineasta del mismo origen, famoso por sus películas “París-Texas” y “Las alas del deseo” entre otras, quedó tan impactado al asistir a una representación de Bausch, que empezó a seguirla de cerca hasta volverse amigos.En el marco de esta relación surgió la idea de hacer una película en conjunto, sobre el trabajo de la coreógrafa. El fallecimiento sorpresivo de Pina decidió a Win Wenders a mutar la idea original y transformar la película en una especie de homenaje.


Cuando dos talentos se juntan puede surgir algo especial; y eso es lo que sucede en Pina.


Pese a reducirse a una secuencia de piezas de baile, es tal la expresividad de las coreografías y tan precisa siempre la ubicación de la cámara, que la obra produce momentos dramáticos, momentos de risa y momentos de reflexión como si se tratase de una obra narrativa tradicional.


Wim Wenders aprovecha la tecnología 3D para trasladar al espectador por el espacio del escenario, logrando que esta nueva tecnología, hasta el momento bastante poco usufructuada, se ponga al servicio del hecho artístico.



“Pina” no solo ofrece información sobre vida y obra de Pina Bausch (se representan fragmentos de sus obras ‘Café Müller’, ‘La consagración de la primavera’, ‘Vollmond’ y ‘Kontakthof’) sino que constituye una obra pionera en el uso de las posibilidades expresivas del 3D.

Los bailarines, sus bailarines, no la rememoran con discursos sino bailando; no le dedican las consabidas palabras de enaltecimiento post-morten, le tributan una improvisación, una danza. Algo que salta a luz en la obra es el estilo personal de los bailarines, cada cual le pone a la danza su propia impronta. No bailan todos igual. Pina, como maestra, en lugar de enseñar un "pasito" para que todos lo repitan, procuraba extraer de cada bailarín el movimiento propio, distintivo de cada cual, aquello que dormía en su interior. En este punto, su tarea revela puntos de contacto con el del buen psicoanalista, partero de subjetividades, quien escuchando promueve que cada cual encuentre su propia voz.


Casi no hay parlamentos durante la película, quizás por eso ganan en contundencia las palabras de Pina que Wenders elige para terminar el film: “Bailemos, bailemos, de lo contrario estamos perdidos”. Lo que de seguro no habría que perderse es el lujo de ver esta película.

lunes, 10 de octubre de 2011

Cine - El Árbol de la Vida

En el afiche de promoción puede leerse, firmado por un crítico: “la mejor película que vi en mi vida”; grandilocuencia que, como veremos, guarda cierta relación con la obra de Terrence Malick.
Los primeros minutos de “El árbol de La vida” (Palma de Oro en Cannes) hacen honor a las expectativas generadas, con imágenes que se deslizan como retazos de la infancia, en comunión con la música y algunos pasajes de voz en off. Esos primeros minutos me hicieron evocar el film “El espejo” del gran Andrei Tarkovski.

Pero si bien la película se inicia en un tono alto, luego no puede sostenerlo. Por momentos Malick parece regodearse mostrando lo bien qué filma, lo artista que es y, para mi gusto se empantana en los barros de la pedantería. La película alterna la narración de la vida de una familia norteamericana en la década del cincuenta, con el seguimiento, muchos años después, de uno de los hijos ya devenido cincuentón, interpretado por un Sean Pean que deambula entre rascacielos y paisajes desérticos con una gestualidad que lo revela atormentado. Los saltos temporales no terminan ahí ya que, de pronto, nos vemos llevados a presenciar algo así como el origen de la vida en el planeta; lo que, por momentos, nos brinda la sensación de estar asistiendo a un documental de la National Geographic y, en otros, a una presentación hecha en PowerPoint, de esas que circulan por Internet llenando las pantallas de paisajes lindos y frases que pregonan disfrutar de la vida.


Lejos queda entonces “El árbol de la vida” de ser la mejor película que haya visto. No llega siquiera a aproximarse al estatuto que guardan para mí las obras de Tarkovski, Bergman, Fellini o Kurosawa. Me animo a decir que tampoco es la mejor película del propio Malick (“La delgada línea roja” le gana en poesía, intensidad y coherencia). El film tiene su punto fuerte cuando se detiene en el devenir de esa familia llevada a enfrentar un hecho trágico e inexplicable, sobre todo cuando los hechos son mostrados a través de los ojos de uno de los niños. “El árbol de la vida” ostenta hermosos pasajes y podría haber sido una gran película, si Mallick no se hubiese perdido, luego, por las ramas de la grandilocuencia.