domingo, 27 de febrero de 2011

Danza - Juan Moreira


Cuando se nos menciona la palabra mito, tendemos a pensar en la antigua Grecia, pero mitología se construye en todas partes. Juan Moreira, sin ir más lejos, es un mito. Un mito criollo, de procedencia nacional. No por nada, el mito de Juan Moreira, remite a la injusticia, a la corrupción y a la rabia que generan. Algo tendremos que ver como país con estos temas. Juan Moreira, también habla del coraje, para no ponernos tan negativos.

En el origen de una cultura, lo que encontramos son mitos. En Juan Moreira podemos contemplar, amparados en la cercanía en el tiempo, la construcción de uno. El mito parte de ciertos hechos. Juan Moreira existió. Fue un gaucho, fugitivo de la ley, muerto por la policía alrededor de 1874. Sobre ese gaucho real, Eduardo Gutierrez noveló, en 1880, un personaje. Años más tarde, el circo de los hermanos Podestá, tomaría ese personaje y lo prolongaría en el tiempo a través de un espectáculo circense. En 1948 se hizo una película y, mucho más cerca, en la década del setenta, Leonardo Favio haría la suya, protagonizada por Rodolfo Bebán.

Un mito es una narración fundamental, en tanto apunta a temas básicos de la existencia de una cultura; narración disparada siempre por un suceso histórico que luego el arte, en sus distintas formas se encarga de trasladar en el tiempo.


En estos días, el Ballet Folklórico Nacional, reaviva el mito de Juan Moreira. Bajo la dirección de Leonardo Napoli, con las sutiles coreografías de Margarita Fernández, guión de Manuel Macarini y el propio Napoli, más la musicalización de Agustín Leyes y Luis María Serra, se presentó en el Teatro Nacional Cervantes un espectáculo de tal calidad, que logra conmover incluso a un público desacostumbrado a los espectáculos de danza. En la obra, casi no se habla, unas pocas canciones tienen letra. La historia se cuenta mediante la danza.

Juan Moreira era un gaucho trabajador al que se le empieza a complicar la vida cuando se enamora de Vicenta, quien también era pretendida por un teniente (algunas versiones dicen alcalde) de la zona. Juan Moreira le había prestado dinero al almacenero del pueblo y este no se lo quiere pagar. Cuando Moreira reclama el dinero, el almacenero niega la deuda y el teniente aprovecha la ocasión para castigar a Moreira con el cepo. Moreira, indignado, jura venganza y la cumple, con lo que se transforma en un delincuente forajido. En algún momento, un político le ofrece indulto a cambio de servicios pero luego lo traicionará.

Todo esto es narrado a través de la danza. Danza que es amor, niño que nace; danza que es bronca, venganza consumada; zapateo que es pelea y corrupción. Baile que es tentación, muerte al acecho. Danza que transmite y emociona. Todo se entiende. Música, coreografía, vestuario, cuerpos que bailan. Eso alcanza para narrar y estremecer a un público heterogéneo que mezclaba “entendidos” con asistentes ocasionales a este tipo de espectáculos. Había gente mayor, jóvenes que nunca oyeron de Leonardo Favio ni Rodolfo Bebán y hasta niños también. Todos siguiendo con interés una historia que se desarrolla casi sin palabras pero con una mezcla de claridad, perspicacia y belleza que desemboca en un final contundente que la obra va preparando desde el principio. Hacía tiempo que no participaba de una ovación así en un teatro.


Aplausos merecidos para una historia que recrea el mito del hombre bueno llevado a volcarse al crimen en respuesta a las injusticias de un poder arbitrario. ¿Cuántos de los criminales de los que tanto nos quejamos los habremos estado cocinando a fuego lento a partir de la inequidad, la exclusión y la injusticia que todavía nos rodea? Este tipo de preguntas puede despertar una obra como esta.

sábado, 5 de febrero de 2011

Música - Contra los hits del verano

Estamos, en el hemisferio sur, en un momento del año en el que no suele predominar la buena música; estamos en la época de los hits del verano. Canciones livianas, pegadizas, un poco por su estructura musical y bastante más por la insistencia con la que las reproducen los medios.
Los seres humanos tenemos tendencia a apegarnos a aquello que nos resulta familiar. Esta tendencia se da aún sin que seamos concientes de ella. Hace poco supe del caso de una mujer española y católica que al viajar a Israel sintió algo muy fuerte relacionado con el lugar, tanto que abandonó su vida en España para quedarse a vivir en Jerusalén. Mucho después de esta decisión, se enteró que sus abuelos habían sido judíos conversos. Lo familiar la había atraído desde un nivel inconciente.
Los hits del verano, esas canciones de tres minutos que repiten las radios, nos terminan resultando familiares a fuerza de repetición. Y como nos resultan familiares, las terminamos adoptando y hasta creyendo que nos gustan. A mi juicio, se trata de una falsa familiaridad, basada en un simple proceso de condicionamiento. No nos tratan muy diferente que al perro de Pavlov.
Si todos los seres humanos somos distintos y ni siquiera existen dos huellas digitales iguales ¿cómo puede ser que estemos todos escuchando la misma música? En el camino hacia la propia individualidad no estaría mal que cada cual buscara su propio gusto.
Para los que busquen algo más que los hits del verano, recomiendo un sitio web que recopila una gran cantidad de programas de radio que emiten música mucho más elaborada y prácticamente ignorada por los grandes medios. Dejo el link por si les interesa curiosear. http://www.rockprogresivoradio.com.ar/

sábado, 29 de enero de 2011

Festival de Teatro Infantil - Necochea 2011

Todos los veranos en Necochea se celebra el Festival de Teatro Infantil, siendo el de este año el número cincuenta. En el mismo concursan obras de todo el país y constituye un evento interesante para palpar el estado de cosas en lo que a este ámbito se refiere.

De casi todas las obras se puede rescatar siempre algo, aunque más no sea un bichito de luz que rockanrolea con “Humo sobre el agua” de Deep Purple o un gusano que baila breakdance. Los chicos suelen divertirse y, en algunos casos, los grandes también.

En líneas argumentales, no hay demasiadas novedades: reversiones de clásicos como el Mago de Oz por ejemplo y cantidad de historias con moralejas para chicos como la de la hormiguita rebelde que no quiere trabajar y pasa una serie de penurias hasta que comprende que no hay nada mejor que reintegrarse al trabajo del hormiguero. El tema en el que más se insistió en las obras de este año pareció ser el de la mentira, lo cual acarreó algunas contradicciones, como la generada por la funcionaria quien, luego de ponderar el valor del mensaje sobre la importancia de no mentir, utilizó el gastado recurso de decir que no había preparado discurso para luego destaparse con una andanada de citas y datos memorizados.


De todos modos, y por suerte, siempre hay artistas dando vueltas. En esta ocasión quiero destacar a Emiliano Dionisi, director de “Papanatas”, una de las gratas sorpresas del festival. La obra, basada libremente en “El atolondrado o los contratiempos” de Moliere tiene el mérito de desatar la risa tanto de grandes como de chicos, cosa nada sencilla. Dionisi lo logra a través de un fluir interdisciplinario que hilvana buenas actuaciones con recursos circenses y una estética que fusiona el comic con el habla porteña.

El humor nace de la confluencia de Mascarilla, encarnación del “vivo” que apela a todo tipo de manipulaciones para obtener sus objetivos y Leilo, el “papanatas” del título, personaje cándido e inocente, incapaz de sostener tramoya alguna.

Papanatas puede destilar un mensaje pero nunca lo subraya, sino que lo entrega con sutileza, entre risas y piruetas.

jueves, 20 de enero de 2011

Cine - Los Santos Sucios

Luis Ortega es un artista que se nutre de fuentes muy diferentes a las de su padre (Palito Ortega, el de "La felicidad, ja, ja, ja, ja"). Lejos del facilismo de la fórmula probada, es un artista que toma sus riesgos. En este, su tercer largometraje (Caja Negra, 2002; Monobloc, 2006) no parece haber felicidad; muy por el contrario, nos presenta un mundo destruido, en el que unos personajes, bastante destruidos también, aspiran a una salida a través del cruce de un río llamado, no casualmente, río Fijman.

Jacobo Fijman fue un notable poeta argentino, injustamente más conocido por haber terminado internado en el Borda que por la fuerza de su obra. En algún momento se declaró a si mismo un santo, “pero mejor no decirlo porque no lo entenderían. Para los médicos eso es enfermedad. Y ellos no saben lo que es un santo. Solo tratan a los demás como enfermos. Se guían por los síntomas. Y otras obligaciones no tienen. En esta sociedad está prohibido ser santo”.

Los personajes que destila el film, los santos sucios, podrían ser vistos como locos que escapan del mundo, que buscan la salida definitiva en el cruce del río. Ortega elude los géneros de la ciencia ficción o el cine de aventuras y se adentra en un clima que podría aspirar a lo onírico o metafísico.

La película esta construida a partir de las locaciones. Se nota que han recorrido la provincia de Entre Rios, buscando el lugar adecuado para cada escena. La imagen está muy trabajada, cada plano revela un esmero que se nota, pero a la película le falta sustancia como para levantar vuelo. Los personajes son extraños pero no interesan demasiado, por lo que el film termina dependiendo en exceso de la puesta en escena. La imagen final es muy bella aunque toda la parte anterior al cruce del río, que ocupa casi todo el metraje, no logra despertar la emoción estética que transmitía una película como Stalker, del gran Andrei Tarkovski; film que probablemente Ortega haya tomado como referencia. La película no alcanza la espiritualidad de Tarkovski ni la pasión poética de Fijman. Los protagonistas cruzan el río, pero la película se queda a mitad de camino, y desde lejos, los observa desaparecer entre el cielo y el desierto.


De todos modos, y más allá del resultado un tanto artificioso, tenemos aquí cine de autor, de alguien que le apunta al arte, aún cuando, para mi gusto, no le pegue del todo al blanco. Habrá más flechas, seguramente.

martes, 30 de noviembre de 2010

YES en Argentina - El cambio perpetuo

YES
El concierto generaba expectativas de todo tipo, un poco por la ansiedad de ver en nuestro país a una legendaria banda, pionera del rock progresivo; como también por las dudas sobre cómo funcionarían los reemplazos, sobre todo el de Jon Anderson.
Algunos argumentaban que sin Anderson ni Wakeman padre, ya no sería YES; otros hablaban de “medio YES” y se miraba con desconfianza al nuevo cantante. Si esto sucedía entre los supuestos admiradores del grupo; ni que hablar de los demás, aquellos acostumbrados a tildarlos de dinosaurios o pretenciosos.

Acusar a un músico de dinosaurio es un disparate que no tiene sostén; dado que se lo está acusando de portación de años, como si la música fuera posible hasta un determinado momento de la vida. Si Beethoven hubiera abandonado la música a cierta edad, hoy no tendríamos la novena sinfonía.

Lo de pretenciosos es un mote que intenta ser descalificador cuando, si lo tomamos desde cierto punto de vista, podría ser visto, en verdad, como un elogio. Estos tipos no se conformaron con repetir las fórmulas musicales establecidas; fueron más allá, investigaron, exploraron, se formaron. Todos los integrantes de YES son músicos virtuosos, tienen formación de conservatorio, no están limitados a tocar lo que les sale, pueden tocar lo que quieran y han pretendido ir más allá del hit pegadizo de tres minutos, generando una carrera que, si bien tuvo su apogeo en la década del setenta, se ha extendido por más de cuarenta años. Después ya la cosa pasa a ser cuestión de gusto, de sensibilidad, de apreciación personal. Hay gente a la que le gusta y gente a la que no.


La cuestión es que estos “dinosaurios pretenciosos” dieron una lección de música en su paso por la Argentina, donde tocaron en Rosario, Córdoba y Mendoza, además de los dos conciertos en Buenos Aires, superando con creces las expectativas.


No hubo escenografía diseñada por Roger Dean ni la suite Pájaro de Fuego de Stravinsky para recibirlos. Los músicos entraron caminando, como panchos por su casa, se acomodaron y ni bien comenzaron con Siberian Kathru, supimos que YES estaba allí. Hubo algún desajuste de sonido que quizás no haya sido percibido por la audiencia, pero Howe se encargó de resolverlo con los técnicos sin dejar una sola nota por tocar. La atención del público estaba puesta en el cantante Benoit David, recibido con cautelosos aplausos primero y ovacionado al promediar el show luego de “romperla” en Heart of the Sunrise, donde llegó a todos los agudos que el tema requiere con una potencia que dejó conformes a todos.


Es cierto que YES ha tenido una voz emblemática en Jon Anderson, apenas ausente en uno de los veintisiete discos editados por la banda; y también que, en los años de madurez había logrado en escena una presencia casi sacerdotal. Puede que haya extrañado, entonces, verlo a Benoit moviendo las manos al compás de la música, vestido con un chalequito o enfundado, al final, en la camiseta argentina. Personalmente me resultó muy acertada la gestualidad con que acompañó el final de And you and I, levantando los brazos al tiempo que la música se elevaba hacia la estratosfera.

And you and I es una hermosa canción de amor; a mi criterio, una de las pocas que existen, ya que las que acostumbramos llamar así, no son canciones de amor sino de enamoramiento, en todo caso, la primera etapa de lo que podría llegar a ser el amor. Aquí, otra vez, han ido más lejos que el resto, apuntando a la unión espiritual posible entre dos seres, muy posterior a la etapa del enamoramiento, los celos y el “no puedo vivir sin vos” con que nos edulcoran la mayoría de las canciones. Este tema es sublime y así lo interpretaron.



Para esa altura ya habían tocado I’ve seen all good people, casi un himno, compartido esta vez por varias generaciones ya que, además de padres que llevaron a sus hijos se vieron muchos jóvenes que asistieron por su cuenta, rompiendo el estereotipo de publico cuarentón o cincuentón con el que la prensa suele describir a la buena gente que sigue al grupo. También Tempos Fugit, canción presentada por Squire, quien se tomó el trabajo de anunciar que tocarían dos canciones de Drama (el único disco en el que no había participado Anderson), obra que no solían interpretar en vivo. Volvieron a sorprender luego con Astral Traveller, tema de Time and a Word, segundo disco de la banda, editado en 1970. Pese a ser un tema de los inicios del grupo, donde apenas se insinuaba lo que lograrían más adelante, la canción sonó renovada y muy integrada al resto del repertorio, solo de Alan White incluido. Una gran interpretación y otra prueba más de que la música de YES viene superando con holgura el paso de los años. Machine Messiah, el segundo tema de Drama que ejecutaron, fue otro de los platos fuertes de la noche, en particular por ser una canción que no tocaban desde hacía años.

Luego llegaría el turno de Perpetual Change, tema de The YES Album, de 1971, cuya poesía vino a remarcar el mensaje del grupo en estos años.


And one peculiar point I see,
As one of many ones of me.
As truth is gathered, I rearrange,
Inside out, outside in, inside out, outside in,
Perpetual change.


Ante la ausencia de Anderson, Squire y Howe se repartieron el protagonismo al momento de comunicarse con el público. Ya cuando el notable guitarrista, gritó “alright” al término de Siberian Kathru, alguien del público supo despertar sonrisas al exclamar: “¡Epa! Steve Howe habla!”. El propio Howe se encargaría de presentar “una canción de los ochenta”, antes de arremeter con Owner of a lonely heart, el gran hit del grupo, tema que suelen menospreciar los fanáticos por ser el registro más pop de la banda. Convengamos que cuando se propusieron hacer un tema pegadizo, para recuperar algo de popularidad en una década poco propicia para los temas largos, pudieron hacerlo sin banalizarse. Owner… compitiendo en la categoría “canciones con estribillo” les gana a todos los especialistas en el asunto. La letra, además, no es para despreciar. Con aire chamánico, incita, nada menos, que a salirse de la masa y hacerse cargo del libre albedrío.

Por supuesto, hubo tiempo para deleitarse con un set acústico de Howe y para saltar y cantar en Roundabout, con Benoit ya en plena comunicación con el público.

Starship Trooper es un tema ideal para terminar un recital, aquí con la banda sonando a pleno, Howe cambiando de guitarras como en casi todo el concierto y Squire dándole al bajo de tal forma que te hacía vibrar el pecho.

Párrafo aparte para Oliver Wakeman. Tocó las partes de su padre con precisión y agregó algunos toques de buen gusto, aunque su bajo perfil lo haga pasar un poco desapercibido.

Luego de esta gira, anunciaron que dedicarán el 2011 al lanzamiento de un nuevo disco, con la misma formación que vino al país en el marco de “In the present tour”.


YES estuvo en la Argentina. YES en el presente. Se renueva el grupo y el público. El tiempo pasa y la música permanece. YES y el cambio perpetuo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Música - Carl Palmer Band

Confieso que cuando me enteré de su visita surgieron algunos prejuicios. ¿La música de Emerson Lake and Palmer solo con Palmer? Pensé (esto no es pensar, es una idea prejuiciosa que se dispara en la cabeza) que el hombre vendría a ganarse unos mangos a Sudamérica, aprovechando los resabios de una fama un tanto perdida en el tiempo.
La desconfianza se fue apaciguando al encontrar en YouTube algunos videos de la Carl Palmer Band que mostraban fragmentos de show más que interesantes; y terminó de desvanecerse por completo apenas comenzado el espectáculo.

Palmer puso sobre el escenario todo lo que tiene. Y tiene mucho. Energía, furia, música, virtuosismo, humor, simpatía y hasta el esfuerzo de hablar casi siempre en español. No tenía un papel en el piso como McCartney. ¿Dónde aprendió este “muchacho”? En la presentación de Trilogy, se permitió bromear sobre la tapa del disco: “El de la derecha, soy yo, el más guapo” y en español calificó a “Love Beachcomo un “disco muy malo, culpa mía también”. “¿Quieren más? Yo también” declaró promediando la noche.

Era Carl Palmer, el mejor baterista de rock del mundo, uno iba preparado para un solo de batería, pero el que hizo en “Fanfarrea para el hombre común” fue lo mejor que he visto en mi vida. Todos los sonidos que se le pueden sacar una batería, uno detrás del otro en perfecta armonía. Tremendo. Me llamó la atención la actitud de este músico brillante. No se le vio una postura circense del tipo “miren todo lo que puedo hacer”. No, lo hizo con una disposición más bien lúdica. Palmer jugaba con el instrumento, se divertía él y se compenetraba de modo tal que la música parecía llevarlo a otro estado como si hubiera entrado en trance.

Pero Palmer no vino solo. El nombre “Carl Palmer Band” estuvo lejos de ser un eufemismo. Son una banda en serio. Simon Fitzpatrick lució muy seguro en el bajo y hasta le dio un descanso a Palmer haciendo “Rapsodia Bohemia” de Queen, toda completita, con los coros incluidos, todo con el bajo. ¡Notable!

Ni hablar de Paul Bielatowicz. Apenas apareció por el escenario, flaquito, bajito, parecía un nene. Ni bien empezó a tocar ¡qué nene! Hizo suya la guitarra, se paseó por todos los registros, tocó limpio sobre el silencio, jugó con las posibilidades de los pedales, un pichón de Steve Howe, un nerd de la guitarra. Nunca un acorde de fogón, no, los dedos recorriendo las cuerdas a toda velocidad encontrando siempre su camino. Todo lo que Emerson tocaba en los teclados lo hizo Paul en su guitarra, nota por nota. ¡Un hallazgo!

La ejecución de “Cuadros para una exposición”, basada en la obra de Mussorgsky, con imágenes del Acorazado de Potemkim por detrás, fue quizás el pico más alto de un show sin fisuras, en el que también se destacaron "Hoedown", “Tarkus”, una versión rockera de “Carmina Burana” y la más conocida del “Cascanueces” de Tchaikovski. “Cuadros”, en particular, es una de las piezas más sublimes que ha dado el rock sinfónico y la ejecución de la Carl Palmer Band no hizo más que resaltarla.

En el teatro hubo mucho fervor del público, y admiración también ante lo que llegaba desde el escenario, pero no estaba lleno del todo. Quedaron varias butacas vacías que supimos aprovechar los que estábamos atrás para acercarnos al escenario, butacas que que podrían haber ocupado otros que también habrán dudado de la jerarquía de lo que se ofrecía y, esta vez, se dejaron ganar por los prejuicios.


Los prejuicios parten de la ignorancia y se disuelven abriéndose a la cosa en sí. Ojalá vuelva a repetirse un show así en Buenos Aires… y ese día, a llenar el teatro.

Paul MCCartney - Cosecharás lo que has sembrado

Antes incluso de llegar al país, ya tenía todas las entradas vendidas y al público comprado. A un hombre de semejante trayectoria en el campo de la música popular se le hubiera perdonado todo. Podría haber salido a escena solo con una guitarra, sin banda, sin luces, haber tocado una hora y se hubiera retirado con más dinero y quizás los mismos aplausos; pero no lo hizo.
Paul McCartney montó una obra de ingeniería en el escenario, con una iluminación pocas veces vista, unas pantallas y un sonido que permitieron disfrutar del show al que estaba allá lejos en la popular con la misma intensidad que el que estaba en la fila uno. Y tocó tres horas sin parar. ¿Alguien lo vio tomar un vaso de agua? Se esmeró en hablar en español, leyendo unos papeles en el piso; y hasta dirigió el coro del público en “Hey Jude”: “Ahora solamente los hombres, ahora las mujeres, ahora todos juntos”.
Trajo una banda de eficientes músicos, con el virtuosismo justo como para que el foco no se fuera nunca de lo más importante: las canciones. Músicos que tocaron y se divirtieron, haciendo también reír al público, como el enorme batero bailando durante “Dance Tonigth”.
Los Beatles son los padres del rock. Abrieron caminos que muchos todavía intentan copiar y algunos han sabido recorrer y profundizar. Como se dice hoy en día, McCartney es un “grosso” y dio en la cancha de River un verdadero “concerto grosso”. Se llevó del público todo el afecto imaginable por supuesto, pero el hombre no vino solo a cosechar. Paul McCartney a los sesenta y ocho años sigue sembrando.