sábado, 30 de junio de 2012
Literatura - Concurso de Cuento Raro
lunes, 30 de abril de 2012
Cultura en Buenos Aires
miércoles, 4 de abril de 2012
Teatro - Cosas tristes

La obra nos introduce en las vidas de tres jóvenes amigos, cuya relación muestra algunas grietas. De esas grietas sacan provecho el director y los autores a través de una puesta en escena muy ajustada, nada pretenciosa, muy acorde con lo que se intenta narrar. Tres sillones y una pantalla. La historia la van narrando los protagonistas, cada cual en su sesión de terapia.
Cada uno tiene su sillón y le hablan, por turnos, a un terapeuta que no se ve, que de algún modo es el público. El clima está tan bien logrado que, en cierto punto, cuando uno de los personajes confesaba ciertas cuestiones, como psicoanalista entreverado en el público, tuve ganas de realizar alguna intervención.
Por otra parte, resulta muy pertinente el modo en que la obra utiliza las proyecciones de video. Allí presenciamos sus encuentros-desencuentros. Los vemos ir a buscar al aeropuerto al amigo que vuelve de España y los espiamos en una fallida fiesta de cumpleaños. Lo que no se dicen entre ellos, lo hablan en sesión. Lo que no muestran las pantallas, lo completa la intimidad del consultorio; intimidad que la iluminación se ocupa de marcar.
En el cruce entre ambos registros vemos que el “exitoso” no lo es tanto, que un amigo a veces se elige para parecer uno menos desgraciado en la comparación y que las amistades no suelen escapar a la ambigüedad que tiñe las relaciones humanas.
Ivanke, Darío Szmulewicz, Nano Zyssholtz están a cargo del guión y son, también, quienes
La web, el chat, los celulares son también "cosas tristes" y se muestran, paradójicamente, como elementos de incomunicación. En tiempos en los que impera el narcisismo y lo imaginario predomina en las webs donde cada cual cuelga sus mejores “photoshops”, adornados con frases de compromiso extraídas de algún “powerpoint”; estos amigos revelan sus debilidades, lo hacen con pudor, titubeando, casi a su pesar. En definitiva, se muestran humanos, lo que despierta empatía en el público y nos lleva a acompañarlos, reconocernos en ellos y a recomendar esta obra a los amigos.
En el Espacio Cultural Pata de Ganso, Zelaya 3122 (detrás del Abasto), 4862-0209.
viernes, 30 de marzo de 2012
Música - Roger Waters

No creo que a Waters le quepa el adjetivo “genio” que tan ávidos estamos de asignar. Su productividad en tantos años queda muy lejos de la de otros que han merecido tal calificativo. Roger Waters, más bien, parece un interesante ejemplo de sublimación.
Tuvo una infancia complicada, el padre murió en la guerra, la madre lo asfixiaba, en la escuela sufrió diversos maltratos y luego de grande, tal como el protagonista de “The Wall” (hago uso de sus metáforas) se le hizo muy difícil soportar el delgado hielo de la vida moderna.
En algún momento, a punto de caer en las grietas que sentía rajarse a sus pies, logró sublimar todo aquello y transformarlo en una obra de arte. Pudo sacarse los gusanos de la cabeza, derribar el muro que había estado levantando a su alrededor y eludir ese destino de psicosis o de autista confortablemente adormecido.
En varios reportajes Waters se ha declarado sorprendido por las repercusiones de “The wall”, ya que estaba convencido de haber escrito algo suyo, autobiográfico, como para sacárselo de encima; y se vio sorprendido por la recepción mundial de su obra y la variedad de interpretaciones que se fueron gestando a su alrededor.

El término sublimación fue postulado por Freud para referirse a ciertos procesos en los que las pulsiones parciales convergen hacia la realización de actividades socialmente valoradas, como el trabajo artístico o intelectual. La sublimación es una de las vías posibles para canalizar el famoso “malestar en la cultura” que tan bien describió Freud.
La palabra sublimación se utilizaba ya antes en química, para nombrar el proceso por el que un elemento pasa del estado sólido al gaseoso. La sublimación remite entonces a un cambio de estado. Si bien, el hinduismo y demás filosofías orientales no utilizan la expresión, lo que en psicoanálisis se denomina sublimación podría emparentarse con los procesos descriptos por estas filosofías a través de los cuáles se logra elevar la energía de los chakras bajos a los más altos.
Freud dejó el concepto sin un desarrollo exhaustivo, por lo que quedan hoy en día muchos interrogantes al respecto. ¿Por qué algunas personas logran tramitar sus impulsos más densos a través del arte y otros no? Los mecanismos no han sido suficientemente estudiados en nuestra cultura como para generar recetas a seguir, por lo que los procesos sublimatorios simplemente parecen ocurrir, casi como fenómenos espontáneos, en ciertas personas y bajo ciertas circunstancias. Poco sabemos de esto; y es muy probable que el propio Waters tampoco lo sepa; de hecho, no ha vuelto, desde entonces, a concebir una obra de similar calidad a aquella que hubo de salvarlo.

Quizás los genios sean aquellos que aprendieron a dominar los procesos sublimatorios como para aplicarlos "a voluntad". A Roger Waters parece haberle sucedido algunas veces y le ha resultado suficiente para encontrar su lugar en el mundo.
lunes, 5 de marzo de 2012
Cine - El artista

¿Qué tiene el artista (no confundir con el homónimo film argentino, también muy recomendable y comentado en este blog tiempo atrás) como para generar tal grado de aceptación? Formulo la pregunta como se supone deben formularse, es decir, sin la respuesta a mano.
La historia del film transcurre durante una época de cambio: el pasaje del cine mudo al sonoro, generador de toda una revolución en la industria cinematográfica. Tenemos un personaje que se adapta y otro que no. Alguien que sube y alguien que cae en desgracia.

Los tiempos actuales son cada vez más vertiginosos y los momentos de cambios casi constantes. Hoy en día el mundo nos exige adaptaciones permanentes. Atrás quedaron los tiempos de nuestros abuelos, que trabajaban toda su vida en el mismo lugar, haciendo la misma tarea y con ellos también las heladeras que duraban toda una vida y las lamparitas que iluminaban durante años. Ahora los aparatos tienen fecha de caducidad, la tecnología genera objetos que pasan, en pocos meses o años, de ser un “boom” a meros desechos. El mundo actual nos pone a cada rato en la posición del personaje de George Valentin (interpretado por Jean Dujardin). Todo el tiempo tenemos que estar adaptándonos a algo.
Al comienzo del film, George Valentin es un actor de moda, sus películas repiten una fórmula que llena los cines. George gana mucho dinero y la muchedumbre lo aclama, sin embargo, parece aislado en el éxito, se relaciona con los demás por conveniencia y carece de vínculos reales, exceptuando la relación con su perro y luego la que despertará con Peppy Miller (interpretada por la argentina Berenice Bejo).


lunes, 20 de febrero de 2012
Fotografía - Bienal Internacional en el Borges


En ambos casos, en el montaje digital o en el encuadre sutil de un instante, tanto en uno como en otro hay documento y también expresión artística.
Es conocida la anécdota de Picasso en la que alguien le preguntó por qué pintaba de modo tan irreal a las mujeres. Don Pablo preguntó a su interlocutor cómo era una mujer real, a lo que el hombre sacó de su bolsillo una fotografía de su esposa. Picasso sentenció: ¿Esa es su mujer? ¡Qué pequeña!¡Y qué plana!
La cámara es un dispositivo tecnológico que aparenta representar en forma objetiva la realidad, pero parte de la misma se escabulle. La cámara no puede mostrar todo, el artista elige un encuadre, algo queda dentro y algo queda fuera, pone el foco en algo, por ejemplo, en una mirada en la multitud, dándole entidad al reparar en ella. Así como el psicoanalista escucha un fallido, algo que se escurre en el decir y que da cuenta de otro orden; el artista ve algo que los demás no ven.
En esta bienal, más de ciento cincuenta fotógrafos de distintos orígenes, nos muestran lo que normalmente no vemos. Puede visitarse en el Centro Cultural Borges, de
Advertencia: en la muestra hay una fotografía tomada en Afganistán que es de aquellas que hacen que uno quite la vista, una imagen muy fuerte que refleja algo que nadie quiere ver y que puede afectar a las personas sensibles (como deberíamos ser todas las personas). Aviso para que no los tome de sorpresa como a mí.
sábado, 4 de febrero de 2012
Literatura - La hora de la estrella

La hora de la estrella no es otra cosa que la hora de la muerte. “En la hora de la muerte las personas se vuelven brillantes estrellas de cine, es el instante de gloria de cada uno y es como cuando en el canto coral se oyen agudos sibilantes”. Cuando la sensibilidad de un artista se topa con la cercanía de su propia muerte, siempre que la misma le otorgue tiempo suficiente, estamos ante la posibilidad de una obra maestra; pienso, por ejemplo, en “El sacrificio” del genial cineasta Andrei Tarkovski o en “Los conjurados” de Borges.
La historia es narrada por un escritor (varón) quien anuncia la creación de un personaje: “… en una calle de Rio de Janeiro, atrapé al vuelo el sentimiento de perdición en el rostro de una muchacha nordestina”. Macabea, el personaje en cuestión es una chica del interior (del Nordeste de Brasil) que se traslada, como tantos otros, a una gran ciudad. “Me limito a contar las pobres aventuras de una chica en una ciudad toda hecha contra ella”.
El escritor amaga en forma constante con iniciar la narración aunque la dilata hablando de sí mismo (“Discúlpenme, pero voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido…”), con lo que, en definitiva, tenemos algo así como dos personajes: un narrador-personaje y la joven Macabea.
Mientras nos cautiva con sus reflexiones, el escritor va espolvoreando datos de la protagonista y cuando parece, promediando el libro, que la narración no va a empezar nunca, de pronto nos encontramos metidos en la historia. Con una joven anodina, cuya vida es casi nada, como el café frío, Lispector construye un relato fascinante donde lo social y lo existencial se contrapesan, y la nada se transforma en vacío esencial.
“Los hechos son sonoros pero entre los hechos hay un susurro. Es el susurro lo que me impresiona”. Lispector es conciente de las limitaciones del lenguaje, sabe que hay cosas indecibles (lo que Lacan designó como “lo real”, aquello que queda por fuera del registro simbólico) y alrededor de ese vacío hilvana sus palabras. Tenemos entonces una historia hecha de susurros, susurros en torno a lo real.
Clarice Lispector, como su escritor-personaje, se resiste a ser apenas una válvula de escape “de la vida aniquiladora de la burguesía de clase media” para sacar chispas con su prosa poética y sacudirnos ante lo real de la muerte.
“Las cosas son siempre vísperas del morir, perdónenme por recordarles, porque en cuanto a mí, no me perdono la clarividencia”. Perdón eterno para esta escritora que, si bien a lo largo de toda su carrera fue difícil de clasificar, alcanza con su prosa en "La hora de la estrella" un grado de desnudez que hiere, con la libertad propia de una artista que sabe que está por morir y suelta, como en un último suspiro, toda su poesía.